¿De qué hablan cuando hablan de “ideología de género”? La construcción del enemigo total
What are they talking about when they talk about “gender ideology”? The construction of the total enemy
José Manuel Morán Faúndes
https://orcid.org/0000-0001-5601-1014
Centro de Investigaciones Jurídicas y Sociales,
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas
Universidad Nacional de Córdoba
jmfmoran@gmail.com
Fecha de envío: 17 de marzo de 2021. Fecha de dictamen: 27 de octubre de 2021. Fecha de aceptación: 27 de octubre de 2021.
Resumen
Mediante la movilización del discurso de la “ideología de género”, actores neoconservadores están promoviendo un cuestionamiento transnacional a las políticas y teorías de género. Este discurso ha cobrado relevancia en los últimos años, logrando impactar en diversas instituciones y procesos públicos. Este artículo busca analizar sintéticamente las principales ideas que conforman el discurso de la “ideología de género”, focalizándose en el modo en que construye una frontera en un “nosotros/as” y un “otros/as”. Para ello, se analizan los escritos producidos desde los años 1990 hasta la fecha por diversos actores neoconservadores en las Américas y Europa, poniendo especial atención en aquellos que tuvieron más impacto y difusión. Luego de realizar una breve genealogía del discurso de la “ideología de género”, se propone el concepto de “enemigo total” para destacar cómo este discurso produce un imaginario donde el “otro/a” es pensado en términos epistémicos, ideológicos, morales y geopolíticos, conformando la imagen de un adversario que evoca diversos pánicos morales que alientan a la movilización. La “ideología de género”, más que un concepto orientado a describir un fenómeno, es una estrategia de movilización y convocatoria, un modelo de subjetivación política.
Abstract
Through the mobilization of the “gender ideology” discourse, neoconservative actors are promoting a transnational questioning of gender policies and theories. This discourse has gained relevance in recent years and is having an impact on various institutions and public processes. This article seeks to synthetically analyze the main ideas that make up the “gender ideology” discourse, focusing on how it builds a boundary between “us” and “other”. To do this, the texts produced from the 1990s to date by various neoconservative actors in the Americas and Europe are analyzed, paying special attention to those that had the most impact and dissemination. After making a brief genealogy of the “gender ideology” discourse, the concept of “total enemy” is proposed to highlight how this discourse produces an imaginary where the “other” is thought in epistemic, ideological, moral, and geopolitical terms, shaping the image of an adversary that evokes various moral panics that encourage mobilization. “Gender ideology”, more than a concept aimed at describing a phenomenon, is a mobilization and convocation strategy, a model of political subjectivation.
Palabras clave: Ideología de género; neoconservadurismo; feminismo; sexualidad; discurso de odio.
Keywords: Gender ideology; neoconservatism; feminism; sexuality; hate speech.
El cuestionamiento a las políticas y teorías de género, así como a los movimientos que han promovido estas perspectivas, es un fenómeno global y en expansión (Paternotte, 2015; Kováts y Põim, 2015; Viveros Vigoya y Rodríguez Rondón, 2017; Troncoso y Stutzin, 2019; Torres Santana, 2020). Diversas formas de manifestación pública han sido llevadas adelante por sectores opuestos a las agendas feministas y LGBTI, posicionando al género como centro de sus ataques. La campaña “Stop Gender Ideology”, desarrollada en Europa (Hankivsky y Skoryk, 2014; Grzebalska, 2015; Blum, 2015), o la campaña “Con mis hijos no te metas: no a la ideología de género”, implementada desde 2016 en prácticamente toda Iberoamérica (Balieiro, 2018; González Vélez, Castro, Burneo Salazar, Motta y Amat y León, 2018; López, 2020), son solo algunos ejemplos. Si bien la efectividad de estas campañas es variada, en diversos países las instituciones públicas han receptado estos discursos, poniéndose en duda lo que otrora parecían avances sedimentados en materia de género y sexualidad (López, 2020). Articulándose en torno al discurso de la “ideología de género”, se estructura una avanzada que pone en jaque a los derechos sexuales y reproductivos (en adelante, DDSSRR).
En términos generales, este discurso es movilizado por una serie de actores organizados para hacer frente a las agendas feministas y LGBTI. La politización del cuerpo y de la sexualidad llevada adelante por estos movimientos, a partir de la segunda mitad del siglo XX, marcó la constitución de una renovada reacción conservadora, que vio en estas dimensiones una amenaza a sus ideas y a su cosmovisión. Desde finales de los años 1970 (Morán Faúndes, 2017), los tradicionales sectores conservadores reorganizaron sus acciones ante el avance de las agendas feministas y LGBTI. En este sentido, es posible pensar este fenómeno de politización reactiva (Vaggione, 2005) como la emergencia de un “activismo neoconservador” (Bárcenas, 2018; Vaggione y Campos Machado, 2020).
Si bien este concepto no está libre de limitaciones, permite capturar el fenómeno de la contemporánea oposición organizada frente a la agenda de los DDSSRR, resaltando algunas de sus características. En primer lugar, hablar de un activismo neoconservador permite mostrar las continuidades que existen entre los actuales movimientos antagonistas a los colectivos feministas y LGBTI y los tradicionales conservadurismos de los siglos XIX y XX, caracterizados por un fuerte apego a la tradición cristiana y la defensa de un orden considerado como natural e inmutable a la perpetuación de ciertas estructuras jerárquicas y a la moralización de la esfera pública, entre otros aspectos (Romero, 2000). Al mismo tiempo, y a pesar de estas continuidades, el prefijo “neo” resalta que la reacción frente a las agendas feministas y LGBTI desde la segunda mitad del siglo XX ha adquirido nuevas texturas políticas y estratégicas que renuevan los tradicionales componentes del campo conservador. La introducción de elementos seculares en sus discursos e identidades (Vaggione, 2005; Peñas Defago, 2010; Luna, 2013; Irrazábal, 2013; Morán Faúndes, 2017); la irrupción de iglesias evangélicas que complementan el tradicional rol de la jerarquía católica (Bárcenas, 2018; Semán, 2019; Panotto, 2020); y el renovado interés de algunos de sus actores por construir un proyecto político de extrema derecha (Kalil, 2020; Biroli, 2020), entre otros aspectos, marcan algunos de los muchos desplazamientos que renuevan a estos sectores.
Finalmente, la idea de un activismo neoconservador permite resaltar que la oposición contra los DDSSRR cuenta con un brazo organizado de actores diversos que movilizan procesos de acción colectiva en torno a una agenda común (Vaggione y Campos Machado, 2020). La idea de una oposición organizada, un activismo, resalta su carácter político. Si bien sus preceptos se fundan sobre cosmovisiones morales específicas y, en muchas ocasiones, sobre matrices religiosas, su accionar se orienta a transformar la esfera pública y a impactar sobre las instituciones sociales (Morán Faúndes, 2017). Pensar el neoconservadurismo como un activismo permite entenderlo como una agenda y no como un conjunto de ideas y acciones dispersas y desorganizadas.
¿Cómo emerge esta renovada arremetida neoconservadora? ¿A qué se refieren cuando hablan de “ideología de género”? ¿Por qué este discurso logra interpelar con tanta fuerza en algunos contextos? Animado por estas preguntas, el presente ensayo tiene por objetivo analizar las principales ideas que conforman el discurso de la “ideología de género”, focalizando el análisis en una dimensión central para entender su capacidad de movilización: el modo en que construye una frontera entre un “nosotros/as” y un “otros/as” (Kováts y Põim, 2015; Garbagnoli, 2016; Rodríguez Rondón, 2017; Troncoso y Stutzin, 2019; Torres Santana, 2020), y la consecuente producción de lo que llamaré un “enemigo total”.
La primera sección del presente trabajo realiza una breve genealogía del concepto “ideología de género” desde los años 1990 para luego abordar, en un segundo momento, cuatro dimensiones que hacen a este discurso en la actualidad: epistémica, ideológica, moral y geopolítica. Para ello, se analizó un corpus compuesto por textos producidos por escritores/as y activistas neoconservadores/as de las Américas y Europa que, desde 1994 hasta la fecha, han construido las bases conceptuales del discurso de la “ideología de género”. Dicho corpus incluye libros, artículos de revistas especializadas, informes y documentación producida por organizaciones y activistas neoconservadores/as, cuyo objeto se focaliza en cuestionar la agenda de género y las teorías en las que se sustenta. El material fue recolectado mediante una búsqueda bibliográfica on line, utilizando para ello descriptores específicos, complementada con consultas en bibliotecas especializadas en universidades y centros de documentación. Se realizó una búsqueda en cascada, consultando los textos citados por cada documento, y un posterior proceso de sistematización y análisis.
Breve genealogía del discurso de la “ideología de género”
La movilización de los activismos feministas y LGBTI en la Conferencia sobre Población y Desarrollo en El Cairo (1994) y en la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer celebrada en Beijing (1995) para incorporar la perspectiva de género en los documentos de derechos humanos despertó las alarmas del campo neoconservador (Paternotte, 2015; Garbagnoli, 2016). El pánico moral que desencadenó este escenario derivó en una serie de acciones, especialmente de parte de activistas católicos/as, por las amenazas que, desde su visión, escondían las teorías y políticas de género (Baden y Goetz, 1997). Así, por ejemplo, en el boletín Escoge la Vida, de noviembre/diciembre de 1994, publicado por la ONG católica estadounidense Vida Humana Internacional, Adolfo J. Castañeda (1994) hablaba de la perspectiva de género como un “arma ideológica” del feminismo para promover una “justificación ideológica del hedonismo”, en una búsqueda por “reconstruir la sociedad”.
Sin embargo, hubo un reducido grupo de escritores/as y activistas, centralmente católicos/as, que no solo advirtió la amenaza de la agenda feminista y LGBTI para la moral sexual cristiana. Además, buscó comprender las que, según ellos/as, eran las bases teóricas del concepto género sobre las que se asentaba esta agenda. Fue en el contexto de esa producción que el campo neoconservador inventó el concepto “ideología de género” para referirse a su propia interpretación de lo que serían las teorías y políticas de género en los 90 (Baden y Goetz, 1997; Serrano Amaya, 2017, Troncoso y Stutzin, 2019).
Hubo un reducido grupo de intelectuales y activistas que fueron centrales en esta primera producción. En 1994, la filósofa neoconservadora Christina Hoff Sommers (1994) estableció una distinción fundacional para lo que luego sería el discurso de la “ideología de género”: la diferencia entre el antiguo y elogiable “feminismo de la igualdad” o liberal, que buscó la igualdad legal entre mujeres y hombres, y el contemporáneo feminismo “de género”, surgido en los 70. Según la autora, la categoría “género” usada por este nuevo feminismo considera que la raíz de la opresión social hacia las mujeres se hallaría no solo en el plano de lo jurídico-formal, sino en la cultura, catalogada como patriarcal. Pero, según Hoff Sommers, dicha opresión cultural no sería real, ya que las mujeres gozarían de una igualdad nunca antes vista; con ello, entiende la categoría “género” como ideológica, como una falsa categoría que no se condice con la realidad.
Un segundo documento que devino un antecedente importante para la configuración del discurso de la “ideología de género” fue el informe redactado por la activista católica argentina Cristina Delgado (1994), tras su participación en la Sexta Conferencia Regional sobre la Integración de la Mujer en el Desarrollo Económico y Social de América Latina y el Caribe, celebrada en setiembre de 1994 en Mar del Plata. Esta conferencia fue un espacio preparatorio para el Foro de ONGs que se realizó un año después, de manera paralela a la IV Conferencia Mundial sobre la Mujer en Beijing. Delgado puso el acento en mostrar cómo, a través del concepto “género”, las feministas estaban sometiendo a crítica fundamentalmente tres aspectos que, para la cosmovisión neoconservadora, resultaban incuestionables: (a) la diferencia sexual que divide a los cuerpos en hombre y mujer; (b) la identidad de género “natural” asociada a cada cuerpo sexuado; y (c) la división jerarquizada entre la heterosexualidad, considerada como normal, y la homosexualidad, entendida como desviación. En otras palabras, lo que alarmaba a Delgado era la crítica feminista a la pretendida naturalidad del orden sexual[1].
Dale O’Leary (1995), investigadora de la Asociación Médica Católica de Estados Unidos, unió las ideas de Hoff Sommers con las de Delgado. En su ensayo, citó una gran cantidad de trabajos desarrollados por conocidas feministas para fundamentar sus críticas hacia ellas. Simone de Beauvoir, Alison Jagger, Shulamith Firestone, Adrienne Rich, Judith Butler, Anne Fausto-Sterling, entre otras, eran mencionadas. Sin embargo, para apoyar su posición neoconservadora recurrió exclusivamente a dos autoras de su misma línea de pensamiento: Hoff Sommers y Delgado.
O’Leary (1995) estableció que el “feminismo de género” era un movimiento neo-marxista que habría actualizado el marxismo clásico para emprender una batalla ya no sobre la economía, sino sobre la cultura. Según la autora, las feministas habrían recuperado las ideas del marxismo clásico, que entendían que la desigualdad de género estaría entrelazada con la desigualdad de clases. Sin embargo, le reprochaban a los/as marxistas haber centrado sus soluciones únicamente en la revolución de las estructuras económicas, y no en las estructuras culturales y en aspectos claves de la unión entre clase y género, como la familia conyugal.
De este modo, entre 1994 y 1995 se desarrollaron los primeros intentos desde el campo neoconservador por intentar entender y cuestionar teóricamente las bases conceptuales e intelectuales de la categoría “género”. Sin embargo, fue recién en 1997 cuando se publicó el primer documento que utilizó y desarrolló explícitamente el sintagma “ideología de género”: el libro L’évangile face au désordre mondial, del sacerdote belga Michel Schooyans (1997, 2000), prologado por el cardenal Joseph Ratzinger[2]. Schooyans desarrolló nuevamente un cuestionamiento a la agenda de género, sindicándola como una conspiración de carácter global donde participarían activamente organizaciones feministas y organismos como la Organización Mundial de la Salud y el Banco Mundial, y dedicó todo un capítulo a lo que denominó la “coalición ideológica del género”. Si bien el texto de Schooyans repetía varias de las ideas ya desarrolladas por Hoff Sommers, Delgado y O’Leary (aunque solo citaba a O’Leary), adhirió un elemento novedoso al análisis: no solo estableció una supuesta conexión entre el marxismo y la agenda de género, sino que además conectó a esta última con el liberalismo. Según Schooyans, si bien habrían sido las ideas de Marx y de Engels las principales inspiradoras de la llamada “ideología de género”, el liberalismo promociona una actitud hedonista centrada en fomentar el placer individual que allana el camino para la agenda feminista y LGBTI. Este hedonismo liberal se combinaría con una política neomalthusiana orientada a desincentivar los valores de la familia entre los sectores más carenciados del planeta como método de control demográfico sobre la pobreza. El liberalismo promocionaría así el placer individual y el sexo no procreativo como forma de limitar la reproducción entre las clases marginadas y, con especial fuerza, en el sur global. El fortalecimiento de la llamada “ideología de género” sería la agenda idónea para lograr esto.
Así, en la antesala de lo que se comenzaba a gestar como el discurso de la “ideología de género”, una primera producción literaria buscó sindicar a la categoría “género” como una construcción ideológica y con fines políticos. Posteriormente, el término “ideología de género” comenzó a ser usado en documentos oficiales de la jerarquía católica, consagrándose como un concepto oficializado por el Vaticano: en 1998, la Conferencia Episcopal Peruana (1998) publicó La ideología de género. Sus peligros y alcances en base al informe de O’Leary (1995); fue el primer texto de un organismo oficial de la jerarquía católica que desarrolló el concepto. Así, como se observa en el Cuadro 1, la ideas que moldearon el discurso de la “ideología de género” comenzaron a desarrollarse a mediados de los 90, en una colaboración entre activistas e intelectuales neoconservadores/as (en su mayoría mujeres laicas católicas), por un lado, y el aparato discursivo de la Santa Sede, por otro (Paternotte, 2015).
Cuadro 1: Textos que dieron origen al discurso de la “ideología de género”
AÑO | AUTOR/A | TÍTULO | DOCUMENTO | EJES DEL TEXTO |
1994 | Christina Hoff Sommers | Who Stole Feminism? | Libro | Propone diferenciar al “feminismo de la igualdad” del “feminismo de género”. Vincula a este último con una política de adoctrinamiento |
1994 | Cristina G. Delgado | Reporte sobre Reunión en Mar del Plata | Informe | Advierte sobre la deconstrucción del sexo y la sexualidad que propondría la perspectiva de género, contrariando la biología |
1995 | Dale O’Leary | Gender: the deconstruction of women | Informe | Vincula la teoría de género con el neomarxismo. Asocia al feminismo con la destrucción de la familia, la sexualidad y la diferencia sexual |
1995 | González de Delgado et al. | La mujer hoy. Después de Pekín | Libro compilatorio | Compila nueve textos de activistas neoconservadores/as argentinos/as que cuestionan el enfoque de género |
1996 | Joseph Ratzinger | Salz der Erde | Libro | Plantea que el término “género” estaría usándose para contradecir la constitución biológica natural del ser humano |
1997 | Michel Schooyans (prólogo de Ratzinger) | L’évangile fase au désordre mondial | Libro | Usa por primera vez el concepto “ideología de género” para referirse a la agenda de género. La vincula con el marxismo, el liberalismo y una conspiración global |
1997 | Dale O’Leary | The Gender Agenda. Redefining Equality | Libro | Amplía los análisis presentados en su informe “Gender: the deconstruction of women” de 1995 |
1998 | Conferencia Episcopal Peruana | La ideología de género. Sus peligros y alcances | Informe | Recupera las ideas del informe de Dale O'Leary, esta vez usando el concepto “ideología de género” para referirse a la agenda y teoría feminista |
1999 | Pontificio Consejo para la Familia | Familia y Derechos Humanos | Documento vaticano | Culpa a la “ideología de género” de querer acabar con la familia. La vincula al liberalismo, el marxismo y a un lobby global |
Fuente: elaboración propia
Luego de ese primer momento, una serie de escritos han sido producidos desde el campo neoconservador en torno a la llamada “ideología de género”, aunque repitiendo básicamente lo ya planteado por estos primeros textos de los 90 (Cornejo-Valle y Pichardo, 2017). La actual literatura neoconservadora sigue focalizándose en develar las ideas y las intenciones políticas que se ocultarían tras las agendas feministas y LGBTI, en un ejercicio que se asimila más a una repetición de ideas ya definidas que a su revisión crítica. Gran parte de los análisis desarrollados por escritores/as neoconservadores/as contemporáneos/as, incluso aquellos/as de mayor renombre en este campo, como Jorge Scala, Agustín Laje, Nicolás Márquez o Gabriele Kuby, replican las ideas desarrolladas por sus antecesores/as en los 90, incluso la mayoría de las veces sin mencionarlas.
Un modelo para armar: la “ideología de género” y la construcción del enemigo total
A mediados de los 90, el sintagma “ideología de género” fue producido por sectores neoconservadores que aspiraron a sintetizar en un único concepto lo que consideraron una amenaza a su moral sexual (Careaga-Pérez, 2016; Cornejo-Valle y Pichardo, 2017; López, 2020). Sin embargo, hoy este concepto ha devenido una estrategia de movilización política y social. No son pocos los casos, a nivel global, donde este discurso se posiciona como centro de campañas, eslóganes de marchas y protestas callejeras, así como motor de articulación entre diversos colectivos neoconservadores (Careaga-Pérez, 2016; Fassin, 2016; González Vélez et al., 2018; Troncoso y Stutzin, 2019; Kalil, 2020).
Como destaca la literatura especializada, el modo en que opera hoy el discurso de la “ideología de género”, y que puede explicar gran parte de su poder para interpelar y movilizar, se basa en la construcción de una fuerte línea de separación entre un “nosotros/as” y un “otros/as” (Garbagnoli, 2016; Torres Santana, 2020). Más que una realidad empírica, dicha frontera debe ser entendida como un artefacto narrativo que el propio discurso produce. Condensado bajo el sintagma “ideología de género”, tanto el “nosotros/as” como el “otros/as” supone una amalgama de posiciones identitarias que son aglomeradas por el discurso neoconservador, construyendo la idea de un adversario común, promotor de la “ideología de género”, y un sujeto colectivo amenazado por dicha ideología (Kováts y Põim, 2015; Rodríguez Rondón, 2017; Troncoso y Stutzin, 2019).
La efectividad del discurso se hace notar al momento de construir la idea del adversario. El/la “otro/a” es proyectado/a por el discurso como una mixtura de ideas y actores donde confluyen no solo movimientos feministas y LGBTI, acusados de crear y difundir la llamada “ideología de género” (Torres Santana, 2020). Junto a estos operarían una serie de otros actores, como sectores vinculados al capital global interesados en lucrar a partir de los DDSSRR, o actores estatales e interestatales con intereses geopolíticos ocultos tras las agendas de género. A esta compleja amalgama se le atribuyen una serie de características, algunas de ellas incluso contradictorias entre sí, otorgándole al discurso de la “ideología de género” una importante elasticidad (Kuhar y Zobec, 2017). Es precisamente dicha elasticidad la que permite construir una suerte de “enemigo total”, esto es, la idea de un adversario que se mueve en múltiples frentes, que se nutre de variadas ideologías, y que encarna una serie de amenazas que incluso trascienden los temas de género y sexualidad. Cuando se usa el concepto “ideología de género”, se evocan múltiples demonios, un adversario que, contra toda singularidad, deviene un enemigo total.
Es por esto que diversos trabajos académicos señalan que este concepto opera como un significante vacío que le permite al activismo neoconservador oponerse a diversas políticas y actores, condensando distintas ideas bajo un mismo paraguas conceptual (Kováts y Põim, 2015; Kuhar y Zobec, 2017; Mayer y Sauer, 2017; Korolczuk y Graff, 2018). “Ideología de género” es un significante que “puede representar todo y cualquier cosa” (Kuhar y Zobec, 2017: 33). Su elasticidad le otorga al discurso la capacidad de unificar lo heterogéneo y simplificar lo complejo, a fin de construir una clara frontera que separa el “nosotros/as” del “otros/as”. La contracara de esto es que, al crear un enemigo común, el discurso opera como un “pegamento simbólico” (Grzebalska y Pető, 2018) capaz de nuclear diversos actores mediante la construcción retórica de ese adversario. En un juego de opuestos, crea una identidad política propia, un “nosotros/as” que se siente amenazado, confrontándolo con un enemigo que el mismo discurso se encarga de construir (Graff, 2016; Garbagnoli, 2016; Troncoso y Stutzin, 2019).
Siguiendo esto, cabe preguntarse cómo este discurso construye la idea de ese enemigo total, qué características le asigna y bajo qué narrativas realiza esta producción. Sin ánimo de agotar las posibilidades de análisis, es posible pensar al menos cuatro dimensiones, todas relacionadas entre sí, que hacen a esa construcción neoconservadora del “otro/a”: una dimensión epistémica, una ideológica, una moral y una geopolítica.
a) El nivel epistémico: la colonización de la objetividad. Un primer nivel se vincula con el grado de legitimidad que el activismo neoconservador imputa al cuerpo de conocimientos que amparan las políticas y teorías feministas y LGBTI, en contraposición a las que ampararían su propia posición. Los sectores que movilizan el concepto “ideología de género” asumen la existencia de una naturalidad biológica única basada en la idea de que solo existen dos cuerpos sexuados (hombre y mujer), una identidad específica asociada a cada uno (masculino y femenino) y un único tipo de deseo sexual natural (el heterosexual) (Morán Faúndes, 2017; Motta y Amat y León, 2018). A partir de este axioma, el neoconservadurismo establece que existen desigualdades naturales entre ambos sexos que no deben cuestionarse, ya que serían diferencias biológicas estables (Case, 2016). Si bien una parte sostiene esta posición desde un discurso teológico, como la teología del cuerpo desarrollada por Juan Pablo II en los 80, también lo hacen desde una narrativa secular que se presenta como científica (Vaggione, 2005; Garbagnoli, 2016). Cualquier movimiento que proponga una política sexual disidente de ese orden “natural” se considera, sin matices, como promotor de una ideología, la “ideología de género”, reñida con la objetividad. Como indicaba la investigadora católica Dale O’Leary (1995: 12), “Habiendo perdido el argumento científico, las feministas de género están determinadas a imponer su ideología mediante la abolición de la evidencia en contra de ella”.
La eficacia simbólica del discurso de la “ideología de género”, por lo tanto, se basa en su intento por colonizar la objetividad: establece que la política sexual neoconservadora se basaría en evidencia objetiva y neutral, mientras que toda aquella que disienta de sus propuestas serían disposiciones meramente ideológicas. El concepto “ideología” es utilizado como sinónimo de falsas ideas, versus las ideas objetivas y verdaderas que defendería el neoconservadurismo (Kuhar, 2014). Como indicaba el abogado católico Jorge Scala (2010: 30), una ideología es un “cuerpo doctrinal cerrado” que “parte de una premisa indemostrada e indemostrable —porque es falsa”. Todas aquellas políticas, teorías y enfoques que cuestionan el supuesto orden sexual natural, devienen ideológicas y anti-científicas para estos sectores.
Esta idea de lo natural se apoya en un régimen epistemológico conocido como “realismo”, que asume la existencia de una realidad objetiva independiente del sujeto. En términos del cuerpo, esta realidad lo condicionaría enmarcándolo en una matriz de sexo-género-deseo estable. Lo que busca hacer el discurso de la “ideología de género” es clausurar la posibilidad de cuestionar lo que asume como una verdad esencial, recurriendo para ello al lenguaje de la ciencia, en tanto discurso de poder/verdad que le permite presentarse públicamente como protector de una verdad en torno al cuerpo.
Valgan dos aclaraciones en este punto. En primer lugar, esto no significa que este discurso se base en un conocimiento científico necesariamente riguroso y actualizado. Muchas de las ideas que recoge este discurso son hoy motivo de debates dentro del campo científico, o incluso algunas se encuentran obsoletas en la ciencia (Morán Faúndes, 2017). Un ejemplo de esto es la consideración de la homosexualidad como una enfermedad. En 1973, la homosexualidad fue eliminada del Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders (DSM) de la American Psychiatric Association (APA), y en 1990 fue eliminada de la “Clasificación Estadística Internacional de Enfermedades y otros Problemas de Salud” (CIE) de la Organización Mundial de la Salud. Pese a este proceso de despatologización de la homosexualidad, el activismo neoconservador continúa recurriendo a ideas que los principales organismos de prestigio mundial en medicina y psiquiatría rechazan desde hace medio siglo. Para vehiculizar su argumentación, el neoconservadurismo se ve forzado a cuestionar la validez científica de las decisiones de dichos organismos, arrogándose la facultad de ser custodio legítimo de una verdad científica que los organismos de ciencia globales no habrían sabido defender. Así, por ejemplo, se expresan los neoconservadores Nicolás Márquez y Agustín Laje (2016: 143) respecto del tema de la homosexualidad, acusando al movimiento LGBTI de haber ejercido presión sobre los organismos científicos para lograr la despatologización de la homosexualidad: “constantes prepotencias y extorsiones dieron sus frutos y lograron descatalogar la sodomía de la clasificación de enfermedades mentales”.
En segundo lugar, el uso de un lenguaje secular, centralmente científico, por parte del activismo neoconservador, es un fenómeno muy anterior a la emergencia del discurso de la “ideología de género”. De hecho, fue la jerarquía católica la que decidió recurrir a un secularismo estratégico (Vaggione, 2005) mucho antes de las conferencias de El Cairo y Beijing en los 90. En 1974, por ejemplo, tras la publicación de la “Declaración sobre el aborto” de la Congregación para la Doctrina de la Fe, su oposición a la interrupción del embarazo dejó de fundamentarse en tradicionales discusiones teológicas acerca del momento en que el alma llega al cuerpo para abrazar el lenguaje de la genética (Morán Faúndes, 2017). El discurso de la “ideología de género” solo actualiza esta puesta en circulación de epistemologías y lenguajes seculares en oposición a los DDSSRR.
En síntesis, la narrativa de la “ideología de género” apela a una epistemología tendiente a re-naturalizar al género y la sexualidad bajo disposiciones binarias y estáticas (Garbagnoli, 2016). Mientras las teorías de género sometieron a crítica las ideas basadas en narrativas biologicistas que asumían al cuerpo, los deseos y las identidades como disposiciones naturales, y las desplazaron hacia el terreno de lo cultural, el neoconservadurismo moviliza una retórica biologicista con el fin de re-naturalizar y re-esencializar el binarismo de género y sexual. Se reproduce y actualiza así la clásica dicotomía naturaleza/cultura, estableciendo la existencia de un territorio corporal impermeable a las disposiciones culturales. La dicotomía entre un “nosotros/as” y un “otros/as” producida por el discurso de la “ideología de género”, a nivel epistémico, se funda así en la invención de un “nosotros/as” poseedor de una verdad irrefutable, amparada bajo una narrativa que se auto-legitima como científica, y un “otros/as” sesgado por ideologías que impedirían ver la realidad objetiva del cuerpo y el deseo.
b) El nivel ideológico: entre el marxismo y el liberalismo. La acusación de sesgo ideológico que moviliza el activismo neoconservador contra los movimientos feministas y LGBTI apunta a vincular a estos últimos con un cuerpo ideológico específico: el marxismo. Quienes movilizan el concepto “ideología de género” señalan que el pensamiento crítico que cuestiona la existencia de un orden sexual natural se basaría centralmente en una reversión del marxismo, ya no orientado a la lucha de clases sino a establecer una lucha cultural focalizada en el género y la sexualidad, teniendo como objetivo principal la destrucción de la institución familiar (Hankivsky y Skoryk, 2014; Anić, 2015). Un texto del presbítero argentino Lorenzo Pascual, publicado en 1995, lo resumía del siguiente modo:
“La ideología marxista consideraba la propiedad privada de los medios de producción como raíz de todos los males que aquejan a los hombres en este mundo; como si el problema profundo de la humanidad fuera de índole económica. Se equivocó. Ayer, la economía; hoy, la sexualidad. Ayer, la dialéctica burgués-proletario; hoy, la dialéctica varón-mujer. Ayer, la socialización de los medios de producción; hoy, la equidad de los géneros” (Pascual, 1995: 51)
La llamada “ideología de género” supondría un desplazamiento de la economía hacia la cultura como nueva arena de disputa política marxista. La renovada misión neoconservadora, en este sentido, apuntaría a recuperar valores culturales amenazados por la agenda de género (Bárcenas, 2018). Tal como postulaban autores/as neoconservadores/as en los 90, como O’Leary (1995) o Schooyans (2000), esta supuesta nueva versión del marxismo, denominada por estos sectores como “neo-marxismo” o “marxismo cultural”, inspiraría las ideas feministas y LGBTI. El juego discursivo se basa no solo en sobredeterminar la influencia del marxismo en las ideas feministas, sino además en asociar cualquier demanda o política de género con una encubierta agenda comunista. A nivel ideológico, se construye así la idea de un/a “otro/a” actualizando el conflicto propio de la guerra fría entre comunismo y capitalismo para forzarlo a calzar en el actual contexto pos-soviético donde dicha dicotomía perdió significación. La idea es mostrar que la “amenaza del comunismo” seguiría tan vigente como antes de la caída del muro de Berlín, pero redirigida hacia una batalla cultural mediante el lenguaje de la igualdad de género. Así, la asociación que hacen entre teoría de género, por un lado, y marxismo, por otro, permite imputar una serie de características a los movimientos feministas y LGBTI, asociándolos con todo aquello que el neoconservadurismo y las derechas vinculan al marxismo: “totalitarismo”, “dictadura”, “pensamiento único”, etc. (Bárcenas, 2018; Troncoso y Stutzin, 2019) La acusación de marxismo se usa dentro del discurso de la “ideología de género” con el fin de establecer una ecuación donde la teoría marxista sería sinónimo de imposición autoritaria.
Revitalizar a Marx resulta central para este discurso. Bien es sabido que hace décadas cierta izquierda comenzó una búsqueda por abandonar la ortodoxia marxista. Una parte lo hizo desde la incorporación de la cultura al análisis clásico del marxismo, como fue la Escuela de Frankfurt. Pero otra, de la mano de corrientes como el posestructuralismo, emprendió una crítica orientada a entender las luchas identitarias y culturales despojándose de las rígidas estructuras conceptuales de Marx. Sin embargo, a través de discursos como la “ideología de género”, el neoconservadurismo contemporáneo vuelve una y otra vez a reinscribir obsesivamente el componente marxista en las luchas de la izquierda y el progresismo. El neoconservadurismo hoy depende más de Marx que la propia izquierda.
Ahora bien, el marxismo no es el único sindicado como responsable de la llamada “ideología de género” por parte del activismo neoconservador. Adicional al supuesto entramado neomarxista de la teoría de género, algunos autores/as neoconservadores/as imputan también al liberalismo parte de la responsabilidad por la propagación de las agendas feminista y LGBTI. Así se expresaba el sacerdote belga Michel Schooyans (2000: 46): “esta ideología del género combina temas que provienen de la ideología socialista en su forma marxista y de la ideología liberal”. El problema que el neoconservadurismo ve en el liberalismo, y que lo conectaría con la llamada “ideología de género”, es su priorización de proyectos morales individuales por sobre un modelo valórico único. La doctrina liberal promovería la búsqueda individual del placer socavando las bases de la moral sexual neoconservadora, lo que abriría el camino para el avance de la agenda neomarxista de género: “Mientras se exalta de esta manera un individualismo liberal exacerbado, aliado a una ética subjetivista que incentiva la búsqueda desenfrenada del placer, la familia sufre también con el resurgir de nuevas expresiones de un socialismo de inspiración marxista” (Pontificio Consejo para la Familia, 1999, sin paginación).
Este punto es relevante para comprender el poder movilizador del discurso de la “ideología de género”. El término “ideología de género” funciona como un dispositivo conceptual que condensa los principales demonios que ha tenido el conservadurismo clásico y actual a lo largo de su historia: el marxismo, el liberalismo y la llamada “cultura de la muerte”, siendo esta última un eufemismo para referirse a los movimientos feministas y LGBTI. La jerarquía de la Iglesia Católica, quizás el principal actor neoconservador a nivel global, se construyó a sí misma en los últimos dos siglos en oposición a diversos enemigos a los que representó como verdaderas amenazas para su cosmovisión y la civilización. A partir del siglo XIX, y a lo largo de todo el siglo XX, estos enemigos fueron centralmente el liberalismo y el comunismo, en tanto ambos rechazaban, por distintos motivos, la idea de un dios que ordenara la vida política y social, así como la universalidad y objetividad de los valores cristianos (Mallimaci, 2015). A su vez, desde mediados del siglo XX esta Iglesia comenzó con cada vez más fuerza a antagonizar también con los incipientes movimientos feministas y LGBTI cuyas demandas adquirían impulso global. Sin embargo, en el contexto de la caída del bloque soviético en los 90, y de la consolidación de los DDSSRR en espacios internacionales de derechos humanos en la misma década, Juan Pablo II intensificó la confrontación de la agenda vaticana con los movimientos feministas y LGBTI, a los que enmarcó en su encíclica Evangelium Vitae como parte de una “cultura de la muerte”. A través de este concepto, el Vaticano reforzó la dicotomía vida/muerte como una estructura discursiva que buscó delimitar el campo sexual en dos polos: el de los cuerpos y las prácticas moralmente legítimas por tender a la reproducción de la vida, y el de las inmorales por truncar dicha reproducción. Movimientos feministas y LGBTI se convertían en un nuevo demonio para la jerarquía católica.
El concepto “ideología de género” que comenzó a producir el activismo neoconservador también a partir de los 90 vino a condensar estos tres demonios que la jerarquía católica en particular, y el conservadurismo en general, ha tenido en los últimos siglos: marxismo, liberalismo y movimientos feministas/LGBTI. El modo en que la agenda de género sería movilizada por los movimientos precursores de la “cultura de la muerte”, el supuesto origen marxista de dicha agenda y el rol del liberalismo en su propagación, tornan a la llamada “ideología de género” un enemigo perfecto para el activismo neoconservador, donde se amalgaman todos sus enemigos históricos. La llamada “ideología de género” no es un enemigo más para el neoconservadurismo. Son todos sus enemigos aunados en un solo espacio narrativo.
Esto convierte al discurso en una potente herramienta de movilización. Al ser capaz de conjugar ideas tan diversas en un mismo concepto, tiene también la capacidad de enfatizar selectivamente las características que más convengan de sus adversarios, y dejar otras en segundo plano. Así, en contextos donde el comunismo y el marxismo son vistos con sospecha y distancia, el discurso de la “ideología de género” enfatiza esos aspectos como forma de convocar a diversos sectores en contra de las demandas feministas y LGBTI. En espacios donde prima una crítica al liberalismo, es esta dimensión la que puede ser llevada a un primer plano para interpelar masivamente a la población a rechazar la agenda de género. Es por esto que este discurso ha sido usado por actores tan diversos como el expresidente de Ecuador, Rafael Correa (2007-2017), o los actuales sectores de extrema derecha que se autodenominan libertarios. El primero conjugó políticas progresistas en materia económica y de pueblos originarios, entre otras, con una retórica radicalmente neoconservadora en materia de DDSSRR, a los que consideraba parte de una idea extremista de la libertad, usada en oposición a la naturaleza y la biología misma[3]. Los segundos se reconocen como parte de una nueva derecha heredera de las escuelas (neo)liberales de Austria y Chicago, y entienden a los DDSSRR como parte de un marxismo cultural opuesto a las libertades (Biroli, 2020).
c) El nivel moral: una batalla entre el bien y el mal. Una tercera dimensión del discurso de la “ideología de género” es su tendencia a imaginar al “otro/a” bajo un registro moral, entendiendo a los sectores que movilizan políticas de género no como simple adversarios políticos sino como enemigos que encarnan una serie de males que amenazan a la sociedad en su conjunto (Blum, 2015). Para este imaginario, las políticas de género no son solo políticas enfrentadas con la cosmovisión neoconservadora. Son verdaderos peligros para la continuidad de la sociedad, la civilización e incluso la especie.
Uno de los modos en que el discurso construye la idea de la amenaza moral es articulando los componentes ideológicos de la llamada “ideología de género”, descritos anteriormente, con la idea del peligro. El liberalismo, pero especialmente el marxismo, en tanto dispositivos ideológicos del género, son presentados por este discurso no simplemente como ideologías antagónicas al proyecto neoconservador sino como riesgos morales. Cuando se habla de género, se habla de liberalismo y de comunismo, y cuando se habla de estas ideologías se habla de totalitarismo, dictadura, adoctrinamiento, hedonismo, inmoralidad, pensamiento único, control poblacional, ateísmo, etc. Son todos estos elementos los que se ponen en circulación dentro del imaginario neoconservador cuando se referencia a la llamada “ideología de género”. Luchar contra los feminismos y colectivos LGBTI se torna así no un asunto de elección, sino de supervivencia social. En palabras de la socióloga neoconservadora Gabriele Kuby (2017: 476):
“[…] cuando la brújula moral de la sociedad se ha roto, cuando al bien se le llama mal y al mal se le llama bien, cuando los ciudadanos y votantes de una sociedad democrática no tienen hoy día una sólida orientación o renovación de la esencia moral, cuando los que gobiernan no tienen ninguna obligación hacia el bien común, entonces la sociedad se precipita hacia un nuevo totalitarismo”.
Esta construcción de la llamada “ideología de género” como una amenaza social implica la producción de un “otro/a” imaginado como un enemigo moral, no solo político. Citando al abogado católico Jorge Scala (2010: 189), “la de género es la actual ideología del mal, que se ha propuesto la destrucción del hombre y de la familia”. La relación adversativa se construye en términos de un antagonismo radical, desplazando la frontera que separa el “nosotros/as” del “otros/as” desde lo político hacia lo moral (Kuhar, 2014). Esto no quiere decir que la frontera que divide al “nosotros/as” del “otro/a” deje de ser política, en tanto es una construcción mediada por un discurso de poder. Tampoco significa que su proyecto sea exclusivamente moral. Por el contrario, es un proyecto político, en tanto intenta cristalizar un orden sexual específico a través de las instituciones sociales. Decir que la forma de construcción del “nosotros/as” y el “otros/as” se desplaza hacia lo moral significa que esta construcción política se expresa en un registro de moralidad. Para el activismo neoconservador, la lucha contra la llamada “ideología de género” representa no una disputa entre sectores enfrentados que se reconocen mutuamente como oponentes legítimos en el marco de una democracia, sino una batalla entre el bien y el mal en donde lo que se juega es la supervivencia.
Chantal Mouffe (2009: 82) advertía que “cuando los oponentes son definidos en términos morales y no políticos, no pueden ser concebidos como un «adversario», sino solo como un «enemigo». Con el «ellos maligno» ningún debate agonista es posible”. Por supuesto, el neoconservadurismo no necesariamente reconoce que su discurso moralizante es constitutivo de una relación de antagonismo extremo, ya que presenta sus ideas bajo una apariencia de descripción inocente, invisibilizando el gesto político que hay detrás. Sin embargo, dicho gesto existe y es constitutivo de una construcción identitaria donde el/la “otro/a” es sinónimo de inmoralidad y de amenaza, mientras el “nosotros/as” supone el bien que estaría siendo amenazado.
Este registro moral está permitiendo al neoconservadurismo articular procesos de movilización motivados por el pánico moral (Garbagnoli, 2016; Miskolci y Campana, 2017; Rodríguez Rondón, 2017). El miedo, precisamente, tiene la capacidad de interpelar e impulsar reacciones, constituyendo un eficaz mecanismo de subjetivación política. Es quizás por esto que algunas de las principales campañas desarrolladas por los sectores neoconservadores hoy suelen activarse con la excusa de proteger a la niñez frente a la amenaza de la “ideología de género” (Rodríguez Rondón, 2017; González Vélez et al., 2018). La niñez es generalmente situada como marco simbólico capaz de representar la indefensión ante la amenaza y, por tanto, despertar el pánico moral (Kuhar y Zobec, 2017).
d) El nivel geopolítico: las conspiraciones globales. Finalmente, la cuarta dimensión que constituye al discurso de la “ideología de género”, la dimensión geopolítica, opera en dos sentidos complementarios. Por un lado, construye al/a “otro/a” como parte de un poder global que amenazaría costumbres tradicionales de comunidades locales; por otro, presenta a ese poder global bajo una narrativa conspirativa (Korolczuk y Graff, 2018).
Respecto del primer punto, la narrativa construye una dicotomía donde la llamada “ideología de género” sería parte de una agenda foránea, mientras que la agenda neoconservadora sería protectora de valores tradicionales locales (Grzebalska, 2015; Kuhar y Zobec, 2017; Cornejo-Valle y Pichardo, 2017; Loza y López, 2020). La dicotomía entre lo local y lo transnacional supone un modo de construir las agendas feministas y LGBTI como imposiciones extranjeras (Fassin, 2016). Lo local, por contraste, se presenta como un conjunto de valores y costumbres esencializadas que conformarían una identidad inmutable y compartida por los miembros de cada comunidad. Este esencialismo cultural que subyace al discurso asume que las políticas de género, al poner en riesgo las costumbres, derivarían en la destrucción de la identidad misma de los pueblos. Así, la asignación de este carácter global y foráneo habilita a culpar a los feminismos y movimientos LGBTI de movilizar una suerte de “pensamiento único” global, de propugnar agendas “neocoloniales” o incluso de promover un nuevo “totalitarismo ideológico” atentatorio contra las tradiciones locales (Cornejo-Valle y Pichardo, 2017; Korolczuk y Graff, 2018). En estos términos lo expresaba el sacerdote católico Juan Claudio Sanahuja (2012: 27): “En las llamadas grandes conferencias internacionales de la década de 1990, organizadas por las Naciones Unidas, se desarrolló un proyecto de poder global, un proyecto de poder totalitario”. Asimismo, el sacerdote Michel Schooyans (2002) usaba el concepto “colonialismo sexual” para mostrar este carácter foráneo y de imposición forzosa de las agendas feministas y LGBTI.
Esta dimensión del discurso tiene un carácter transitivo, ya que la acusación de extranjería termina traspasándose a toda institución, espacio o actor que promueva las políticas de género, no solo a los movimientos feministas y LGBTI. Así, por ejemplo, cuando se defienden los DDSSRR, en tanto derechos protegidos desde los sistemas internacionales y regionales de derechos humanos, el discurso neoconservador propugna un ataque no solo hacia los feminismos y colectivos LGBTI sino hacia los sistemas de derechos humanos como tal. En palabras del abogado católico Jorge Scala (2010: 183): “Las Naciones Unidas —y en su medida las organizaciones internacionales regionales como la Unión Europea y la OEA— son las plataformas idóneas para imponer globalmente la ideología de género”.
De este modo, cada vez con mayor fuerza, los sectores neoconservadores vienen enfatizando lo local, en tanto defensa de la tradición y la soberanía de los estados, como forma de contraponerse a la universalidad de los derechos humanos, en especial cuando estos se conectan con las políticas de género. Incluso, en ocasiones, los estados nacionales son vistos desde este discurso como grandes maquinarias que los movimientos feministas y LGBTI usan para imponer lineamientos globales. El neoconservadurismo configura así un discurso que establece que el tamaño de los aparatos estatales e interestatales sería inversamente proporcional a las tradiciones locales.
La segunda característica que hace a la dimensión geopolítica del discurso de la “ideología de género” refiere a las ideas conspirativas sobre las que se sostiene (Baden y Goetz, 1997; Cornejo-Valle y Pichardo, 2017; Motta y Amat y León, 2018; Loza y López, 2020). El discurso suele asumir que las agendas feministas y LGBTI habrían logrado avanzar gracias un intenso lobby y articulación orquestado principalmente desde países centrales del norte global y que se extiende por todo el planeta, muchas veces de manera secreta y silenciosa. Corporaciones multinacionales, organizaciones filantrópicas transnacionales, agencias internacionales de derechos humanos, gobiernos de distintos signos políticos, agentes de capital financiero global, entre muchos otros, harían parte de esta conjura internacional por imponer la llamada “ideología de género”. En palabras de la autora católica Alicia Beatriz Montes Ferrer (2018: 352): “Detrás de la Ideología de género hay todo un complot mundial que pretende disminuir el número de personas que en él habitamos”. El discurso neoconservador plantea así que las agendas feministas y LGBTI serían agendas movilizadas por sectores sumamente poderosos que estarían imponiendo desde el plano transnacional lineamientos ideológicos globales sobre contextos locales.
La conspiración es un marco esencial para el discurso de la “ideología de género”, en tanto opera como dispositivo interpretativo de la realidad. Cualquier política o teoría que desafíe a la moral sexual neoconservadora es explicada como una pieza dentro de un articulado plan global. El marco conspirativo es un eficaz modelo discursivo que sirve para presentar al adversario bajo un manto de niebla, de turbiedad, de oscurantismo, en contraste con la aparente transparencia cristalina del “nosotros/as”. El discurso de la “ideología de género” no podría funcionar sin este encuadre conspirativo, ya que uno de los modos más eficaces para sostener la idea de que las teorías y las políticas de género son mera ideología o falsas ideas es presentarlas como imposiciones que ejercen grupos minoritarios, pero poderosos, para manipular a la población, y no como avances logrados por la capacidad de las teorías de género para explicar la realidad y de las políticas asociadas a esta para mejorar las condiciones de vidas de sectores históricamente marginados.
El tono de conspiración ha sido desde sus orígenes un componente fundacional de este discurso. En los 90, los primeros escritos neoconservadores sobre los que se construyó el discurso de la “ideología de género” aducían una gran conspiración. En 1997, el sacerdote Michel Schooyans dedicó todo un capítulo (“La dulce conspiración y su red”) de su libro a hablar sobre una conjura global para modificar nuestra forma de entender el mundo orquestada por las Naciones Unidas (en especial la Organización Mundial de la Salud) y el Banco Mundial, principalmente, pero que operaría en una red global sin un centro fijo. El mismo año, Dale O’Leary (1997: 40) dedicó un capítulo (“Conspiración en Glen Cove”) en su libro a mostrar cómo “la perspectiva de género era un medio oculto para promover la ideología feminista radical y la homosexualidad”.
Conclusiones
El discurso de la “ideología de género” no es nuevo. Como decíamos, surgió hace más de un cuarto de siglo, producto de una serie de ideas desarrolladas desde el propio activismo de oposición a los DDSSRR (Baden y Goetz, 1997; Serrano Amaya, 2017; Troncoso y Stutzin, 2019). Incluso, parte de las ideas que lo componen ya venían siendo movilizadas por estos sectores con anterioridad. Lo que sí parece un fenómeno más reciente es el modo en que transformaron este discurso en una estrategia de movilización política (López, 2020), potenciando su capacidad para construir un imaginario dominado por una relación adversativa entre un “otros/as” y un “nosotros/as” (Graff, 2016; Garbagnoli, 2016).
Esta capacidad de producción semiótica de un enemigo combina la evocación de antiguos fantasmas del conservadurismo, como el marxismo y el liberalismo, con nuevos demonios, como los movimientos feministas y LGBTI. Y es esa dimensión la que le permite al neoconservadurismo interpelar a diversos sectores, generando renovados procesos de movilización y articulación. La efectividad del discurso, por lo tanto, radica en su habilidad para generar un enemigo total, una alteridad que se plasma en dimensiones epistémicas, ideológicas, morales y geopolíticas, y que es capaz de activar un pánico moral que alienta a la movilización (Miskolci y Campana, 2017). La “ideología de género”, así, pasó de ser un concepto a una estrategia de movilización y convocatoria. Más que un discurso intelectual, hoy es un modelo de subjetivación política.
Al construir a su adversario, este discurso está generando a su vez una reconfiguración del campo neoconservador. El ser un significante vacío, lejos de ser una debilidad, le otorga la capacidad de condensar múltiples ideas, e incluso de articular demandas que trascienden el ámbito de la política sexual. Como decía Ernesto Laclau (2015), mientras más vacío, mayor es la capacidad de un significante para articular demandas y sectores más variados. Al devenir sinónimo de marxismo, hedonismo, totalitarismo, liberalismo, entre otros pánicos morales que circundan el imaginario neoconservador, el discurso de la “ideología de género” tiene potencial para reconfigurar las alianzas de estos sectores, convocando a diversos actores, la mayoría de derecha y extrema derecha, que quizás históricamente no focalizaron sus acciones en temas de política sexual, pero que son interpretados por su oposición al comunismo, las izquierdas, etc. La “ideología de género”, en este sentido, devino en una de las principales estrategias neoconservadoras del último tiempo, no solo por ser un discurso eficaz, sino por ser una estrategia política capaz de renovar el propio campo de oposición a los DDSSRR.
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Otras fuentes
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[1]Notas
Esta preocupación no solo alertó a Delgado, sino a gran parte del neoconservadurismo argentino, especialmente al procedente de Buenos Aires y Córdoba. Gran parte de sus preocupaciones quedaron plasmadas en un libro donde varios/as activistas e intelectuales neoconservadores/as de ambas ciudades plasmaron cuestionamientos a la agenda de género (González de Delgado, Scala, Siebert, Pascual, Bergonzo de Arcagni, Sanahuja y Delgado, 1995; Morán Faúndes, 2019).
[2] Ratzinger había publicado en 1996 un libro donde planteaba, en un breve párrafo, que el término “género” estaba siendo utilizado no solo para liberar a las mujeres de las opresiones culturales que sufrían, sino para contradecir su propia constitución biológica natural (Miskolci y Campana, 2017).