EL TERRITORIO DEL HOGAR: PRIMERAS APROXIMACIONES A LAS PRÁCTICAS COTIDIANAS DE MUJERES EN CONTEXTOS DE POBREZA ENERGÉTICA
THE HOME TERRITORY: FIRST APPROACHES TO THE EVERYDAY PRACTICES OF WOMEN IN CONTEXTS OF ENERGY POVERTY
UNSa-INENCO-CONICET
MAIL: cinthianata@gmail.com
ORCID: https://orcid.org/0000-0002-2645-5316
Resumen
El hogar constituye un punto indispensable de inclusión que desborda los límites del espacio construido y afecta también las esferas de la reproducción de la vida y el cuidado de las personas. Por ello, resulta fundamental para el ejercicio de otros derechos, como aquellos vinculados con el acceso a energía, educación, trabajo y salud y participación política-social. No es casualidad, por lo tanto, que la casa haya sido históricamente lugar de reivindicaciones, disputas y resistencias liderado mayoritariamente por las mujeres (Jelin, 2010). En este artículo nos proponemos mirar las experiencias cotidianas de mujeres en contexto de pobreza energética, desde las dimensiones material y simbólica del espacio doméstico. Se analizan entonces, no sólo las condiciones y condicionantes materiales de las viviendas y su vínculo con la pobreza energética, sino también, cómo se componen esos hogares, cómo se jerarquizan los gastos, usos y consumos de energía, cuáles son las estrategias que las mujeres despliegan para soportar estas condiciones y los sentidos que se configuran en torno a sus prácticas y sus hogares.
Palabras claves: vivienda, hogar, pobreza energética, mujeres
Abstract
The “home” constitutes an indispensable point of inclusion that goes beyond the limits of the built space and also affects the spheres of the reproduction of life and the care work of peoples. Then, it is essential for the exercise of other rights, such as those related to energy access, education, work and health, political and social participation. It is not by chance, therefore, that the “house” has historically been a place of claims, disputes and resistance led mainly by women (Jelin, 2010). In this article we propose to look at the daily experiences of women in a context of energy poverty, from the material and symbolic dimensions of the domestic space. We consequently analyze not only the conditions and material conditioning factors of the dwellings and their link with energy poverty, but also how these households are made up, how energy expenditures are done, how uses and consumption are ranked, what are the strategies that women deploy to withstand these conditions and the senses that are configured around their practices and their homes.
Keywords: housing, household, energy poverty, women
Fecha de recepción: 15 de agosto de 2021
Fecha de aceptación: 16 de noviembre de 2021
Introducción
En términos generales, se puede definir la pobreza energética como la imposibilidad que tiene un hogar para cubrir los requerimientos energéticos básicos para el desarrollo y el mantenimiento de una vida digna (Okushima et al., 2011). En América Latina, la pobreza energética es una noción emergente que busca analizar un problema histórico que excede la incapacidad de los hogares para lograr niveles adecuados de confort térmico. En esta región, el uso del término comprende la falta de acceso a la energía de los hogares para satisfacer necesidades físicas, pero fundamentalmente para garantizar el ejercicio de otros derechos como el acceso a la vivienda, la salud, la comunicación, la educación, el trabajo, etc. En este sentido, la imposibilidad o la falta de acceso a la energía puede significar la privación de servicios públicos fundamentales para el desarrollo individual y colectivo de las personas.
En el contexto latinoamericano, la problematización de la pobreza energética y su estimación son relativamente recientes. En ese sentido, la Comisión Económica Para América Latina (CEPAL) constituye uno de los pocos antecedentes que ha trabajado el concepto de pobreza energética adaptándolo a los países de la región (Calvo et al., 2021). La CEPAL propone entonces un índice multidimensional que se apoya fuertemente en el concepto de pobreza elaborado por Amartya Sen (1996). Desde allí, se fundamenta que ésta debe entenderse a partir de la relación de las capacidades que tiene una persona para poder acceder a sus derechos (Vethencourt, 2008). En esa dirección los planteos generales en torno a la pobreza energética se han posicionado en la comprensión de ésta como un fenómeno multicausal que depende, a grandes rasgos, de las siguientes variables: nivel de ingresos de las familias, los precios de la energía y la eficiencia energética de la vivienda. Estas categorías interactúan permanentemente en la definición e identificación de contextos de pobreza energética.
Las familias de menores ingresos muchas veces habitan viviendas que carecen de una infraestructura adecuada, generando un mayor consumo de energía para climatizar los ambientes cuando no, la exposición a la combustión de biomasa al interior de las viviendas para calefaccionarlas durante temporadas de bajas temperaturas. Esto constituye una de las características que hacen a las limitaciones de acceso a energía, pero también de ineficiencia energética. A esta situación debe sumarse la utilización de electrodomésticos viejos y obsoletos, así como el tipo de lámparas utilizadas para la iluminación que suelen realizar un mayor consumo energético. Los hogares que presentan esas situaciones necesitan una mayor cantidad de energía en relación a otros hogares para satisfacer las mismas necesidades. Por su puesto, un mayor requerimiento de energía se ve reflejado en los montos de las facturas de electricidad y/o gas que las familias pobres no pueden afrontar o, en las privaciones energéticas a las que se someten a fin de “ahorrar el consumo”. Es esta una rápida caracterización de viviendas con condiciones de pobreza energética, pero ¿qué sucede en aquellas casas donde quienes están a cargo de la mantención y el cuidado son exclusivamente mujeres? Es decir ¿qué ocurre en los hogares con jefatura femenina?
Desde los estudios feministas se remarca permanentemente que las actividades desplegadas en contextos de pobreza energética -tales como la recolección y/o compra de leña o combustibles líquidos para cocinar y calefaccionar las viviendas a partir de la quema de biomasa, el lavado manual de la ropa y el proceso de preparación de alimentos, la recolección y potabilización de agua, etc.- han recaído históricamente sobre sobre las mujeres (Castelao Caruana y Méndez, 2019). Las tareas emergentes de la pobreza energética inciden en el bienestar económico, social, físico, anímico y emocional de las mujeres y condiciona sus capacidades para desarrollar una vida plena. La pobreza energética aporta, entonces, al proceso de feminización de la pobreza y viceversa, incrementando el tiempo que las mujeres dedican a actividades domésticas y de cuidados no remuneradas (Simcock y Mullen, 2016). Pero la pobreza energética en hogares de jefatura femenina no sólo supone el reconocimiento de la concentración de todas estas tareas en las manos de las mujeres, sino también el proceso de doble-explotación que se produce cuando además de realizar las tareas domésticas y de cuidado, trabajan fuera del hogar para sostener a sus familias,
Para avanzar hacia la estimación de la pobreza energética y la comprensión del impacto de ella en la vida de las mujeres, es necesario profundizar en la dimensión sociocultural de la misma. En esa dirección, el análisis de este fenómeno desde una perspectiva de género, debe partir no sólo de las estructuras sociales de desigualdad que impactan en el acceso a la energía sino también, de la problematización de los factores que entran en juego en su cálculo y estudio. Si bien los trabajos sobre pobreza energética que parten de la comprensión de este fenómeno desde una perspectiva multidimensional (Durán, 2019), ponen un marcado acento en las dimensiones sociales de esta problemática, son escasos y recientes los trabajos que incorporan “el género” como una variable que introduce modificaciones sustanciales en el estudio de las formas de acceso a la energía en contextos de precariedad.
Por un lado, es indispensable abordar el análisis de la pobreza energética desde la problematización de “la vivienda” como una de las unidades de análisis que se considera a la hora de estimar el acceso a la energía. A la vez, es necesario ir más allá de la enunciación del diálogo entre la pobreza energética y las tareas de cuidado familiar para entender cómo varían estas y los consumos energéticos en relación a las diversas condiciones que hacen al contexto de la vida cotidiana de las mujeres y su intersección con otras categorías tales como las de clase, edad, ubicación geográfica, maternidad, etc.
Antes de introducirnos en el análisis, creemos pertinente señalar que, hasta el momento los estudios sobre pobreza energética sólo han contemplado la vivienda en tanto el hecho edificado y construido en un lenguaje plenamente arquitectónico. A este enfoque, creemos, debe sumarse la casa como lugar de la existencia, de construcción de subjetividades, del sentir propio de la experiencia humana, todo un entramado de capas que se superponen de forma cotidiana.
Para ahondar en la temática, el presente artículo, analiza las experiencias de dos mujeres –Paula (35 años) y Esmeralda (40 años aprox.)- de dos barrios populares de la ciudad de Salta que aquí llamaremos “María Rosa” y “La Pinta”. A fin de preservar la identidad de las familias hemos cambiado sus nombres y el nombre de los barrios y sus referencias. Estas mujeres comparten el hecho de ser jefas de hogar, ser madres y de sostener merenderos en sus casas. Cabe destacar que el artículo da cuenta de las aproximaciones iniciales de un trabajo de campo aún en curso, que busca realizar un estudio de casos centrado en el proceso sociocultural de pobreza energética con perspectiva de género, enlazado con las dinámicas culturales, económicas y políticas de los barrios populares de la zona norte de Salta. La información obtenida y referenciada en este trabajo es producto de charlas informales y observaciones participantes realizadas durante el mes de junio, julio y los primeros días de agosto del 2021. Este periodo coincide con la estación de temperaturas más bajas en la provincia y sigue conformando el contexto de pandemia COVID-19.
En una primera parte se realiza una aproximación conceptual del hogar como territorio y desde allí se describe el hábitat de estas mujeres, tanto en su dimensión material como sociocultural. Se identifican indicadores de pobreza energética, se describen parte de las prácticas cotidianas y los márgenes de maniobra de estas mujeres. Finalmente, analizamos cómo impacta la pobreza energética en la vida de ellas, cómo viven ese territorio, cómo distribuyen y superponen espacios y prácticas, etc.
En un segundo apartado nos centramos en la gestión del espacio cotidiano para tareas de cuidado comunitario. Aquí también se señala el impacto de la pobreza energética en el desarrollo de los merenderos. Describimos la dinámica de estas tareas y les actores involucrados.
Finalmente, en una última sección, proponemos líneas para profundizar el análisis y algunas dimensiones para considerar en el diseño y planificación de políticas públicas energéticas focalizadas en mujeres en contexto de pobreza.
De la vivienda al hogar como territorio
La pobreza no debe pensarse como una determinada cantidad de cosas, pues no es sólo una relación entre medios y fines, sino, una relación entre personas (Gutierrez, 2015). Es entonces desde esta relación entre personas que pensamos la pobreza energética.
Apelando a la categoría de pobreza, y en este caso puntual, a la pobreza energética, es posible describir las condiciones de existencia de ciertos grupos sociales definidos como “pobres” según ciertos indicadores -muchos de ellos mencionados en la introducción-. Pero no se puede avanzar hacia estudios que nos permitan dar cuenta de las dinámicas de la pobreza y la manera en cómo les actores estructuran un conjunto de prácticas que les permite reproducirse socialmente en estas condiciones.
Existen estudios sobre pobreza energética que comparten las aproximaciones ecológico-urbanísticas iniciadas con la Escuela de Chicago, luego de la Segunda Guerra Mundial -momento en que empezaron a aparecer núcleos poblacionales periféricos en la mayoría de las grandes ciudades de Latinoamérica-. Así, las barriadas y las villas miserias comenzaron a ser definidas como “marginales”. Con el paso del tiempo el concepto de “marginales” se amplió también para incluir a barrios pobres situados dentro de las ciudades, siempre aludiendo a núcleos de población segregados en áreas no incorporadas al sistema de “servicios” urbanos en viviendas improvisadas en terrenos ocupados de manera “ilegal” (Germani, 1973). Desde esta perspectiva, el criterio de definición de la marginalidad pasó y pasa por la calidad y ubicación del hábitat.
Pero desde esta propuesta, el hábitat está ligado a la noción de construir, de ser, de estar en el territorio. Habitar implica reconocer en cada uno de los agentes partícipes del proceso de hábitat su capacidad intrínseca de producir significados en todos los órdenes que pudieran emerger del proceso (Cejas, 2013). La noción de hábitat refiere al ser y estar en la tierra: “Esto va más allá de usar, ocupar, radicarse en o protegerse debajo de un artefacto tecnológico, puesto que el proceso dinámico de hábitat resulta de la confluencia de planos diferentes, analíticamente distinguibles entre lo natural, social, económico, cultural, político, emocional, físico-espacial, tecnológico, entre otros” (Vanoli et al., 2018, p. 4). Lo que se pretende, entonces, es abordar la pobreza energética en diálogo con las condiciones de la vivienda, pero sumando otras dimensiones como las prácticas -estrategias de las mujeres en esos contextos, las formas de organización entre les miembres de las familias, la distribución y jerarquización de usos, consumos y sentidos-. Es decir, pensar el sistema de relaciones en el cual están insertos aquelles a quienes se identifica como pobres energéticos.
Partimos de la pregunta sobre cómo se organizan las tareas de reproducción social en contextos de pobreza energética y desde allí, miramos concretamente la experiencia de las mujeres.
En este trabajo, el análisis del fenómeno de la pobreza energética urbana parte de las unidades familiares. Esta categoría nos permite pensar en propuestas que superen la dicotomía macro-micro o dentro y afuera, pues la unidad doméstica o familiar no se agota en los mecanismos internos que adopta, sino que se extiende a las relaciones que establece con la sociedad en su conjunto (Gutierrez, 2015). Aclaramos, sin embargo, que resulta imposible el empleo de esta categoría en términos generales pues, la configuración de la institución familiar constituye un referente concreto susceptible de variaciones en sus características dependiendo de la clase social y las diferentes sociedades definidas históricamente.
Abordaremos la pobreza energética desde la vivienda, conjugando la calidad de sus materiales de construcción, su infraestructura y equipamientos con aquel entramado de códigos y signos, capas superpuestas que dan cuenta de las estructuras físicas y simbólicas que organizan ese espacio en tanto territorio. En esa dirección, las casas como territorios abren la posibilidad de interpelarlas como el lugar donde se tejen las diversas superficies de la vida doméstica. En este sentido, la casa se amplifica a la dimensión de territorio, atribuyéndole una ecología del habitar humano (Sañudo Vélez, 2013).
Por ello nos interesa analizar la pobreza energética desde el hogar y no sólo desde la vivienda porque es desde allí que podemos acceder a las estructuras sociales y simbólicas que lo conectan con la pobreza y las desigualdades de géneros.
El espacio doméstico de la casa será representado aquí como una geografía humana del habitar. Nuestro interés se centra en la dimensión espacial de las experiencias domésticas y las tareas de cuidado en contexto de pobreza energética. La casa opera entonces como territorio de los cuidados y las tareas de reproducción tanto entre les miembres de la familia como a nivel comunitario.
Explicitado el posicionamiento conceptual desde el cual miramos la casa-hogar con un marcado corrimiento de la categoría “vivienda” en el análisis de la pobreza energética, iniciaremos con la descripción de los hogares con los que trabajamos.
El “Varrio”
Tanto el barrio “María Rosa” como “La Pinta”, se encuentran ubicados en el extremo norte de la ciudad de Salta, colindantes con el “Río Rojo” y en las laderas de los cerros que delimitan la ciudad. Estos barrios son el resultado de un proceso de asentamientos “ilegales” iniciado en las últimas tres décadas. La toma de tierras fiscales en zonas inhabitables como orillas del río, laderas de cerros o al costado de un ex contenedor de residuos cloacales -como es el caso de algunas cuadras de “La Pinta”- constituyen estrategias de supervivencia de les pobres urbanos. Es esta una de las formas predominantes de acceso al suelo urbano y, más tarde, a la vivienda precaria.
Pese a estar mapeados como “barrios” en la página oficial de la municipalidad de Salta, existe una suerte de subjetividad construida en torno a la palabra “villera”. Sea por el reconocimiento de ese origen de “tierras tomadas”, sea por las condiciones cotidianas de la vida, Pamela, la hija de Paula, una de las madres a cargo del merendero en el barrio “María Rosa”, nos pregunta pícaramente: - ¿Qué te pensas, que soy villera? - Nos mira directamente a los ojos, esperando una reacción - Yo no soy villera- dice y sonríe mientras nos da la espalda. La villa y el “asentamiento” son palabras nativas para nombrar los lugares de habitación y espacialización de las relaciones sociales de los grupos de menores recursos, lo que Bourdieu (1999) denominaría “efectos del lugar”. “La villa” como espacio social del habitar la ciudad es estigmatizada por la ubicación y el uso de la ciudad por personas con falta de ingresos para acceder a suelo y vivienda “dignos”. Las villas, por otra parte, son una muestra de la creciente desigualdad, fragmentación y segmentación social manifestada en el espacio urbano (Álvarez Leguizamón, 2017). Al parecer, la hija de Paula (entre 16-18 años), lee y reconoce algunos de estos elementos en su territorio, y desde allí, interpela a quienes “venimos de afuera”, una suerte de chiste que expresa las lecturas de clases realizadas por la joven.
El origen en común de tierras ocupadas hace que ambos barrios compartan una serie de características, entre las cuales, identificamos la no planificación del espacio para ser habitado y por ello, la falta de acceso inicial y aún latente a servicios públicos como electricidad, gas, agua e internet. Estos últimos constituyen la bandera de la organización vecinal que se articula con personajes de la política local para el reconocimiento y acceso a estos derechos. Paula en una charla informal menciona que “la luz la conseguí yo con ese…cómo se llamaba ese político…yo andaba juntando las firmas de los vecinos” (7 de agosto 2021).
Los diferentes servicios públicos aparecen de manera intermitente en calidad y legalidad en las distintas zonas que configuran estos barrios que, lejos de ser constituidos de “una vez y para siempre”, se encuentran en un proceso permanente de conformación y conquista. Constantemente aparecen casillas en aquellas orillas deshabitadas del cerro o del río. Los materiales de construcción, la calidad y estructura de las viviendas también son variadas y nos permiten establecer diferentes regiones internas, una periferia con sus propios centros y márgenes.
En este marco, se registran cuadras donde las viviendas cuentan con medidores de luz, otras en las que las instalaciones o conexiones fueron realizadas de manera “ilegal”, y finalmente, aquellas zonas en las que todavía no son posibles ninguna de estas formas de acceso. Estos últimos casos coinciden con estructuras de viviendas demasiado precarias.
Existe entonces una relación directa entre la calidad de la vivienda y las posibilidades de accesos a los servicios públicos. Esta calidad se expresa también en términos de una “legalidad-ilegalidad” de las viviendas que les impide, por ejemplo, el acceso a la instalación de gas natural por red. No contar con las escrituras de las viviendas aparece como un impedimento que condiciona el acceso a esta forma de energía superponiendo así, las vulnerabilidades de conexión. Tanto en la casa de Paula en barrio María Rosa como en la de Esmeralda en barrio La Pinta, acceden a gas por garrafas. A diferencia de Paula, Esmeralda, no cuenta con medidor de electricidad. No contar con este, coloca a les vecines en una doble posición: por una parte, no tienen que destinar parte de sus ingresos para pagar la luz, pero, por otra, no pueden reclamar por la calidad de la misma y en muchos casos corren riesgos por “accidentes domésticos”.
Las casas de Paula y Esmeralda comparten algunos aspectos físicos, pero la dinámica de la unidad familiar es completamente diferente. En ambas viviendas encontramos una casa compuesta por una habitación central en la que no existen espacios diferenciados: allí donde se duerme es también el lugar donde se encuentra una cocina, una heladera, una mesa y algunas sillas y, en el caso de Paula, un lavarropas a paleta y un secarropa. El mismo espacio es transitado de diversas formas según el momento del día y las actividades llevadas a cabo. Ninguna de las casas cuenta con conexión de agua en el interior, ésta se encuentra en el patio junto a una pileta donde se lava y se extrae agua para cocinar y beber. La habitación del baño también se encuentra separada a unos metros de la casa. Los desechos del baño se evacuan descargando baldes de agua y la ducha consta de un calefón eléctrico que almacena entre 15 y 20 litros de agua.
En el patio de Paula encontramos cuatro habitaciones más en donde viven sus tres hijes y una de sus hermanas. La mayoría de elles tienen hijes y conviven allí con sus parejas que, junto a su abuela -la mamá de Paula- de unos 70 años de edad, componen un total de 12 personas aproximadamente. La mayoría de las habitaciones son de material concreto y techo de chapa, sólo una de éstas es de madera prefabricada. Es la casa de Paula, ubicada al frente del terreno, la que concentra los electrodomésticos para cocinar, refrigerar alimentos y lavar la ropa. El resto de la familia depende de estos por eso la puerta de esta casa “nuclear” parece estar permanentemente abierta.
La mayoría de estas viviendas cuenta con una puerta y dos ventanas pequeñas como máximo. La iluminación al interior de la vivienda de Paula es bastante reducida y creemos que puede ser característico del resto de las viviendas:
Finalizada la entrega de la merienda, entre las 18-18:30 horas, la hija de Paula, monta un espejo en el patio y comienza a maquillarse (Notas de campo, sábado 26 de julio del 2021).
Como mencionamos, la casa de Paula es una especie de habitación que nuclea al resto de las viviendas que orbitan a su alrededor, esta dinámica puede deberse a, como ya se mencionó, el hecho de que concentra los electrodomésticos necesarios para las tareas domésticas y de cuidado. Pero también puede explicarse por el reconocimiento de Paula como la jefa de la familia sobre quién, además, parecen recaer la mayor parte de las actividades cotidianas. En varias ocasiones en que la visitamos, la encontramos lavando los platos afuera:
“Nuevamente al llegar, la encontramos lavando los platos (16:50 aprox.). Le pregunto si ella lava siempre los platos a lo que me responde que sí. Ella lava siempre en invierno, -a veces, uno de mis hijos lo hace, pero en verano… en invierno nadie quiere…-. Paula regresa del trabajo (una pollería) luego de las 15 horas, cocina y luego limpia” (Notas de campo, 3 de julio del 2021).
“Mientras la merienda se prepara al fuego, Paula lava la ropa en un lavarropas a paleta. Se encarga de quitar las prendas empapadas, escurrirlas en un balde y pasarlas a un secarropas” (Notas de campo, sábado 19 de junio).
Los fragmentos de las notas de campo nos permiten ver algo ya mencionado en la introducción de este documento: en contexto de pobreza energética, son las mujeres quienes afrontan las tareas del lavado de platos y ropa al exterior de la vivienda con agua fría. Estas actividades se concentran aún más durante temporadas de bajas temperaturas.
En una de las visitas realizadas a la casa de Paula, y luego de una de las semanas más frías del año, le pregunté si había pasado frío. Ella me respondió que no, que se tapa con la colcha y listo. Algunos de los abrigos de cama fueron realizados por ella y su hermana Cinthia, quienes, a partir de retazos de tela polar, confeccionan colchas. En una ocasión, Cinthia sacó una de estas para mostrarnos (Notas de campo, realizadas el 3 de julio del 2021).
Otro de los aspectos que nos parece importante destacar aquí, es que, además de la re-concentración de las tareas domésticas, existe un proceso similar con las tareas de cuidado y cantidad de personas en condiciones de ser cuidadas. En este sentido, Paula no sólo cuida de su madre, una adulta mayor de 80 años aproximadamente, sino también de su nieta (de unos 8 años de edad) que quedó huérfana de madre, luego de que ésta fuera víctima fatal de un delito caratulado como violencia de género.
Esmeralda, por otra parte, se encuentra a cargo de su hija (12 años) y es ella quien sostiene los gastos de su familia a partir de la venta de ropa en ferias barriales.
Los gastos de los hogares de jefatura femenina pueden ser mayores a los de otra conformación familiar por varios motivos. En primer lugar, es probable que sean las mujeres, y no los hombres, las que asuman responsabilidades de cuidado de niñas, niños y neñes ante la disolución de la pareja. Ocurre otro tanto a madres solteras que son las responsables de la crianza de sus hijes. Entre las mujeres de edades avanzadas y, debido al diferencial de esperanza de vida de éstas en comparación con el de los hombres, la viudez puede convertirse en un factor de privación, quizá no tan importante en Argentina a partir de la implementación de la moratoria previsional. También es probable que, ante ausencia de mecanismos formales de protección para las personas mayores, las mujeres (hijas) se hagan cargo del cuidado de sus progenitores cuando estos no puedan valerse por sus propios medios por problemas de salud o asociados. Esto es tanto más probable cuanto mejor ubicadas económicamente están las mujeres jefas de hogar, lo cual, resulta paradójico: experimentar pobreza por aumento en el número de personas en el hogar, por tener ingresos suficientes para cubrir la canasta básica de bienes (Paz y Arébalos, 2021).
Los hogares sostenidos por mujeres constituyen una categoría muy significativa en las ciudades latinoamericanas: en toda la región más de uno de cada cinco hogares tiene como jefa de familia a una mujer y las proporciones van en aumento. Si bien en algunos casos estos hogares con jefatura femenina se encuentran compuestos por mujeres mayores con hijes que trabajan - como es el caso de Paula-, en la mayoría de los casos estos están compuestos por madres con niñes relativamente pequeñes - como la familia de Esmeralda-. En situaciones de pobreza, o de mujeres que antes de su separación no trabajaban fuera del hogar, las jefaturas de las mujeres crean déficits significativos que en algunos casos devienen en la desprotección de niñes (Jelin, 2010).
Las tareas de cuidado comunitarias y la profundización de la pobreza energética
Desde mediados de la década de los 80, empieza a consolidarse en Argentina un repertorio de organizaciones comunitarias que tiene como base la gestión de alimentos en forma colectiva. El comedor y merendero popular y la copa de leche pasan de ser estrategias emergentes de las crisis, a ser formatos organizativos incorporados al paisaje de los barrios más pobres de nuestro país. En estos espacios, las mujeres han ocupado lugares como líderes, participantes, así como beneficiarias. Los merenderos populares constituyen espacios que articulan políticas sociales, formas de organización popular y estrategias familiares de sobrevivencia. La colectivización de la preparación de los alimentos como estrategia de subsistencia se transforma en un formato organizativo de los barrios pobres.
Los espacios comunitarios de cuidados extienden al ámbito público una tarea propia de la esfera privada o doméstica. Su mera existencia tira a la borda la dicotomía socioespacial “público” y “privado”. Así, las tareas de reproducción cotidiana, asociadas históricamente al espacio privado, toman una importancia pública y política. Política en una doble dimensión: en primer lugar, porque permite articular con actores de la política tradicional para la gestión de recursos y segundo, porque supone una organización comunitaria entre las mujeres implicadas en los merenderos. Cocinar en forma comunitaria instala en el debate público el hambre y la imposibilidad de ciertas familias para asegurar la función de cuidado básica en el núcleo del hogar. A su vez, pone en discusión a les agentes responsables del cuidado y, lo que nos interesa particularmente en este trabajo, problematiza cuáles son las condiciones energéticas en la que operan estos espacios.
En la introducción de este documento, mencionamos que la selección de los casos de las mujeres con las que se trabaja tiene que ver con el hecho de ser jefas de hogar, y al mismo tiempo estar a cargo del mantenimiento de tareas de cuidado a nivel comunitario. Tanto Paula como Esmeralda están a cargo de merenderos en sus hogares. Sus casas abren las puertas para recibir a niñes de la zona y a algunes adultos. Lejos de contar con un espacio físico que albergue a las personas, los merenderos se organizan en sus patios, a cielo abierto. En el caso del merendero organizado por Esmeralda (“Corazoncito feliz”) se dispone un mesón, algunas banquetas, pan al horno de barro e infusiones cocinadas al fuego. La leña necesaria para llevar a cabo estas tareas se compra con un dinero que el municipio entrega para una camionada de este combustible que debe repartirse entre dos o tres comedores del barrio La Pinta. Esmeralda no sólo prepara el pan de la merienda y lo cocina en el horno de barro, sino que también prepara la leche para unas 15-20 familias. Si bien cotidianamente ella cocina con el gas de garrafa, el mantenimiento de este merendero, que funciona tres veces por semana, supone la profundización de las condiciones de pobreza energética en las que vive. A la vez, la multiplicación del tiempo y los esfuerzos que Esmeralda, junto a Verónica -una vecina que la acompaña- realizan para sostener estas acciones de cuidados comunitaria. En ese sentido, el Estado reproduce y perpetúa estas condiciones, porque pese a reconocer el contexto de pobreza energética presente en estos espacios, habilita fondos para el “sostenimiento” de los merenderos, precarizando aún más las condiciones de acceso a la energía, aportando así al proceso de feminización de la pobreza energética.
A diferencia del merendero a cargo de Esmeralda, el espacio habilitado por Paula sólo funciona los días sábados y, además, la merienda es entregada para que les niñes la ingieran en sus casas. La cantidad de merenderos en el barrio María Rosa hace que éstos generen un cronograma para no superponer actividades ni recursos:
“A mis hijas las sacaron del comedor de María porque no fueron una semana. No fueron porque yo empecé a trabajar como empleada doméstica cama adentro y como estábamos en cuarentena, me las llevé conmigo. Un día entonces, ella me mandó un mensaje y me dijo que las había borrado de la lista. Yo tenía ganas de decirle, -a mi qué me importa, con la cantidad de merenderos que hay en el barrio no me voy a hacer problema” (Una vecina del barrio María Rosa en situación de conversación informal, sábado 7 de agosto del 2021).
En este caso, los alimentos también se cocinan a leña (donada por un taller de carpintería en donde trabaja uno de los hijos de Paula), aunque cotidianamente, en este hogar, se cocina con gas de garrafa. Nuevamente aquí, nos encontramos con la misma realidad energética: el costo de la garrafa y su duración, hace que sea poco rentable la cocción de los alimentos en escala comunitaria. Por ello, se opta por redoblar la labor física y el tiempo dedicado a la preparación de los mismos a leña. Al igual que en el comedor de Esmeralda, la comida se gestiona mediante vínculos con personajes de la política tradicional. En este caso, con un grupo de jóvenes militantes de una agrupación partidaria que, además, acompañan y participan en la preparación de las meriendas. En este espacio participa también Martina, la madre de uno de les jóvenes militantes que, si bien no es vecina, vive en uno de los barrios aledaños. A pesar de que Paula no se encarga de la preparación de la merienda, ella realiza la tarea de buscar algunes niñes que se encuentran solos en sus hogares porque tienen padres feriantes y acompañarles nuevamente a sus casas.
La organización doméstica evidencia el contacto permanente y el intercambio con otres actores, ya sean vecines o personas de la política partidaria. Las redes de relaciones que establecen las mujeres con las que trabajamos dan cuenta de una permanente articulación con otros espacios para la obtención de recursos a nivel comunitario y familiar. De esta forma se identifica una gestión política que, si bien resulta imprescindible e n la vida cotidiana, a menudo se encuentran realizadas por mujeres que son invisibilizadas (Jelín, 2010). En ese sentido, algunas de las vecinas que asisten al comedor ven allí también un punto para conseguir, además de alimentos, otros recursos, como, por ejemplo, abrigo:
“Casi al finalizar el reparto de la merienda, una vecina se nos acerca y le pregunta a uno de los jóvenes militantes - ¿Será que me pueden conseguir un abrigo para mi hija? -. Esto motorizó la organización entre les jóvenes y Paula, de un ropero comunitario” (Notas de campo, 19 de junio del 2021).
Conclusiones preliminares
El recorrido propuesto da cuenta de las condiciones socioculturales que adquiere la pobreza energética en hogares de jefatura femenina, en donde, además, se realizan tareas de cuidado comunitarias. Allí encontramos un punto importante a destacar y profundizar: las tareas comunitarias de cuidado en los barrios populares profundizan la pobreza energética. Se redobla también el tiempo que las mujeres le dedican. El estado provincial que asiste a estos espacios, perpetúa y reproduce las condiciones de pobreza energética al habilitar medios para el “sostenimiento” de estos espacios y no, por ejemplo, para la compra de garrafas u otros artefactos energéticos. A la vez, este hecho da cuenta de un proceso de jerarquización del gasto de los recursos energéticos por parte de las mujeres que, si bien cotidianamente cocinan con gas de garrafa, priorizan el ahorro de ésta para la cocción de los alimentos gestionados para los merenderos.
También se problematiza la categoría de vivienda en un sentido netamente arquitectónico, para llevarlo a la idea de espacio vivido o territorio y, desde allí, pensar en algunas de las prácticas paliativas que las mujeres despliegan en contexto de pobreza energética. Si bien, como mencionamos, el documento da cuenta de un proceso investigativo en curso y en una etapa casi inicial, nos permitió identificar cómo varían las condiciones de pobreza energética en unidades familiares con dinámicas diferentes y cómo, estas diferencias se manifiestan en la organización social del espacio y ofrecen geografías diversas.
Queda pendiente aún, profundizar el estudio de los casos y ampliarlos para poder abarcar esas regiones internas antes mencionadas, que dan cuenta de los centros y las periferias que se establecen al interior del barrio a nivel de infraestructura y de acceso a los servicios públicos.
El documento cuestiona la categoría de “ilegalidad de las viviendas” en barrios con un origen de “asentamientos” que llevan décadas de existencia, en los cuales, la falta de escritura condiciona el acceso a gas natural de red.
La propuesta abre futuras líneas de investigaciones en torno a la pobreza energética, vivienda y violencia de género, por ejemplo, ya que, durante nuestro trabajo de campo, no sólo aparecen de forma recurrente relatos de violencia doméstica, sino también los vínculos entre esta y el espacio vivido que, muchas veces es abandonado, para migrar a las periferias del barrio, donde “no hay nada”:
“Se fue a la orilla, ahí no hay luz, no hay agua, no hay nada, porque dijo que el marido la va a matar” (Vecina en charla informal, 7 de agosto del 2021).
A modo de cierre proponemos el abordaje de la feminización de la pobreza energética en el diseño de políticas públicas focalizadas, que no sólo reconozcan el papel central que cumplen las mujeres en estos contextos, sino también, y al menos de manera inicial, que garanticen el acceso a la energía como derecho en los espacios donde se realizan tareas de cuidado de forma comunitaria.
Referencias
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