de diferentes críticos y autores.
Ante esto, vemos cómo palabras e imágenes dialogan ya desde la manera
en que el libro se organiza, compartiendo ambas un lugar primordial en este.
Rescataba antes la palabra “dibujar” porque son las imágenes realizadas por
Guillermo, quizás, un punto de partida para pensar lo poético; aquello con lo
que las palabras se tensionan, dialogan, se vinculan. Al observarlas, uno puede
preguntarse si lo escrito explica aquello que se está viendo; quien observa lo
dibujado por el artista puede buscar en los poemas una explicación o viceversa.
Sin embargo, no se traza, entre ambas formas de expresión, una línea directa,
absoluta. Aquello que se dice y aquello que se dibuja se abre y estalla en
múltiples aristas haciendo imposible una simplicación en la interpretación
y es este uno de los triunfos de Olvidarse del paisaje: las relaciones entre las
propuestas son diversas y están en constante crecimiento.
En relación con esto, volviendo a la frase con la que inicié este texto,
es interesante recuperar que aquello que se propone dibujar es “un cielo
gigante”. Tanto a partir de los títulos de las obras como de la palabra poética
que las acompañan podemos identicar una constante, que es el trabajo con
lo natural: se lo observa y se lo dibuja. Y no solo eso, también se dibuja con lo
natural, se lo vuelve materia para crear.
En su texto, Adriana Musitano explica que, para realizar sus obras,
Guillermo recoge ramas caídas, las quema y con eso hace carbón: “en Los
Cóndores, Córdoba, fue algo muy concreto: recoger las ramas en el pueblo
y luego hacer carbón” (Musitano, 2023, p. 4). Hay, hoy en día, múltiples
teorías y lecturas sobre el trabajo, la conjunción, entre lo humano y lo no
humano; es muy movilizante leer y observar un trabajo que piensa y pone
en funcionamiento esto de una manera tan particular. El artista, desde la
práctica que hace a los dibujos y desde aquella que hace a la escritura, se
pregunta por ello; dibuja no solo el cielo, sino también la montaña, la nube, la
tormenta, desde una materia que vuelve constantemente al bosque. Así, no
dejo de cuestionarme quién dibuja: ¿es Guillermo?, ¿es el bosque?, ¿son los
dos? ¿Qué posibilidades, no solo analíticas, sino especícamente artísticas
implica una práctica que se abre a este tipo de sensibilidades, que reconoce
su relación con la materia con la que trabaja?
En este sentido, nalmente, volvamos a la cita: “dibujar un cielo gigante
frente a un montón de gente/puede sentirse como un error de principio a
n/y aun así sostenerlo” (Mena, 2023, p. 59). Elegí este fragmento, entre otras
cosas, por su línea nal, por la idea de enfrentarse a algo que puede sentirse
erróneo, que puede atemorizar y de todos modos hacerlo. Un trabajo con las
peculiaridades que tiene el de Guillermo implica siempre un riesgo emocional
Guadalupe Garione
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