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Recial Vol. XV. N° 26 (Julio-diciembre 2024) ISSN 2718-658X. Roberto Méndez Martínez, Siete voces en una
casa colectiva, pp. 251-253.
orden se leen en el libro: Reina María Rodríguez, Legna Rodríguez Iglesias, Jamila Medina
Ríos, Damaris Calderón, Martha Luisa Hernández Cadenas, Soleida Ríos y Nara Mansur.
Tampoco hay un sesgo temático en la selección: ni poesía erótica, ni poesía social, ni siquiera
algo que pudiera calificarse interesadamente como “poesía feminista”, en tanto caben en esas
páginas todos los temas, todas las escrituras, todos los talantes.
Nara Mansur, poeta y dramaturga, invoca como piedra de toque de su proyecto la “casa
chorizo” argentina que, de algún modo, podría asociarse con la “casa de vecindad” cubana: una
sucesión de habitaciones, unidas y a la vez separadas por paredes medianeras, que comparten
áreas comunes como el pasillo a un lado, un patio trasero más o menos dilatado y en él aseos
y lavaderos colectivos que motivan acercamientos y disensos cotidianos. Se trata de la
coexistencia de vidas particulares más que del falansterio utópico, del vivir unos y otros
coexistiendo en el espacio y el tiempo, cada uno en su órbita, algunas veces con una aparente
sintonía, pero otras muchas en conflicto o visible divergencia.
La riqueza de esta selección no está, como en otros casos, en la voluntad de armonizar en
un coro esas voces diversas, mucho menos en intentar enunciar una tesis estética o ideológica
derivada del puñado de poemas allí incluido. Por el contrario, la responsable de esta selección
nos advierte en la nota inicial que se trata de una reunión nómade, aunque se produzca en una
casa–libro. Las autoras incluidas no son inquilinas, ni están obligadas a compartir áreas
comunes, sencillamente están de paso. Cada una de ellas, en cierto modo, es un mundo en sí
mismo, con sus propias leyes de gravedad y desplazamiento. De ahí la advertencia:
Nuestros universos a veces se cortan, chisporrotean; se hacen mundos paralelos,
también por eso la escritura es acto convulsivo, estrépito y subversión. Pero las
herencias son también invenciones variopintas como las perspectivas, las
puestas en juego, los modos de enunciación, la fabulación en torno al lector
imaginario. (Mansur, 2023, p. 7).
A esto habría que añadir que tampoco procura Mansur hacer una selección de textos ya
publicados, divulgados y jerarquizados dentro de la obra de cada una de las poetas escogidas,
sino se decanta por creaciones recientes o prácticamente desconocidas. Se trata de un proceso
destinado a huir de los peligros del canon, no solo el gran canon, sino ese pequeño que se
establece en ciertos círculos literarios aun en vida de los autores.
Nara pone en nuestras manos no una tesis esencialista, sino un muestrario fenomenológico.
En última instancia, ella toma muestras de su propia escritura y de las de otras colegas que le
parecen significativas y arma con ellas un móvil de equilibrio virtuoso y precario, un
espectáculo performático, en el que los lectores no son simples espectadores, sino participantes
activos, porque deben con-vivir y hasta co-habitar con las autoras y de alguna manera encontrar
rutas de entrada, intercambio y salida en esa laberíntica vecindad.
Llegado a estas alturas, no descarto la existencia de un gran propósito lúdico tras este libro.
Quizá al final, cuando se cierren las cortinas y se enciendan las luces, pueda descubrirse que es
principalmente un juego de la niña y demiurga Nara Mansur, quien ordena, desordena y hasta
hace colisionar a un grupo de entidades que son a la vez dramatis personae y firmas literarias,
y lo hace sin reglas discernibles. Se trata de su “mala lectura”, como diría Bloom –el crítico,
no el personaje de Joyce-, de su puesta en escena que es a la vez homenaje, apropiación y
pastiche.
Quienes vengan después a descifrar el libro podrán transformar sus asombros en
interrogantes, por ejemplo: ¿Hay alguna norma para ordenar a las autoras incluidas, ya que no