Reseña bibliográfica de: Campagne, F. y Cavallero, C. (Eds.) (2023). Furor Satanae: Representaciones y figuras de Adversario en la Europa Moderna. Buenos Aires: Niño y Dávila Editores, 360 pp.
Palabras clave: Demonología; Brujería; Europa; Siglos XIV-XVII
Keywords: Demonology; Witchcraft; Europe; 14th-17th Centuries
Este libro propone “un recorrido por los mil rostros del demonio entre el medievo tardío y la ilustración temprana”. Para ello, ofrece una revisión y actualización de los estudios sobre demonología moderna. Al respecto, ya hacia mediados del siglo XIX nos encontramos con los primeros ensayos historiográficos sobre prácticas demonológicas. Entre los pioneros se encuentra Jules Michelet, cuya novedosa obra —La sociere (1862)— tendría una mayor relevancia en las décadas siguientes, con el redescubrimiento de la caza de brujas como un fenómeno clave de la Edad Moderna europea. Desde entonces, se multiplicaron las investigaciones, especialmente en torno a los juicios de brujería que, lejos de cerrar el tema, han abierto más interrogantes por dilucidar. En ese marco, los editores Campagne y Cavallero[1] proponen trazar un camino por las preguntas y aproximaciones más recientes en torno a este viejo problema de la historiografía: la demonología en el Antiguo Régimen.
La obra consta de doce capítulos que cubren un amplio arco temporal: desde la década de 1320, con la bula Super illius specula de Juan XII, hasta 1690, con la publicación del tratado racionalista De Betoverde Weereld de Balthasar Bekker. Esta delimitación transita desde la sede papal de Aviñón hasta Ámsterdam, lugar de libertad de consciencia en víspera del “Siglo de las Luces” En ese recorrido, las representaciones en torno Satán despliegan una panoplia infinita de rostros, máscaras y semblantes, propio de su naturalezaroteiforme capaz de adoptar cualquier disfraz o apariencia, pero siempre omnipresente como dispositivo cultural accesible y maleable para otorgar sentido al angustiante universo de las mujeres en el medievo tardío y modernidad temprana.
Las colaboraciones de Bailey, Ostorero, Mercier-Druère, Campagne y Montesano giran en torno a la génesis de estereotipos y marcos legales contra la brujería. Bailey aborda Francia y Alemania durante el medioevo tardío. En su capítulo se centra en el paso de una preocupación por la nigromancia erudita y la magia, de moda en los centros de poder cortesanos, hacia una preocupación pastoral por las prácticas supersticiosas de base popular asociadas con la ignorancia o el déficit intelectual. En esa transición, se abandonó la mirada represora sobre los agentes masculinos que monopolizaban el conocimiento para prestar cada vez más atención a los iletrados, entre quienes las mujeres tenían una presencia mucho más destacada y visible.
Por su parte, Ostorero propone una síntesis exhaustiva y actualizada de los fundamentos intelectuales y doctrinales del imaginario del sabbat. En las primeras décadas del siglo XV aparecen seis textos que describen el sabbat de las brujas, con el fin de demostrar su peligrosidad ante la primera persecución anti brujeril de envergadura en los Alpes, que se la conoce como Vauderie d’Arras. A partir de una lectura comparativa de la demonología en Italia, Francia y los Alpes, el autor demuestra la relevancia del rol de los juristas y los teólogos en la tratadística sobre el tema. En esa literatura, Ostorero identifica las dos principales posturas sobre el sabbat: los que defienden la noción de una conspiración diabólica y quienes se mantienen incrédulos, como es el caso de Humbert de Costa, quien redactó el texto Synagogoa denonum (1470), ejemplo del escepticismo demonológico en Italia.
Por otro lado, Mercier-Druère se detiene en el famoso vuelo de las brujas, tal como se lo presenta en los procesos judiciales del siglo XV. El capítulo examina la defensa teológica de la realidad del vuelo nocturno como obra del demonio, que le adjudica a la bruja un atributo propio del Creador: la omnipotencia, que convertía a la divinidad en el único agente capaz de obrar milagros y suspender las leyes naturales. Además, Mercier-Druère recorre los múltiples significados del vuelo en escoba: por ejemplo, como elemento doméstico de poder de la mujer o como símbolo de la dominación de la mujer sobre el hombre, representado en el palo de la misma escoba.
El capítulo de Campagne analiza la relación de la antropofagia y el Akelarre. Esa mitología, que alcanzó su más grande expresión en la región de los Alpes occidentales, era muy distinta en el norte italiano. Allí convivió durante gran parte del quattrocento con el mitologema del ludus, una asamblea con rasgos similares al sabbat brujeril, pero con semblantes locales como el “vampirismo”. El autor compara otras zonas donde pudo haber canibalismo como es el caso ibérico, o bien, la periferia de Alemania y Francia, donde constata que fue casi inexistente.
A su vez, Montesano analiza la obra Morgante del toscano Luis Pulci, en la segunda mitad del siglo XV. Allí el poder de los magos-nigromantes es tan portentoso que les permite dotar de vida a seres inertes con el objetivo de encargarles tareas y ponerlos en su servicio. La autora lo relaciona con la leyenda del golem de las tradiciones mágicas musulmanas y judías.
Los siguientes cuatro artículos tratan sobre “el adversario” en el espacio ibérico. Cavallero aborda la figura del anticristo y sus distintas encarnaciones como hijo engendrado por el demonio, o como el ser humano de extrema malicia que es protegido por Lucifer. Su foco es la España temprano-moderna, donde recorre una serie de obras teológicas sobre el anticristo, como el tratado Leche de la fe del príncipe cristiano (1545) de Luis de Maluenda. Por otro lado, Maus de Rolley y Wilby abordan en sus artículos la misa invertida o misa diabólica, una blasfemia del máximo sacramento católico en el discurso demonológico que hace del sabbat un hecho sacrílego. Este tópico es una característica más del imaginario de la brujería en el norte de España (en Zugarramurdi) y la región sur de Francia (Aix en Provence), donde abundan referencias a la profanación de los símbolos de la cruz o la eucaristía. Luego, María Jesús Zamora Calvo analiza la oscura figura del canónigo aragonés Gaspar Navarro en el siglo XVII, quien tuvo una inclinación hacia el pensamiento mágico y estaba obsesionado con la posesión diabólica y una lista de prácticas supersticiosas. Su tratado, Tribunal de Supersticiones Ladinas (1631), entremezcla la demonología libresca con anécdotas construidas con base en su contacto con los campesinos de Huesca, lugar donde se desarrollaban estas prácticas.
Los últimos tres capítulos se adentran en la demonología barroca del siglo XVII, cuando se vieron los eventos más represivos de la caza de brujas seguidos por la crisis terminal de la demonología. En este caso, los trabajos se centran en Nueva Inglaterra, Holanda y Noruega. Knutsen examina una represión judicial de la brujería en Noruega desde un enfoque sociocultural. En esta situación, se ve la presencia del monarca Cristian IV de Dinamarca en los asuntos brujeriles a partir del dictado de la ordenanza de 1617 para acabar con la magia ligada a la hechicería tradicional. Esta ley tuvo un efecto contrario a lo que esperaba e hizo que aumentasen las denuncias de brujería, si bien en general en esta zona los casos fueron pocos en comparación con el resto de Europa. Méndez y Valente se enfocan en los años finales de la centuria cuando el diabolismo generaba más entusiasmo en la América anglosajona que en Europa. Méndez recorre el período de 1684-1696, inmediatos a los juicios de Salem. El autor explora las emociones en el discurso analítico del demonólogo Cotton Mather, para quien la creencia de la brujería se alimentaba de dos pasiones del alma y de las funciones orgánicas del cuerpo humano: el miedo y la ira. Valente, por último, recupera la figura de un intelectual —Baltasar Bakker—, quien revolucionó el pensamiento cristiano sobre el tema con su publicación El mundo encantado, donde prueba que el demonio no tiene poder físico o material en la tierra. Su argumento se basaba en las sagradas escrituras y, en particular, en el Nuevo Testamento, en donde satanás estaba encerrado en el infierno y no podía interferir en los asuntos de los seres humanos. Con esta enseñanza, Bakker pretendía que los fieles no se apartasen del camino de la fe cristiana. Este tratado se destacó durante casi un siglo como una obra de gran relevancia en el asunto hasta la llegada de la Ilustración.
Furor Satanae es el fruto de la reflexión de destacados especialistas que, a través de distintas perspectivas de investigación, sintetizan y actualizan el campo. Así, nos permite acceder, desde el mundo hispanohablante, a nuevos casos, fuentes, abordajes y debates sobre el tema en el marco temporal del Antiguo Régimen. Además, los autores abren nuevos interrogantes y líneas de análisis que articulan problemas clásicos en torno a la brujería de los siglos XIV al XVIII a escala paneuropea y transatlántica. El volumen puede ser de interés para la investigación o como bibliografía especializada para la formación profesional.
Agostina Signorelli
Universidad Nacional de Córdoba
agostina.signorelli@mi.unc.edu.ar
[1] Fabian Alejandro Campagne y Constanza Cavallero son titulares de la cátedra de Historia Moderna de la Universidad de Buenos Aires. Cavallero es, además, investigadora Adjunta del IMHICIHU-CONICET.