OSTENTAR, CIRCULAR Y EVITAR. UN ABORDAJE ANTROPOLÓGICO SOBRE EL (NO) USO DE LOS AMENITIES EN UN BARRIO CERRADO EN ALTURA EN CÓRDOBA, ARGENTINA

María Victoria Díaz Marengo

IDH CONICET UNC

https://orcid.org/0000-0001-7727-7268

mariavictoriadiazmarengo@gmail.com

 

DOI: https://doi.org/10.59047/2469.0724. 9.n11.42579

 

Resumen

El artículo pretende desentrañar las lógicas de producción de distinción social en un barrio cerrado en altura en Córdoba, Argentina. Para ello, retomamos un trabajo etnográfico, con el objetivo de describir e interpretar la diversidad de sentidos y prácticas que los residentes y no residentes construyen y despliegan, por medio del análisis de las relaciones entre los (no) usos de los amenities y el valor del espacio creado por los (no) usuarios. Abordamos el (no) uso de los amenities mediante las prácticas de ostentar, circular y evitar, atravesadas por categorías nativas de clase media y cómo se concreta y vende la tipología residencial de estilo superior pero financiada. Para el análisis adoptamos una perspectiva procesual y relacional, que nos permite conocer “de cerca y desde adentro” (Magnani, 2002) cómo se producen las diferenciaciones sociales.

Palabras clave: Barrio cerrado, Torres, Clase media, Distinción Social, Valor.

 

Fecha recepción: 31 de agosto de 2023

 

SHOWING OFF, CIRCULATING AND AVOIDING. AN ANTHROPOLOGICAL APPROACH OF THE (NON-) USE OF AMENITIES IN A VERTICAL GATED COMMUNITY IN CORDOBA

 

 

 

 

 

Abstract

This paper, based on ethnographic work, analyses the production of social distinction in a vertical gated community in Córdoba, Argentina. The article describes and interprets the social meanings and practices constructed and carried out by residents and non-residents, through the analysis of the (non-) uses of amenities and the value of space created by (non-) users. The (non-)use of amenities is examined by the practices of showing off, circulating and avoiding, intersected by native categories of middle class. In addition, the article analyses how high-end yet financed residential typology is materialized and sold. This paper assumes a processual and relational perspective to produce an “insider and a close-up view” (Magnani, 2002) of how social differences are made.

 

Keywords: Gated communities, Condominium, Middle classes, Social Distinction, Value.

 

Fecha aceptación: 27 de noviembre de 2023



 

Introducción

En la ciudad de Córdoba, a partir del año 2003, se intensificó la función financiera de los inmuebles como reserva de valor para la inversión y el ahorro, dado el contexto inflacionario y el colapso del sistema bancario argentino[1] (Capdevielle, 2014). Se registró un “boom inmobiliario”[2] [3] sin precedentes (Peralta y Liborio, 2014) en el cual distintos “grupos desarrollistas”[4] (Capdevielle, 2014) jugaron un papel central en la modificación del espacio urbano. Para el año 2010, se otorgaron en la Ciudad de Córdoba cinco veces más permisos de construcción que los otorgados en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires[5] (Buraschi y Salguero, 2013 en Cruz, 2019). Según Cruz (2019) la ciudad de Córdoba se consolida como un territorio destacado para el estudio de la acción del capital inmobiliario. En este contexto surge un nuevo producto en el mercado desarrollista cordobés: el barrio cerrado en altura.

Soles del Oeste[6] es un complejo de nueve torres cercadas con muros y rejas, que posee una oferta de servicios dentro de su perímetro. Dicho emprendimiento inmobiliario se encuentra en la ciudad de Córdoba, Argentina, específicamente sobre un importante corredor que conecta el sentido oeste-este de la ciudad. La obra finalizó en el año 2014, pero fue inaugurada en el año 2010 con la entrega de departamentos en las primeras cuatro torres que fueron edificadas. El complejo se caracteriza por su edificación vistosa y llamativa, sus estructuras vidriadas y su altura de dieciocho pisos.

Para este escrito se recuperan partes de registros etnográficos y entrevistas realizadas entre los años 2016 y 2018 en Soles del Oeste, en el marco de un Trabajo Final de Licenciatura en Antropología[7]. El objetivo es describir e interpretar la diversidad de sentidos y prácticas que los residentes y no residentes del barrio cerrado en altura, construyen y despliegan, por medio del análisis de las relaciones entre los (no) usos de un espacio diseñado y vendido por la empresa desarrollista como amenities y el valor del espacio creado por los (no) usuarios.

En esta oportunidad, interesa proponer abordajes que interpelen los sentidos puestos en juego en la producción de marcas de distinción social entre los residentes, y entre los residentes y no residentes a partir del (no) uso de los amenities.[8] La escritura de este artículo abreva en las “reverberaciones contemporáneas” (Díaz y Lugones, 2023, p.1) de la lectura de una obra clásica escrita por Malinowski (1986) ya que como sugieren las autoras, dicha monografía es “una cantera capaz de continuar interpelándonos” (p. 3), que nos permite construir otras claves analíticas para mirar el presente.

“Se parece como un all inclusive”, fue el comentario de una residente de las torres, cuando hablábamos sobre cómo es vivir en el barrio cerrado en altura. Esta expresión remite a la exuberancia del diseño arquitectónico del complejo conformado por nueve torres de dieciocho pisos que contienen en total mil sesenta y siete departamentos, que combina rejas, hormigón, ventanales vidriados, piscina con varias reposeras, gimnasio y locales comerciales de todo tipo. Así como la estética de los countries emularían un tipo de vida suburbana ligada a un “imaginario del american way of life” (Arizaga, 2017), en este caso la arquitectura de Soles del Oeste remitiría para ella, a un complejo hotelero con diversos servicios incluidos.

En una de mis primeras visitas al complejo otra residente me comentó: “Prefiero vivir acá antes que en Nueva Córdoba o el Centro, o sea, pagás lo mismo de expensas, alquiler y mirá todo lo que te ofrece. Yo vivo acá por todo lo que me ofrece el complejo”. Expresiones como “hay de todo” y aclaraciones sobre las facilidades económicas que permitirían acceder a estos servicios por el financiamiento que ofrecía la empresa desarrollista, eran frecuentes en las entrevistas. Sin embargo, cuando comencé a asistir a las clases de zumba en el gimnasio del complejo, noté que más de la mitad de las alumnas no vivíamos en las torres. Si las residentes no usan con frecuencia los servicios propios de la tipología residencial que están pagando en expensas ¿qué sentido cobra el uso de los amenities para las residentes del barrio cerrado? Si su valor no se encuentra en el uso de las instalaciones colectivas ¿cómo se crea el valor en dichos espacios? Así como para Appadurai (1991) las mercancías tienen vida social, siendo el intercambio económico el que crea el valor de los objetos, en el presente artículo abordamos la vida social de los espacios de Soles del Oeste, siendo las personas que circulan por los amenities las que crearían el valor de los espacios. La propuesta es abordar el (no) uso de los amenities como otro posible uso en la producción de distinción social, mediante las prácticas de ostentar, circular y evitar, como parte de los modos activos en los que se construye la clase social (Visacovsky, 2008).

El escrito se estructura en tres apartados. En un primer momento, presentamos una breve historización del surgimiento de las urbanizaciones cerradas en Argentina, particularmente en Córdoba, y el entramado teórico que sustenta la clave analítica propuesta. En el segundo apartado, abordamos el (no) uso de los amenities como otro posible uso en la producción de sentidos de distinción social, mediante las prácticas de ostentar, circular y evitar, atravesadas por nociones de clase media. En un tercer momento, presentamos cómo se concreta y vende una idea de estilo superior y financiada analizando la propuesta de la empresa y la descripción de la disposición de los espacios como una manera de exhibir los amenities. Por último se presentan las reflexiones finales.

 

Coordenadas históricas y algunas interpelaciones teóricas

En la década de los noventa en la Argentina, se reactivó la industria de la construcción y surgieron nuevas formas de ordenamiento territorial con una clara orientación neoliberal (Szajnberg, 2010). En ese marco, se produjo una expansión de los servicios de seguridad privada y la construcción de lo que genéricamente arquitectos y urbanistas han denominado como urbanizaciones cerradas y el mercado inmobiliario como country club, barrio cerrado, club de chacra, entre otros. Se caracterizan por ser espacios residenciales de gestión privada, controladas con dispositivos de vigilancia, cercadas por muros y situadas en áreas periféricas. Las formas de habitar en “contacto con la naturaleza”, se han generado en Argentina desde fines del siglo XIX, relacionadas a los imaginarios sociales suburbanos o rurales y las estéticas pintoresquistas materializadas en las estancias, quintas y viviendas de veraneo (Ballent, 2014). Según Arizaga (2005) lo que sucedió en la década de los noventa, fue el paso de esta vivienda de fin de semana a residencia permanente y el avance de la construcción de este tipo de emprendimientos, como una respuesta a las nuevas demandas, en el plano material y simbólico, de los sectores privilegiados de la sociedad porteña. El surgimiento de esta tipología residencial se concentró en los partidos de Pilar, Tigre y Escobar en la zona norte de Buenos Aires y luego se expandieron a otras ciudades del país (Torres, 2001). Los procesos de “suburbanización de las elites” también han sido significativos en la configuración del espacio metropolitano de Córdoba, introduciendo cambios en los modos de producción del espacio suburbano y, a diferencia de Buenos Aires, emergen como primera vivienda (Capdevielle, 2014; Romo, 2015).

Si bien en un inicio las urbanizaciones cerradas se situaron en áreas periféricas y conectadas por autopistas, luego desembarcaron en la ciudad central, y fueron denominadas por el mercado inmobiliario como torres-country, country en altura, barrio cerrado en altura, entre otros. Según Welch Guerra (2005) la década de los noventa es el periodo de auge de la “torre jardín”, cuando se incorporan los sistemas de seguridad. Para el autor, esta novedad permitió reproducir el confort de la vida en el barrio cerrado o country ubicado en los suburbios, en la centralidad. En efecto, se evidenció en la ciudad de Buenos Aires la construcción masiva de “torres amuralladas con seguridad privada y amenities”. Un tipo residencial de alto estándar con accesos controlados, equipamientos y localizadas en “zonas privilegiadas” de la ciudad consolidada (Szajnberg, 2010). Con respecto a Córdoba, Romo (2015) sostiene que los countries y barrios cerrados “agotaron su capacidad de comercialización y obtención de ganancias para el mercado inmobiliario” (Romo, 2015, p. 95) y a partir del año 2010, se consolidó la construcción y venta de torres cercadas por muros, ubicadas en el entramado urbano de la periferia metropolitana cordobesa.

Los equipamientos colectivos están presentes en la oferta de algunas urbanizaciones cerradas de la ciudad de Córdoba. Por un lado, los espacios para actividades comunitarias y deportivas como cancha de golf y club house, característicos de los primeros countries que fueron presentados como un “producto exclusivo” que retomaba la tipología del “club de campo” de Buenos Aires (Romo, 2015). Por el otro, desde 2010 la oferta inmobiliaria presenta, en las urbanizaciones cerradas en altura: amenities. Según Avalos y Pereyra (2023), se caracterizan por ser prestaciones de amenidad que pretenden ofrecer confort, identificación para sus consumidores y diferenciación socioeconómica. El diseño de dichas instalaciones forma parte de las estrategias de las empresas inmobiliarias en la creación de “atributos de valorización económica” que repercuten en la reproducción o acumulación del capital inversor, “cuanto más espacios comunes, mayor exclusividad, y mayores son los precios de las viviendas, como así también los gastos para su mantenimiento” (Avalos y Pereyra, 2023, p.174).

Para Svampa (2008) “los countries son, por excelencia, espacios de producción de “estrategias de distinción” (Bourdieu, 1979), esto es, de pautas y prácticas sociales y culturales que configuran diferentes grupos de status” (p. 126).  Las “estrategias de distinción” o “mecanismos de distinción” en las urbanizaciones cerradas han sido abordadas por diferentes autoras desde una perspectiva que enfatizan la idea de “isla” o “enclave” y refieren a cierta homogeneidad social y aislamiento de las personas que viven allí (Arizaga, 2005; Caldeira, 2007; Svampa, 2008). Consideramos que estas urbanizaciones se presentan –desde el sentido común y académico- como una de las maneras logradas de la “auto segregación”[9] de ciertos sectores sociales que buscarían vivir en espacios que le garanticen una homogeneidad social entre los residentes (Elguezabal, 2018). En cambio, el presente artículo busca matizar estos diagnósticos homogeneizantes, al acercarse a una perspectiva procesual desarrollada en los trabajos de Elguezabal (2018), Patriota de Moura (2012) y Queiroz (2015). De esta manera, no se considera a priori a Soles del Oeste como un fragmento homogéneo y cerrado en sí mismo y se procura analizar las heterogeneidades existentes entre los (no) usuarios de los amenities, tanto residentes como no residentes, incorporando la vida social tras los muros del barrio cerrado en altura.

Soles del Oeste fue diseñado, construido y vendido por una empresa cordobesa desarrollista que, a diferencia de las constructoras e inmobiliarias, es “una unidad productiva que pretende participar del proceso de producción de la ciudad, a partir de una posición de poder en razón de la integración de varias actividades productivas” (Cruz, 2019, p.28). El análisis de la producción y comercialización de este espacio residencial, siguiendo a Bourdieu (2001), nos permite ir contra la visión ahistórica de la ciencia económica y recuperar el aspecto simbólico de este producto y las relaciones de producción en la fabricación de viviendas. Según Avalos y Pereyra (2023), además de utilizar a la arquitectura y el diseño como recursos para la diferenciación, están presentes las acciones de mercadotecnia junto con planes de mercado y campañas publicitarias que difunden y promueven estos “atributos de diferenciación”. Ariztía (2011), propone pensar que las categorizaciones creadas por el marketing y la publicidad pueden considerarse como practicas performativas que contribuyen a producir la realidad. Por su parte, el “Estado -y quienes están en condiciones de imponer sus puntos de vista a través de él- contribuye muy vigorosamente a producir el estado del mercado de la vivienda” (Bourdieu, 2001, p.31). En este sentido, se pretende reconstruir la dimensión simbólica de la propuesta arquitectónica del barrio cerrado en altura como un producto exclusivo pero accesible, en el marco de la oferta de viviendas en la ciudad de Córdoba. Para ello, recuperamos el papel del Estado municipal y provincial en la promoción de una serie de cambios urbanos en el corredor Colón, y realizamos un análisis de la página web y folletos publicitarios de la firma y fragmentos de la entrevista realizada a la gerente técnica de la empresa.

Las personas con las que trabajé se reconocían y reconocían a los otros residentes como pertenecientes a una clase media. La categoría nativa de clase media subyace como una dimensión fundamental que organiza las prácticas y sentidos de distinción entre los (no) usuarios de los amenities. Según la antropóloga brasileña Claudia Fonseca (2005), el concepto clase ha sufrido una “negación etnográfica” como categoría analítica, al dejar de lado el recorte de la clase en las investigaciones o aplicando conceptos preestablecidos al trabajo de campo. Coincidimos con la autora en cuanto a la necesidad de mantener “la hipótesis de clase como uno de los organizadores significativos de ideas y comportamientos en la sociedad contemporánea, junto con sexo, etnia y generación” (Fonseca, 2005, p. 134).

Considerar a la clase media como categoría analítica requiere tener en cuenta una serie de precauciones al momento de utilizarla, para no caer en la trampa de conceptos preestablecidos y atemporales que denominarían y homogeneizarían a un grupo de personas a partir de criterios socioeconómicos. Según Velho (1987), al interior de ese universo de individuos que serían colocados bajo la misma categoría de clase media, existen variaciones de ethos y visiones del mundo. En este sentido, retomamos la apuesta central de Dammert Guardia (2018) de recuperar la noción de clase desde una visión relacional y práctica, alejándonos de los debates nominales que buscan definir qué es la clase social. Se busca incorporar la noción de clase social como una manera de conocer y problematizar “cómo los arreglos organizativos e institucionales de una “sociedad” configuran sistemas de posiciones sociales que siempre están en negociación y conflicto; que requieren ser mantenidas a través de reconfiguraciones simbólicas y morales” (p.128). En línea con la propuesta de Visacovsky (2008), para investigar las formas en que se organiza simbólicamente la desigualdad social, lo que equivale abordar “un modo de categorización social que consagra una jerarquía moral” (p.17), nos centramos en los maneras en que los sujetos se diferencian de otros grupos y apelan a su pertenencia a la clase media, a partir de sus propias percepciones y prácticas. Coincidimos con Visacovsky y Garguin (2009) en:

Pensar a las clases como procesos de construcción, en los que las condiciones recibidas del pasado son actualizadas en los contextos presentes. En estos procesos participan tanto las determinaciones resultantes de las posiciones de los agentes en cuanto al acceso y uso de los medios productivos y los bienes y servicios de intercambio, así como las experiencias, percepciones, operaciones cognitivas y significaciones. Dicho de otro modo, las clases sociales deben su existencia no sólo a condiciones sociales determinantes, sino también a operaciones cognitivas de delimitación, distinción y clasificación sustentadas culturalmente. (p.21).

Adoptar una perspectiva procesual y relacional, nos permite conocer “de cerca y desde adentro” [10] (Magnani, 2002) cómo se producen las diferenciaciones sociales en búsqueda de distinción en las urbanizaciones cerradas. Nos preguntamos: ¿Cómo los residentes se clasifican a ellos mismos y a las demás personas que viven en Soles del Oeste como clase media? ¿De qué manera se distancian o se acercan entre ellos? ¿Cómo se relaciona ese movimiento de acercamiento o alejamiento con los usos del espacio común vendido como amenities? Para ello, se recuperan partes de registros etnográficos[11], realizados en Soles del Oeste y fragmentos de entrevistas a los habitantes y a la profesora de zumba. Cuando comencé el trabajo de campo, el barrio cerrado en altura tenía la capacidad de albergar aproximadamente a 2.300 personas. Dadas las características del complejo de torres y las posibilidades genuinas de acceso, las opciones metodológicas fueron utilizar la estrategia de bola de nieve[12] y la participación en las clases de zumba que se dictaban en el gimnasio. Las redes de contactos que fui tejiendo y los espacios que habité, en su mayoría eran frecuentados por mujeres. Conocí a mujeres de distintas edades, de entre 23 a 62 años, con quienes interactué durante dos años. En línea con el objetivo del artículo, también se recuperan fragmentos de una entrevista realizada a un residente, que conocí mediante su ex novia, con quien vivió en Soles del Oeste.

Focalizar en los usos no sólo nos permite analizar la naturaleza orientada y construida de los espacios, sino también abordarlos como “una relación y una actividad que a menudo señala algo más, incluso cuando el uso trata de algo: usar algo señala para qué sirve algo” (Ahmed, 2020, p.41). Para Ahmed, “en la vida cotidiana, las decisiones sobre el uso también pueden ser decisiones sobre el valor” (p. 63). Si el valor de los amenities no se encuentra en el uso de dichas instalaciones, pretendemos conocer cómo los habitantes crean el valor en dichos espacios. Para ello, seguimos la propuesta de Fernández Álvarez, Gaztañaga, Motta y Perelman (2022), de centrarnos en la forma compleja de producción de valor(es), recuperando las maneras en que las personas dan sentido y actúan. Partimos de la idea de que “la producción de valor urbano no se reduce a la esfera económica ni a su sentido de diferencia social significativa sino que requiere pensar en las formas de construcción de valor y de lo valorable que remite a procesos políticos, sociales, morales, ideológicos” (Fernández Álvarez et al, 2022, p. 3). En este sentido, nos distanciamos de un tratamiento del concepto de valor en relación al suelo urbano y la vivienda, como mercancía y renta urbana (Avalos y Pereira, 2023; Cruz, 2019; Cisterna y Capdevielle, 2015).

 

Los (no) usos de los amenities

Ostentar

Una vía de acceso a la vida en las torres fue por medio de colegas de la facultad que, en 2016, tenían familiares o conocidos viviendo en el barrio cerrado en altura. Esta manera de ingresar al campo, evidenciaba cómo una parte de las redes de relaciones de los interlocutores se entrelazaba con la mía. La familiaridad era posible a partir de reconocerme-reconocernos parte de aquello que Velho (1987) nombraría con la categoría “camadas medias urbanas”[13] de la ciudad de Córdoba. Mencionar personas que conocíamos en común y espacios de la ciudad que transitábamos, era la información necesaria para la “presentación de mi persona” (Goffman, 1981). Dar cuenta de que estábamos “entre iguales”, me permitió entrar familiarmente en el “trasfondo escénico” de las entrevistas, generalmente montado en el living del departamento de las residentes donde compartíamos mates o té. De esta manera, conocí a Marcela.

En el momento de la entrevista, Marcela tenía 57 años, era dueña de una óptica ubicada en el centro de la ciudad. Nació en La Para, una localidad de 3.489 habitantes, ubicada en el departamento Rio Primero, al noreste de la provincia de Córdoba y luego se mudó a la capital para estudiar.  Estudió óptica y contactología y en ese momento vivió en el barrio Centro América con sus hermanas, en una casa que compró su padre para que pudieran asistir a las clases en la universidad. Más tarde, se mudó sola y alquiló un departamento en el centro cerca de su trabajo. Antes de mudarse a Soles del Oeste, vivió quince años en Nueva Córdoba en un departamento propio. Cuando la conocí, alquilaba un departamento en el barrio cerrado en altura desde hacía tres años y vivía con su hijo de once años de edad.  Para ella, lo principal era la “seguridad” y el “espacio verde”, buscaba un lugar controlado donde su hijo pudiera salir y jugar. A diferencia de Nueva Córdoba, Soles del Oeste cumplía con estas características. Sin embargo, para Marcela esta residencia no era definitiva:

Tengo que buscar algo que sea más cerca de mis hermanas en realidad (…) Lo que pasa es que yo busco seguridad primero. Vos llegas acá y hay seguridad, está todo cercado. También buscaba así, que tuviera pileta… gimnasia no hago, la pileta la tengo, pero en realidad voy poco, pero bueno si estoy acá y no salgo a ningún lado tengo la pileta (…). La idea es encontrar algo que reúna más o menos lo que quiero, más cerca, pero creo que así de estas características no hay todavía allá. (Marcela, fragmento de entrevista, 24 de mayo de 2018).

Pagar en las expensas el mantenimiento de los amenities pero no utilizarlos. La idea me inquietaba. ¿Por qué estas mujeres buscan algo y no lo usan?  No se explicaría bajo preceptos racionales y fines prácticos. Caldeira (2008) plantea que el poco uso de las instalaciones comunes podría indicar que su presencia tiene que ver más con la ostentación o con una marca de estatus que con un “nuevo patrón de sociabilidad” o “nuevos conceptos de vida privada” de los residentes de urbanizaciones cerradas.

Cuando conocí a Lara a través de un compañero de la facultad, me comentaba que no le gustó vivir en “pleno centro” aunque le quedaba a cuatro cuadras de su trabajo: “me quedaba re cerca y todo y no me gustaba, no me sentía cómoda. Así que me vine a vivir acá (…) Es como un barrio, como si el centro lo tuvieras acá adentro. Entonces es muy cómodo” (Lara, fragmento de entrevista, 19 de septiembre de 2017). Lara tenía 23 años, cursaba el último año de la carrera de Psicología y trabajaba en una empresa de telefonía móvil en el área de ventas y servicio técnico. Nació en Cosquín, una ciudad de 19.815 habitantes ubicada al oeste de la provincia de Córdoba, cabecera del departamento Punilla. Allí vivió con su madre y su hermano en una casa alquilada por más de diez años. Luego vinieron los tres a vivir a la capital. Lara aclaraba que, a ella y a su familia, les gustó el complejo de torres porque: “consultamos los precios y eran re accesibles, más baratos capaz que en otros lugares”.

Las mudanzas como una problemática de prestigio y de estatus fueron estudiadas por Velho (1978). Con base en su análisis plantea que, en el contexto especifico de una de las principales ciudades de Brasil, existe una visión jerarquizada de los barrios y de una sociedad que identifica el lugar de residencia con el prestigio social. De esta manera, se genera un mapa social de la ciudad en donde las personas se definen por el lugar en donde viven. En este caso, el mudarse al barrio cerrado en altura para algunas residentes que reconocemos en un proceso de movilidad social ascendente, enuncia una aspiración residencial traducida en la posibilidad de acceder económicamente a servicios ideados con un estilo superior. Las cualidades de barato, accesible y cómodo hacen de Soles del Oeste un espacio que le permite a Lara sustentar un estilo de vida al que aspira.

Las instalaciones de los amenities pueden ser vistas desde afuera del complejo de torres, como si tuvieras el centro acá adentro. Las estructuras vidriadas de dos pisos son exhibidas adentro y desde adentro para afuera del barrio cerrado en altura. La exhibición como un deseo de “hacer gala de la riqueza que uno posee para realzar su prestigio social” (Malinowski, 1986, p. 175) fue un proceso analizado por Malinowski en su trabajo en las islas Trobriand, al registrar la manera en que se mostraban las canoas y la disposición de la comida en los almacenes para que los mejores ejemplares sean vistos desde el exterior. En el contexto específico de los archipiélagos de Nueva Guinea, la acumulación y exhibición de los alimentos era un símbolo y un medio de afirmar el poder radicado en el valor que le dan a las provisiones. El valor no era resultado de la utilidad ni de la escasez de los ñames, sino que la abundancia y la acumulación constituían un valor en sí mismas. La reflexión en torno a la concepción indígena del valor, nos remite a pensar cómo para algunas residentes de Soles del Oeste el valor del espacio no se crearía en su utilización, sino en la posibilidad de exhibirlo y ostentarlo.

 

Circular

El gimnasio es una gran estructura de forma cuadrada y vidriada, en la que se realizan actividades físicas con máquinas o bicicletas como musculación, spinning, pilates y otras actividades como zumba, yoga, y danzas de ritmos latinos. En la planta baja del gimnasio, se encuentra la pileta cubierta donde se realizan ejercicios de aquazumba, aquagym y natación libre.

Participé de las clases de zumba dictadas dos días a la semana en el gimnasio del complejo durante el año 2017 y parte del 2018. Esta experiencia me posibilitó ser parte de un “equipo” (Goffman, 1981) conformado únicamente por mujeres que asistían también a zumba. En este espacio no sólo compartíamos una rutina deportiva, sino también me invitaban a participar de las cenas organizadas luego de la clase en algún negocio dentro de Soles del Oeste, como el resto-bar de comidas rápidas ubicado al frente del gimnasio. En ese momento el grupo estaba integrado por Romina, la profesora de zumba que tenía 24 años, las alumnas que vivían en el complejo como Juana de 30 años, Luciana de 34 años y Gabriela de 38, las que no vivían en las torres como Meli, que residía en La Calera; Pauli de 12 años que vivía en Arguello; y personas de afuera conocidas de Romina como Malu, Lari, su madre, que al igual que ella residían en barrio San Ignacio, su suegra y otra mujer de 68 años.

Romina era profesora de Educación Física y vivió toda su vida en San Ignacio, un barrio residencial de casas de una o dos plantas, separadas por medianeras, ubicado en las proximidades de Soles del Oeste. En el momento de la entrevista estaba estudiando la Licenciatura en Educación Física en el Instituto Provincial de Educación Física, dependiente de la Universidad Provincial de Córdoba y según ella “tiene mucha experiencia trabajando” porque comenzó “desde muy chica”. En ese momento, también trabajaba en un country ubicado camino a La Calera, que diferenció del barrio cerrado en altura. En la entrevista me comentaba cómo es para ella Soles del Oeste

Creo que hay mucha diversidad, sí veo que hay gente que tiene mucho poder adquisitivo, pero como así hay gente que no, que es bien clase media. Y eso me parece que permite, sobre todo, que pueda ingresar gente que no es de acá, porque por lo general, los que viven acá, si te das cuenta que tienen mayor poder adquisitivo de los que vienen de afuera.

Continuamos charlando sobre las alumnas y me comentaba cuando comenzó a conformarse el grupo:

[El gimnasio] tiene una función social muy grande y todo el tema del cuerpo y de mostrarme y de exhibirme y de venir acá como un cierto estatus, como que ahora está de moda: voy al gimnasio, la vida es sana porque como proteína, porque es fit. (Romina, fragmento de entrevista, 19 de diciembre de 2018).

En las clases de zumba participaban, en su mayoría, alumnas que no eran residentes del barrio cerrado en altura. Romina en su relato generaba diferenciaciones entre las personas que viven en Soles del Oeste con base en el poder adquisitivo y en la clase media, y entre las alumnas que viven acá en relación a las que no eran de acá, de acuerdo con el poder adquisitivo de unas y otras. Más allá de estas diferenciaciones, el gimnasio se construye como un espacio en que estas mujeres residentes y no residentes establecen y profundizan vínculos: entran, bailan, se juntan a cenar, conversan y se van, y así sucesivamente durante el periodo de tiempo que toman las clases. Se produce una circulación de personas, entre un afuera (con menos poder adquisitivo) y un adentro (con mayor poder adquisitivo). La conformación de un grupo, como lo describe Romina, produce otro tipo de valor del espacio que radicaría en el “valor de lazo” (Godbout, 1997) entre las alumnas que circulan por la clase de zumba que, a diferencia del valor de intercambio o el valor de uso, es “lo que vale un objeto, un servicio, un gesto cualquiera en el universo de los lazos, en el reforzamiento de los vínculos” (p. 222). En este sentido el “valor de lazo”, como opuesto al valor de intercambio mercantil o valor contable, expresa la relación entre las cosas intercambiadas, estableciendo a la relación como el valor de intercambio.

 

Evitar

La pileta de aproximadamente veinticinco por veintiún metros cuenta con un solárium y una parte de menor profundidad. Está ubicada al lado del gimnasio y de la piscina cubierta donde se practica natación o aqua gym. De acuerdo al reglamento interno es para “uso exclusivo de los habitantes del complejo que poseen habilitación (expensas al día)”. En temporada de verano, según una residente de 62 años que frecuentaba dicho espacio con su nieta, la pileta parecía una “colonia de vacaciones”, haciendo referencia a la cantidad de niños que se zambullían, disfrutaban del baño y de juegos bajo el sol. En verano las reposeras se encontraban todas ocupadas y las residentes que vivían solas, como Patricia de 68 años, divorciada y jubilada, se reunían con sus amigas que también vivían en Soles del Oeste.

Matías vivió toda su vida en Alto Alberdi con sus padres, un barrio residencial de casas de una o dos plantas, separadas por medianeras, y de edificios de veintitrés y veinte pisos. Dicho barrio está atravesado por el corredor Colón y se encuentra próximo a Alberdi y a occidente del Centro. Tenía 27 años cuando se mudó al barrio cerrado en altura. Alquiló un departamento por cuatro años junto a su novia de ese momento. Según ella: “él consiguió esos departamentos en Soles del Oeste que era muy accesible el precio para todas las amenities que tiene el lugar”. Matías trabajaba fabricando y vendiendo accesorios para motos de alta gama como BMW y Honda. Cuando se mudó había solo dos torres construidas y estaban terminando la tercera, el complejo “era nuevito”. En la entrevista me comentaba porqué había decidido ir a vivir ahí:

Matías: Primero me gustaba la idea de que era cerrado, tenía estacionamiento para el auto, tenía un gimnasio, la pileta, que nunca usé nada, pero también estaba bueno eso (…)

Victoria: ¿Y la pileta en verano no la usabas?

Matías: El primer verano si la usé, pero ya el segundo abrieron otra torre y ya era un quilombo, era un montón de gente, estaba desbordada la pileta (…) Lo usábamos muy poco al parque y la pileta era mucha gente, tampoco daba para ir, era un descontrol, demasiada gente… era como la pileta municipal más o menos así. (Matías, fragmento de entrevista, 27 de agosto de 2018).

La descripción de la pileta del barrio cerrado en altura de estilo superior como una pileta municipal evidencia las tensiones propias de la “exclusividad masiva” desarrollada por Arizaga (2005). La cual remite a los cruces de la exclusividad con las facilidades de financiamiento con la que puede ser alcanzada, convocando al problema de la distinción social y a los mecanismos que se despliegan para lograrla, como la “pretensión de exclusividad”. Las piletas municipales se caracterizan por ser natatorios públicos, dependientes del gobierno de la ciudad y en días de verano se intensifica su uso por parte de personas que no poseen piscina propia y buscan refrescarse. Por un bajo costo o de manera gratuita, se puede acceder a esta pileta pública. En el caso de la pileta del barrio cerrado en altura, así como fue accesible para Matías alquilar y pagar las expensas de Soles del Oeste, lo fue para otras personas. A diferencia de los niños y las mujeres que viven solas y tienen su grupo de amigas residentes, en el caso de Matías el valor de dicho espacio se desvanece: no se producen reforzamientos de los vínculos (Godbout, 1997). Estos otros residentes pueden no sustentar el mismo estilo de vida al que aspira Matías. Él se distingue del descontrol que es la pileta desbordada de personas, no usando este espacio. En este sentido, evitar usar la pileta podría interpretarse como otro posible uso de los amenities, como una manera de diferenciarse de los demás residentes.

 

La concreción de una idea de estilo superior pero financiada

El barrio cerrado en altura con estilo superior, fue diseñado, construido, vendido, financiado y administrado por una reconocida empresa cordobesa fundada a mediados de la década de los ochenta en la capital de dicha provincia. En su página web presenta su “visión” de constituirse como un “referente local del desarrollismo cordobés” que se destaca por la “financiación propia y más flexible del mercado”. Según Cisterna y Capdevielle (2015) esta empresa ha logrado establecerse como un importante agente en el “campo empresarial cordobés”, llevando a cabo “estrategias de orden económico-financiero” y “estrategias territoriales” ligadas a la promoción inmobiliaria y el aprovechamiento de la “renta urbana”. La empresa cuenta con un sistema de comercialización múltiple que abarca desde los insumos de producción propia, hasta un sistema de financiación y la administración de los inmuebles. Con respecto a la distribución de sus emprendimientos, la Avenida Colón es el “territorio central de inversión”.

En 2012 el diario cordobés La Voz del Interior publicaba un encabezado titulado: “Colón Arriba: De comercial a residencial. Desarrollistas construyen complejos edilicios en altura y la gente empieza a elegir el sector para vivir” (Pandolfi, 2012). Como muestra del interés que cobraban las transformaciones socio urbanas en Córdoba, la nota resalta su “gran potencial urbanístico”. Dicha área, desde la Avenida Zípoli hasta el nudo vial del Tropezón, se caracterizaba por estar conformada por grandes extensiones de terrenos, algunos desocupados y otros habitados por asentamientos. A esto se le sumaban comercios, centros de salud, hipermercados y un Centro de Participación Comunal (CPC) ubicados en terrenos lindantes al corredor Colón y la cercanía a las zonas céntricas.

Siguiendo a Bourdieu (2001), es importante recuperar el papel del Estado como agente productor en la oferta y la demanda inmobiliaria. Desde 2009 en el corredor Colón, se llevaron a cabo una serie de cambios urbanos promovidos por el Estado municipal y provincial que apalancaron la concentración de inversiones de empresas constructoras (Cisterna y Capdevielle, 2015; Seveso Zanin y Morales, 2017). Por un lado, se construyó el nudo vial que conecta el eje en sentido oeste-este, de la Avenida Colón con la de Avenida de circunvalación, una de las obras más significativas realizadas por el Gobierno de la provincia de Córdoba en los últimos años. La concreción de esa obra, implicó que el Gobierno de la provincia, trasladara a varias familias que habitaban la villa El Tropezón, un asentamiento ubicado en estas tierras hace más de tres décadas. A su vez, el Estado municipal por medio de la firma de convenios urbanísticos, acuerdos púbicos-privados entre el Estado municipal y las empresas constructoras nucleadas en la CEDUC, habilitó una normativa de construcción en altura, que permitió la edificación de grandes torres en predios de gran superficie que se localizan en dicha zona. La Ordenanza. N° 1000603 del año 2003 declaró gran parte de la Avenida Colón como Área Especial, permitiendo transformaciones en el patrón de ocupación del suelo e impulsando la construcción de emprendimientos inmobiliarios. Otra “estrategia empresarial” fue la negociación para la realización de obras públicas con la Municipalidad de Córdoba. La empresa se comprometió a realizar desagües o encauzar un arroyo que atraviesa al complejo de torres, a cambio de reformulaciones en la normativa urbana para aumentar las posibilidades constructivas en altura (Cisterna y Capdevielle, 2015).

En la página web se presenta al barrio cerrado en altura como un emprendimiento para “vivir e invertir”. La empresa establece que su “misión” es ofrecer financiamientos en condiciones de confiabilidad y conveniencia “ajustados a los requerimientos de diferentes públicos”, para facilitar la compra de sus productos. “Invertí bien” es su lema principal.

En las publicidades, se presentan las características de Soles del Oeste, haciendo referencia a su “inserción en la naturaleza”, detallando el entorno natural, la vista panorámica, y el terreno de “cinco hectáreas con características propias”. Las torres, que se caracterizan por ser de tres tipologías (de uno, dos y hasta tres dormitorios) fueron denominadas con nombres de cerros o montañas argentinas. Se especifican una serie de particularidades que poseen las construcciones como las aberturas de doble vidrio, calefacción central y porcelanato. Tanto en la página web como en los folletos, se detallan los diversos servicios que ofrece el complejo de torres definidos como amenities: club house, piscina climatizada, piscinas con solárium, fitness center y spa, canchas de squash, court de tenis y pista de skate. Con esta categoría “se condensaban todos aquellos dispositivos que facilitaban el transcurso del tiempo de ocio de la manera más amena” (Sánchez, 2009, p. 93).

Por medio de la publicidad y estrategias de marketing, como la escritura en inglés de algunos amenities –y la palabra amenities misma-, la empresa desarrollista produce y circula (Ariztía, 2011; 2013) formas de habitar la ciudad vinculadas a un estilo de vida urbano exclusivo y financiado. En palabras de Sánchez (2009) esta tipología residencial significaba “estilo de vida distendido y natural, aunque con el acento puesto en cierta gestualidad dispendiosa, acorde con el imaginario urbano de total disponibilidad de recursos materiales y servicios” (p. 90).  Sin embargo, al existir un solo diseño de departamento al que se le agregan ambientes, reconocemos que existe una serialización del producto inmobiliario (Arizaga, 2005). En este sentido, la empresa apuntaría a un perfil de clientes que no busca personalización del espacio residencial.

Estos anuncios, están dirigidos a un sector de la población para el cual fue pensada la propuesta arquitectónica. Con respecto a esto, la Gerente Técnica de la empresa nos comentaba:

Cuando nosotros empezamos construyendo en el Centro, que por ahí hacíamos un departamento para un estudiante, a lo mejor los niveles de terminación no eran los mismos. Esto tiene un plus de niveles de terminación mejores, de ambientes un poco más grandes (…) como son unidades que no están tan céntricas, todas tienen cocinas separadas y tienen sobre todo el balcón con el asador. Es un plus, que cada departamento tenga su asador (…). Lograr un poco más de altura para liberar espacios de tierra, en donde la gente pueda sociabilizar, tener espacios comunes (…) Acá estás en un punto intermedio de lo que es la periferia y el centro, accesible a todo. (Gerente Técnica de la empresa, fragmento de entrevista, 11 de septiembre de 2018).

Este producto inmobiliario expresaría el surgimiento de “nuevos objetos urbanos” (Szajnberg, 2010) en la ciudad de Córdoba, ligados a un tipo residencial de alto estándar, con accesos controlados, mayor intensidad de uso del suelo e incorporación de equipamientos y servicios. La propuesta arquitectónica fue diseñada y vendida con un plus, como los asadores en los balcones, ambientes más amplios, amenities y la seguridad traducida en el cerco perimetral, los ingresos selectivos y los guardias. Sin embargo, en el propio diseño y desde la mirada de la gerente técnica, se remarca la accesibilidad que brindaría Soles del Oeste por ubicarse en un punto intermedio entre la periferia y el centro. En este punto, coincidimos con Queiroz (s/d) al notar una diferencia en la ubicación dentro del anillo de Circunvalación de los barrios cerrados en altura con las urbanizaciones cerradas más opulentas como los countries ubicados en la periferia. La movilidad de sus habitantes no dependería exclusivamente de un automóvil ya que llegan las líneas de transporte público posibilitando mayor accesibilidad, tensionando la idea de exclusividad.

Sin embargo, la exclusividad se consolida en sentidos asociados no sólo a la naturaleza, sino también a los amenities. El diseño de estas instalaciones es una estrategia de la empresa para la creación de “atributos de valorización económica” (Avalos y Pereyra, 2023). Según los autores a mayor cantidad de amenities, mayor exclusividad. Las estructuras habitaciones como índice de las estructuras sociales, fueron estudiadas por Elias (2012), al examinar la configuración social conformada por los miembros de la alta aristocracia francesa. En este contexto especifico, los salones de sociedad cobraban sentido como instrumentos de diferenciación social. En dicho espacio los cortesanos debían recibir a un gran número de personas y la ornamentación del mismo correspondía a una función social, representando el rango mediante la forma. Reconocer la configuración de los espacios como una intelección de la estructura de la sociedad, nos remite a pensar sobre las formas en que fue diseñado el barrio cerrado en altura, ideado y publicitado con un estilo superior, y las relaciones entre sus residentes y visitantes. Siguiendo al autor, la propuesta es pensar a la disposición de los amenities como los livings de los cortesanos. Las instalaciones colectivas se encuentran en lugares visibles tanto dentro como fuera de Soles del Oeste. El gimnasio es una gran estructura vidriada de dos pisos y se encuentra al frente de la torre VIP, la única torre de pisos y semipisos. En la parte de abajo se encuentran las máquinas y la pileta climatizada, en el segundo piso un salón de baile y una sala con bicicletas para realizar spinning. La pileta descubierta se encuentra al lado del gimnasio. Numerosas reposeras esperan a los residentes que quieran tomar sol. Al frente del gimnasio hay un bar y arriba de este, el Salón de Usos Múltiples (SUM). También son estructuras vidriadas con luces encendidas por la noche. El SUM es utilizado para realizar fiestas y encuentros con invitados que pueden no residir en el barrio cerrado en altura. La disposición del SUM próximo a la torre VIP, al frente del gimnasio y la pileta, y la posibilidad de observar por medio de los grandes ventanales, permite la exhibición de los amenities ante los invitados.

 

Reflexiones finales

Para la realización del artículo construimos una nueva clave analítica con el objetivo de abordar los registros etnográficos producidos en el marco del Trabajo Final de Licenciatura en Antropología. En este movimiento, algunas viñetas etnográficas cobran otro sentido, atravesadas por la producción de distinción y la categoría nativa de clase media. Lejos de caer en conceptos preestablecidos y atemporales que denominarían y homogeneizarían a un grupo de personas a partir de criterios socioeconómicos, nos focalizamos en las maneras en que se producen las diferenciaciones sociales. En este sentido, por medio de las prácticas de ostentar, circular y evitar, nos propusimos mostrar el (no) uso de los amenities como otro posible uso en la producción de marcas de distinción social entre los residentes, y entre los residentes y no residentes de Soles del Oeste, y como parte de los modos activos en los que se construye la “clase social” (Visacovsky, 2008).

Adoptar una perspectiva procesual y relacional, nos permitió reconocer que la búsqueda de distinción no abreva en diferenciarse con los de “afuera” y en el reforzamiento de un “nosotros”, que enfatiza la idea de “isla” o “enclave” y refiere a una cierta homogeneidad social de los residentes de las urbanizaciones cerradas, sino entre los (no) usuarios de los amenities de Soles del Oeste. Al centrarnos en la forma compleja en que las personas dan sentido y actúan en la producción de valor(es), procuramos mostrar que la distinción no se produce por residir en un complejo de torres diferenciado con muros y rejas, que posee equipamientos diseñados con un estilo superior, sino a partir de la circulación de las personas en los usos de este espacio: los invitados que pueden observar los amenities y los (no) residentes que participan de las actividades ofrecidas dentro del barrio cerrado en altura. 

Con la finalidad de comprender los sentidos construidos y las prácticas desplegadas por los (no) usuarios de los amenities, fue necesario reconstruir la dimensión simbólica del barrio cerrado en altura como un producto inmobiliario de estilo superior pero accesible por las facilidades que otorga el financiamiento. A partir del análisis de las prácticas y de lo que las personas dicen de sus prácticas, como el mudarse al barrio cerrado en altura por todas las amenities que ofrece, pagar en las expensas un servicio que no van a usar y evitar el uso de un equipamiento común como una manera de diferenciarse de los demás residentes, reconocemos su participación activa en la concreción y tensión de la propuesta arquitectónica de estilo superior.

 

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[1] Luego de la crisis del 2001 -y en particular luego de la devaluación del año 2002- se produjo una reactivación en la economía argentina. Esto se evidenció con especial contundencia en el sector inmobiliario, donde se volcó la liquidez procedente de los sectores productivos del agro y la minería (Capdevielle, 2014).

[2] Según Liborio (2013) existe una sobreoferta de viviendas ligada a la brecha entre el aumento de la población y el parque residencial en Córdoba. Los datos del censo provincial que detallan que el crecimiento de la población de la ciudad de Córdoba fue del 1,9% y el porcentaje de las viviendas agrupadas y colectivas es de casi el 780%. 

[3] Las categorías analíticas, conceptuales y citas textuales están escritas entre comillas, y las categorías nativas que son analizadas en cursiva.

[4] Con esta categoría, que es utilizada por los mismos empresarios, Capdevielle (2014a) hace referencia a un grupo de agentes del mercado inmobiliario que “desplegaron diversas estrategias basadas en una lógica de incremento de las ganancias y la rentabilidad que tendieron a incidir sobre los organismos públicos y el espacio urbano” (p. 142). Los empresarios están nucleados en la Cámara Empresarial de Desarrollistas Urbanos de Córdoba (CEDUC). 

[5] Según el Censo Nacional, para el 2010 Córdoba capital contaba con una población de 1.330.023 de habitantes, posicionándose como la segunda ciudad más poblada del país por debajo de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

[6] Como recaudo ético se decidió reemplazar a lo largo de este artículo y en el Trabajo Final de la Licenciatura, los nombres de la empresa, sus productos y de las personas entrevistadas por nombres ficticios a fines de preservar su identidad. La decisión de no poner el nombre real del conjunto de torres, se debe a que se considera al objeto de estudio como algo que se construye. Como plantea Elsie Rockwell (2009) es importante tener en cuenta la diferencia entre “el objeto de estudio y el referente empírico”, citando a la autora “el objeto de estudio no es la situación que se observó, sino el producto del proceso de conocer” (Rockwell, 2009, p.74).

[7] El artículo presenta nuevos análisis con base en el TFL (2019): Atravesando los muros. Una etnografía sobre las formas de habitar un barrio cerrado en altura, dirigido por la Dra. Miriam Abate Daga y Co-dirigido por la Dra. Natalia Cosacov.

[8] Dichas reflexiones son fruto de los debates realizados en el marco de del proyecto de investigación titulado: Desigualdades sociales y disputas por la producción, reproducción y apropiación de los espacios urbanos del Gran Córdoba. Dirigido por la Dra. Miriam Abate Daga y la Dra. Julieta Capdevielle, radicado en el Centro de Investigaciones María Saleme de Burnichón (CIFFyH – UNC). Asimismo, son producto del cursado del Seminario Optativo Interdisciplinario: Un siglo navegando: Seminario de lecturas y glosas de Los Argonautas del Pacífico Occidental, de Bronislaw Malinowski (FFyH – UNC), dictado por las profesoras: Dra. María Gabriela Lugones, Dra. María Cecilia Díaz y Mgtr. Fabiola Heredia.

[9] Algunos geógrafos identifican a las urbanizaciones cerradas como parte de un tipo de segregación residencial denominado “auto-segregación” (De Almeida Vasconcelos, 2013), que consiste en la reunión de grupos sociales relativamente “homogéneos”, impidiendo el acceso de lo diferente e indeseable y aportando a la “fragmentación física” del espacio urbano. En este artículo nos interesa centrarnos en aquello que queda fuera a partir de la utilización de categorías como “homogéneo” y cerrado en los estudios sobre dichos espacios residenciales.

[10] Para Magnani (2002) existen dos abordajes diferentes pero complementarios para realizar una investigación sobre la vida urbana. Por un lado, la perspectiva con una mirada "de fora e de longe" (de afuera y de lejos) que realizan análisis macro sociales utilizando variables e indicadores sociales, económicos y demográficos. Por el otro, una perspectiva de cuño etnográfico que se caracteriza por una mirada “de perto e de dentro" (de cerca y de adentro) que permite estudiar la dinámica cultural y las formas de sociabilidad en las ciudades.

[11] La etnografía se caracteriza por la experiencia prolongada en el mundo social que se pretende conocer, la interacción con los sujetos que lo habitan y la producción de un documento escrito, que implica un trabajo analítico integrando el conocimiento local, y de reflexión desde donde se mira y describe la realidad social (Rockwell, 2009).

[12] La estrategia de bola de nieve se basa en la producción de una red de “informantes”, que se extiende a medida que avanza el trabajo de campo, ya que “cada informante le recomienda al investigador una o más personas de su círculo de conocidos (…) la bola de nieve no crece en cualquier dirección ni azarosamente, sino a través de ciertos carriles que responden, más que a cuestiones coyunturales, a la trama social ya tejida cuando el investigador accede al campo” (Guber, 2013, p.137). Las derivas del trabajo de campo hicieron que el foco de la investigación que sustenta este artículo, se centrara en mostrar las diferencias que hay al interior del grupo de las residentes y en sus formas de habitar, marcadas por la edad y la posición social. Fueron ellas mismas quienes aludieron a su condición de mujer (condición de género), como clave explicativa de por qué estaban viviendo ahí. Según ellas, el hecho de ser mujeres y la mayoría de los casos el estar sola justificaba su mudanza a Soles del Oeste (Cfr. Diaz Marengo, 2019).  

[13] A lo largo de la argumentación procuramos sostener una perspectiva que pone foco en la noción de clase media, no definida a priori por la investigadora, sino como una categoría que los propios actores utilizan para identificarse entre los (no) usuarios de los amenities y entre los residentes. Las “clase sociales” en Córdoba, se han abordado desde una perspectiva bourdieusiana, a partir de la reconstrucción del espacio social del Gran Córdoba y la composición de cuatro grandes clases (Gutiérrez y Mansilla, 2015). Gutiérrez, Masilla y Assusa (2021), apuestan a considerar a “las clases sociales como partes de una estructura relacional donde las posiciones se definen por relaciones de oposición –no solo de mayor o menor grado- y están atravesadas por diversas formas de poder y de conflicto” (p.24). Si bien valoramos las potencialidades de este enfoque, en este artículo buscamos aportar a las maneras en que se producen distinciones sociales como parte de los modos activos en los que se construye la clase social, centrándonos en cómo los actores apelan a su pertenencia a la clase media (Visacovsky 2008). En este sentido, para analizar las interacciones entre la antropóloga y los interlocutores, reconocemos su  pertenencia a lo que Velho denominaría como “camadas médias urbanas”. En este caso, utilizar este término en vez del concepto fijo de “clase media” (que sería definido por la investigadora), permite valorizar la heterogeneidad y “la diferencia entre posición en la estructura productiva (clase) y la formación de grupos de estatus cuyos hábitos de consumo y estilos de vida demarcan distinciones y jerarquías” (Patriota de Moura, 2016, P. 150).