Comunicaciones
Área
temática de las jornadas: Fronteras territoriales, temporales, lingüísticas,
genéricas, culturales, de soportes y medios
Transiciones de la
narrativa contemporánea
Nancy Viejo
nancyviejo@hotmail.com
Universidad de
Buenos Aires
Universidad Nacional de Córdoba
Resumen
Sin lugar a duda, la narrativa de
Borges se encuentra a la vanguardia de un conjunto de procedimientos y una
manera de pensar la literatura que caracterizó la tendencia cultural hacia
mediados del siglo XX. Uno de los
cuentos icónicos en este sentido, “La muerte y la brújula” (1942), puede leerse
como una teoría de la interpretación, la construcción del sentido y la
literatura.
El trabajo reflexiona sobre la transición de aquel paradigma hacia la
literatura de la primera década del siglo XXI,
a partir del análisis comparativo de ese cuento y uno de los textos que aparece
como propuesta innovadora en el campo de experimentación de la narrativa
contemporánea: The interrogative mood: A Novel? (2009), del
autor norteamericano Padgett Powell. Este contraste
permitirá, asimismo, confrontar los diferentes marcos teóricos que han
constituido el, ya ahora clásico, paradigma textual posmoderno con las
reflexiones teóricas actuales.
Palabras clave:
narrativa- posmodernismo- metaficción.
Abstract
Undoubtedly, Borges' narrative is at the forefront of a number of procedures and a way of thinking about
literature that characterized the cultural tendency by mid XXth
century. One of the iconic stories in this sense, “Death and the Compass”
(1942), can be read as a theory of interpretation, the construction of meaning
and literature. This paper reflects on the transition of that paradigm to the
literature of the first decade of the XXIst century.
It carries out a comparative analysis of that story and one of the texts that
appears in The interrogative mood: A Novel? (2009),
written by the American author Padgett Powell, and which is
considered to be an innovative proposal in the field of experimentation
of contemporary narrative. This comparison will also allow us to confront the
different theoretical frameworks that have constituted the,
now classic, postmodern textual paradigm with contemporary theoretical
reflections.
Key words:
narrative- postmodernism- metafiction.
Durante el periodo de
posguerra, hacia mediados del siglo pasado, se fue conformando un modo de ver y
entender la literatura, como un discurso autorreferencial, volcada hacia sí
misma más que en dirección a la “realidad exterior”. El término Posmodernidad
ha sido la denominación genérica que permite señalar la idiosincrasia ya no
solo de la literatura y el arte de esta época, sino que también define un
periodo cultural-histórico, en el cual pasa a primer plano la mediación
lingüística de lo “real”, llegando al extremo de ponerse en duda su propia
existencia, lo que a su vez tiene como consecuencia una visión de extrema
alienación del sujeto. Particularmente, la experimentación literaria se aparta
de la función representativa del lenguaje, para enfocarse en sus propios juegos
metaficcionales, lo que da cuenta de las tensiones
existentes entre ficción y realidad, al mismo tiempo que, como bien señala
Linda Hutcheon, se diluyen las fronteras entre la
literatura de élite y la popular. La nueva concepción de la novela al incorporar
una perspectiva más amplia y un deseo de ruptura ante las convenciones
literarias establecidas otorga un papel importante a la parodia, el pastiche y
la ironía en la construcción metaficcional.
Uno de
los intentos por clasificar la ficción posmodernista llegó a distinguir dos
grandes corrientes: la metaficcional y la
performativa. La primera designa un grupo de autores (como Pynchon y Barthelme, entre otros) que indagan el modo a partir del
cual la experiencia del sujeto configura determinada forma de percibir lo que
lo rodea, lo que puede derivar en un solipsismo absoluto; la segunda incluye a
otro grupo de autores (como por ejemplo Borges, Nabokov y Barth) que hacen foco
en la propia estructura del lenguaje y sus posibilidades de constituir sentido
(Charles Russel, Modern Fiction Studies, citado en Bertens).
La crítica coincide en señalar a Jorge Luis Borges como el artífice de esta
corriente, que ha recibido diversas categorizaciones (literatura
autorreferencial, autorreflexiva, no-ficcional, etc.). Si bien podrían
cuestionarse algunas de estas conjeturas, debemos coincidir que, sin lugar a
duda, la narrativa de Borges se encuentra a la vanguardia de un conjunto de
procedimientos y una manera de pensar la literatura que caracterizó la
tendencia cultural hacia mediados del siglo XX.
Borges
construye mapas, territorios, ciudades, que atrapan al sujeto como prisiones o
laberintos, para finalmente poner en evidencia la incapacidad del hombre de
trascender el universo creado por el lenguaje y encerrado en una biblioteca.
Uno de los cuentos icónicos en este sentido, “La muerte y la brújula” (1942),
puede leerse como una teoría de la interpretación, la construcción del sentido
y la literatura. Una verdadera puesta en escena que despliega diversas series de
pistas con el único fin de atrapar al lector, que tiene muy pocas oportunidades
de salir victorioso en este desafío.
Si, por
un lado, decide seguir por su cuenta la abrumadora cantidad de citas
intertextuales, y las referencias históricas y políticas y culturales dejadas
por el autor, su búsqueda se extenderá hacia el género, para continuar por toda
la literatura, así como los tópicos y mitos borgeanos, lo que deviene en una
recursión al infinito y en la imposibilidad de construir una lectura del propio
texto.
Si, por
el otro lado, decide seguir al detective Lönnrot, quedará atrapado en la
inocente arrogancia del que pretende descubrir el nombre aquél capaz de dar
sentido a todas las cosas.
Finalmente,
contra toda presuposición, y especialmente contra la forma de leer el género,
fue acertada la primera especulación del comisario Treviranus,
que le adjudica el asesinato de Yarmolinsky a un
error casual.
La
solución es menos trágica que banal: si existe el azar, ni la vida ni la muerte
del ser humano tienen sentido o propósito alguno. Todo no fue más que un
simulacro. Red Scharlach apunta a Lönrot
y el narrador “al sur de la geografía” de su cuento, es decir, al lector. El
lector que se arriesga a desentrañar el misterioso juego de la hermenéutica
borgeana, la arquitectura perfecta de sus laberintos,
descubre de manera tragicómica el “desierto de lo real” o, peor aún, su propio
rostro en el espejo.
Si bien
estos juegos no dejan de atraparnos, pasado el tiempo, a la par que la
presencia de lo hiperreal colma de positividad la existencia, los mecanismos
autorreferenciales y metanarrativos han consumido su
capacidad irónica. El posmodernismo dio una vuelta de tuerca más a la
experimentación modernista. La revelación de la estructura autorreferencial del
lenguaje permitió poner en cuestionamiento todos los discursos sociales,
especialmente el sistema de valores y creencias construidos hegemónicamente.
Sin
embargo, ya hacia fines del siglo XX,
la capacidad irónica absorbida por los discursos sociales se había transformado
en una desgastada mueca de autoconformismo inerte,
como signo del sistema cultural.
El imperio de la metanarrativa
posmodernista que, en un primer momento, contribuyó a poner en jaque el
pensamiento dominante, llegó a constituirse, como muy bien señala David Foster
Wallace, en el mainstream
de la cultura norteamericana, perdió su poder de crear sentido, se volvió vacío
y cínico: “La academia y la cultura comercial se han convertido de algún modo
en estos gigantescos mecanismos de mercantilización que drenan el peso y color
hasta de los avances más radicales”, de autores como Borges, Nabokov o Barth
(Larry McCaffery).
El autor norteamericano
critica los dos aspectos centrales de la literatura posmoderna: una
autoconciencia exacerbada de la metaficción y el marcado dominio de la
“autoconciencia irónica”. “La reflexión del arte sobre sí misma es terminal”,
afirma, y con esta sentencia anuncia el camino por seguir para las nuevas
generaciones de artistas. Como alternativa, apela por un giro hacia el
sentimiento y la sinceridad, dejando de lado los intentos de ejercer una
reflexión crítica, que solo volverá como un boomerang, ya que hace tiempo la
realidad es solo un simulacro metamediático.
Este cambio de
sensibilidad que caracteriza a los nuevos artistas sirve de índice para un
nuevo paradigma en el arte, para el cual no existe acuerdo en su denominación.
Algunos críticos lo consideran como una “tercera etapa del modernismo”, y
dentro de otras posibles nominalizaciones resaltan las de “performatismo”
(Eshelman, “Performatism, or the End of…”) y “metamodernismo” (Vermeulen y van den
Akker). En términos generales, lo que permitiría considerar
una obra dentro de estos nuevos paradigmas tiene que ver con la construcción de
un espacio intersubjetivo, caracterizado por una “sinceridad” y un
“sinceramiento” capaz de trascender el objeto estético.
El término metamodernismo propuesto
por los críticos culturales Timotheus Vermeulen
y Robin van den Akker (de la Universidad de Radboug, Nimega, en los
Países Bajos)
en su artículo Notes on metamodernism (2010) ha logrado cierta relevancia en
sectores de la cultura y el arte, como lo vemos en arquitectura, las artes
plásticas, la fotografía, la literatura, así como artículos en distintos campos
de la crítica. Los autores señalan que el prefijo “meta”, refiere a nociones
como “con”, “entre” y “más allá”, en términos de un flujo, una oscilación. El término metamodernismo se entiende como un
modo de producción que toma los procedimientos propios del modernismo y también
del posmodernismo, pero con una postura naive, que lo
caracterizan como “idealismo pragmático”. Esta nueva etapa de producción
estética se definiría por una preocupación y un compromiso ético, al mismo
tiempo que por la construcción dinámica. Una forma de experiencia del ser
más allá de toda frontera que deja atrás tanto las preocupaciones teóricas del
modernismo como el solipsismo autorreflexivo y el nihilismo irónico que
caracterizan al postmodernismo. En este sentido, se entiende como una nueva
forma de romanticismo. El metamodernismo
propone la oscilación en vez de la fragmentación o el enfrentamiento, entre las
diversas dimensiones que hacen al mundo: naturaleza y cultura, pasado y
presente. Las conexiones entre los diferentes órdenes constituyen la fuente de
la energía creativa.
Performatismo, por otra
parte, es el término propuesto por Raoul Eshelman apunta
a lo que llama la “encarnación holística del sujeto” (“Performatism,
or…”). Eshelman
propone un arte que apunte a una experiencia estética trascendente, lo que
define desde una perspectiva semiótica, como la unión entre signo, autor y el
destinatario del hecho estético (ya sea observador o lector). Esta nueva
corriente pretende que el arte se transforme en un refugio para el sujeto
(holístico), reuniendo todo lo que el posmodernismo y el posestructuralismo
habían disuelto: un telos,
la figura del autor, la creencia y el amor, entre otras cosas.
Quizá podría vislumbrarse un denominador común para
ambas perspectivas, en la idea de una
recuperación o por lo menos de reinvención, de algo que se sabe perdido, la
energía necesaria para constituirse como sujeto capaz crear sentido, sin resignarse
al gesto sarcástico, la esperanza de que a través del arte se pueda restaurar
la experiencia significativa de lo humano.
En relación con
esta nueva “sensibilidad” podemos pensar la obra del autor norteamericano Padgett Powell The
interrogative Mood: A Novel?
(2009), título traducido al castellano
como El sentido interrogativo. El
texto consiste en secciones de preguntas que se suceden unas a otras en forma
aleatoria, a la manera de un largo interrogatorio, sin trama, sin personajes,
ni estructura de tiempo. Si bien podemos ver que “apunta” al lector, al
contrario del texto de Borges, no intenta atraparlo, antes bien, la instancia
enunciativa intenta establecer una conexión abierta con él.
Si observamos el título del libro en inglés, encontramos el término “mood”, que en
inglés refiere tanto a la modalidad interrogativa del enunciado, como a un
“estado de ánimo”. Podemos deducir, entonces, una identificación entre el
estado de ánimo que provoca la escritura y ese yo enunciativo. Por otra parte,
la pregunta “¿una novela?” plantea un desafío al lector, quien ve socavadas las
clásicas estrategias de lectura. Esta pregunta parece anunciar que, detrás de
este artefacto, existe un enunciador decidido a jugar con el lector, pero, a
diferencia de las estrategias borgeanas que analizamos previamente, aquí el
planteo es directo y abierto:
¿Te queda claro a qué me refiero? ¿Te queda claro
por qué te hago todas estas preguntas? […] Tendría que largarme? ¿Dejarte en
paz? ¿Es bueno que incordie a los demás con mi [modo] interrogativo o mejor me
lo quedo para mí? (13).
Estamos ante un enunciador que pregunta, interroga, cuestiona, recuerda,
imagina, examina, indaga, opina, manteniendo al lector en alerta, en una
demanda constante, obligándolo a responder, a establecer un diálogo directo con
el interrogador. Al borde de lo que podríamos describir como prosa poética, la
continuidad perseverante de las preguntas interpela al lector, que se ve
obligado a entablar un diálogo. El “yo” oscilante del que pregunta aparece y desaparece
inadvertidamente, pero sus impresiones, sentimientos, opiniones y estados de
ánimo impregnan la textualidad, al mismo tiempo que sale al cruce del lector
que se constituye, en el mismo acto enunciativo:
¿Estás aquí conmigo? (22).
¿Cuál es la peor historia de la que has tenido
noticia en toda tu vida? ¿Cuál es el acontecimiento más importante que ha
pasado cera de ti? ¿Cómo te llamas? ¿Qué intenciones tienes con respecto a mí? (31).
La sucesión de
preguntas permite la expresión de la subjetividad de ese enunciador, que no es
otro que el mismo autor. Pero, por otra parte, también el lector ha descubierto
algo nuevo de sí mismo, mediante las respuestas a preguntas que jamás se
hubiera formulado. Existen varios blogs
que se han dedicado a responderlas, el mismo autor cuenta en una entrevista que
las personas le escriben respondiéndolas, inclusive se ha editado el libro A Responsive Mood,
de Catherine Baird (2010), dedicado a Padgett Powell,
con todas las respuestas personales de la autora.
Es decir, podemos ver que el principal contraste con el paradigma
anterior tiene que ver con el cambio en la concepción de la subjetividad y de
la relación entre el autor/lector, a su vez difiere la concepción de la
intertextualidad, ya que en este caso podemos observar una trascendencia del
sujeto a partir de la interpretación de la obra. Como vemos, no prevalece aquí
el desafío metanarrativo, sino que más bien se trata
de una invitación, un encuentro con ese otro a través de la creencia en la
comunicación y de formas de sentimiento compartido.
La comparación entre estos dos textos nos permite confrontar ambos
paradigmas: por un a lado una metanarrativa que a través
de los juegos autorreferenciales especula con un lector dócil, previsible y
cuya participación no afecta el objeto en sí mismo, que es el relato, donde
todo está controlado. Y, por otra parte, tenemos un texto que busca y alcanza a
reproducirse en historias por fuera de sí mismo, que se completa con cada
historia de vida, con cada lector.
Antes de terminar, cabe aclarar que existen posiciones
teóricas que declaran aún vigente al posmodernismo, considerando que no se lo
puede circunscribir a un periodo histórico determinado, sino que es una forma
de producción cultural que se ha extendido a todos los campos de producción de
la cultura popular y académica, lo que puede sostenerse con abundantes ejemplos
(Leitch). Pero, como resaltan desde otras perspectivas,
y pone en evidencia el mismo artículo de Foster Wallace, se trata de buscar una
salida a una forma de reproducción artística y cultural que se ha vuelto
hegemónica, aunque se entiende que diversos paradigmas conviven en cierta
medida, algo que se contempla tanto desde el metamodernismo como del performatismo. Sin embargo, estas y otras propuestas
teóricas recientes se postulan como alternativas capaces de explicar el nuevo
paradigma de producción en el arte.
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