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Recial Vol. XV. N° 26 (Julio-diciembre 2024) ISSN 2718-658X. Katia Viera, Pasar del otro lado. La literatura
cubana y sus vínculos con el Este, pp. 254-259.
y reimaginando una zona de lo producido en el país o fuera de sus fronteras por autores que
escriben y publican a partir de los años 90 (entre ellos, Rafael Rojas, Iván de la Nuez, Duanel
Díaz Infante, Damaris Puñales Alpízar, Idalia Morejón y Walfrido Dorta). En este conjunto de
miradas críticas, Garbatzky opta por distanciarse de —o bien apelar escasamente a— trabajos
de ensayistas que desde dentro de Cuba han venido pensando el mismo campo de problemas.
Aunque no es su objetivo, es probable que la conversación con críticos e intelectuales que
residen en Cuba le permitiera observar cómo desde la institucionalidad cultural de hoy algunos
escritores y críticos cubanos piensan a quienes fueron sus contemporáneos, o cómo escritores
y críticos que escriben desde esa institucionalidad —pero a la par producen materiales para
otros proyectos fuera de Cuba—, rescatan/reimaginan/renegocian sus vínculos con el Este y
las artes y las culturas soviéticas (y comunistas). Tal acercamiento dialogal tal vez hubiera
podido ofrecerle a la propuesta especulativa de Garbatzky otra manera de (re)construcción del
archivo, otros modos para resituar y repensar los vínculos y la cuestión del Este como un
proyecto en ruinas y de desencanto total. En todos estos sentidos, la apuesta y el riesgo críticos
de la investigadora no dejan de resultar estimulantes como lecturas complementarias o
contestatarias al campo literario cubano.
El libro se compone de cuatro secciones, cada una de ellas relacionada con una ciudad:
Berlín, Moscú, Pekín y La Habana. En ellas, se reúne un conjunto de escrituras de Jesús Díaz,
Fernando Villaverde, Antonio José Ponte (Berlín), José Manuel Prieto, Carlos A. Aguilera,
Abel Fernández Larrea (Moscú), Carlos A. Aguilera (Pekín), Alejo Carpentier, Virgilio Piñera,
Reinaldo Arenas, Rolando Sánchez Mejías y Reina María Rodríguez (La Habana). En la
primera sección del libro, transfiriendo y particularizando el concepto polo de religación de
Susana Zanetti (que lo piensa desde Ángel Rama), Garbatzky concibe a Berlín como “una
ciudad faro y una ciudad signo, con la capacidad de religar a la comunidad cubana” (p. 31),
que “se acerca a la idea de un punto de mira externo desde donde preguntar por la identidad, a
través de la identificación con los escritores de la República Democrática Alemana, con el
espionaje o la perplejidad ante la caída del Muro” (p. 32). A través de los dos apartados que se
despliegan en esta primera sección, “Mapeando el futuro. Relatos cubanos en Berlín” y “Bajo
sospecha. El impulso de archivo revisitado en Antonio José Ponte”, Garbatzky construye la
argumentación de los enunciados anteriores. En ellos, los libros Las cuatro fugas de Manuel
(2002), de Jesús Díaz; La irresistible caída del muro de Berlín (2016), de Fernando Villaverde
y La fiesta vigilada (2007), de Antonio José Ponte, le permiten delinear a la autora algunas
ideas relacionadas con los bordes y transformaciones de la ficción, lo documental, lo
testimonial y lo autobiográfico e imaginar, también, como otros críticos y ensayistas han hecho
antes (Rojas, De la Nuez, Ponte, Dorta, etc.), el texto urbano de Berlín como un dispositivo
propicio para repensar las ruinas, la destrucción, la sospecha, la vigilancia, las heterotopías y
los destiempos en la literatura que aquí se analiza.
La segunda sección del libro, titulada “Moscú”, contiene tres apartados: “Ante el archivo
latinoamericano. Dos novelas rusas de José Manuel Prieto”, “El futuro tuerto. Sobre El imperio
Oblómov, de Carlos A. Aguilera” y “Topografías de la desintegración. Relatos de Chernóbil en
Absolut Röntgen, de Abel Fernández Larrea”. En esta sección, la autora se interesa por el modo
en que “se archiva la cultura soviética en la literatura cubana, qué tensiones condensa su
procesamiento entre las pequeñas piezas inasibles de la experiencia cultural” (p. 69). Dos
novelas de José Manuel Prieto, Livadia (1999) y Enciclopedia de una vida en Rusia (1998) le
posibilitan leer lo que el ensayista Roberto González Echeverría denominó ficción de archivo,
esto es, procesos discursivos que imitan las formas de las primeras crónicas, cartas, relaciones
de América Latina y que en su momento poseyeron una enorme autoridad. De esta manera,