La cuestión de la mirada y la incomunicabilidad del deseo
En un primer momento, conviene señalar que, en oposición al primer
narrador de Noviembre —ávido soñador, preso de fervientes deseos, eterno
contemplador de la amante y todo cuanto la rodea—, Joncour se presenta
como un personaje indiferente hacia su vida, no movido por sus aspiraciones,
sino por las exigencias de otros o las circunstancias que imperan: “era,
por lo demás, uno de esos hombres que preeren asistir a su propia vida
y consideran improcedente cualquier ambición a vivirla” (2021, p. 11). Esta
desidia que parece caracterizar a su personaje cambia al conocer en Japón
a una misteriosa mujer, quien, en cierto modo, es la que despierta en él
no solo deseo sexual, sino el de vivir
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. Y la relación entre estos personajes
comienza a partir de la mirada: “la última cosa que vio, antes de salir, fueron
los ojos de ella, jos en los suyos, perfectamente mudos” (2021, p. 35). Las
interacciones entre ambos (y con los demás personajes no occidentales) se
conguran desde la exterioridad e incomprensibilidad —e incluso desde lo
incognoscible—: el protagonista, ajeno a la lengua y a la cultura japonesas,
es incapaz de traducir las conversaciones y de comprender los intercambios
que presencia entre los demás personajes. Por ello, abundan los silencios y se
observa cierto misterio tras las miradas esquivas que parecen querer ocultar
en lugar de revelar los pensamientos de los personajes y que no permiten
ni a Hervé ni al lector entender lo que ocurre o lo que está por ocurrir. Y el
narrador no da respuesta, no deja acceder a la interioridad de los personajes
para comprenderlos: las cosas se observan y se cuentan desde afuera, el
relato transcurre y se construye a través de gestos. En ese sentido, decimos
que es una novela que sucede desde la exterioridad
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: tanto la historia como
los personajes y el narrador se construyen de modo tal que sean opacos al
lector, quien solo alcanza a percibir sensaciones como la incomodidad, el
deseo, el peligro inminente que trascienden las páginas y que se reponen
desde el estilo de escritura de Baricco, es decir, a través de la opacidad y la
6 Aunque cerca del nal del relato se describe que “sus días transcurrían bajo la tutela de una mesurada
emoción. En Lavilledieu la gente volvió a admirarle, porque en él les parecía advertir un modo exacto
de estar en el mundo. Decían que era así también de joven, antes del Japón” (2021, p. 115), marcando así
que el horizonte anímico del personaje, solo cambia durante el tiempo que comparte con la amante.
7 En función de esta mención, deberíamos traer a colación algo señalado por Edward Said (2008) en
Orientalismo: uno de los momentos más comentados de las peripecias de Flaubert por Oriente tiene
que ver con su encuentro con Kuchuk Hanem, cortesana y bailarina egipcia con la que el autor mantiene
un vínculo sexual. Como explica Said, este encuentro creó un modelo muy inuyente sobre la mujer
oriental, según el cual ella nunca hablaba de sí misma, nunca mostraba sus emociones, su condición
presente o pasada. Él (Flaubert y quizá por extensión el hombre) hablaba por ella y la representaba. Y
de este modo se construyó el discurso de Occidente sobre Oriente.
Carla de Alessandro | Ana Moyano
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