Rodó transplatino. Diálogos asimétricos con la revista Nosotros

Cristina Beatriz Fernández

cristinabeatrizfernadez@gmail.com

Universidad Nacional de Mar del Plata

CONICET

Resumen

El objetivo de este artículo es reflexionar, a partir de las vinculaciones entre el escritor uruguayo José Enrique Rodó (1871-1917) y la revista Nosotros (1907-1943) editada en Buenos Aires, acerca de las relaciones de legitimación literaria que se producen en una misma región geocultural, aunque sesgada por distintos contextos nacionales. Esas relaciones son a la vez complementarias y asimétricas, marcadas por distintas formas de intermediación cultural y religación posibles en el período, desde el rol de las revistas literarias y culturales hasta la figura intelectual de Rodó, que funcionan como vectores de integración regional e hispanoamericana.

Palabras claves : José Enrique Rodó- revista Nosotros- intermediación cultural- asimetría.

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Rodó across the Río de la Plata. Asymmetric Dialogues with Nosotros Magazine

Abstract

The aim of this article is to analyze the relationships of literary legitimization produced in a given geocultural region, even if it is crossed by different national contexts. The case under consideration is the connection between Uruguayan writer José Enrique Rodó (1871-1917) and the literary magazine Nosotros (1907-1943), edited in Buenos Aires. Those relationships are complementary and asymmetrical, at the same time, and are defined by the distinct forms of cultural intermediation and linkage of those times, such as the role of literary magazines or Rodó’s intellectual figure. Both of them function as regional and Hispanic American vectors of integration.

Keywords : José Enrique Rodó- Nosotros magazine- cultural intermediation- asymmetry.

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A estas alturas, es casi un lugar común en la bibliografía sobre literatura comparada la advertencia de que en los estudios latinoamericanos siempre se ha practicado un comparatismo espontáneo (Franco Carvalhal 34), implícito (Gramuglio 376) o ad hoc (Link 23). Como el personaje de Molière que descubrió que siempre había hablado en prosa sin saberlo, la preocupación de la crítica latinoamericanista por la relación entre centros y periferias, modelos e imitadores, el etnocentrismo y sus resistencias, la colonialidad del conocimiento y las condiciones asimétricas de producción y consumo cultural, además de las heterogeneidades lingüísticas y las temporalidades múltiples que horadan cualquier modelo de modernización pretendidamente homogéneo, entre varios otros factores, podrían entenderse como modos de un comparatismo sui generis o avant la lettre en algunos casos, y, en otros, paralelo a las corrientes hegemónicas de las grandes discusiones del comparatismo noroccidental [1] . Es decir que ciertas preocupaciones que fueron consustanciales a distintos momentos de la reflexión comparatista encuentran en el latinoamericanismo no solo puntos de contacto, sino un discurso crítico-teórico reflexivo, complejo y ya rigurosamente articulado en sus modulaciones peculiares, que no siempre ha tenido el merecido espacio en el discurso hegemonizado por las academias europea o norteamericana, aspecto en el cual reparan quienes se han dedicado a la metacrítica de las teorías comparatistas. En este sentido, si se acepta lo que Jean Bessière ofrece como “una definición simple de la Literatura comparada: el estudio de toda cuestión ligada a la literatura, en un contexto interlingüístico, intercultural o internacional” (16), está claro que la crítica de y sobre América Latina ha efectuado aportes sustanciosos, como el concepto de región geocultural, que ciertamente es superador de la dicotomía entre lo nacional y lo inter o transnacional y que, de algún modo, ha permitido analizar muy productivamente relaciones literarias y culturales, análisis que no desmerecen frente a las demandas de las más exigentes miradas comparatistas. Eduardo Coutinho propone prestar más atención, en la fase actual por la que atraviesa la disciplina del comparatismo, a estudios superadores de la dicotomía americano/ europeo y advierte

(…) la importancia de abordar también de manera contrastiva las literaturas de las diversas naciones, o, mejor dicho, pueblos, que integran el conjunto que hemos denominado América Latina, o de grupos de regiones que extrapolan las fronteras políticas entre las naciones, pero mantienen fuertes denominadores comunes provenientes de factores histórico-culturales o geográficos. (250-251)

Una de las cuestiones abordadas por la perspectiva comparatista, con lucidez cada vez mayor, es lo que podríamos llamar la asimetría en las relaciones literarias o culturales, aspecto también señalado por los estudios culturales, aunque desde otro ángulo, en general más proclive a lo sociohistórico. A su vez, dentro de la crítica latinoamericana, nos interesa, a los fines de este artículo, el concepto de “religación” con que Susana Zanetti hace referencia a un entramado de fenómenos que posibilitaron concretar lazos efectivos más allá de las fronteras nacionales y de sus propios centros, privilegiando ciertas metrópolis, textos y figuras que operaron como parámetros globalizantes o agentes de integración (491), en el entresiglos xix-xx. Al decir de Zanetti, en el contexto de ese proceso histórico-cultural, la prensa, las revistas y toda clase de publicaciones periódicas se convirtieron en los principales agentes de religación, afirmación que no implica retacear la importancia que, sin duda, tuvieron la correspondencia o los viajes. Lo propio hicieron las revistas literarias en el campo específico, que en general buscaban una intercomunicación de nivel hispanoamericano (514-516).

Con el propósito de ofrecer una modesta contribución en esta línea de reflexiones, nos centraremos, en las páginas que siguen, en el análisis de las relaciones establecidas entre una revista y una figura autoral, ambas insertas en la región cultural rioplatense. Se trata de ver la articulación y los modos de mutua legitimación –aunque asimétrica– que se establecieron entre la revista porteña Nosotros y la figura del escritor uruguayo José Enrique Rodó.

La revista Nosotros

Bajo el nombre de Nosotros. Revista Mensual de Literatura – Historia – Arte – Filosofía , comenzó a salir en 1907 una de las publicaciones periódicas más duraderas y significativas en la historia literaria del Río de la Plata. Tuvo una primera época que llegó hasta el año 1934 y luego, una segunda etapa, desde 1936 hasta 1943. De orientación predominantemente literaria, llegó a publicar 393 números que contaban, cada uno, con una cantidad de páginas que oscilaba entre las 60 y las 150, según las etapas de la revista. Sus directores fueron Roberto Giusti (1887-1978) y Alfredo Bianchi (1983-1942). Entre 1920 y 1924, Giusti fue sustituido por Julio Noé (1893-1983).

El tiraje de la revista, según estimaciones de los que la han estudiado, no superaba los 1 000 ejemplares y su financiamiento consistía en los aportes económicos que ingresaban por dos vías principales: las suscripciones y los avisos publicitarios de librerías, colegios, conservatorios, editoriales, casas de música, entre otras entidades afines. Hay que considerar que, aunque la revista nunca fue un órgano estudiantil, sus inicios estuvieron impulsados por la iniciativa de dos estudiantes universitarios, que la sacaron adelante sin un grupo editorial que los respaldara, aunque tuvieron el asesoramiento de Emilio Becher, colaborador y crítico de La Nación, así como de Alberto Gerchunoff y de Roberto Payró, también integrantes del diario. Entre 1910 y 1911, Nosotros dejó de editarse durante casi un año, pero, en 1912, alcanzó una mayor estabilidad económica con la creación de la Sociedad Cooperativa Nosotros, presidida por Rafael Obligado e integrada por sujetos de diversas extracciones literario-intelectuales y políticas. Esta cooperativa funcionó como un sello editorial que, paralelamente a la revista, dio a conocer una serie de libros de autores nacionales [2] . Fue en esta etapa cuando se terminó de conformar el grupo editorial central de este proyecto que, marcado por el pluralismo ideológico y estético, haría de Nosotros una de las principales revistas del mundo hispánico [3] .

Entre sus colaboradores más conspicuos se contaron Augusto Bunge, Antonio de Tomasso, Ricardo Sáenz Hayes, José Ingenieros, Enrique Banchs, Manuel Gálvez, Álvaro Melián Lafinur, Rafael Alberto Arrieta, Arturo Capdevila, Julio Noé, Alberto Gerchunoff, Evaristo Carriego y otros. Un sector de esos colaboradores estaba conformado por los jóvenes de la denominada “generación de Nosotros”: Banchs, Gálvez, Melián Lafinur, Rafael Alberto Arrieta, Arturo Capdevila, Julio Noé, Alberto Gerchunoff, Evaristo Carriego, y tantos otros integrantes de ese grupo diverso que precedió al movimiento vanguardista de la década de 1920. Ese grupo etario, centrado en las figuras de Bianchi y Giusti, era asistido por hombres de una generación anterior: Roberto Payró, Emilio Becher, Eugenio Díaz Romero, Rafael Obligado, etc.

La revista tenía modelos tanto locales como internacionales: desdeLa Biblioteca, de Paul Groussac (1896-1898) y El Mercurio de América, de Eugenio Díaz Romero (1898-1900), hasta la Revue des Deux Mondes (París, 1829) y el Mercure de France, que había reaparecido en 1890. Su distribución también alcanzaba proyecciones regionales, continentales y transatlánticas: contaba con agencias en París y Madrid, así como en localidades de los Estados Unidos, México, Uruguay, Chile, Bolivia y Brasil. Por supuesto, también disponía de redes de venta y distribución en el interior de la Argentina. Incorporó, en forma temprana, colaboraciones provenientes de toda América Latina y recibió, entre sus espaldarazos iniciales, una carta de Miguel de Unamuno, quien por esos años colaboraba con La Nación . Al inaugurar secciones dedicadas a la producción literaria francesa, española, portuguesa, catalana, italiana e hispanoamericana, abrió el espectro de interesados en la publicación a ambos lados del Atlántico, y lo mismo puede decirse de su amplitud disciplinar. Aunque la literatura nunca perdió su rol central en ella, en sus páginas hubo lugar para las ciencias sociales, el derecho, la historia o las artes plásticas, por lo cual se agregaron firmas como las de Coriolano Alberini, Rómulo Carbia, Alberto Dellepiane, Mario Bravo, Martín Malharro o José Ingenieros, entre otros. La revista contaba con secciones fijas, que incluían bibliografías, ciencias sociales, crónicas de arte y música, filosofía, letras, encuestas, teatro nacional, libros y autores, notas y comentarios.

Aunque la publicación declaraba su orientación apolítica, varios de sus miembros fueron socialistas y muchos encauzaron sus preocupaciones políticas, más tarde, en la Unión Latinoamericana, pues hay que recordar que fue en las oficinas de Nosotros donde se celebraron las reuniones que concluyeron en la fundación de esa asociación. De hecho, varios colaboradores de la revista eran adherentes al socialismo, como Augusto Bunge, Antonio de Tomasso, Ricardo Sáenz Hayes y sus dos directores, que reconocían un rol magisterial en Alfredo Palacios y José Ingenieros. Roberto Giusti llegó a ser concejal municipal y diputado nacional por el socialismo. Su alejamiento de la dirección durante unos años se debió, precisamente, a su incomodidad por no poder intervenir, desde las páginas de la revista que había fundado, en los debates políticos.

Nosotros fue, claramente, un referente del proceso que había impulsado el desarrollo de un mercado de bienes simbólicos que articulaba formas de sociabilidad, como las relaciones en los cafés, en las aulas universitarias, en las redacciones del diario o en sus tradicionales almorzáculos. Al decir de Eduardo Romano, su formato manuable, de 28 x 19 cm, era un indicador de los cambios en los hábitos de consumo cultural introducidos por revistas ilustradas como la célebre Caras y Caretas, que “habían creado la posibilidad de ser leídas fuera del hogar, en los espacios públicos, fundamentalmente durante los viajes en tren o en tranvía que las emergentes clases medias realizaban a diario desde los suburbios [de Buenos Aires] al centro y viceversa” (266-267). Además, parte de los integrantes de su red de autores y editores eran de origen o ascendencia italiana, algo que tuvo significativo predicamento en la cultura urbana de esos años [4] . En consonancia con estos orígenes, se posicionó fuertemente en favor de la profesionalización del escritor –frente al diletantismo de varios escritores de generaciones anteriores y profundizando demandas que fueron coetáneas al modernismo–, así como de la autonomía del campo literario [5] , lo cual se puede apreciar en sus editoriales en relación con el otorgamiento de premios nacionales de literatura y otras acciones orientadas a fortalecer las instituciones y mecanismos de legitimación intelectual.

Su propuesta editorial estaba signada por la búsqueda programática de una literatura argentina, en sintonía con el proceso de nacionalización de las masas propiciado por la cultura gobernante. Por ello, promovió en gran medida las poéticas literarias y teatrales de orientación mimética, por considerarlas “apropiadas para representar una modernidad cultural cuyos contenidos ya no fueron los mismos que los de la generación finisecular de El Mercurio de América (Delgado 454) [6] . No obstante, este programa no iba en contra del magisterio reconocido al pensamiento y las letras francesas ni de un americanismo afín a la versión rodoniana y panlatina (Prislei, 1999, 44).

Precisamente esta última cuestión es la que nos lleva al eje de este artículo, la presencia de Rodó, de modos diversos, en la discursividad de esta publicación periódica.

Rodó en Nosotros

Cuando Nosotros comenzó a editarse en Buenos Aires, en el año 1907, se inició también un proceso de búsqueda de patrocinios en el ámbito literario para el nuevo emprendimiento. Una de las figuras entonces convocadas fue la del uruguayo José Enrique Rodó (1871-1917), quien por ese entonces ya había publicado su célebre ensayo Ariel (1900) que, con la edición de 1908 de la editorial Sempere, alcanzaría su máximo punto de apogeo iberoamericano (Real de Azúa XX). Por lo tanto, el prestigio en auge de Rodó fue conveniente a los editores de Nosotros y se establecieron o potenciaron canales de intercambio personal e intelectual que, si, por un lado, respaldaban a la revista porteña, por otro, promocionaban la figura del escritor montevideano [7] .

Efectivamente, la vinculación de Rodó con la revista Nosotros fue temprana. En la sección de “Notas y comentarios” del número 5 del primer año, una carta suya era presentada como ejemplo de la acción de la revista en pos de “extender su acción más allá de las fronteras de la patria” y vincular así la producción nacional con el resto de América Latina y “la madre patria”. La revista agregaba el anuncio de su inminente participación y lo presentaba como “otro eminente escritor, el ilustre crítico uruguayo José Enrique Rodó, gloria de las letras americanas”. Rodó celebraba allí el desplegar de las “velas de la valerosa revista” y anunciaba una próxima colaboración, aunque todavía no podía precisar el tema (Rodó, 1907, 339). En 1908, desde Bogotá, Antonio Gómez Restrepo le dedicó un artículo a Rodó, en el cual lo defendía de ciertas apreciaciones maliciosas de Manuel Ugarte, además de clasificarlo como un ensayista, a la vez pensador y artista, en línea con la concepción del arte y la moral de Jean-Marie Guyau.

La contribución que Rodó había prometido en 1907 tardó dos años en concretarse. Recién en 1909 se publicó “El espíritu de Goethe”, donde el autor de Ariel presentaba al escritor alemán como el “más alto, perfecto y típico ejemplar de vida progresiva, gobernada por un principio de constante renovación y de aprendizaje infatigable” en el mundo moderno. Como síntesis de esta personalidad abierta a todas las perspectivas intelectuales, decía Rodó: “Cuanto trae hasta él, a través del espacio y del tiempo, el eco de una grande aspiración humana, un credo de fe, un sueño de heroísmo o de belleza, es imán de su interés y simpatía” (31). La valoración de la personalidad o, para decirlo en sus términos, del “espíritu” del poeta alemán se sostenía, como fácilmente se puede apreciar en la cita precedente, en el reconocimiento de valores éticos y estéticos presuntamente universales, así como en el leitmotiv de los Motivos de Proteo: la necesidad vital de renovarse constantemente. Pues no se trataba de un escrito redactado ad hoc para Nosotros sino, como lo aclara la nota de la dirección, de un adelanto de ese libro, que por entonces se encontraba en prensa. En ese mismo año y en el siguiente, para reforzar esta operación de publicidad editorial, se dieron a conocer dos artículos, uno de Álvaro Melián Lafinur [8] y otro de Alberto Gerchunoff, dedicados al mismo libro rodoniano. En el primero de ellos, se llamaba a Rodó “maestro” y se afirmaba que “el veredicto de todos los que piensan le consagr[a] unánimemente el primer escritor contemporáneo de la América Latina, entre los de su índole” (351). En apoyo de este enunciado, entre los nombres de los críticos que habían legitimado a Rodó con sus juicios, eran citados Leopoldo Alas (Clarín), Antonio Gómez Restrepo y González Blanco, es decir, dos españoles y un americano. Asimismo, al buscarse un parangón para la obra de Rodó los nombres propuestos eran dos: el norteamericano Ralph Waldo Emerson y el ecuatoriano Juan Montalvo.

Es en torno de este autor que se desarrolla otra colaboración de Rodó, que apareció en la revista en 1913: “Introducción al estudio sobre Montalvo”, que tampoco era una contribución escrita para Nosotros si no, esta vez, una sección de su libro El mirador de Próspero, en prensa por entonces. Estructurado bajo el influjo de Taine, el artículo comenzaba por explicar el contexto geográfico y cultural, con énfasis en la cultura urbana de Quito, para concluir en la caracterización de Montalvo como el escritor representativo de un momento de la historia cultural hispanoamericana:

Si, con la idea emersoniana de los hombres representativos, se buscara cifrar en sendas figuras personales las energías superiores de la conciencia hispanoamericana durante el primer siglo de su historia, nadie podría disputar a Montalvo la típica representación del Escritor, en la integridad de facultades y disciplinas que lo cabal del título supone. Fue el escritor entre los nuestros, porque, a la vez que la insuperada aptitud, tuvo, en grado singular y rarísimo dentro de una cultura naciente, la religiosidad literaria; la vocación de la literatura, con el fervor, con la perseverancia, con los respetos y cuidados, de una profesión religiosa. (Rodó, 1913, 6)

La muerte de Rubén Darío en 1916 fue motivo para que Rodó participase en el número homenaje al poeta nicaragüense, con una nota necrológica dedicada al “pontífice lírico”, del cual afirmaba, insertando la producción dariana en el más amplio contexto hispánico y europeo: “Apareció cuando era necesario que repercutiese, en lengua de Góngora y Quevedo, un movimiento de liberación y aristocracia artística que había triunfado en casi todo idioma culto” (128). Es muy interesante en esta nota la interpretación realizada por Rodó de la figura de Darío, en quien encuentra al que podríamos identificar, emersonianamente, con un hombre representativo, cuando lo incluye en esa categoría de los “seres de elección que vienen cuando son esperados; que traen dentro de sí la respuesta para la pregunta que encuentran en los labios de todos; la manera de verdad o belleza en que han de reconocer sus contemporáneos la parte de ideal que les estaba reservada en el tiempo” (127). Independientemente de las convenciones de rigor en los elogios fúnebres, el texto rodoniano pondera en Darío, precisamente, su función orientadora para más de una generación de poetas hispanoamericanos y evalúa, satisfactoriamente, su capacidad para revertir el rol modélico que había tenido la literatura peninsular en relación con la de América Latina:

Grande es el poeta por su obra personal; pero el agitador en el campo del arte y propagador de formas nuevas, el pontífice lírico, el César de dos generaciones subyugadas por la extraordinaria simpatía de su imaginación, vincula aún, si cabe, mayor prestigio de triunfo y maravilla. Ninguna otra influencia individual se había propagado en América con tal extensión, tal celeridad y tan avasallador imperio. Durante veinte años, no ha habido, de uno a otro Confín del Continente, poeta que no llevase, más o menos honda, en el alma, la estampa de aquella garra innovadora. Su dominio trascendió más allá, y por vez primera, en España, el ingenio americano fue acatado y seguido como iniciador. Por él la ruta de los Conquistadores se tornó del ocaso al naciente. (…) (Rodó, 1916, 128)

1917 fue un año bisagra, puesto que se produjo la muerte del mismo Rodó y, por esa razón, la revista le dedicó un número homenaje, en el cual los editores ponderaban la participación de escritores de Chile, Uruguay y Argentina [9] . En esa ocasión, recordaron la carta inicial de apoyo de Rodó, la prontitud con la que había respondido cuando Nosotros había organizado el homenaje a Rubén Darío y el modo cordial con que siempre había estado presente, aconsejando a los editores. Asimismo, mencionaban la gran cantidad de cartas de condolencias que les llegaban y que lamentaban no poder publicar, con lo cual la revista parecía haberse convertido en el espacio adecuado para recibir las muestras de luctuosa solidaridad por el escritor desaparecido, como si fuese el lugar natural para que hiciesen llegar sus respetos póstumos los admiradores del uruguayo en Buenos Aires. En ese mismo número, y fortaleciendo la imagen de un diálogo sostenido entre Rodó y las letras argentinas, se publicó su estudio sobre Juan María Gutiérrez.

Tres artículos más del mismo año ponían en escena las relaciones interpersonales e internacionales de Rodó: uno de Carlos de Velasco acerca de los vínculos entre Rodó y la revista Cuba Contemporánea, otro de Arturo Lagorio que reseñaba un folleto sobre nuestro autor publicado en Quito y, finalmente, un tercero que recogía una serie de anécdotas, tanto escenas de sociabilidad como otras, tragicómicas, sobre los errores con que editores e impresores bienintencionados habían tratado de corregir la escritura de Rodó. Resulta de interés, además, que en este último artículo se registrase un episodio en torno al malhumor del escritor montevideano, suscitado por los comentarios de un crítico literario en una revista extranjera, quien había juzgado oportuno un análisis de la obra de Rodó aplicando el método de Taine sobre su personalidad y su obra, es decir, un análisis que lograse descubrir cuáles eran las condiciones materiales y culturales del ambiente local que habían posibilitado el desarrollo de la producción rodoniana. Al decir del narrador, el desasosiego de Rodó ante esa posibilidad fue significativo, pues entendía que la sola propuesta ponía en evidencia la profunda incomprensión respecto de las condiciones a pesar de las cuales había logrado ejercer su vocación de escritor. Su amigo Zubillaga, el autor del artículo, sintetizaba la cuestión en estos términos:

(…) es natural que no dependan de la cultura circunstante nuestro autor y su obra: ésta y el espíritu de Rodó, en el ambiente uruguayo de la época en que aparecen, son flores exóticas traídas por un viento venido de tres mil leguas de distancia. Por eso tienen el brillo de las civilizaciones superiores desarrolladas, a través de los siglos, del otro lado del océano que las separa de la patria joven del escritor. (360)

Aunque podría parecer paradójico, la muerte de Rodó incrementó su presencia en la revista, ya fuese por la reedición de textos de su autoría o por las valoraciones sobre su personalidad que comenzaron a menudear. Así, en una nota de 1918, breve pero contundente en sus juicios, R. G. [10] reseñaba una conferencia que Arturo Marasso Rocca había brindado en La Plata y cuestionaba la escasa atención prestada en ella a los textos del propio Rodó. En el mismo año se publicaron la reseña de Pages choises de Rodó, una selección de su obra traducida al francés [11] , y un texto que el mismo Rodó había escrito en 1899 sobre el libro Ecos lejanos de Carlos Guido y Spano, recientemente fallecido. Al introducir este último escrito, la Dirección declaraba: “mucho nos regocijaremos de que estas páginas sirvan para desvanecer definitivamente la injusta acusación de antiargentinismo que en algunos círculos intelectuales pesa sobre la cabeza del ilustre maestro uruguayo desaparecido” (312). Es decir que, aprovechando el homenaje póstumo a Guido y Spano, se defendía oblicuamente la memoria de Rodó ante eventuales acusaciones de un sector letrado. En el año 1919, dos intervenciones de Luis Pascarella fueron destinadas a sintetizar sendos trabajos sobre Rodó, uno de Gonzalo Zaldumbide publicado en la Revue Hispanique y una conferencia en la cual Max Henríquez Ureña había disertado sobre Rodó y Rubén Darío, publicada por la Sociedad Editorial Cuba Contemporánea [12] .

En 1920, en el número de homenaje a Benito Pérez Galdós, se recuperó un artículo rodoniano sobre el novelista español, escrito en 1897, para unir “a la voz de los grandes críticos españoles”, “la del más grande crítico de América” (108). En la presentación de ese artículo, se destaca la acertada percepción rodoniana acerca de las cualidades literarias de Rodó, pues, si bien se advierte que se trata de un escrito de 1897, el mérito del homenajeado, Galdós, reverbera sobre su crítico uruguayo, tan precoz como favorable. Dicen, en efecto, los editores: “El ilustre uruguayo juzgó la obra de Galdós, en 1897, con motivo de la publicación de Misericordia, parangonándola con la de los más famosos creadores de almas del siglo xix. Como el lector sabe, Galdós no ha desmentido la profecía que formulaba Rodó en las últimas líneas del artículo.” (108) Esa “profecía” consistía en unas líneas en las que Rodó, ante la posibilidad de que, algún día, Galdós decidiese dejar de escribir, había vaticinado que el novelista español sería todavía muy prolífico después de Misericordia, la obra que, como quedó dicho, era el eje de su artículo:

Perdamos el temor de que Galdós, aun cuando un día la decepción llegue a su espíritu, encuentre en su voluntad la misma fuerza [para resignarse a la inactividad y al silencio mientras todavía fuese capaz de producir]. ¡Ah, no! El grande y querido maestro no se llevará consigo a la tumba (…) personajes íntimamente delineados que no se hayan hecho carne en el papel (…) (Rodó, 1920, 112)

En el mismo año, en la sección de “Notas y comentarios”, se enumeraron los homenajes que habían tenido lugar en ocasión del traslado de los restos de Rodó desde Italia. La valoración de los honores tributados a su memoria eran ponderados en términos que, por un lado, ilustraban esa discordancia ya señalada entre el escritor y su medio sociocultural, pero también eran muestra de la legitimación producida en el seno de un campo intelectual relativamente autónomo, desde el cual se autorizaba el magisterio moral: “Tiene singular significación, por cierto, que en la joven república, en animosa lucha con tanto prejuicio y fantasma del pasado, se reciba triunfalmente como a un héroe a un hombre cuya sola gloria consistió en haber escrito unos pocos libros de desinteresada, nobilísima predicación moral” (278) [13] .

Tras un paréntesis de cinco años, en 1925 Rodó reapareció en el artículo de Luis Reissig incorporado en el número homenaje a José Ingenieros, pues el autor de la nota consideraba que con Ingenieros había muerto el heredero de Rodó: “José Ingenieros, a quien acabamos de perder, pese a quien afirma lo contrario, ocupó el lugar prominente, que dejara Rodó, de Luz y verbo de la juventud americana” (677). Tiempo después, Luisa Luisi dedicó un trabajo a la literatura rioplatense, en el cual otorgaba un lugar relevante a Rubén Darío y a Rodó como exponentes del americanismo literario. Por último, en 1936, Rodó volvió a ser noticia en Nosotros porque el Departamento de Español y Portugués de la Universidad de California, en Berkeley, había organizado el concurso José Enrique Rodó y la juventud hispanoamericana de 1936 , cuyas bases solicitaban la presentación de un ensayo que respondiese a las siguientes preguntas: “¿Sigue Rodó ejerciendo la misma influencia sobre la juventud hispanoamericana que tuvo sobre la generación anterior?¿Siguen siendo Ariel y Motivos de Proteo libros orientadores en la formación del carácter hispanoamericano?” (“Un concurso…”, 119). El Jurado, de alcance internacional, estaba conformado por Joaquín García Monge, Pedro Henríquez Ureña, Percy Martin, Federico de Onís, Alfonso Reyes y Arturo Torres Rioseco. La pregunta a la cual el concurso trataba de responder era, en su propia formulación, todo un indicador de que, tres décadas después del nacimiento de Nosotros y dos después de la muerte de Rodó, ya era dudoso el reconocimiento de este último como el escritor guía de las juventudes hispanoamericanas y constataba, implícitamente, el hecho de que su magisterio intelectual estaba en proceso de declinación. En consecuencia, a pesar del tono celebratorio conferido al acontecimiento del concurso universitario, se trataba del canto del cisne que presagiaba el ocaso de la figura de Rodó [14] .

Algunas consideraciones finales

Como ha señalado Clara Jalif, desde su proyecto fundacional la revista Nosotros se proponía tender lazos de intercambio intelectual con la región latinoamericana (48), lo cual puede apreciarse en algunos de los nombres que aparecen entre sus colaboradores: Pedro Henríquez Ureña, Rufino Blanco Fombona, Germán Arciniegas, José Santos Chocano, Víctor Raúl Haya de la Torre, José Vasconcelos, Gabriela Mistral, César Vallejo, Emilio Frugoni, Mariano Picón Salas, Enrique José Varona, Francisco García Calderón, entre otros. La figura de José Enrique Rodó, cuyo paso por la revista hemos rastreado en las páginas anteriores, puede insertarse, sin dudas, en este mapa mayor de colaboradores americanos. Pero también tiene la peculiaridad de ser, por un lado, un autor de la misma región geocultural de la revista, una figura, a la vez, internacional y cercana y, por otro lado, un escritor cuyo propio proyecto no entraba en colisión con la orientación general de la revista, ideológicamente abierta y estéticamente tendiente a la autonomía del campo literario. Aunque no se tratara de un colaborador asiduo, su nombre, mediando su propia firma o citado por otros, generaba la ilusión de una presencia familiar, de un diálogo permanente, aunque con aristas asimétricas: por un lado, Rodó legitimaba, con su carta de buenos augurios y el envío de alguna que otra colaboración –casi nunca redactada especialmente para ello–, el proyecto de Nosotros; por otro, era sostenido el afán de la revista por difundir la obra de Rodó, desde reproducir viejos escritos suyos que, en nuevos contextos, cobraban actualidad, hasta hacerse eco de los lanzamientos de sus libros, homenajearlo en su muerte e incluso defender su buen nombre como a un miembro más de ese nosotros que llevaba adelante el proyecto de la publicación periódica.

Si, como afirma Claudio Guillén, desde mediados del siglo xix las revistas han desempeñado un importante rol como portadoras y mediadoras de cultura, no es menos relevante la figura de esos intermediarios que define como “personas o individualidades medianeras” entre las culturas diversas (75-77). En gran medida, Rodó ofició como un articulador entre las demandas culturales y editoriales de orden local y el espacio literario internacional [15] , en sus distintos vectores: las literaturas de América Latina, en particular de habla hispana; las letras iberoamericanas, dados sus contactos con autores y editores españoles, de lo cual hay prueba evidente en su epistolario, y la cultura europea en sentido más amplio, con eje en las letras francesas. Ese rol de autor que proyecta a su lugar de enunciación la centralidad que adquiere su figura, fue certeramente advertido por Juan Ramón Jiménez cuando decía: “Por él [Rodó], que quiso hacer de su Uruguay una sede eterna, buen americano, hacia dentro, vemos su Montevideo como una Atenas, una Florencia, una Salamanca, un París” (Jiménez 61). Sin embargo, como bien lo demuestra la anécdota recogida por Zubillaga en Nosotros, la desigualdad estructural del espacio mundial en el que transcurrían las relaciones internacionales entre literaturas [16] era evidente. Rodó pretendía articular su proyecto escriturario sobre los modelos europeos, como claramente lo explicitaba en su artículo “La novela nueva”, motivado por una obra de Carlos Reyles, en el cual defendía expresamente la necesidad de superar la estrechez de miras que suelen conllevar los nacionalismos intelectuales y se diferenciaba de

(…) los que defienden, como el sagrado símbolo de la nacionalidad intelectual, el aislamiento receloso y estrecho, la fiereza de la independencia literaria que sólo da de sí una originalidad obtenida al precio de la incomunicación y la ignorancia candorosa; (…) los huraños de la existencia colectiva, a quienes es necesario convencer de que la imagen ideal del pensamiento no está en la raíz que se soterra, sino en la copa desplegada a los aires, y de que las fronteras del mapa no son las de la geografía del espíritu, y de que la patria intelectual no es el terruño. (156)

Sin embargo, como lo demuestra la anécdota, desde otras latitudes se pretendía comprender la génesis de su obra estableciendo una vinculación mucho más directa, del tipo causa-efecto, entre su obra y su lugar de procedencia.

En ese espacio literario internacional, donde se hacen visibles las jerarquías entre centros y periferias así como también las relaciones desiguales de legitimación y de posibilidades de configuración de proyectos estéticos, focalizar la mirada en el vínculo entre Rodó y la revista porteña permite avizorar, a partir de un caso puntual, de una historia local circunscripta a las dos orillas del Río de la Plata, los entramados de las relaciones, siempre asimétricas, entre lo local, lo regional y lo mundial/global. Las estrategias de mutuo fortalecimiento pueden tener, no obstante, derivas imprevistas y requerirse la reconfiguración de esas alianzas –asimétricas, pero alianzas, al fin y al cabo– cuando, por ejemplo, un nombre de autor pierde peso relativo en el sistema de fuerzas del campo literario internacional, como lo muestra el episodio del concurso en la universidad norteamericana a partir del cual el nombre de Rodó dejó de frecuentar las páginas de Nosotros.

Referencias bibliográficas

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[1] Sobre la asimetría en el conocimiento entre las corrientes centrales del comparatismo y el propio de la esfera hispánica, véase Catelli 34-36. En la misma línea, Ignacio Sánchez Prado observa las dificultades del comparatismo, aun en sus nuevas formulaciones, para reconocer a América Latina como “un locus legítimo de enunciación teórica” y no solamente un “lugar de producción de casos de estudio” (9, énfasis del autor). Sobre la productividad de las literaturas de América Latina para ejercitar la mirada transareal y polilógica propia de una perspectiva comparatista, remitimos a Ette.

[2] Para 1920, Nosotros llevaba publicados cuarenta títulos, todos ellos originales, entre los cuales se destacaron las primeras ediciones de importantes títulos de Manuel Gálvez, como El solar de la raza (1913) y La maestra normal (1914).

[3] Los datos sobre la tirada de Nosotros provienen de Lida 80 y Prisley, 1995, 3396. Para información general sobre la revista, consultamos: Prisley, Prislei, Lafleur et al (13-14, 34, 59-61, 70, 144-145, 161), Pereyra (1993, 44, 61, 150 y 1996, 274-275), Ulla (7-14), Rivera (59-62), Lida (78-79), Shumway, López, Pasquaré, Delgado 317-ss, Jalif de Bertranou, Romano. Ineludible es el catálogo de Ardissone et al.

[4] Roberto Giusti nació en Lucca, Italia, en 1887. Luego se nacionalizó argentino. Alfredo Bianchi nació en 1883 en Rosario, Argentina, de padre italiano y madre entrerriana. Sobre la vinculación entre la revista Nosotros y los ámbitos universitarios, con eje en sujetos de orígenes italianos, véase “Los tanos de Filosofía y Letras” en Smolensky (485-488).

[5] Nosotros integraba una serie de revistas que, comoLa Biblioteca, El Mercurio de América o Ideas, habían colaborado en el paulatino proceso de autonomización de la literatura argentina. Esta es la tesis central del estudio de Verónica Delgado; sobre Nosotros, ver especialmente el capítulo III (317-456).

[6] Eduardo Romano también observa que, en materia teatral, la revista juzgaba el espectáculo desde la perspectiva excluyente del realismo-naturalismo, confiando en los efectos favorables de sus tesis educadoras (273).

[7] Para Verónica Delgado, la presencia de Rodó en Nosotros reforzaba, además, el programa espiritualista de la revista (388-389).

[8] Este artículo se divide en dos partes, que salen en sendos números de la revista, el 23 y el 24.

[9] Intervienen en ese número, además de la dirección de la revista, Arturo Giménez Pastor, Emilio Frugoni, Víctor Pérez Petit, Ernesto Quesada, Armando Donoso, Pedro Miguel Obligado, Rafael Alberto Arrieta, Constancio C. Vigil, Augusto Bunge, Carlos Ibarguren, Luis Berisso, alguien que escribe bajo el seudónimo de Licenciado Vidriera, Emilio Berisso, Ernesto Morales, Wilfredo Pi, Ernesto A. Guzmán, Ángel de Estrada (hijo), Alberto Gerchunoff, Enrique Dickmann, Luis María Jordán, Alfredo Colmo, Emilio Zuccarini, Samuel Linnig, César Carrizo, Carmelo M. Bonet, García Landa, Marcos Manuel Blanco, Evar Méndez, Antonio Gellini, Víctor Juan Guillot, Arturo Lagorio, Baldomero Fernández Moreno, Pedro Prado, Folco Testena, Eloy Fariña Núñez.

[10] Entendemos que las iniciales corresponden a Roberto Giusti, pues la nota se ubica dentro de la sección de “Letras argentinas”.

[11] Se trata de una nota dentro de la sección de “Libros varios”, firmada por X.X., que reseña dos antologías traducidas por la Bibliotéque France-Amèrique de la Librería Alcan, una de Rodó y otra de Darío.

[12] Ambas en la sección de “Letras americanas”.

[13] Toda la sección está firmada por Nosotros.

[14] La comunicación del concurso aparece en la sección de “Crónica”, sin firma. Sobre la figura de Rodó como maestro de juventudes, la bibliografía es extensa pero una síntesis reciente puede leerse en Acha 2012.

[15] A pesar de las objeciones que se han planteado en torno de sus argumentos, entendemos que sigue resultando operativa la definición de Pascale Casanova: “Renunciando a la nación como horizonte único y último (sin por ello, claro está, negar su existencia y su importancia histórica), se trata de postular que hay un espacio literario internacional, es decir, un universo específicamente literario, cuyos límites, fronteras, leyes, historia e incluso geografía no coinciden sin más con los del universo político. Dos rasgos esenciales definen ese mundo literario: por una parte, su autonomía (que, por supuesto no es completa, sino relativa) respecto del espacio político, y por otra su carácter unificado (diremos, puesto que se trata de un proceso en curso, que el ELI –el espacio literario internacional– se halla en vías de unificación)” (63).

[16] Aspecto en el que hace hincapié María Teresa Gramuglio (390), siguiendo los argumentos de Pascale Casanova.