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Recial Vol. XIII. N° 21 (Enero-Julio 2022) ISSN 2718-658X. Jaime Sánchez, El Cristo de Espaldas: perspectivas de
una hermenéutica nómada para entender la violencia en Colombia desde la literatura, pp. 198-207.
sino del periodo de la patria boba —que fue sinónimo de división, enfrentamiento y nada de
boberías—; sin olvidar, antes de ello, la durísima crueldad experimentada en la carne de quienes
trataban de oponerse al despotismo de la alcabala y otros tributos.
Una hermenéutica nómada conlleva a leer este texto a partir de la lente hodierna. En ella
persiste el imaginario de violencia, usurpación y división que a su vez campea libremente por los
pueblos asentados en las cordilleras de Colombia. Escrita en 1952 son 70 años narrando la
tragedia de los pueblos; un conflicto heredado de generación en generación en manos de otros
protagonistas: el bipartidismo, el conflicto armado, el paramilitarismo, la guerrilla y los grupos
delincuenciales. Para aquel entonces, la historia de un pueblo con raigambre conservadora,
donde las autoridades municipales y ciertos gamonales administran a su antojo el poder, mientras
se proscriben aquellos que no están alineados con esta ideología, y desde sus actividades y
convicciones parecen oponerse al monomitismo imperante.
Un diálogo del que todos hablan y que se convierte en este instante en una crítica de aquello
que ha impedido que en Colombia la sociedad se aglutine bajo proyectos de orden nacional,
generando nuevas orillas y distanciamientos en las corrientes políticas, sistemas, demagogias y
divisiones que siguen retrasando la tarea pendiente de unión y congregación.
El lenguaje
Bien advertía Martin Heidegger en su Carta al humanismo (1970) la dimensión de habitar el
lenguaje, mientras agrega que en su vivienda mora el hombre. El ser humano combina una
existencia ontolingüística que le configura, hasta el punto de que el lenguaje... dirá el filósofo, es
la casa de la verdad del ser. Con palabras medidas y en sus justas proporciones podría afirmarse
que el lenguaje posibilita una auténtica existencia, o todo lo contrario. Desde el ámbito social el
lenguaje aparece como dinamizador o instrumento de poder, pues a través de este se prepara un
camino de inclusión o se extiende un horizonte de exclusión que desplaza a quienes no aceptan
las narrativas de ciertos grupos, individuos o instituciones que sofisticadamente encarnan los
principios hegemónicos, morales o políticos para cierto momento. La novela deja entrever esa
gran brecha evangélica “si no estás conmigo estás contra mí” que ha generado culturalmente
tantas inquinas en diferentes escenarios culturales, sociales, ideológicos y religiosos en el
mundo. Cuando en el pueblo se vocifera al unísono “¡No queremos rojos en el pueblo!”
(Caballero, 2013, p. 22), se proyecta detrás de ello la génesis de violencia que más tarde cargará
toda la visceralidad en acciones. Primero serán las palabras que obligan y demandan que una
turba se lance contra las ideologías, ideas y pensamientos de otros, quienes, a su vez, asumen el
escarnio público y anhelan con férrea voluntad ver la realidad transmutada.
Aunque el objetivo de este ejercicio es detenerse en la novela para precisar esas dificultades
que despertaron la división y el odio entre los pueblos, los apelativos y las formas en las que se
calificaron los bandos dan muestra de esa estructura violenta que acompañaba los tonos
viscerales y populares con los que se trataban las colectividades de aquella época. A los liberales
les llamaban chusma, chusmeros, collajeros, patiamarillos, nueveabrileños, cachiporros,
chupasangres, martejos, comebolos, limpios y comunes. De otro lado, a los conservadores les
calificarían como godos, contrachusmeros, aplanchadores, patones, cachuchones, pájaros,
chulos, chulavitas, sonsos, plaga, chanchullos, guates e indios. El lenguaje se sirve de estas