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Recial Vol. XIII. N° 22 (Julio-Diciembre 2022) ISSN 2718-658X. Vanina Teglia. Introducción:
términos críticos de Elena Altuna sobre el discurso colonial, pp. 8-13.
que demandaban la visita” (Altuna, 2002, p. 227). Es decir, se vuelve evidente que las jerarquías
marcan a fuego el discurso colonial del sujeto viajante, quien reproduce estas subordinaciones
en su relación con las otredades e, incluso, las produce discursivamente para dar lugar a la
subalternización. Antes, incluso, que las teorías de frontera y de que el concepto de borderland
fuera formulado, Altuna ya reflexionaba acerca de la producción discursiva de alteridades y
fronteras como necesidades del poder colonial. Si, por un lado: “las fronteras imperiales [tanto
geo-políticas, como raciales y de género] muestran su labilidad, su dinamismo a través de los
relatos de quienes las transitaron” (Altuna, 2004, p. 14), por el otro, estos mismos relatos siempre
parecen contener la actitud del asombro ante el paisaje y sus gentes (Altuna, 2004, p. 16), lo que
—pensamos— constituye una frontera. Los memoriales mismos pueden ser leídos como
espacios escriturarios de “negociaciones de lugares y de alianzas lábiles” (Altuna, 2009, p. 93).
Estas líneas de Altuna sintetizan, de este modo, las asociaciones que ella ha podido observar
entre retórica del relato de viaje, colonialismo y frontera: “[la del relato de viaje colonial] se
trata de una retórica de la expansión colonial que exotiza y deshumaniza al nativo y, en ese
pasaje, lo transforma en bien material” (Altuna, 2004, p. 16). Por último, considera que, hacia
los siglos XVII y XVIII, además, se espera que estos escritos sean explícitamente útiles y
entretenidos, variantes respecto del pragmatismo ético del siglo XVI, que vinculaba lo verdadero
con lo útil y esto con lo moral.
Mención aparte merece el registro de las “cosas notables”, que Altuna llamó acertadamente la
memoria de lo notable (Altuna, 2009, p. 38). En ella, ingresaría cierta carga subjetiva, puesto
que es el yo descriptor el que decide acerca de qué es notable o curioso, lo cual supone una
mayor amplitud temática. Sin embargo, en su análisis de los cuestionarios, algunos sumamente
detallados, Altuna observa una intensa actividad indagatoria en torno a los objetos y fenómenos
“dignos de nota” (Autoridades), que, por este motivo, figuran con regularidad en los escritos de
los siglos XVI y XVII. El “principio organizativo descriptivo conformado a lo largo del siglo
XVI” (Altuna, 2009, p. 56) es consecuencia de una política estatal en el marco de la situación
colonial y rige una mirada descriptora que registra aquello que consigna como “notable”, ligado
siempre al testimonio de vista. Lo notable o anotable, así, para algunos viajeros, es un universo
de objetos y fenómenos del mundo cotidiano del acá, por lo que la distancia con el objeto
observado se reduce. Conlleva, además, un propósito didáctico, por lo que es común resaltar su
utilidad o beneficio. En esta misma línea, los viajeros, por ejemplo, anotan las propiedades
medicinales de las yerbas del Nuevo Mundo, “lo que concentra un cariz valorativo respecto de
este aquí” (Altuna, 2009, p. 66). Del mismo modo, sucede con todo aquello que hace a la
supervivencia del colono, pero, sobre todo, la del caminante: el alimento y las fuentes de agua
dulce que suele consignar, por ejemplo, fray Reginaldo de Lizárraga (1535-1609). En otros
viajeros, como fray Diego de Ocaña (1565-1608), lo notable se reviste de rareza, porque el
mundo indiano suele presentarse como el revés del que se ha dejado atrás. En ello, cuenta lo
desmesurado, sobre todo, el cuerpo humano desmesurado y, como correlato, las prácticas
amorales o nefandas como la sodomía. Por la rareza de lo que presenta, esta escritura se
multiplica en analogías que traducen lo desconocido a lo conocido y en esfuerzos por hacer
verosímil lo que al propio sujeto le resulta extraordinario. Así, los cuestionarios y el mandato
oficial ordenan describir para tener noticia de las Indias, pero los viajeros, finalmente, extienden
el registro de lo notable para no ser olvidados, ni ellos mismos ni sus méritos al servicio de la
metrópolis ni ese mundo conquistado, a punto de ser transformado y caer: “en palabras de Pedro
Mártir de Anglería, hacia ‘el ancho tragadero del olvido’”