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inclinarse hacia la construcciĆ³n de los personajes desde su estilo particular y
otorgarles, asĆ, ademĆ”s de humanidad y hondura, un carĆ”cter estĆ©tico.
En las primeras pƔginas de la novela, Lucrezia, esposa de Septimus,
sentada junto a Ć©l en un parque, recuerda una recomendaciĆ³n del mĆ©dico:
debĆa hacer que Septimus se interesara por las cosas externas a Ć©l. Entendemos
que la enfermedad mental de Septimus tiene su base en el impedimento de
sentir el dolor por la guerra y la muerte de Evans, su compaƱero en el frente;
imposibilidad que lo induce a casarse con Lucrezia mƔs por impulso que
por voluntad. El hecho de no poder sentir tiene sus raĆces, ademĆ”s, en los
modos de vivir de su entorno, caracterizados por la compostura, la dureza,
la impasibilidad, el aceptar frĆa y racionalmente la muerte en la guerra. Los
mĆ©dicos que atienden a Septimus aī±rman que nada le sucede, o bien que
la soluciĆ³n a su problema serĆa entregarse a los placeres vacĆos de la vida
burguesa. Quien se abandona a estos entretenimientos y preocupaciones
burgueses, por otro lado, es Clarissa. Su dĆa gira en torno de la preparaciĆ³n
de la ī±esta y de mantener las relaciones con otros seƱores y seƱoras. Sin
embargo, detrĆ”s de esta inercia, en Clarissa hay una sensaciĆ³n de vacĆo
que la emparenta con Septimus. A sus 50 aƱos, ella vive el presente, pero al
mismo tiempo se escapa de Ć©l y se traslada a su juventud, a los recuerdos del
pasado que despiertan sus arrepentimientos y la pregunta sobre el sentido
de sus decisiones, de su matrimonio y de cĆ³mo ha construido su vida. La
vejez, la soledad, el paso del tiempo y la pregunta por su identidad emergen
inevitablemente en Clarissa a lo largo del dĆa. Como reacciĆ³n a esta angustia,
la ī±esta es una manera de recuperar la vitalidad en el ī²ujo de lo cotidiano y
otorgarle a la vida el sentido de su continuidad.
La vida es intolerable tanto para Clarissa como para Septimus y
ambos sienten miedo ante ella. Sin embargo, la conclusiĆ³n de los dos diī±ere.
Septimus encuentra la respuesta al no poder sentir, que lo lleva a la angustia,
al dolor y al sufrimiento, en su propia muerte; para Clarissa, la ī±esta funciona
como una ofrenda, todo lo que ella puede ofrecer ante la existencia que es, en
su perspectiva, un desperdicio, una pena. Al reī²exionar sobre cĆ³mo se deja
llevar, cĆ³mo se arrastra por la corriente del proceso de vivir, Clarissa evoca
un fragmento de Shakespeare: āno temas mĆ”s el calor del solā. El calor del
sol es una de las sensaciones que Septimus nota cuando, en cierto momento
sentado en la plaza, siente recuperar en sĆ mismo la vida. Sin embargo, es
un instante breve que seguidamente es reemplazado por el miedo. Antes de
suicidarse, el narrador extrae de la interioridad de Septimus que āno querĆa
morirse. La vida era buena. El sol calienteā (Woolf, 2012, p. 152); a pesar de
ello, para Septimus la vida es inaguantable. De esta manera, entendemos
Malena Brenda Ferranti Castellano