la composición de poemas en francés desde 1961 a 1963. Esto no es un dato
menor, considerando que el título y el epígrafe del poema citado evidencian la
intervención de Pizarnik como traductora, pues no se conoce una traducción
de la obra de Günderrode al francés hasta 1963, con el libro Les romantiques
Allemands de Armel Guerne. Por lo tanto, ya desde esta instancia es posible
apreciar que el yo autor se descorporaliza para devenir espectro: Derridá
(1995) plantea que lo espectral nunca está presente en tanto sustancia, esencia
ni existencia: este ‘‘presente no presente’’ (p. 20) no es ni alma ni cuerpo y es
una y otro a la vez. Esto no es ajeno a Pizarnik, cuya imagen de escritora
se construye en un estado de suspensión fantasmal y asume un carácter de
muerto-vivo o de sonámbulo —ambos asociados a la noche, motivo constante
en su poesía—. En los diarios, esto se ve, por ejemplo, en la entrada del 21 de
conmigo es tan enorme que me transformo en una muerta’’ (Pizarnik, 2003,
p. 133). Invisible en sus apariciones, se desconoce si el espectro vive o está
muerto y, sin embargo, ‘‘nos ve no verl[o] incluso cuando está ahí’’ (Derridá,
1995, p. 21). Según puede apreciarse, lo espectral en Pizarnik tiene que ver
con la imposibilidad de suplir la constante demanda del otro, de su mirada,
yo. Aun en el diario íntimo
se habla de un desdoblamiento del sujeto de enunciación: quien dice yo es al
mismo tiempo el receptor de su propio discurso.
En la entrada del 10 de febrero de 1958, Pizarnik (2003) escribe: ‘‘yo
no quiero vivir, yo quiero un interés obsesivo por dos cosas: los libros y mi
poesía’’ (p. 124). En un gesto de renuncia a la experiencia vital y a la interacción
social, la poeta aspira a una muerte simbólica, un enclaustramiento en el
territorio anacrónico de lo literario: escribir, dice Blanchot, es ‘‘entregarse
a la fascinación de la ausencia de tiempo’’ (2002, p. 25). La escritura, como
plantar una huella en la arena, se convierte en la única instancia posible para
corroborar la propia existencia, se trata de un acto de intervención en el
mundo. A su vez, el sufrimiento de la autora viene a ser el combustible de
su escritura: de otro modo, ¿cómo explicar la enormidad de su archivo? No
se trata, por tanto, de buscar una continuidad más allá de la muerte, sino de
sustituir al ser mediante el lenguaje, facilitado por la propensión a la escritura:
‘‘¿posibilidad de vivir? Sí, hay una. Es una hoja en blanco, es despeñarme sobre
el papel, es salir fuera de mí misma y viajar en una hoja en blanco’’ (Pizarnik,
2003, p. 119). Esta fuga de sí misma para precipitarse en el papel se sostiene
en una obsesión por la pulsión de muerte, traducida en el gesto de morir
Alejandra Pizarnik, en la imagen que ha proyectado en su escritura sobre sí misma y que sus allegados,
Camila Victoria Esquivel
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