Reseña bibliográfica de: Valdez, C. (2021). Enemigos fueron todos: vigilancia y persecución política en el México posrevolucionario (1924-1946). México: Bonilla Artigas Editores, 327 pp.
Palabras clave: México Posrevolucionario; Vigilancia; Política
Keywords: Postrevolutionary Mexico; Vigilance; Politics
El libro de César Valdez Enemigos fueron todos aborda un tema poco transitado en la historia del siglo XX mexicano. El actual investigador del Instituto Nacional de Antropología e Historia de México (INAH) indaga en el funcionamiento institucional, el desempeño político, así como en los alcances y los límites del control social que llevó adelante el Departamento Confidencial de la Secretaría de Gobernación de su país entre 1924 y 1946. Esta historia narra el origen y el desarrollo de los servicios de inteligencia en los años posteriores a la Revolución Mexicana.
Los epígrafes son parte de lo que quiere trasmitir un libro. El trabajo de Valdez comienza con una cita de Poesía y policía (2011) de Robert Darnton. Según el académico estadounidense, la investigación histórica se parece al trabajo detectivesco en muchos sentidos. Los detectives trabajan de manera empírica y hermenéutica. Interpretan pistas, siguen rastros y elaboran un caso hasta llegar a una convicción que puede ser considerada como la verdad con “v minúscula”. Este tipo de analogías también utiliza el sociólogo Howard Becker en Trucos del oficio (2009), donde equipara a los científicos sociales con los magos. Ambas figuras siguen enfoques, estrategias, técnicas y lecciones para concretar sus fines, aunque los primeros están obligados a mostrar el detrás de escena de sus trucos y los procedimientos que utilizan en la construcción de conocimiento sobre la sociedad.
Esta última operación es justamente la que realiza Valdez en la primera parte de su libro cuando explicita la manera en que abordó sus fuentes. La cuestión no es un tema menor, dado que en su mayor parte son informes de agentes de inteligencia que trabajaron para las diferentes nomenclaturas del Departamento Confidencial entre los años veinte y cuarenta en el México posrevolucionario. De esta manera, el autor alerta sobre el problema de utilizar sin una mirada crítica este tipo de fuentes, que en su mayoría consultó en el fondo conocido como Dirección General de Investigaciones Políticas y Sociales del Archivo General de la Nación.
Para Valdez, más que pensar a los archivos como un abrevadero en el que se obtiene materia prima objetiva, es necesario considerar su entramado sociológico y político, donde se ponen en juego subjetividades y dinámicas de poder. Así, es relevante considerar qué dicen estos documentos, pero, sobre todo, por qué lo dicen. En definitiva, el autor sostiene que no se trata de creer o no en los informes, sino de comprender que sus productores eran agentes del Departamento Confidencial que poseían escasa formación profesional y muchas veces actuaban por intereses económicos o de poder particulares.
El último señalamiento lleva a un argumento central que hilvana el libro en sus seis capítulos. Lejos de la imagen de un Estado poderoso, para Valdez “la burocracia mexicana funcionaba como podía” (p. 45). Esta historia de la vigilancia y el control político efectuado por el Departamento Confidencial de la Secretaría de Gobernación cuestiona a la historiografía sobre el tema que considera a los agentes de inteligencia como “los ojos y oídos del régimen”, personajes omnipresentes, capaces de saber todo lo que sucedía en territorio mexicano. Además, critica los enfoques que sostienen que el departamento fue una institución clave para la estabilidad política y la centralización del poder en la etapa posrevolucionaria.
Por el contrario, el libro de Valdez muestra que el accionar de esa institución expresa un Estado en construcción, cuya fragilidad y límites se pusieron a prueba en varias ocasiones. A lo largo de los capítulos lo argumenta desde diferentes tópicos, como cuando resalta que el Departamento Confidencial de la Secretaría de Gobernación fue solo una de las varias dependencias de ese tipo que se establecieron, tanto de manera personal como institucional, entre los años veinte y cuarenta. Hasta la empresa estatal Teléfonos de México contó con un espacio destinado a labores de inteligencia.
A su vez, el Departamento Confidencial contó con grandes carencias materiales y con escasa formación de su personal. En 1936 se vio en la necesidad de solicitar una nueva máquina de escribir, ya que hasta el momento solo trabaja con dos. Mientras que sus integrantes, incluyendo a sus jefes, no fueron en ningún momento profesionales con preparación en temas de inteligencia política, por lo que muchas de sus iniciativas estaban signadas por la falta de experiencia en la materia. En gran parte, las primeras líneas del departamento eran personajes de bajo perfil político que estaban dentro del círculo de confianza del presidente o del secretario de gobernación y los que accedían al puesto de jefe no lo hacían por haber llegado a la cúspide de su carrera, sino como prueba de lealtad personal.
No obstante, el libro establece matices en ese diagnóstico general. A pesar de que la improvisación definió a la mayor parte del departamento, el autor también destaca que existieron agentes que por su creatividad, astucia o formación educativa marcaron diferencias en muchas investigaciones. En este tema, Valdez reconstruye el protagonismo de las mujeres en una institución fuertemente masculina, con 92 por ciento de hombres en su personal. Entre ellas, hilvana la trayectoria de Amalia Mendoza Díaz en el estado de Veracruz durante los años veinte y treinta. Sus informes escritos a manos eran de los más extensos y con información variada. Además, constantemente exigía recursos para poder llevar adelante sus informes: “con dinero, todo, sin él, nada” (p. 113).
El título Enemigos fueron todos es acertado y apunta a la hipótesis central del libro. El trabajo sostiene que, si bien el Departamento Confidencial tuvo un desempeño signado por la improvisación y las carencias, su funcionamiento estuvo lejos de ser un fracaso. Entre las décadas del veinte y cuarenta, logró vigilar a organizaciones de derecha, izquierda e incluso a individuos integrantes de las élites políticas “de la familia revolucionaria”. En este marco, Valdez cuestiona a parte de la historiografía que no suele considerar las diferentes posibilidades que había para que políticos y militares obtuvieran información tanto de sus enemigos como de sus amigos. No es casual que otro de los epígrafes iniciales del libro pertenezca a El arte de la guerra de Sun Tzu: “Conoce al enemigo y conócete a ti mismo”.
En el análisis de los grupos vigilados, son llamativas las diferencias entre los sectores católicos y las izquierdas. Mientras los primeros fueron vigilados a todos los niveles, desde los militantes hasta sus líderes, en las izquierdas la pesquisa se concentró en los dirigentes, tanto de organizaciones sindicales como partidarias. Valdez percibe en los informes que los agentes consideraban más peligrosas a las masas de “fanáticos católicos” que a los trabajadores que concurrían a los mítines. Además, reconstruye las interacciones que existían entre los agentes estatales y los militantes de izquierda.
Un caso paradigmático fue el del militante anarcosindicalista Herón Proal. Bajo su égida, se creó el Sindicato Revolucionario de Inquilinos que encabezó las protestas contra el aumento de rentas en los años veinte en el estado de Veracruz, las cuales fueron sofocadas con desalojos masivos y el aumento de la represión gubernamental. Luego de las movilizaciones, Herón Proal sufrió distintas imputaciones, pero su amistad con el secretario de gobernación Adalberto Tejeda permitió que no enfrentara a la justicia y llegara a acuerdos al margen de las vías institucionales. Según Valdez, este tipo de casos expresa las particularidades de la formación del Estado mexicano, donde muchas veces los contactos con las élites y las relaciones personales priman sobre las vías formales de la legalidad.
Un libro vale la pena no solo por lo que cierra y responde, sino por las vetas que deja abiertas. En esta sintonía, el trabajo de Valdez también merece ser leído por los interrogantes a futuro. Para el autor, si deseamos saber más sobre cómo se cimentó el aparato de inteligencia que opera hasta la actualidad en México, es necesario investigar el rumbo que tuvieron los servicios confidenciales que trabajaron para personajes concretos o que operaron en otras dependencias, como la Secretaría de Salud, la Presidencia y en diversos estados del país. Además, quedan abiertas preguntas sobre la conexión con Estados Unidos en la creación de la Dirección Federal de Seguridad mexicana en 1947, institución clave para entender muchas de las derivas políticas y de vigilancia en décadas posteriores. Esas tareas pendientes pueden marcar el camino de nuevos libros por venir. Por lo pronto, Enemigos fueron todos ofrece una historia compleja y llena de matices sobre el surgimiento y los primeros pasos de los servicios de inteligencia mexicanos.
Bibliografía
Becker, H. (2009). Trucos del oficio. Cómo conducir su investigación en ciencias sociales. Buenos Aires: Siglo XXI.
Darnton, R. (2011). Poesía y policía. Redes de comunicación en el París del siglo XVIII. México: Ediciones Cal y Arena.
Nicolás Dip
CONICET