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Bol. Soc. Argent. Bot. 55 (3) 2020
introducción
En la pre-cordillera y cordillera de los Andes
del NO de Argentina se encuentran sistemas de
subsistencias basados en la ganadería extensiva
con un manejo del pastoreo a cargo de unidades
familiares; entre sus características se encuentran
tener rasgos campesinos, pautas de manejo
tradicionales y acuerdos comunitarios (Ottonello de
Reinoso & Ruthsatz, 1982; Merlino & Rabey, 1983;
Merlino & Sanchez Proaño, 1996; Göbel, 2001,
2002; Quiroga Mendiola, 2004, 2011; Paz et al.,
2012; Califano & Echazu, 2013). En estos sistemas
la trashumancia es usual como práctica productiva,
por lo cual comprender su funcionamiento
y características constituye motivo de estudio y
sistematización (Bocco de Abeya, 1988; Bendini
et al., 1994; Galafassi, 1994; Greco, 1995; Escolar,
1996; Mafa & Zubrzycki, 1999). La trashumancia
es descripta como una forma productiva particular
de zonas con clima mediterráneo frío; tratándose de
un desplazamiento recurrente, pendular y funcional
que realizan los pastores con el ganado, cuya
periodicidad está regulada por el ritmo cíclico de
las estaciones y las actividades desarrolladas por las
unidades domésticas (Bendini et al., 2004). En el NO
de Argentina se desarrolla en diferentes modalidades,
pero usualmente se trata un movimiento estacional
y periódico entre unidades ambientales ubicadas
a distintas altitudes; cuyo propósito es sostener
la disponibilidad de pasturas y agua en un ciclo
productivo anual. Estos movimientos han sido
registrados y descriptos en la cordillera oriental de
Jujuy y Salta, siendo más notable en el manejo del
ganado bovino que muestra la mayor movilidad
altitudinal y distancias de recorrido (Sturzenegger,
1982; Levy Hynes, 1994; Hilgert, 1998, 2007a;
Reboratti, 1998; Quiroga Mendiola, 2000; Hocsman,
2011; Echazú et al., 2016; Califano, 2020).
La importancia que reviste la producción ganadera
en la Argentina ha conducido al estudio de los
conocimientos locales referidos a la vegetación y
su relación con la ganadería; tal es así que existen
trabajos referidos a la utilización de la vegetación
natural como forraje en diferentes regiones del
país (Braun Wilke, 1991; Braun Wilke et al., 1999;
Scarpa, 2007; Muiño, 2010; Quiroga Mendiola,
2011; Riat, 2012; Califano & Echazú, 2013;
Califano, 2019; Jiménez-Escobar & Martínez,
2019). También se encuentran estudios referidos a la
gestión de los sistemas ganaderos desde perspectivas
socio-ecológicas, que plantean la evaluación de su
sostenibilidad y persistencia en el tiempo (Domptail
& Easdale, 2013).
Un aspecto relevante en la compresión de estos
sistemas de producción lo constituyen las relaciones
(interacciones) entre los vegetales empleados
como recursos forrajeros y las sociedades o grupos
pastoriles que ejercen un manejo sobre ellos. Sin
embargo, el rol de las interacciones que se producen
entre vegetales, personas y animales domésticos en
los sistemas productivos campesinos trashumantes,
aún constituye un espacio de investigación que
requiere ser abordado a mayor profundidad (Califano,
2020). Más aún, al observar que su persistencia en el
tiempo es producto de una construcción histórica,
de la repetición de lógicas productivas comunales
y colectivas que son desarrolladas en territorios
extensos, con aislamiento geográco, condiciones
climáticas adversas u hostiles, a partir de una base
de recursos naturales de uso común; aspectos que
también han sido descriptos para otras sociedades
campesinas ganaderas del país (Paz et al., 2018).
Las estructuras con las cuales usualmente se
analiza el manejo de los vegetales en las sociedades
tradicionales emplean como principales categorías
analíticas la recolección y la agricultura. Pero en los
sistemas ganaderos, las interacciones, se presentan
no tan solo entre vegetales y personas, los animales
domésticos también pasan a formar parte de las
mismas. En estos casos las categorías analíticas
resultan escasas por existir un gradiente continuo de
prácticas posibles entre recolección y agricultura,
que incluyen también las interacciones con los
animales (Blancas et al., 2010). En ese gradiente
se pueden ubicar las interacciones mediadas por la
ganadería, que se realizan a través de las prácticas de
manejo de los animales.
Se parte del principio de que, para comprender la
relación entre los recursos naturales y el desarrollo
de estos sistemas de vida, las dimensiones culturales
y biológicas son inseparables. Se aborda el
análisis desde enfoques centrados en la diversidad
biocultural, que considera los modos de hacer
localmente situados, fundados en el conocimiento
ambiental tradicional y de construcción comunitaria.
Estos modos de hacer se encuentran, en parte,
basados en la oralidad y se ponen de maniesto en
prácticas y tecnologías, dando lugar a capacidades
técnicas que se gestionan de forma comunitaria o