manera se produce, siguiendo esta línea de razonamiento, una articulación entre fiebre e infancia
como zona constitutiva de un comienzo literario? ¿Qué tipo de inicio, qué rituales de iniciación,
son posibles de leer a partir de esta vinculación en los textos de Juan José Millás? Junto a
nociones como infancia y enfermedad, o mejor dicho, junto a fiebre e infancia, es necesario situar
un tercer elemento que remite al universo libresco: nos referimos en esta ocasión a la lectura.
Fiebre, infancia y lectura, tres dimensiones problemáticas que se encuentran ya presentes en
Cerbero pero que en El orden alfabético —la novela publicada por Millás en 1998— adquieren
una potencia singular. Puesto que si la fiebre puede ser entendida en términos de comienzo no
se debe únicamente a que abre en la primera novela de Millás una concepción de escritura que
seguirá apareciendo; sino, sobre todo, a que contribuye a un modus operandi: con la llegada de
la fiebre se despliega un tipo de imaginación literaria que resulta clave en el funcionamiento de
la máquina ficcional millaseana y que la novela El orden alfabético tematiza para narrar un nuevo
inicio lector. Es decir, la fabulación de un origen que relata, por un lado, un acercamiento a la
lectura, pero que, por otro lado, desde una mirada ampliada y proyectada hacia la obra, vuelve
visible el modo en que la discursivización de la enfermedad configura el universo literario de
este escritor. En otras palabras, en El orden alfabético la narración de la enfermedad conduce a
leer la construcción de un mito inaugural: aquel que articula bajo la figura del niño enfermo
fiebre, infancia y lectura como elementos que sintetizan el inicio de una imaginación patológica
que hace de los síntomas febriles una zona fecunda para la producción de ficción, desplegando,
de esta manera, un territorio significante de la literatura millaseana donde es posible seguir
haciendo lengua. La producción de un universo discursivo desde el cual la literatura de Millás
podrá seguir escribiéndose. Tal es la hipótesis que aquí nos interesa trabajar.
II: Lectura e infancia
Cuando Ricardo Piglia en El último lector se propone indagar en las figuraciones de la lectura
en la literatura advierte lo siguiente: “No nos preguntamos tanto qué es leer, sino quién es el que
lee (dónde está leyendo, para qué, en qué condiciones, cuál es su historia)” (2005, p. 22). La
pregunta no resulta menor porque permite identificar un relato recurrente: aquel que sitúa al niño
como sujeto de lectura para observar allí una historia de iniciación. El mito inaugural que Alan
Pauls define en el glosario Trance como la escena originaria donde un niño se transforma en
lector (2018, p. 69). En otro de sus libros, este mito inaugural se arma en torno a una escena de
veraneo en la que, producto de unas anginas, el niño debe quedarse en la casa vacacional a
descansar. Las líneas de fiebre obligan al reposo del cuerpo y son la excusa para abrir las páginas
de un libro y de un tiempo en el que se descubrirá la felicidad de la lectura. Esa escena febril
narrada en La vida descalzo constituye la historia que revela cómo un niño se vuelve lector
(Pauls, en Rodríguez Montiel, 2021, p. 221) y en ella es posible reconocer una zona de repetición.
Dentro de otro libro de la Colección Lectores de la editorial Ampersand, Jorge Monteleone
publica El centro de la tierra (lectura e infancia). Libro en el que recupera su experiencia con la
lectura durante la niñez. La imagen que vincula infancia, enfermedad y lectura reaparece y señala
la ocasión en la que el cuerpo adopta una disposición singular para habitar el universo de la
ficción: “La enfermedad era mi coartada. Estar enfermo, librarme a la fiebre y a la adenoides
llagadas y al cuerpo doblado de dolor y a las erupciones y al vómito, era la oportunidad para
obtener algo más: compasión, cuidado, perdón y lectura” (2018, p. 41). Así, el niño enferma y
lee. O mejor dicho, el niño enferma y obtiene con ello, junto al desajuste corporal, un tiempo-
espacio para alojar ese cuerpo en la ficción. Una escena similar es narrada por Daniel Link en
La lectura: una vida… al referir a su formación libresca. Link construye el relato de su comienzo
lector con la imagen de un niño “enfermizo, pobre y raro” (2017, p. 16). Como si la lectura en la
infancia quedara asociada a la enfermedad a partir de una extrañeza que desplaza el cuerpo del
niño hacia un territorio otro. Como si la enfermedad fuera una ocasión para la suspensión del
orden cotidiano y una disposición del cuerpo para entrar en contacto con el mundo ficcional: