El otro viaje en El vasto mar de los sargazos (1966) de Jean Rhys,Yo, Tituba, la bruja negra de Salem (1986) de Marysé Condé y Del rojo de su sombra (1992) de Mayra Montero. Un estudio comparado
Pamela Swindt
shindeykristal@gmail.com
Universidad Nacional del Litoral
Resumen
El motivo del viaje constituye un factor de interés en la representación de la mujer en las literaturas caribeñas, quien, como equilibrista, se desplaza por fronteras geográficas y simbólicas demarcadas por clases sociales, construcciones raciales y orígenes nacionales en pos de la consecución de sus deseos.
Hay un distanciamiento respecto de la idea clásica de viaje en virtud de la errancia; un desplazamiento sin un rumbo definido con la sola certeza de un desenlace fatal que se produce en un contexto de impugnación de la sintaxis historiográfica tradicional vinculada a los valores agonísticos y patriarcales. La errancia se propone como una manera de vivir y de ser, como diferencia y posibilidad alternativa al tiempo lineal y sus manifestaciones discursivas. Lo evidencia la ruptura con las geografías estáticas mediante la desterritorialización en la progresiva búsqueda y construcción de identidades en un marco que supera las fronteras nacionales.
Palabras clave : viaje- literaturas caribeñas- errancia- identidades.
The Other Journey in Jean Rhys' Wide Sargasso Sea (1966), Marysé Condé's I, Tituba, Black Witch of Salem (1986) and Mayra Montero's Del rojo de su sombra (1992). A Comparative Study
Abstract
The journey motif is a feature of interest in the representation of women in Caribbean literature. They travel across geographical and symbolic borders demarcated by social classes, racial constructions, and national origins in pursuit of their desire like funambulists.
We found a certain distance between the classical idea of the journey due to the wandering concept, a form of displacement without a definite course of events, led by the only certainty of a fatal end, which results from challenging the traditional historiographic syntax linked to agonistic and patriarchal values. Wandering is proposed as a way of living and being, as a difference and alternative possibility to linear time and its discursive methods. Static geographies disrupted through deterritorialization show a context that transcends national frontiers on a gradual search and construction of identities.
Keywords : journey- Caribbean literatures- wandering- identities.
Introducción
El presente trabajo propone una lectura desde una perspectiva comparada de tres textos de autoras caribeñas. Esta lectura parte de la conformación de una serie en virtud de una red de significancias comunes que atraviesan las novelas: es un intento por concebir a la mujer caribeña en el sistema fluido que constituye el Caribe, desde el pensamiento caribeño y latinoamericano. [1]
Las ventajas de un enfoque comparado es que este puede suministrar conocimiento factográfico sobre la historia de la cultura literaria en el plano internacional, y puede permitir, además, explicar en gran parte la génesis de los textos, en particular, y procesos de transformación sin que ello implique la pérdida de rasgos específicos de las obras literarias y su grado de influencia u originalidad respecto de las demás (Markiewicz 338). A este propósito se refiere Margarita Mateo Palmer (1990) cuando afirma que se carece de una visión generalizadora en el estudio de los contactos interliterarios a nivel de toda la región del Caribe, ya que la división de los estudios literarios por lenguas tiende a acentuar aún más la imagen de fragmentación de la literatura caribeña (11). Antonio Benítez Rojo y Yolanda Wood también se pronunciaron a este respecto al señalar “la escasez de estudios comparativos, los cuales rara vez trascienden una misma zona lingüística, y de investigaciones de carácter global o interdisciplinario” (219) y la perentoriedad de “hilvanar historias comunes [como] modo de trazar caminos para la transversalidad necesaria en el estudio del espacio común del arco antillano” (7). Así, la concepción de la comparación que guía este análisis es aquella que funciona como “una puesta en posición, un recorrido y un estado del espíritu destinado a desplazar la mirada del investigador” (Crolla 49). Y en la que ser comparatista incluye aceptar desplazarse, descentrarse y exigirse en modo creciente para alcanzar la formulación de hipótesis y teorizaciones sobre condiciones de rupturas epistemológicas, analíticas o de preconceptos etnocentristas.
El motivo del viaje en las narrativas deEl vasto mar de los sargazos (Rhys),Yo, Tituba, bruja negra de Salem (Condé) y Del rojo de su sombra (Montero) constituye una categoría para pensarlas y leerlas como serie, en tanto aspecto homogéneo de la realidad que permite integrar la dimensión histórica en el estudio estructural de la literatura (Tinianov et al. 15). A pesar del carácter universal del motivo del viaje, su función es a todas luces compleja; además de conjugar la identidad en proceso de definición en relación con un Otro y al espacio, implica una configuración intrincada del papel de la mujer caribeña que está atravesada casi ontológicamente por el desplazamiento en el espacio. El viaje es un elemento literario recurrente en los sistemas de diversas literaturas en los que desempeña determinado papel. Dicho esto, nuestra lectura propone revelar su valor en el seno del sistema literario caribeño, ya que a menudo se otorga idéntica relevancia a un elemento común a otro sistema en el que su función es, en realidad, diferente.
Este desplazamiento, vinculado a la diáspora africana, a los movimientos entre plantaciones y a los vaivenes hacia las metrópolis de los imperios, al mismo tiempo es funcional a la construcción de la identidad de las protagonistas como viajeras naturales, imposibilitadas de no serlo, aunque lo desearan: el leitmotiv que engranará el destino fatídico al final de los relatos.
De Toro plantea que, en la actualidad de los estudios literarios, debemos superar las formas pasadas de identidad (19) y sugiere que es en la diferencia donde se encuentra el elemento común a todas las identidades posibles. Siguiendo esta reflexión, arribamos a la propuesta aquí presentada; la identidad de las protagonistas es construida en relación con los movimientos en el espacio: hay una visión superadora de etnias, clases sociales y religiosas —denominadores comunes en el fundamentalismo poscolonial para el delineamiento de las identidades—, que puede ser leída en clave identificatoria. El viaje migratorio es caracterizado en cada caso por factores particulares, peligros, desafíos, variedad de personajes, pero conduce a puertos similares porque constituye un factor identitario común de la mujer caribeña; la emigración no la libra de sus propias pasiones, ya que no considera escapar del destino que ella misma se ha forjado en pos de una proyección del deseo proferido hacia la figura masculina [2] .
Ante la urgencia de encontrar un lugar en los vaivenes del poscolonialismo, la única respuesta —la única salida— que aparece para la mujer es una diáspora no lineal mediante la cual se rehúsa a ocupar el espacio articulado desde la hegemonía [3] , pero que no le permite regresar a sus orígenes porque ontológicamente el regreso al estado de ‘las cosas como eran antes’ es imposible. De esta manera, el viaje constituye en sí mismo un movimiento de resistencia, de búsqueda infructuosa de una salida, una especie de lucha interminable que por su naturaleza no lineal no desenlazará en fracaso, pero tampoco en triunfo. Este aspecto recrea la experiencia del desarraigo cultural dentro de territorios marcados por el colonialismo, representa nuevas escenas en la construcción de la mujer en el Caribe y conforma un punto en común en las trayectorias de las autoras. Por ejemplo, la obra de Maryse Condé se caracteriza por reconstruir a mujeres olvidadas que migran, que tienen sus raíces en las Antillas, pero que son nómadas marcadas por la opresión colonial y las violencias patriarcales, como señala Alonso Moreno (12). Por otro lado, la narrativa de Jean Rhys se caracteriza por transponer la experiencia en la sociedad patriarcal y los sentimientos de desplazamiento vinculados a la niñez, la no aceptación de parte de la sociedad criolla y la europea de la isla natal, al mismo tiempo que desarrolla una contestación a la literatura hegemónica inglesa en su construcción de la mujer caribeña. Las polaridades rígidas binarias como el adentro/afuera, la negra/blanca o nativa/extranjera encuentran un punto de flexión y comienzan a ser sustituidas mediante un proceso de interculturación que vuelve obsoletos los modelos de identidad preestablecidos. En el texto de Montero, se destaca el vínculo religioso como lazo que mantiene a la comunidad unida, aunque sus miembros se encuentren lejos de sus tierras, espiritualmente están conectados a sus tradiciones, lo que funge como método de escape a la subordinación del sistema opresor y como mecanismo de empoderamiento frente al sistema colonial.
Avanzando hacia las posibles lógicas que subyacen al desarrollo del motivo del viaje en estas literaturas, encontramos en las observaciones de Benítez Rojo un sólido punto de partida. Para empezar, el bildungsroman caribeño no suele concluir con la despedida de la etapa de aprendizaje en términos de borrón y cuenta nueva, y tampoco la estructura dramática del texto caribeño acostumbra a concluir con el orgasmo fálico del clímax, sino más bien con una suerte de coda. Esto responde, en cierta medida, a la concepción de las identidades caribeñas a partir del concepto de diáspora, entendida no como un retorno literal al lugar de origen o la continuación de una tradición inmutable, sino como reconocimiento de los procesos de similitud y diferenciación étnica que componen las culturas antillanas: una búsqueda antiparadigmática de cara al discurso literario hegemónico europeo. Por consiguiente, la construcción del concepto de viaje o de desplazamiento en las islas constituye para la comunidad escritora una metáfora sustancial para construir sus representaciones del Caribe.
A partir de la reflexión de la literatura desde la teoría del caos, el pensador cubano aprecia la fragmentación y complejidad del Caribe y pone de manifiesto que, en la ausencia de orden, se repiten ciertos patrones. En este sentido, la reconstrucción cíclica de la perpetuación de la errancia en estas literaturas se instala para fungir como factor identitario caribeño cuyo origen está en la diáspora de la población negra esclavizada y el sector colonizador más pobre. No se trataría de la mera suscripción a la metáfora maestra del retorno a África, sino más bien de la conceptualización de la consumación y aceptación del derrotero. Dicha conceptualización se desarrolla de manera diferente a lo tradicional de las literaturas denominadas clásicas, cuyo peso ha sido considerable en la tradición literaria caribeña, sobre todo en el ámbito hispano. Si bien hay algunas líneas que coinciden, como el encuentro con los mentores, el suplicio —correspondiente a los hitos de aparición de la diosa, la mujer como tentación, la reconciliación con el padre, la apoteosis y la recompensa— se configura de forma particular, ya que las funciones de los diversos actores no son (no pueden ser) esas mismas, y al mismo tiempo las andanzas se llevan a cabo en clave de supervivencia a las estructuras opresivas predominantes, no solo en pos de la persecución del objeto de deseo. En consonancia, en su estudio sobre literatura escrita por mujeres en Latinoamérica, Mattalia propone una hipótesis en la que el motivo del viaje en la escritura de mujeres trata del ‘extravío’ de los viajes, más que del viaje iniciático de ida y vuelta del héroe clásico, o del viaje de aventuras extraordinarias de la primera modernidad o el viaje de aprendizaje interior y construcción épica de la subjetividad de cierre del siglo xix y comienzos del xx o incluso el viaje sin objetivos posterior (834).
Desde otra mirada analítica, cuya ganancia se desvía hacia la delimitación del corpus, Meiss plantea que las narrativas que tematizan el motivo del viaje migratorio permiten salvar las identificaciones nacionales (19). Esto es una ventaja para la tarea comparatista. Además de ser operativo en nuestro caso para evitar la idea de fragmentación producida por las diferentes lenguas, se distinguen, en tanto objeto de estudio, de las narrativas producidas por inmigrantes y de las que introducen inmigrantes en sus representaciones y construcciones.
Un recorrido común subyacente
La travesía se constituye como aliada para el análisis al contar con un lugar privilegiado en el campo de la literatura comparada y, al mismo tiempo, revestir cierta novedad en comparación con el exilio, que es un tópico muy reconocido y abordado en la literatura, sobre todo en el ámbito caribeño.
En Yo, Tituba, la bruja negra de Salem el viaje se manifiesta desde el comienzo. Allí, sobre el barco, Tituba es concebida en un abuso por parte de un marino inglés hacia su madre, una esclava transportada. Ese no será sino el primer viaje de penuria, todos los siguientes en la vida adulta de Tituba están vinculados a la compra, venta o cesión de esclavos, y a pesar de ser una mujer libre, se ve involucrada en ellos en virtud de su voluntad de someterse —por amor—, a la esclavitud.
En El vasto mar de los sargazos el motivo del viaje se articula con la llegada del hombre blanco libre y propietario, encarnado por Mr. Rochester, a la isla de Jamaica para desposar a la heredera Antoinette Cosway. Mediante el acuerdo matrimonial, él pretende extender su patrimonio territorial en el Caribe, en un momento en el que dos estratos diferenciados conformaban la estructura social de la isla: los hacendados dueños de las plantaciones y sus representantes, y los esclavizados (Novack 344). Los señores del azúcar, hombres blancos y libres dentro de los cuales se inscribe Rochester, conforman así el sector privilegiado de la isla. Hacia el final del relato, el viaje hacia Inglaterra conduce, inexorable, al desenlace fatal de la protagonista, quien se encuentra atrapada en la mansión e imagina su isla natal. Mateo Palmer y Álvarez Álvarez señalan que el sujeto marcado por la insularidad “puede volcarse hacia fuera, en un afán de romper el aislamiento y suplir, con el viaje o la fantasía, aquel espacio otro que le está vedado. La mirada fija en el horizonte puede conducir al espejismo, a suplir lo ausente por la fuerza de la imaginación” (61).
Del rojo de su sombra relata la emigración haitiana hacia República Dominicana, hacia los cortes de caña en el auge de la actividad azucarera. El arribo de haitianos, grupo en el cual se encuentran Zulé y su familia, se produce en un contexto de ocupación norteamericana en Haití y República Dominicana, esta última convertida en receptora de gran número de cortadores de caña provenientes del país limítrofe, aun a pesar de la exigua retribución económica otorgada por los consorcios del azúcar. Esta migración, funcional al sistema industrial de la plantación azucarera (Fontus 2) y propiciada por la importación de mano de obra de los consorcios, introdujo rituales en cuyas prácticas peregrinas tiene lugar el viaje de Zulé.
Siguiendo a Benítez Rojo, creemos que las travesías que caracterizan los textos responden al ideal del viaje o los desplazamientos que, concebidos en relación con el Caribe, se convierten para muchos escritores en una metáfora sustancial para construir sus representaciones sobre dicho espacio. En consecuencia, la travesía, signada por el colonialismo o las leyes mercantilistas, realizada por la esclava, la heredera o la mambo sería una constante definitoria de la serie literaria caribeña propuesta. Es posible arriesgar entonces una manifestación del metaarchipiélago —sin centro ni límites—; del detour sin propósito, sugerida por el autor cubano. Este tipo específico de viaje formaría parte del espectro de códigos caribeños que superan las turbulencias historiográficas y los ruidos etnológicos: “(…) dentro del desorden que bulle junto a lo que ya sabemos de la naturaleza es posible observar estados o regularidades dinámicas que se repiten globalmente” (Benítez Rojo 2). Sin embargo, sea cual fuese la lectura realizada del inmenso y caótico sistema de mitos, leyendas, fábulas, consejos y cuentos populares que flota sobre el Caribe, esta estará destinada a fallar si es utilizada como código o vehículo genealógico para alcanzar un origen cultural estable (263).
Mintz plantea que realizar una referencia al Caribe en calidad de área cultural es incorrecto si por ello entendemos un cuerpo común de tradiciones históricas. Alude a que los diversos orígenes de las poblaciones caribeñas, la compleja historia de las imposiciones culturales europeas y la discontinuidad en el tiempo de la cultura del poder colonial conforman un cuadro cultural muy heterogéneo. Sin embargo, las sociedades del Caribe presentan similitudes que bajo ningún concepto pueden atribuirse a una coincidencia (66). En virtud de esto, el antropólogo señala que sería más apropiado referirse al Caribe como societal area, considerando que sus sociedades componentes comparten, probablemente, muchos más rasgos socioestructurales que culturales.
No obstante, esta consideración, la cultura del Caribe, esgrime Benítez Rojo (ctd en Ortiz Cassiani 387), se constituye como defensa contra la cultura del desprecio proveniente de Inglaterra hacia lo latino y lo africano. El interés colonial, dice Moreno Fraginals (14), ha intentado perpetuar el sentido de la diversidad cultural caribeña. A la barrera lingüística ha agregado una barrera distorsionadora de la comunicación que pretende que cada isla se sienta y actúe como mundo cultural y, por ende, político, diferente. Y en algunos casos hasta pretende que la isla busque su identidad en la metrópoli o en tierras extrañas y no en sí misma. No obstante, las expresiones artísticas muestran lo contrario: la identidad pretende ser discutida.
Es posible leer en esta clave los juegos intertextuales que se desarrollan en El vasto mar de los sargazos, donde Antoinette es el pasado omitido de Bertha Mason en Jane Eyre de Charlotte Brontë (1847). Se trata de un ejemplo de la resistencia contestataria a la hegemonía en más de una manera: la denuncia a la intolerancia e incomprensión del europeo hacia el Caribe colonial a través de la contraposición señalada por Mateo Palmer (2013) del pensamiento lógico factual respecto del fenomenológico sensorial (46). En este campo de lucha por el descentramiento del logos también leemos en Yo, Tituba, la buja negra de Salem: “Me enseñó que todo vive, que todo tiene un alma, un aliento. Que todo debe ser respetado. Que el hombre no es un señor recorriendo a caballo su reino” (Condé 41). Esta visión desbalancea la legitimidad del logos del sistema y además cuestiona la autoridad de la palabra como propia de los sujetos masculinos y, por consiguiente, desvirtúa su taxonomía del mundo en categorías de clase, raza o género. Asimismo, la escritura de Montero propone una manera de concebir la historia haitiana —y por extensión caribeña— también alternativa y revolucionaria en cuanto recupera seres que han sufrido la dislocación y la fragmentación resultantes de las empresas imperialistas de Occidente. Pelage refrenda que Del rojo de su sombra es una obra anticolonialista porque invita al descubrimiento de realidades poco valoradas (92).
En su trabajo seminal Piel negras, máscaras blancas y en diálogo con la tradición caribeña de la negritud, Fanon plantea que el hombre negro antillano sufre la alienación de un proceso por el cual internaliza las representaciones europeas de inferioridad negra y desarrolla un rechazo hacia sí en busca de mimetizarse con el hombre blanco, mientras aspira a adquirir su lengua, actitudes y ademanes. En oposición, la mujer representada en estas narrativas se presenta como consciente de las representaciones que genera, no procede a borrar/barrar su color o procedencia y abraza esa incertidumbre. Antoinette sabe que es racialmente clasificada: “—Era sobre una cucaracha blanca. Esa soy yo. Así es como nos llaman a los que estamos aquí antes que su propia gente los vendiera en África a los traficantes de esclavos. Y he oído a mujeres inglesas llamarnos negros blancos. Así que a menudo me pregunto quién soy” (Rhys 92); similar a lo que experimenta Tituba: “Bajo su mirada de agua marina […] solo era lo que ella quería que fuera. Una muchacha larga y desgarbada con la piel de un color repugnante” (Condé 61). Se podría decir, entonces, que hay un rechazo o una superación del afán del blanqueamiento del sujeto antillano delineado desde la tradición caribeñas, en clave de distanciamiento de las maneras prescritas desde el movimiento (masculino) de la négritude para la escritura caribeña.
La errancia como impugnación del rumbo [4]
El movimiento errático y su exégesis surgen como una alternativa decolonizadora respecto del ahínco de identificación de raíces al que los conquistadores recurrieron para legitimarse en condiciones de superioridad. En su Poética de la relación, Glissant refiere a un pensamiento de la errancia, que equivale a la búsqueda de una relación de libertad entre los sujetos errantes y el rizoma en tanto metáfora del Caribe con posibilidades de superar las estructuras de las (id)entidades nacionales y, por ende, lingüísticas. A esto se suma la impugnación de la sintaxis historiográfica tradicional en la que se registran los ya conocidos valores patriarcales y agonísticos, y la ausencia de la exaltación heroica que caracteriza a los sujetos masculinos en la tradición literaria clásica y también en la caribeña.
Las mujeres mágicas [5] en el marco de las realidades signadas por el colonialismo batallan sus propias guerras contra el poder patriarcal, imperial y explotacionista. Así, la categoría morfológica heroica tradicional se desmenuza y se desmasculiniza (Santos García 145) ante un entorno social hostil dentro de sociedades estructuradas para la sobrevivencia masculina. Además, no hay que pasar por alto que, desde un principio, el discurso del colonizador construyó a la mujer caribeña como la Otra: femenina, seductora y sensual, y que más tarde, esta figura fue reapropiada por los escritores caribeños. Su función simbólica pasó a dirimirse entre la amante sensual y apasionada, y la madre fecunda y abnegada de la tradición africana.
En este sentido, estamos ante una alteración de la horizontalidad del periplo clásico a través de la propuesta de la andanza como trayectoria que hace tambalear la estática de los mapas, de lo prefigurado. El impulso de sobrepasar cada obstáculo y dificultad que desafía la concreción de sus deseos las conduce a recontar la historia e invertir la jerarquía sintáctica de la oficialidad. Asimismo, el desarrollo en narrativas no lineales — flashforwards [6] , alternación de sujetos narradores [7] — es contestatario a la tradición en el aspecto que establece una idea de movimiento errático y legitima otra enunciación del tiempo histórico.
La idea de heroicidad que se corresponde con el enfrentamiento agónico, cuyo punto álgido se ve alcanzado en la propia concreción de una oposición en igualdad de condiciones bajo el amparo de ciertas normas —una especie de fair play— es inválida en las narrativas que nos ocupan [8] . Tampoco identificamos, como sí hace Celi, “la trasgresión motivada por la ética de construir un mundo mejor” (63) o el deseo de “sacrificar sus propias necesidades en beneficio de los demás” (Vogler 65). Este, discípulo de Joseph Campbell, propone la analogía de la espiral o los aros concéntricos para definir el viaje de la mujer en la literatura, en detrimento de la línea recta o el círculo. Sostiene que en las narrativas de mujeres el impulso de conservación de la familia, la construcción de un hogar, el apego a las emociones, la búsqueda de la conciliación y el cultivo de la belleza sustituyen la necesidad masculina del héroe de salir, superar obstáculos, conseguir logros y conquistar (22). Si bien es tentador el concepto de viaje como espiral —es quizás la expresión más acorde entre las propuestas—, es insuficiente a causa de su naturaleza geométrica, es decir, de su determinación. Por lo tanto, adscribir a su recorrido sería renunciar a la errancia, a la deambulación, o peor aún sería emprender la empresa de ordenarla, regularla y preceptuarla. La justificación del autor es además fútil, más allá de la desarticulación de la condición de la primera premisa. Como se observa en estas narrativas, las lógicas referidas de construcción y conservación de familia —especialmente de progenie—, y de conciliación no rigen en el comportamiento de las protagonistas ya que responden más bien a otros sectores de la sociedad y a otro conjunto de intereses que no se corresponden con los que ellas viven: Tituba está esclavizada y su hijo nacería bajo esa condición, mientras que el rol que ocupa Zulé como líder espiritual y protectora de su comunidad le exige una dedicación que roza la exclusividad. Berrian (1) indica que varias escritoras caribeñas, en pos de erradicar estos estereotipos vinculados a la mujer blanca, fina, ecuánime y no inclinada al placer sexual debido a su formación religiosa fundamentalista colonial, proyectaron protagonistas mujeres que toman las riendas de su vida.
En la performance de la errancia surgen viajes y detenciones, se juegan poderes y contrapoderes. En esta búsqueda identitaria diaspórica hay una superación de las fronteras constrictoras que desencadenan experiencias colectivas de discriminación, subordinación y estigmatización. Al funcionar la identificación con la tierra de origen [9] como sustento de la discriminación y la persecución sufrida en el nuevo territorio [10] , la errancia se torna una forma de supervivencia y se imbrica en la construcción de las identidades caribeñas. En el estudio que realiza, Mattalia se pregunta qué implica el desarrollo del viaje, y aduce que, amén de un traslado espacial que implica un trayecto temporal sucesivo —salir, recorrer, llegar, regresar—, puede tener desviaciones imprevistas en las que se produce el suceso del extravío. Además, agrega que hay viajes sin regreso o con un regreso diluido (833). Esta posibilidad de extravío sería para la autora la particular vivencia de la temporalidad y la espacialidad que caracteriza a la subjetividad de las autoras y que constituye per se una férrea resistencia al tiempo lineal y recursivo.
Por último, la culminación del viaje terminará involucrando la muerte para las protagonistas porque a diferencia de la literatura clásica, donde el dios interviene para salvar al héroe o la humanidad (Calosso 1), en el Caribe no hay salvación.
Consideraciones finales
La relevancia de estudios comparados en el seno del sistema literario caribeño es clave en la superación de presunciones nacionalistas que buscan regularizar los movimientos interregionales y estatizar identidades. Es evidente que las condiciones históricas y estructurales particulares del Caribe han generado predisposiciones culturales en el imaginario de la comunidad en términos globales y condujeron a fomentar conexiones culturales e imágenes translocales (Carnegie), lo que pone de manifiesto que el movimiento es un elemento definitivo de la experiencia y de la memoria histórica colectiva caribeña y no así las fronteras (Trotz 572).
Al partir de la propuesta de lectura desde el caos, vinculada a la invitación de La Isla que se repite a hallar procesos —más que resultados— que se manifiesten dentro de lo marginal, lo residual y lo heterogéneo, la repetición surge como práctica que entraña una diferencia y un paso hacia la nada que, a pesar del cambio irreversible, produce figuras intensas y complejas. Luego de estudiar el viaje de la mujer caribeña en estas literaturas, rectificamos que, ante el alcance de perspectivas eurocéntricas, racistas y patriarcales que inciden de forma negativa en la representación literaria del sujeto femenino, las autoras plantean protagonistas que, si bien están inmersas y son oprimidas por las representaciones de los diversos sistemas, llevan a cabo acciones que manifiestan resistencia. A pesar de ser identificadas con el mal, el pecado o la promiscuidad sexual por la sociedad patriarcal [11] , la movilidad entre fronteras físicas y simbólicas les confiere un grado de independencia y autonomía: Antoinette acaba por incendiar la mansión inglesa que la retiene, Tituba se involucra en la insurrección y Zulé se niega a conceder el paso a los tonton macoutes.
El análisis aquí desarrollado trata sobre el viaje de la mujer caribeña y el carácter funambulesco de esta. Pensamos en ella como una equilibrista que va desplazándose por fronteras simbólicas como las demarcadas por clases sociales, construcciones raciales, orígenes nacionales, religiones, en pos de la consecución de sus deseos. En Antoinette, Tituba y Zulé reside la capacidad de soportar tristezas, locuras y absurdos sin perder brío, ya que no se trata de cambiar las circunstancias de la vida sino de transfigurarlas infligiéndoles una derrota y aceptando el desenlace: “—Si tuviera que morir, me muero” (Montero 83) afirma Zulé ante la posibilidad de ser asesinada. Antoinette abraza su destino hacia el final “Estaba afuera con la vela en la mano. Ahora al fin sabía por qué me trajeron aquí y lo que tenía que hacer” (Rhys 166), mientras, también hacia el final, Tituba le pregunta a Ifigenio en vísperas del levantamiento “—¿Crees que venceremos? —¡Qué importa! Lo que cuenta es haberlo intentado, haber rechazado el fatalismo de la mala suerte” (Condé 257). Mientras tanto, en su deambular, desestabilizan la vida del microcosmos que las rodea, a pesar de las advertencias, frustraciones y desdenes que experimentan no renuncian ni cejan en sus objetivos y viven de manera apasionada. De esta manera, ante la pregunta por la posibilidad de que la mujer caribeña atraviese las fronteras sin pagar las consecuencias con su vida, la respuesta es negativa; sin embargo, ante esta situación, se establece como derrotada y no situada ante el fracaso. La vivencia de la derrota le permite conservar sus convicciones ideológicas y sus identidades, permanecer fiel a sí misma, mientras que la experimentación del fracaso sugiere una modificación de perspectivas e incluso alienación con el sistema o los poderes de turno. En palabras de Benítez Rojo, esta actitud se resumiría en la frase ‘aquí estoy, jodida pero contenta’, planteada en la introducción de La isla que se repite como manera caribeña de vivir y percibir.
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Wood, Yolanda. “Presentación”. Cuba en el Caribe y el Caribe en Cuba. Álvarez Estévez y Guzmán Pascual. La Habana: Fundación Fernando Ortiz, 2011.
[1] En el artículo “El poder de los cuerpos: el desarrollo de la sexualidad y la práctica del aborto en Del rojo de su sombra de Mayra Montero, Wide sargasso sea de Jean Rhys y Moi, Tituba, sorcière… Noire de Salem de Marysé Condé. Un estudio comparado”, publicado en El Hilo de la Fábula N.° 21 abordo otras cuestiones que también consolidan la serie.
[2] Rochester (Antoinette), Similá (Zulé) y John Indio (Tituba).
[3] Sin pretender obviar su complejidad, interesa sobre todo considerar la intersección del patriarcado, la racialización, la idiosincrasia metropolitana y de la religión oficializada en el contexto caribeño.
[4] Entendemos la categoría de rumbo (del latín rhombus) como una dirección fija y establecida en el plano del horizonte geográfico-temporal, esencial para definir la trayectoria en navegación y que refiere a las formas geométricas que unidas, señalan las direcciones posibles en la rosa de los vientos.
[5] Las tres protagonistas recurren a la magia.
[6] Del rojo de su sombra.
[7] El vasto mar de los sargazos.
[8] Tanto Antoinette como Tituba y Zulé se encuentran en una posición de desventaja constante frente a sus adversarios.
[9] En los textos podemos encontrar algunos pasajes relacionados: “Se había olvidado de la procedencia de la niña, de la de Luc Revé, de la de su marido. O acababa de acordarse de la suya propia. A la dominicana Anacaona, en mucho tiempo, no le había pasado por las mientes que ella había nacido en Las Galeras, frente al mar, lejos de todo, pero también y, sobre todo, lejos de Haití” (Montero 30) y “Oyéndola, era mi mera presencia lo que había causado tanto mal en Salem. –Negra, ¿por qué has abandonado tu infierno” (Condé 165). En Rhys encontramos: “Las damas jamaicanas nunca habían aceptado a mi madre (…) Ella era la segunda esposa de mi padre, y pensaban que demasiado joven para él, y para empeorar la situación, una muchacha de Martinica” (Rhys 17).
[10] “—Ya no estás en Barbados, entre nuestros desdichados hermanos y hermanas. Estás entre unos monstruos que quieren destruirnos” (Condé 119) y “Las noticias que tenía de allí no eran buenas. El sufrimiento y la humillación se habían implantado para siempre. La servil manada de negros seguía moviendo la rueda de la desdicha. ¡Muele, molino, con caña, mi antebrazo y que mi sangre coloree el zumo azucarado!” (189).
[11] Antoinette se ve desconcertada por comentarios referentes a su vida sexual: “Descolgué el vestido rojo y me lo puse por delante. ‘¿Me hace parecer impúdica?’. Dije. Ese hombre me lo dijo. Se había enterado de que Sandi me visitaba y de que lo veía fuera de la casa. Nunca supe quién se lo dijo. ‘Ignominiosa hija de una ignominiosa madre’ me dijo” (Rhys 162). Zulé es avergonzada por llevar sus senos desnudos: “Todavía andaba con los pechos desnudos, la primera vez en su vida que llevaba el almuerzo a los cortes sin echarse una batola por encima. –Todo el mundo te mira- la reprendió Anacaona (…). Ella bajó la cabeza y se miró los pechos, como si sólo entonces hubiera caído en la cuenta de su falta, y siguió andando cohibida, segura de que Anacaona tenía razón: el capataz se había relamido varias veces en su propia cara” (Montero 92). Tituba es silenciada inmediatamente por su ama cuando habla sobre el deseo sexual de la mujer: “-Ama Parris, ¡solo habla de maldiciones! ¡Qué puede ser más hermoso que un cuerpo de mujer! Sobre todo, cuando el deseo de un hombre lo ennoblece… Gritó: - ¡Cállate! ¡Cállate” (Condé 84)!