Obra bajo Licencia Creative Commons 4.0 Internacional.
Recial Vol. XV. 26 (Julio-diciembre 2024) ISSN 2718-658X. Guadalupe Silva, Presentación. La
tradición como lugar común, pp. 7-11.
https://doi.org/10.53971/2718.658x.v15.n26.47341
La tradición como lugar común
Guadalupe Silva
Ins. Literatura Hispanoamericana, Universidad de Buenos Aires/Conicet
guada.silva.guenaga@gmail.com
ORCID: 0000-0001-7599-1687
Recibido 15 /08/2024. Aceptado 22/10/2024
La retórica clásica llamaba “topos koinós” y “locus communis” al recurso de presentar
argumentos compartidos para ganar la adhesión de la audiencia. Roland Barthes reparó
en el sentido topográfico que esta denominación comprendía: ¿por qué se hablaba de
lugar?
Porque, dice Aristóteles, para acordarse de las cosas basta acordarse del
lugar en que se encuentran … De ahí todas las imágenes que ligan la idea
de un espacio y las de una reserva, de una localización y de una extracción:
una región (donde pueden encontrarse argumentos), una mina, un círculo,
una fuente, un pozo, un arsenal, un tesoro, y hasta una celdilla de palomas.
(Barthes, 1993, pp. 134-135).
La tópica vendría a ser entonces tanto un método como un casillero de formas vacías
y una reserva de formas llenas (en palabras de Barthes). O también: una técnica para dar
contenido al discurso, un reservorio de unidades significativas y un territorio compartido,
tanto por esas unidades como por quienes participan en la escena de comunicación. No
hace falta hacer un gran esfuerzo para relacionar esta definición con el concepto de
tradición. Incluso pensando en los dos sentidos de la palabra: ya sea como aquello que se
recibe del pasado (traditio, entrega, transmisión) o como aquello que se constituye en la
réplica y el reconocimiento (la tradición como construcción retrospectiva,
performatividad). En ambos sentidos se afirma la idea de una región “común”. Si
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aceptamos esta conexión y nos preguntamos cómo opera la cultura letrada, cómo trabaja
sobre la tradición y la reescribe, debemos preguntarnos también cómo se reconfigura esa
topografía que ha sido imaginada como “fuente”, “arsenal o “tesoro”, la reserva de
tópicos que tejen la malla de una memoria compartida, un territorio común, aun si es solo
imaginario, donde cuando se dice “xtodos saben de qué se habla.
En este dossier presentamos cinco trabajos que analizan operaciones de relectura y
reescritura de la tradición en Cuba, seguidos de una microantología de Legna Rodríguez
Iglesias que retoma uno de los lugares comunes más recurridos de la nación, el de la
heroicidad de Martí. Pensar la tradición en los rminos del lugar común nos ayuda a
relacionar estas contribuciones que revisan ángulos distintos de la comunidad imaginada
llamada Cuba, cuya extensión excede con amplitud sus fronteras geográficas. Son
contribuciones que comparten un recorte temporal que se inicia en las últimas décadas
del siglo XX y llegan a nuestro presente. Así como en la historia del arte comenzó a
llamarse “contemporáneo el tiempo posmoderno, con el presupuesto de que las
narrativas del progreso habían llegado a su fin, podemos llamar contemporánea a la
cultura cubana posterior al declive del comunismo a mediados de los años 80.
1
Como advirtió una década después Margarita Mateo Palmer (1995), durante ese
tiempo se gestó una profunda crítica de los grandes relatos que le dio a la cultura cubana
posmoderna una impronta distintiva. La tradición nacional y nacionalista, la dialéctica de
lo nuevo y la apertura del canon fueron en los últimos años del siglo XX temas de intensa
discusión. Aun en el presente, tras fuertes olas de emigración, esos debates siguen
teniendo vigencia y repercuten en la manera de pensar el canon nacional. Este dossier se
propone examinar estas discusiones y producciones literarias atendiendo a su manera de
construir y relacionarse con la historia cultural cubana en un diálogo con múltiples aristas,
que incluyen el homenaje, la profanación, la resignificación y la reinvención. Para ello
hemos reunido un conjunto de artículos que reflexionan sobre el canon y rearman la
tradición desde diversas perspectivas.
Una de estas perspectivas es la de la crítica literaria, un modo eficaz de acortar
distancias geográficas e históricas. En su contribución a este dossier, Jorge Luis Arcos
analiza la obra crítica de Roberto González Echevarría, con una cercanía humana que
permite intuir a la persona al cubanoen la letra del erudito. Por más que uno de ellos
se encuentre en los Estados Unidos y el otro en el sur de la Argentina, el “entre-lugar
gestado por Arcos en su aproximación a González Echevarría está lleno de complicidades.
El interés de ambos en Harold Bloom, en la literatura española barroca y moderna, en el
tiempo de larga duración y en la defensa del valor literario, son algunas afinidades y
formas de amistad a través de la lectura. Arcos encuentra efectivamente en González
Echevarría a un lector de avidez excepcional, en la tradición de los escritores cubanos de
grandes bibliotecas y apetitos, como Alejo Carpentier o José Lezama Lima. Su texto
revisa el concepto de archivo en la obra del crítico de Yale y elabora un homenaje al
arconte que enriquece con su lectura la tradición literaria cubana y latinoamericana.
La mención de Bloom en el texto de Arcos nos recuerda la presencia de este crítico en
la cultura letrada cubana de los 90. Cuando Bloom publicó The Western Canon en 1994,
Cuba atravesaba un momento de crisis excepcional, no solo por las dificultades
económicas, sino también por el hecho de que en ese periodo comenzó a darse la
separación de un campo intelectual autónomo que disputaba al gobierno la gestión del
pensamiento y la creatividad. Nuevos actores ampliaron el área de intervención pública
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más allá de los límites comprendidos por el Estado, ya sea creando publicaciones en el
exterior (el caso de la revista Encuentro de la cultura cubana o de La Habana Elegante,
que se analiza en este dossier), ya sea desobedeciendo la prohibición de publicar dentro
de la isla sin permiso oficial (el caso del proyecto Diáspora(s)). La discusión sobre los
límites del canon y los valores que lo sostienen, la autoridad o el autoritarismo de las
configuraciones normativas y la reparación de los silencios ocasionados por la censura,
fueron materia de numerosas intervenciones en los años 90 y 2000. Ana Eichenbronner
se concentra en estas discusiones en su contribución al dossier, recorriendo algunas de los
principales debates sobre el canon, la tradición y sus límites, expresados en el campo
intelectual cubano de finales del siglo XX, momento en el que cobró vitalidad el género
del ensayo como instrumento de intervención pública. Eichenbronner hace hincapié en
las tensiones de este nuevo ensayismo con las estructuras canonizantes, y su
revalorización de lo marginal, uno de cuyos exponentes en la literatura cubana del siglo
XX ha sido Virgilio Piñera, censurado en los años setenta y rehabilitado por la misma
oficialidad en la década siguiente.
¿No es en última instancia la censura una contracara de la selección canica?
Mientras que el recorte del canon supone un escrutinio de valores, la censura pone en
funcionamiento mecanismos de sanción ideológico-moral. El cuestionamiento de estos
mecanismos fue característico del periodo finisecular cubano, como muestra
Eichenbronner, pero ya se había manifestado previamente a mediados de los años 80, en
concordancia con los procesos de apertura cultural y económica de la Unión Soviética. El
artículo de Ignacio Iriarte se ocupa de este fenómeno a través del análisis de la recepción
de películas soviéticas críticas y aperturistas durante el periodo de liberalización cultural
que se dio entre 1986 y 1989. Un momento crucial en la cultura cubana contemporánea
que llamativamente fue menos estudiado que la década posterior. El trabajo de Iriarte
discute con la idea planteada por Rafael Rojas de que el gobierno cubano restringió
durante esos años la propagación de las ideas aperturistas de la glasnost y la perestroika.
De hecho, demuestra Iriarte, estas ideas circularon ampliamente en el cine y en ciertas
revistas culturales cubanas, hasta que la caída del Muro de Berlín y el fin de la Unión
Soviética forzaron redefiniciones políticas que volvieron a endurecer la censura. Los años
80 marcaron el punto de inflexión que propiciaría la consolidación de resistencias en
vastos sectores de la cultura durante la década siguiente.
El caso de La Habana Elegante. Segunda época, que estudia en este dossier Rocío
Fernández, es un ejemplo nítido de resistencia y congregación en la dispersión de la
diáspora. Fernández analiza centralmente los componentes de ironía, meta-representación
y desacralización de la revista, así como su manera de construir un sitio virtual de
encuentro más allá de las fronteras de tiempo y espacio. La sección “El Templetede esta
revista digital, producida en Estados Unidos pero dirigida a la vasta comunidad cubana,
ofrece una ilustración del modo en que se reconfiguran lugares comunes más allá de la
dispersión.
El Templete [escribe Fernández] es una edificación construida en 1827 en el lugar
donde se cree que se funla Villa de San Cristóbal de La Habana en 1519. Todos los
años cada víspera del 16 de noviembre, fecha en que fue fundada la ciudad, cientos de
habaneros dan tres vueltas a la ceiba y echan una moneda a sus raíces pidiendo un deseo.
La sección [El Templete] de la revista se constituye entonces en una manera de poner a
disposición la tradición para quienes ya no están en La Habana. El ritual virtual consiste
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en que todos los aniversarios de LHE, que es en la edición de primavera, y que coincide,
por ende, con el aniversario del nacimiento de Casal –7 de noviembre– y el aniversario
de la fundación de La Habana –16 de noviembre–, se abre la posibilidad de dejar
comentarios, saludos y deseos en El Templete”, como una manera otra de dar la vuelta
a la ceiba.
Si bien la lógica binaria de adentro/afuera, sí/no, Revolución/Contrarrevolución,
etcétera, parece dominar las representaciones del territorio político-simbólico, esta no es
la única manera de pensar la espacialidad en Cuba. Susana Gómez nos presenta otras
formas de articulación, otros lugares de lo imaginario. En su propuesta metodológica para
analizar el realismo de la narrativa cubana desde los años 90 hasta la actualidad, Gómez
incorpora la noción de “topología” proveniente de las ciencias duras. Basándose en la
idea de que la literatura “pone de manifiesto la condición semiológica de la vida actual
(Iriarte, 2020), su trabajo explora esos topoi en los que la realidad se constituye como un
estar ahí, “propiciando un modo de exhibición de hechos que, acercando la mirada,
reconocemos que son los lugares, es decir los topoi (por donde todos pasan, dando sentido
al pasar y al lugar) en esa trama tejida inevitablemente entre tópica y doxa”. Despojado
de las premisas del realismo decimonónico o del realismo social, este otro modo de
presentar lo que está ahí –el nuevo realismo– se abstiene de teorías y generalizaciones.
Su fin, dice Gómez, es dar a ver, inscribir lugares “por donde todos pasan”, dar entidad
al espacio corriente y cotidiano.
Una importante nota final. Al decir “lugar comúndesde luego no podemos obviar su
asociación con la cosa trillada, el cliché, lo adocenado. Hemos omitido hasta ahora esta
implicancia para privilegiar el sentido de encuentro, recurrencia y comunidad. Pero el
lugar común evidentemente carga con ese aspecto peyorativo que tiñe también el
concepto de tradición con el que lo hemos relacionado. La conexión entre lugar común y
tradición insinúa en cierto modo un desdén hacia el tradicionalismo. No sería nada nuevo
protestar por la repetición inagotable y agotadora de sus lugares comunes, su pedagogía
conservadora. La crítica del nacionalismo está plagada de estas protestas y abundan los
ejemplos en la cultura cubana contemporánea. Los textos de Legna Rodríguez Iglesias
sobre José Martí que hemos dejado para el final de este dossier retoman ese hilo, pero no
en el sentido del rechazo de la tradición, por muy cil que sea atacar un mito ya
desacralizado.
2
El gesto de Legna es otro: consiste en abrazarlo después de su demolición,
soñar con robarse uno de sus bustos y traérselo al exilio, como un pedacito de país, un
terrón de tierra. “Uno nace en un sistema donde todo es ideológico, hasta el amor, y uno
decide que el héroe, esa cosa heroica inalcanzable, tiene que ser otra cosa: amor, por
ejemplo”. Despojar al mito de su primer sentido para dotarlo de uno propio, vaciarlo para
hacerlo entrañable… ¿no son recursos para habitar y ser habitado por el lugar común? Tal
vez en ese gesto se encuentre una clave del modo presente de lidiar con las fracturas y sus
pesados restos.
Referencias bibliográficas
Barthes, R. (1993). La aventura semiológica. Barcelona: Paidós.
Iriarte, I. (2020) Una antología de la literatura cubana actual. Bazar Americano, (90).
Recuperado el 23 de octubre de 2024 de
Obra bajo Licencia Creative Commons 4.0 Internacional.
Recial Vol. XV. 26 (Julio-diciembre 2024) ISSN 2718-658X. Guadalupe Silva, Presentación. La
tradición como lugar común, pp. 7-11.
http://www.bazaramericano.com/buscador.php?cod=941&tabla=resenas&que=ig
nacio%20iriarte
Mateo Palmer, M. (1995). Ella escribía poscrítica. La Habana: Casa Editora Abril.
Ponte, A. J. (2001). El abrigo de aire. En M. Bernabé & M. Zanin (Eds.), El abrigo de
aire: Ensayos sobre literatura cubana (pp. 73-84). Rosario: Beatriz Viterbo.
Timmer, N. (2021). El presente incómodo. Subjetividad en crisis y novelas cubanas
después del muro. Buenos Aires: Corregidor.
Notas
1
Según Nanne Timmer, el pasaje de la época soviética a la postsoviética ha colocado a la cultura cubana
en un intervalo indefinido, un “entrelugar, un afuera de tiempo o un presente incómodo que abarca la crisis
crónica que se inicia después de la caída del muro de Berlín” (2021, p. 11). Esto implicaría que la situación
de crisis que caracterizó el momento posmodernista presenta en el caso cubano bordes imprecisos que se
extienden más allá del periodo crítico de finales del siglo XX.
2
“Para soportar a Martí es preciso destruirlo, hay que reírse de él, burlarse, tirarlo a choteo”, escrib
Antonio José Ponte en su ensayo “El abrigo de aire” (2001).