de acuerdo con Derrida— del género fantástico, el cual se caracteriza por
presentar ccionalmente seres o acontecimientos que, si bien son percibidos
desde un mundo que se pretende normal o humano, aparecen como no
sometidos a las leyes físicas, biológicas o sociales que conocemos (pp. 13-26).
Dicha denición, bastante amplia, del fantástico permite la participación
de obras muy disímiles entre sí —como las de Lugones, Borges, Cortázar,
Schweblin, entre otros—, las cuales comparten, en mayor o menor medida, una
cierta disposición de secuencias. Siguiendo a Arán en su lectura de Campra
(1999, pp. 50-53), la trama o la estructura clásica de los relatos fantásticos se
caracteriza por presentar un orden inicial —signado, generalmente, por los
conocimientos aceptados en determinada época y en determinado lugar, que
conforman eso que acordamos llamar realidad—, en el que se produce un
acaecimiento —siguiendo a Cortázar— o situación prodigiosa —una aparición,
algo a-normal (Barrenechea, 1972) o insólito (Abraham, 2017) que hace visible
lo que estaba oculto o velado— que desestabiliza tanto ese orden establecido
como los saberes e identidades, por lo que se produce, a continuación, un
desciframiento o investigación para explicar eso desconocido y, nalmente,
o bien se logra restablecer el orden o se bien impone un orden nuevo que
conlleva otros saberes y otras identidades. Es por esta razón que numerosos
autores han observado que el fantástico opera como una forma “otra” de
conocer y aprehender la realidad, como un género que cuestiona el modelo
de verdad imperante y disputa los límites del conocimiento de lo real.
Como arma Arán, el fantástico moderno escenica la imposibilidad de
llegar a la verdad y “es la forma ccional más apta para la puesta en discusión
de los modos y formas de construcción del conocimiento, las prácticas y usos
sociales, los sistemas simbólicos que expresan una cultura” (1999, p. 54). De
acuerdo con su interpretación de Jackson, quien sostiene que el fantástico
existe en una “relación simbiótica o parasitaria” con eso que llamamos
realidad —como refracción a los costados del eje de lo real, sin desvincularse
completamente de él— y considera que constituye una “literatura subversiva”,
por cuanto supone una reacción enmascarada a un orden social que se
experimenta como opresivo e insuciente. De acuerdo con esta autora,
el fantástico moderno “subvierte, socava y deshace las estructuras y
signicaciones unitarias sobre las que descansa el orden cultural tratando de
hacer visible lo que no se ve, articular lo que no se dice y disolver las categorías
limitadoras”, es decir, enfatiza las relaciones entre el lenguaje y la realidad, de
modo tal que expone lo real como una categoría que se articula y construye
a través del texto (Arán, 1999, pp. 107-111). En una línea similar, Feiling (1997)
sostiene que los géneros que se alejan de las convenciones realistas trabajan,
Bruno Fraticelli
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