de un libro son como las habitaciones en esta casa … Las páginas son
como los muros … De hecho, los muros y las páginas de un libro se
parecen mucho. (Radax, 1970)
De la misma forma en que el sujeto queda, de alguna manera, apresado
entre esas cuatro paredes que forman la casa, las palabras quedan apresadas
en las páginas que componen el libro. Lo que nos interesa subrayar de este
razonamiento es, no obstante, la idea de que el escritor —escribe para
conocerse o, al menos, para intentarlo— queda, así, apresado también en el
libro. Esto sucede a pesar de la lucha incesante que libra contra el lenguaje,
por las limitaciones para referir la realidad de las que el narrador da cuenta
o, mejor dicho, precisamente por ello, aquello que impide al quien escribe
abandonar la reexión y, por tanto, salir del laberinto.
Además, el relato, como se vio, pretende ser un correlato autobiográco.
Bien es cierto que dicho carácter de la obra de Bernhard puede ser puesto
en duda; de ello da cuenta, por ejemplo, Javier Marías (2014) al apuntar que
“el autor presenta su obra como obra de cción, o al menos no indica que
no lo sea” (p. 73). No obstante, “la obra en cuestión tiene todo el aspecto de
una confesión, y además el narrador recuerda claramente al autor” (p. 74).
No pretendemos detenernos aquí en la cuestión del estatuto de cción o
no cción de su obra, vamos a limitarnos a aceptar la voluntad del autor de
que, en este caso, El origen sea leído como autobiografía. Así, querríamos
traer a colación otra de las confesiones que pudieran explicar su estilo, es
decir, la repetición, la reiteración y la obsesión por el lenguaje empleado. Esta
tiene que ver con el concepto de monotonía. Se lamenta Bernhard: “todos los
demás tienen una vida mucho, si no más emocionante, más interesante … Mi
propia vida, mi propia actividad, mis propios días me parecen monótonos,
uniformes, sin contenido” (Radax, 1970) y seguirá diciendo: “monotonía,
¿no? De ella nacen nuevas resistencias. Cuando uno se da cuenta de todo
esto, uno no quiere en realidad nada más que dormir, no saber nada más.
De pronto, nuevamente el deseo” (Radax, 1970). Bernhard, por tanto, escribe
por oposición a él mismo y por algún tipo de amor a la resistencia. De ahí
el deseo de escribir, de crear, a pesar de estar sumido en la monotonía y
de ahí también la resignación por no poder salir de ella. Esto justica un
lenguaje, en algunos aspectos, también monótono o, al menos, circular. Ese
lenguaje vendría a signicar la única vía formal que lograra expresar esa vida
signada por la monotonía, esa vida en la que los días se suceden de la misma
manera, hasta el punto de parecer uno solo. Del mismo modo, “aparecen las
Sandra Fernández Romero
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