Obra bajo Licencia Creative Commons 4.0 Internacional.
Recial Vol. XV. N° 26 (Julio-diciembre 2024) ISSN 2718-658X. Jorge Luis Arcos, Vida y Archivo: he
vivido como en un archivo de textos, pp.12-23.
https://doi.org/10.53971/2718.658x.v15.n26.47342
Vida y Archivo: he vivido como en un archivo de textos
1
Jorge Luis Arcos
Universidad de Río Negro
jorgelarcos@terra.es
Recibido 10/08/2024. Aceptado 22/09/2024
luce intellectüal, piena dʼ amore
Dante, Paraíso, Canto XXX
“Se nos fue la vida hipostasiando, / haciendo con los dioses un verano
José Lezama Lima
“Primera glorieta de la amistad”, Dador
Resumen
El artículo ofrece una lectura de Memorias del archivo: una vida, la autobiografía del
crítico cubano Roberto González Echevarría, poniendo el foco en la unidad de perspectiva
y personalidad intelectual. Se muestra cómo González Echevarría en sus memorias revela
un profundo compromiso con la tarea crítica y una gran tenacidad en las circunstancias
de su emigración a Estados Unidos, donde alcanzó un alto reconocimiento sin perder su
identidad cubana. El artículo pone de relieve cómo González Echevarría se ha destacado
por su estudio del archivo latinoamericano, su aporte al conocimiento de la tradición
literaria en lengua española y su singular contribución al estudio del "monstruo barroco"
como un concepto que ilustra la hibridación en obras del Siglo de Oro español y en la
literatura moderna de América Latina. Sin omitir su relación con Harold Bloom, la
importancia de la cultura clásica o la rigurosidad de su método de análisis fundado en el
estructuralismo, el artículo pone de relieve la duradera y profunda contribución de
González Echevarría a la crítica latinoamericana.
Palabras clave: González Echevarría; crítica literaria; memorias
Life and Archive: “he vivido como en un archivo de textos” [I have lived as in a
text archive]
Abstract
Obra bajo Licencia Creative Commons 4.0 Internacional.
Recial Vol. XV. N° 26 (Julio-diciembre 2024) ISSN 2718-658X. Jorge Luis Arcos, Vida y Archivo: he
vivido como en un archivo de textos, pp.12-23.
This article offers a reading of Memorias del archivo: una vida, the autobiography of
Roberto González Echevarría, the Cuban critic, focusing on the unity of perspective and
intellectual personality. It is shown how González Echevarría in his memoirs reveals a
deep commitment to the critical task and a great tenacity in the circumstances of his
emigration to the United States, where he achieved high recognition without losing his
Cuban identity. This study highlights how González Echevarría has stood out for his study
of the Latin American archive, his contribution to the knowledge of the Spanish-language
literary tradition, and his singular contribution to the study of the “baroque monsteras a
concept that illustrates the hybridization in works from the Spanish Golden Age and in
modern Latin American literature. This article emphasizes González Echevarría's lasting
and profound contribution to Latin American criticism, without omitting his relationship
with Harold Bloom, the importance of classical culture, or the rigorousness of his method
of analysis based on structuralism.
Keywords: González Echevarría, literary criticism, memoirs
1
Si exceptuamos algunos textos como El oficio de perder, de Lorenzo García Vega
(2004), o las memorias, en forma de diario, de Ricardo Piglia (2015) y que recuerdan
las argentinas de Witold Gombrowicz–, no ha sido la rememoración autobiográfica un
género fuerte en la literatura hispanoamericana.
2
Acaba de publicarse Memorias del
archivo: una vida, del ensayista y crítico cubano Roberto González Echevarría (2022).
No es, esta última, como las anteriores, una memoria primordialmente introspectiva. No
participa tampoco, como aquellas, de lo que se ha dado en llamar literatura de
imaginación, aunque, como ya comentaremos, esta esté muy presente, aunque de otro
modo. Cuando Jung escribió las suyas, advirtió que no iba a detenerse en anécdotas o
hechos puntuales, ni siquiera cronológicos, sino que atendería a aquellos momentos de
iniciación que implicaron una transformación en su proceso de autoconocimiento. Si
atendemos a la sutil pero esencial diferencia entre recordar y rememorar, que propone
Patrick Harpur, rememorar supone un movimiento de la imaginación, donde el pasado se
actualiza, se recrea, y donde tan importante como la reconstrucción del pasado es la
deconstrucción del olvido, algo de lo que es consciente González Echevarría cuando
escribe: “la memoria es como un rompecabezas al que le faltan piezas. De lo cual me
alegro. Aceptar el olvido es bueno. Hay que aprender a vivir con él, porque es él quien
nos permite vivir” (2022, p. 271). Es obvio que en toda memoria existe una criba. En la
de González Echevarría está implícita en el tulo de su libro, porque se atiende sobre todo
a su fructífera vida académica. Mito y archivo (1998) es el tulo de uno de sus muchos
libros emblemáticos.
Pero ¿cuál es el mito de Roberto González Echevarría, preguntaría James
Hillman
3
desde la psicología profunda, mítica o arquetipal? Aunque esa pregunta la tiene
que tratar de responder cada persona, escribir una memoria de vida supone ya un intento
de respuesta. Desde el inexorable afuera, trataré en este texto de aproximarme a una
respuesta plausible.
2
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Recial Vol. XV. N° 26 (Julio-diciembre 2024) ISSN 2718-658X. Jorge Luis Arcos, Vida y Archivo: he
vivido como en un archivo de textos, pp.12-23.
Mientras leía este relato de viaje (porque así lo leí) imaginaba a veces a Roberto como
un personaje de una novela picaresca, a la que dotó, desde su obra crítica, de tan notables
contribuciones cognitivas. Una vida hasta cierto punto justificada, en este caso, desde el
archivo académico; pero una vida, además, que discurre en sus memorias a través de un
proceso de catábasis y anábasis en el archivo, que fue acaso su cueva de Montesinos, o
su viaje dantesco –viaje dantesco, aclaro, con ansias de paraíso, no limitado a su frecuente
lectura infernal–. No hago esta última referencia cervantina al azar (que no existe).
4
Así
como en la segunda parte del Quijote acaece una paulatina suplantación de la llamada
realidad por la imaginación, creo que esa introspección omitida en estas memorias, puede
sin embargo entreverse a través de tres imágenes arquetipales del archivo que fueron
esenciales para González Echevarría: las sucesivas iniciaciones de Segismundo en La
vida es sueño, el llamado proceso de quijotización de Sancho y la sanchificación de
Quijote; y las iniciaciones del relato de viaje del pícaro. Esas tres discursividades (o
mitemas) del archivo funcionaron como las novelas de caballería para el Alonso Quijano
5
que fue González Echevarría. Ellas pueden constituir una imagen mítica de su destino.
Indico esto para sugerir una lectura profunda de estas memorias donde se omite entonces
y la vez se muestra sesgadamente el mito sumergido de Roberto. Porque lo omitido
regresa siempre, y permea la imagen (la versión) expuesta de nuestras vidas –“lo profundo
es lo que se manifiesta”, escribía Fina García Marruz (1951, p.8)–. Pero ¿no nos dice
González Echevarría que “el Archivo es mito de mismo” (2022, p. 368)? También,
como un síntoma, en la introducción, “Abro”, escribe: “Pero lo más difícil es poder oír la
voz profunda de mi interioridad(p. 15).
3
Como Cemí, quien se expone por primera vez en Paradiso a través de un ataque de
asma, González Echevarría se muestra a sí mismo a través de su “voracidadinfantil: yo
me prendía con furia a aquellas tetas, mamando sin tregua hasta ahogarme. Me ponía
morado por falta de oxígeno y me salía leche por la nariz, pero no soltaba el pezón para
respirar(p. 28). Con independencia de lo común que puede ser esta experiencia (como
la de la “otra manode Lezama)
6
, me interesa remarcar esta imagen porque, en su caso,
tuvo una resonancia posterior, sobre todo para tratar de entrever el mito personal de
González Echevarría.
Habría acaso que remontarse a los antiguos griegos, que unían naturalmente la cultura
del cuerpo con la del espíritu. Parece que todo lo que emprendió González Echevarría se
nutría de esa avidez, pero también de esa armonía. Cuando digo espíritu, me refiero sobre
todo a la razón, a una conciencia despierta. Él mismo ha insistido en su radical
racionalismo. González Echevarría es un consumado materialista, en su mejor sentido.
Como Lorenzo García Vega, obcecado con la corporeidad de la imagen plástica, González
Echevarría, como crítico, es más cercano al estudio de las relaciones que los signos
verbales establecen entre sí, al lenguaje físico, al texto mismo (de ahí su pasión por
aprender diversas lenguas). A veces he imaginado a González Echevarría como una suerte
de Sancho Panza muy ilustrado, un poco ya quijotizado, por supuesto. Prolija sensatez
que ha rebasado ya el sentido común de la sabiduría refranera –que tanto desdeñaba
Quevedo– para acceder a una razón iluminadora. Algo tiene también de estoico profundo.
“Algo”, escribí, porque también como William Blake podría afirmar que “el camino del
exceso conduce al palacio de la sabiduría”. El propio González Echevarría se reconoce,
se autopercibe, como escéptico, agnóstico; detentador, escribe, de “una tendencia
racionalista innata (p. 46), incluso ateo
7
(esto último, sobre todo, después de la
prematura muerte de un hijo suyo). Y ya hemos señalado que sus memorias no se demoran
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en los laberintos del otro mundo interior, y, por lo general, se atienen a los hechos. Pero
curiosamente, cuando muere su hijo, el autor despliega en el mismo capítulo la
descripción minuciosa de su vocación como aviador (tal vez una suerte de Clavileño
compensatorio), aunque, sintomáticamente, escribe allí, en “la siempre, segura muerte”,
que “volar consiste en tirar la baraja con la muerte (p. 334). A contrapelo de la
coincidencia cronológica, acaso la iniciación descomunal que provocó la muerte de su
hijo, encontró en la experiencia también iniciática de la práctica de la aviación un
significativo sincronismo.
Como cuenta recurrentemente, la práctica de varios deportes lo acompañó siempre,
reiterando ese ideal griego al que aludíamos. A uno de ellos, el béisbol, logró dotarlo de
una suerte de profunda antropología cultural, más allá de la moda académica de los
llamados cultural studies. Como un griego antiguo fue un gimnasta del cuerpo y la razón.
No es ocioso entonces destacar su profunda vocación por el estudio de los clásicos en
general –Dante, Fernando de Rojas, Calderón, Cervantes, Borges, Carpentier, Lezama,
Sarduy, entre otros–. En esta vocación se pone de manifiesto un instinto infalible para no
dejarse distraer por cantos de sirenas, y, durante la inexorable y breve vida, nutrirse de
una sabiduría esencial –de ahí también su relativa independencia de grupos, tendencias,
generaciones, etcétera–. Incluso, como él mismo reconoce, eso explica en parte su
sintonía con Harold Bloom, más allá de sus inevitables diferencias, que él precisa, y que
merecen un comentario aparte.
Hay otra imagen con la cual, en algún momento de mi lectura, relacioné la escritura
de sus memorias; me refiero a la novela picaresca, tan estudiada por él, y tan cercana a
un poderoso realismo, pero también a las fuentes mismas del llamado Archivo. No es
tampoco ocioso relacionar sus estudios de la picaresca con el de las llamadas Crónicas de
Indias. En mis copiosas clases de literatura parto de muchos de sus ensayos, donde supo
cerrar el arco que va desde las híbridas crónicas iniciales a algunas de las más fecundas
novelas latinoamericanas, con relación que basta para fijar una de las singularidades de
la cultura de esas que llaMartí “nuestras dolorosas repúblicas de América”. Un acierto
semejante, en este sentido, lo constituye su libro La prole de Celestina (1993). Pero nada
en la obra crítica de González Echevarría es fácilmente previsible. Él también agregó otro
aporte fundamental: el estudio del monstruo barroco, sobre todo a partir de Calderón
(aunque la Celestina es otro monstruo), en lo que constituyó, creo yo, su mayor aporte
cognitivo tanto a la literatura española como hispanoamericana. Esa nueva perspectiva,
que coincide con la que también entrevió Octavio Paz a propósito de Sor Juana Inés (otro
monstruo) –la llamada poética de la extrañeza–, es acaso más singular y más
potencialmente creadora que el clásico tópico del desengaño barroco. El monstruo es un
tópico esencial del final unitivo de Terra nostra de Carlos Fuentes. ¿Cómo estudiar a
Lezama sin tomar en cuenta al monstruo barroco? Después de todo, esa mezcla, esa
hibridez entre Quijote y Sancho, verificada en González Echevarría, ya señalada, ¿no es
una monstruosa singularidad? “Los monstruos no mueren”, dice el narrador monstruoso
de Bomarzo, al que no por casualidad alude Lezama al inicio de su famoso prólogo a
Rayuela.
8
Hay algo profundamente quevediano en el gesto intelectual y vital de González
Echevarría. Algo inasible, tal vez, como a la manera del autor de Los sueños, o a lo
Velázquez, o a lo Goya. Es como un linaje donde no podría faltar, además de la Celestina
y Segismundo, el tragicómico Quijote. Pero ¿no está lo dantesco en el fondo de esta suerte
de fisonomía intelectual? Porque ¿no es la Comedia una visión barroca transhistórica? Y
hasta su relación tan controvertida con José Martí ¿no es parte también de este síntoma?
Pues ¿no es cierto Martí esencialmente un monstruo barroco? ¿No es el Homagno
martiano un hijo de Segismundo?
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vivido como en un archivo de textos, pp.12-23.
4
Aunque no es mi propósito en este texto evaluar los numerosos aportes cognitivos
9
de
González Echevarría a la literatura en nuestra lengua, sino comentar sus memorias, el
sincronismo entre vida y literatura es tan fuerte en su caso, que ni él puede eludirlo en sus
memorias, ni yo tampoco dejar de hacerlo en ocasiones. Es por ello que quiero detenerme
en su singular relación con Harold Bloom, a la que no es casual que González Echevarría
dedique varias páginas. Es muy significativo que entre las muchas relaciones personales
que él describe en este libro con importantes intelectuales (Alejo Carpentier, Severo
Sarduy, J. J. Arrom, Emir Rodríguez Monegal, Rolena Adorno, Josefina Ludmer, Manuel
Durán, los dantistas John Freccero y Giuseppe Mazzotta, Antonio Benítez Rojo, Manuel
Moreno Fraginals, etc.), destaque su relación con Bloom. Significativo porque, a primera
vista, ambos ejercieron modos de crítica diferentes, aunque él mismo reconociera que
coincidían en priorizar a los llamados clásicos. Yo mismo, aunque me he nutrido
prolijamente de los valores cognitivos de González Echevarría (sobre todo en mi vida
académica), estoy más cerca de la impronta de Bloom, y, además, entre otras cosas, he
priorizado, en mis ensayos, la poesía (González Echevarría, la narrativa). Bloom,
ciertamente, se proyecta casi siempre hacia lo general, o ya discurre desde lo trascendente,
y omite el análisis puntual. González Echevarría parte siempre de lo inmanente, del texto
mismo. Ambos caminos son legítimos. Sin embargo, Bloom contamina lo general con su
poética personalísima (la de la muerte y la soledad, por ejemplo). González Echevarría,
como ya se indicó, omite por lo general su implicación subjetiva. Estoy generalizando,
por supuesto.
Cuando leí El canon occidental, de Bloom, sospeché enseguida que la preeminencia
que le confiere proféticamente Bloom a Carpentier
10
se debía acaso a las consultas que
hizo con su amigo González Echevarría, que había escrito acaso el mejor libro sobre el
autor de El siglo de las luces.
11
Sin embargo, años después Roberto reconocería que la
obra de Lezama Lima resultaría acaso más trascendente que la de Carpentier,
12
con juicio
que yo comparto, por supuesto. Eso me llamó mucho la atención, porque implicaba que
era un tipo infrecuente de crítico: ese que es capaz de renovarse continuamente y no
congelarse. Pero esto también, pienso ahora, indica otra cosa, que la distinción general
hecha antes sobre las diferentes perspectivas críticas de Bloom y González Echevarría es
relativa. Porque si Bloom hubiese podido leer en castellano a Lezama acaso hubiera
rectificado su profecía a favor del autor de Paradiso. Además, el hecho de que por lo
general González Echevarría omita en sus ensayos las conjeturas metafísicas, y eluda en
lo posible la intromisión enfática de lo subjetivo, no implica que estos ámbitos no puedan
desprenderse, en la mente del lector, de sus análisis puntuales. Es lo que me ocurre a mí,
por ejemplo, con muchos de sus textos.
Uno de los momentos más significativos de estas memorias es cuando González
Echevarría, a contrapelo de lo comentado anteriormente, describe una suerte de éxtasis
trascendente suyo: “Tengo en mis manos el manuscrito de El siglo de las luces y me siento
como un devoto ante un libro sagrado” (2022, p. 272).
5
No puedo dejar de citar un juicio de González Echevarría sobre su percepción de la
literatura, que es hecho precisamente cuando está discurriendo sobre sus diferencias y
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relaciones con Bloom, pero lo cito ya no por su contrapunto con Bloom, sino por su
enorme significación para vislumbrar acaso la perspectiva última de González Echevarría,
y que yo comparto, y que cada vez me asedia s, al punto que sueño con escribir un
librito sobre lo que me gusta llamar como la poética de lo indecible (o de lo inexpresable):
Mi otra discrepancia con Harold es más técnica. Él analiza los textos
basado en su contenido. Siempre llegamos al mismo callejón sin salida
sobre la inevitabilidad de la muerte, expresado con una vehemencia y
belleza retórica extraordinarias. Formado en la filología, la estilística y el
estructuralismo, yo trabajo el texto de manera más cercana, al nivel léxico
y sintagmático, y si hay una meta predecible sería cuando se llega a la
imposibilidad de expresar lo que se quiere expresar. El modelo tal vez sea
Leo Spitzer, pero con claras influencias de Paul de Man y Jacques Derrida.
En esa dificultad de significación se aloja lo literario, a mi ver. En torno a
ella gira mi discurso crítico. (2022, p. 290).
6
Entre las muchas fecundaciones que describe en este libro González Echevarría de
varios colegas o maestros, con respecto a su estilo, cabe destacar la que recibe del
argentino Octavio Corvalán, y que describe así:
lo más importante que aprendí de él fue sobre todo la escritura; la
composición y el estilo Corvalán me inculcó las virtudes de la prosa
escueta, tersa, desprovista de retórica y grandilocuencia que él había
sabido aprender de Borges (y este había derivado del inglés, alejándose
del legado inherente en las lenguas romances). (2022. p. 151).
7
Por cierto, en una entrevista que le hice a Roberto,
13
dando por sentado su influencia
sobre Bloom en la zona latinoamericana de El canon occidental, le reprochaba la pasmosa
ausencia de Martí, y él me respondió que Martí “no viaja bien en inglés”.
14
Aunque no
considero que este argumento sea suficiente para explicar su exclusión, es comprensible
a la luz de su prosa barroca, su densidad imaginal (en este caso habría que excluir también
a Lezama Lima y, por supuesto, al mismo Góngora). Pero acaso haya otra razón más
profunda, que estas memorias ponen de manifiesto: su controvertida relación con la
imagen totalitaria de Martí desde su infancia, en la que se detiene al principio (p. 47) y al
final de sus memorias (pp. 423-429), y que puede ayudar a comprender esta singular
recepción. No obstante, el sagaz crítico que siempre termina por prevalecer en él termina
reconociendo:
Versos libres, que no se publicó en vida de Martí, contiene poemas
importantes que se anticipan a la poesía de vanguardia, como “Amor de
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ciudad grande”, que merece mayor reconocimiento. Hice un estudio de
este poema, inspirado por Cathy L. Jade, maestra del modernismo. Creo
que, por su contacto con la poesía norteamericana de la época, los poemas
de Martí rebasaban el Modernismo hispanoamericano. Pero la poesía más
extraordinaria de Martí se encuentra en su prosa, sobre todo en su oratoria,
en la que renueva el idioma español. Discursos como “Los pinos nuevos
son como una avalancha tropológica plena de símiles y metáforas
atrevidos, de la mayor originalidad. Algunos párrafos -a mi ver- son del
nivel poético de Residencia en la tierra y Canto general. Pensar que
fueron improvisados da una idea del enorme talento literario de Martí, que
podría haber dado importantes libros de poesía de haber vivido más de
cuarenta y dos años que vivió. (P. 427).
8
Seguramente que por deformación profesional, disfruté mucho el recurrente relato de
su catábasis y anábasis dentro del mundo académico norteamericano, su prolija
descripción, entre otras cosas, comparativamente, por la lección que implica para la cada
vez más desoladora merma que sufre el mundo académico contemporáneo y que tanto
sufría ya el propio Bloom!). No podía evitar establecer relaciones con otros ámbitos en
los que me he desenvuelto. Pero, ya indicado esto, no voy a insistir en ello. quiero
agregar algo muy importante que atañe a la índole misma del valor cognitivo de la obra
de González Echevarría, fruto (talento personal mediante) de la propia academia. Aunque
siempre he estado, con algunas felices intermitencias, vinculado al mundo académico, en
los últimos trece años me he desenvuelto todo el tiempo dentro del mismo, y puedo
asegurar que el valor de los textos de González Echevarría es más que notable. Son textos
que quedarán sin duda por su valor perdurable, por su profundidad cognitiva. He
encontrado, incluso, muchos sincronismos personales, por ejemplo, en su distanciamiento
del tópico de la muerte del autor a raíz de los conocidos textos de Roland Barthes y Michel
Foucault; su tácita valoración crítica de los estudios llamados poscoloniales, etcétera.
Asimismo, su intento, parcialmente logrado, de conferirle cognitivamente un lugar
relevante a la literatura latinoamericana dentro de la academia norteamericana;
igualmente, revitalizar, profundizar más bien, el mismo estudio dentro de la academia
española (empeño, paradojal y sintomáticamente, más difícil). No insisto porque esto me
conduciría a valoraciones puntuales no ya de sus memorias, sino de su inmenso legado
sapiencial.
Solo quiero agregar que, aunque con frecuencia se establece una relativa diferencia
entre la imaginación y la razón, la verdadera y más profunda razón no existiría sin la
imaginación crítica –hay incluso un pathos crítico–, que es la que detenta González
Echevarría.
9
Retomando ahora la prolongación de la imagen de su avidez infantil, quiero abordar,
antes de abandonar o interrumpir o finalizar este texto, algunas cuestiones centrales, sobre
todo en unas memorias de vida, pero que comprometen o implican ya no solo su
conjetural mito personal, sino una singular interpretación del relato de viaje de su vida.
Un cubano, nacido en un pueblo de provincias, Sagua la Grande, emigra a los Estados
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Unidos con su familia en 1959, pero recala en Tampa, otra región marginal, y desde allí
emprende un largo y tortuoso (aunque exitoso) camino que acaso simbólicamente culmine
cuando Barack Obama le otorgue la Medalla Nacional de las Humanidades. No por
qué mientras leía sus memorias pensaba siempre en dos tópicos que evoca Lezama en La
expresión americana sobre los desterrados y encalabozados hispanoamericanos. Desde
una perspectiva literal, González Echevarría fue un ganador, no un perdedor. No parece
haber sufrido el síndrome, común en el emigrado, del paraíso perdido, a veces tan
tantálico para un más fructífero desenvolvimiento en el nuevo país (¡y en su otra
lengua!).
15
La poderosa sombra del gran tema arquetípico del fracaso tuvo que, consciente
y/o inconscientemente, retarlo mucho. Es curioso que al inicio de sus memorias (y solo
en esta ocasión) se aborde el síntoma: “Lector de San Agustín y de Rousseau, estoy más
que consciente de la complejidad de semejante tarea, cuya aproximación a la verdad está
condenada al fracaso –el valor de lo que escriba dependerá de la calidad misma de ese
fracaso–” (2022, p.17).
No puedo dejar de recordar el singular ensayo de María Zambrano “Sentido de la
derrota”,
16
otra esencial desterrada. Este es un tema central en la cultura, y muy
particularmente en la cultura iberoamericana, en el que no puedo, de una manera puntual,
detenerme aquí, pero que acaso subliminalmente atraviesa todo el relato de viaje y la
memoria de vida de González Echevarría. Él convirtió esa pérdida literal y ontológica en
un reto permanente. Como un atleta griego se propuso aceptar ese reto. A veces cuando
refiere que se levantaba muy temprano y con una inexorable disciplina (de la mente y del
cuerpo) se entregaba al trabajo académico, no podía dejar de evocar a un encalabozado,
en su celda ontológica; y afuera, el vasto ruido de una inmensa algarabía o el vasto cielo
estrellado que tanto imantó al Dante, otro gran desterrado. Imaginaba a Cervantes, cuando
estuvo preso, todavía sin su obra final. Por cierto, en su discurso de recepción del Premio
Cervantes, María Zambrano
17
vincula el gran tema del fracaso con el ingenioso hidalgo,
que, como es obvio, es un tema profundo del Quijote. Acaso sea el gran tema de sentido
de toda vida. Pensaba incluso en la paradoja que podría haber sucedido si los reyes no
hubieran impedido que Cervantes emigrara a América, como fue su deseo, porque de
haberlo hecho ¿habría escrito la segunda parte del Quijote? –y González Echevarría, de
haber permanecido en Cuba, ¿sería quien es hoy? –. Hasta Lezama Lima padeció este
síntoma en Paradiso a través de esa suerte de alter ego suyo, Oppiano Licario, preocupado
por la imagen que podría quedar de élY pensaba mucho en Lorenzo García Vega
braceando contra la nada, y contra mismo incluso, en su prolongado exilio, y
convirtiendo su oficio de perder en el centro mismo de su destino como persona y como
escritor, porque como diría la sibila de Málaga “para ser hombre, hace falta estar vencido
o… merecerlo; vencer, si se vence, con la sabiduría de los derrotados que han ganado su
derrota”;
18
y hasta en lo que afirmó Roberto Bolaño:
La única experiencia necesaria para escribir es la experiencia del
fenómeno estético. Pero no me refiero a una cierta educación más o menos
correcta, sino a un compromiso o, mejor dicho, a una apuesta, en donde
el artista pone sobre la mesa su vida, sabiendo de antemano, además, que
va a salir perdiendo. Esto último es importante: saber que vas a perder.
19
Y también en esa significativa cita que no casualmente preside Rayuela, donde Jacques
Vaché le escribe a Breton: “Rien ne vos tue un homme comme dʼêtre obligué de
représenter un pays(Nada mata tanto a un hombre como estar obligado a representar un
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país). En fin, el tema es vasto y complejo, como ya advertí, pero es esta acaso una lectura
importante que subyace en toda la escritura de las memorias de González Echevarría.
Incluso esta problemática puede relacionarse con el tema del ego, tan controvertido
siempre. Ese ego siempre tan vulnerable, tan trágico, que padecemos todos. Él mismo lo
asedia (pero como pregunta, lo cual ya es sintomático) en su libro: “¿Me encontraría a
algún lector en lo que he escrito? ¿Me encontraría yo a mismo?y más adelante, luego
de reconocer que “el narcicismo puede revelar estratos profundos de una personalidad”,
se pregunta de nuevo: “¿Me leo yo bien a mí mismo?” (2022, p 349).
Pero, sin ese ego poderoso, ¿habría logrado González Echevarría su fructífera
reconversión en otra lengua y en un medio tan diferente al de su lengua materna? Porque
a la luz de su relativo triunfo frente al destino, ¿cómo no ver ese barroco ensanchamiento
del ego, ese ímpetu, esa energía terrígena, monstruosa, como la inevitable contrapartida
de una invalidez esencial? Reparad en que las memorias de Ricardo Piglia culminan con
esta frase inquietante. “El genio es la invalidez”. No digo más.
10
Pero regresemos a su avidez maternal infantil¿No era ya este síntoma, en su caso,
a la luz de un futuro solo entonces en potencia, como una suerte de logos spermatikos?
Reparemos en que hay una energía erótica visible e invisible detrás del predominante
relato de hechos de esta inusual memoria de una vida y de un logos (o el mito de un
archivo). “Una dulce nevada está cayendo / detrás de cada cosa, cada amante”, comienza
un poema esencial, sapiencial, de Las miradas perdidas, de Fina García-Marruz. Pero,
sobre todo, pensaba en ese insondable soneto del mismo libro, “Ama la superficie casta
y triste”, presidida por la frase de Píndaro “Sé el que eres”:
Ama la superficie casta y triste.
Lo profundo es lo que manifiesta.
La playa lila, el traje aquel, la fiesta
pobre y dichosa de lo que ahora existe.
Sé el que eres, que es ser el que tú eras,
al ayer, no al mañana, el tiempo insiste,
sé sabiendo que cuando nada seas
de ti se ha de quedar lo que quisiste.
No mira Dios al que tú sabes que eres
–la luz es ilusión, también locura–
sino la imagen tuya que prefieres,
que lo que amas torna valedera,
y puesto que es así, solo procura
que tu máscara sea verdadera.
20
Alguna vez, mientras leía este libro, pensé también en el soneto de Lope de Vega,
“XVIII”, de sus “Rimas sacras”, aquel inmortal que comienza: “¿Qué tengo yo que mi
amistad procuras? / ¿Qué interés se te sigue, Jesús mío, / que a mi puerta cubierto de rocío
/ pasas las noches del invierno escuras? // ¡Oh cuanto fueron mis entrañas duras, / pues
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Recial Vol. XV. N° 26 (Julio-diciembre 2024) ISSN 2718-658X. Jorge Luis Arcos, Vida y Archivo: he
vivido como en un archivo de textos, pp.12-23.
no te abrí!...” Y ante su extraordinario final: “Mañana le abriremos, respondía, / para lo
mismo responder mañana”, decirle a González Echevarría: Déjalo entrar. Pero la
naturaleza, además de esconderse, como advertía el Obscuro, quiere siempre perseverar
en su ser, al decir de Spinoza. Además, acaso sea esa resistencia, esa tensión, esa
inminencia (de lo que no termina por producirse, diría Borges), lo que caracteriza su
fisonomía intelectual, incluso mítica.
Hasta en el mismo final de sus memorias prescinde González Echevarría de cualquier
énfasis, como en la “Égloga Ide Garcilaso o en el “Cántico espiritualdel frailecillo
incandescente, y culmina, como en tono menor, indicando simplemente que se dispone a
insistir (a continuar), en este caso en el estudio de una novela de Fuentes. También puede
evocar el último verso de “Primero sueño”, de la conceptista y racionalista monja
mexicana: “el mundo iluminado, y yo despierta”.
Pero, inmediatamente antes, González Echevarría hace una importante reflexión –a lo
Bloom– con la que quiero concluir estas páginas; comienza citando un verso de Wallace
Stevens:
La muerte es la madre de la belleza porque su constante inminencia nos
impulsa a la creación para contrarrestar el vacío, la nada que promete. La
conciencia del fin de todo nos inspira a la invención, que aspira a ser
duradera, única, cuya acabada forma puede sobrevivir, y al creer que con
esto cumplimos nuestros deseos. Por eso el amor, inspirado por la belleza
es la contrapartida de la muerte. En términos palpables porque conduce a
la reproducción, pero en términos espirituales porque genera el arte. La
Divina Comedia es la mejor lección sobre esto, pero también el Quijote y
Á la recherche du temps perdu. Por eso volvemos a esas obras y las
convertimos en clásicos. En ellas encuentro no consolación, que no es
necesaria, sino justificación para la vida y serenidad ante su finitud. Es lo
que me sostiene bajo las implacables luces del quirófano y el letargo de la
anestesia, que es como un ensayo de muerte. (2022, p. 349).
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Madrid: Verbum.
Notas
1
González Echevarría, Roberto, Memorias del archivo: una vida, Sevilla: Renacimiento, 2022, p. 24. “Por
eso pienso que mi memoria es como un recuerdo de ese archivo”, nos dice también cuando rememora el
archivo infantil, la biblioteca de su madre, pero que proyecta hasta la universidad de Yale. Todas las páginas,
consignadas en notas en el presente texto, remiten a esta edición.
2
Interesante al respecto es La tentación del fracaso del narrador peruano Julio Ramón Ribeyro: La
tentación del fracaso J. Diario personal 1950-1960, Campodónico, Lima, 1992; La tentación del fracaso
JI. Diario personal 1960-1974, Campodónico, Lima, 1993; La tentación del fracaso III. Diario personal
1975-1978, Campodónico, Lima, 1995. Como en ave rara dentro de este nero puede mencionarse también
las memorias de Fina García-Marruz, Pequeñas memorias, Edición: Lourdes Cairo, Presentación y notas:
Josefina de Diego García-Marruz, Madrid: Ediciones Huso, 2023.
3
De entre los muchos libros de James Hillman, se puede consultar El digo del alma. La respuesta a la
voz interior, Barcelona: Martínez Roca, 1998.
4
Al inicio de sus memorias, en lo que puede parecer una simple anécdota, R. G. E., en su conversación
casual con un taxista, termina aconsejándole que debe leer “el Quijote, el primero de todos”, p. 25.
5
Lo afirmo con el sentido que se desprende del texto de Borges, en su discurso de recepción del Premio
Cervantes, http://biblio3.url.edu.gt/Discursos/03.pdf, Citado por Vitier, Cintio, “Borges”, Obras. I. Poética,
La Habana: Letras Cubanas, 1997.
6
Lezama Lima, José, “Confluencias”, La cantidad hechizada, La Habana: Unión, Contemporáneos, 1971.
7
Es muy curioso que tanto Lorenzo García Vega como R. G. E. consideren a su primer exilio (“mi primer
y principal exilio”, escribe), al de su infancia provinciana, como el exilio fundamental, y que incluso deriven
cierto ateísmo de su experiencia adolescentaria en un colegio religioso jesuita.
8
Lezama Lima, José, “Rayuela”, La cantidad hechizada, Ed. cit. Es curioso en este sentido que R. G. E.
haya ensayado tempranamente sobre Los reyes, de Julio Cortázar, donde el mito del ominoso minotauro es
significativamente recreado. Ver: González Echevarría, Roberto, Los reyes: Cortázar y su mitología de la
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escritura”, La voz de los maestros. Escritura y autoridad en la literatura latinoamericana moderna, Madrid:
Verbum, 2001.
9
En un texto muy remoto, “Roberto González Echevarría o la vocación por el conocimiento”, en Otro
Lunes. Revista Hispanoamericana de Cultura, establezco algunas diferencias entre la obra crítica y
ensayística de Roberto Fernández Retamar y la de R. G. E. Por cierto, en estas memorias se hacen algunas
alusiones a Roberto Fernández Retamar en ese mismo sentido.
10
Ver: Bloom, Harold, “El genio de Carpentier”, VV. AA., Cuba: un siglo de literatura (1902-2002), Anke
Birkenmaier y R. G. E., coordinadores, Madrid: Colibrí, 2004, pp. 91-104, y “Borges, Neruda y Pessoa: un
Whitman hispano-portugués”, El canon occidental. La escuela y los libros de todas las épocas, Barcelona:
Anagrama, 1994, p. 502.
11
González Echevarría, Roberto, Alejo Carpentier: el peregrino en su patria, Madrid: Gredos, 2004.
12
González Echevarría, Roberto, “Oye mi son: el canon cubano”, VV. AA., Cuba: un siglo de literatura
(1902-2002), Coordinadores: Anke Birkenmaier, R. G. E., Madrid: Colibrí, 2004.
13
Arcos, Jorge Luis, “Martí no viaja bien en inglés. El canon cubano del siglo XX: una entrevista a Roberto
González Echevarría”, recuperado de https://www.cubaencuentro.com/cultura/articulos/marti-no-viaja-
bien-en-ingles-5025/(page)/3
14
En estas memorias regresa sobre la misma idea cuando constata que “Martí no ha cruzado la frontera del
idioma español como escritor; ni como poeta ni como prosista”, p. 426.
15
Es curioso que cuando su primer regreso a Cuba, en el diario que entonces escribe, anote: “Me siento
raro. Estoy empezando a no darle tanta importancia a visitar el pasado. Las memorias están ahí, pero las
cosas ya son otras”, p. 265. Asimismo, aunque no me he detenido en el diario que R. G. E. incluye en sus
memorias sobre su primera visita a Cuba, es significativo, al menos para mí, que allí consigne que está a la
vez leyendo Anatomía de la crítica, de Northrop Frye. Entonces, en cierto modo, a contrapelo de la
importancia de ese viaje, R. G. M. no dejaba de estar conectado con la zona perdurable del archivo, con lo
que de hecho relativizaba el sentido de ese viaje. Hay algo hamletiano, ambivalente siempre, en la actitud
profunda de R. G. E.
16
Zambrano, María, “Sentido de la derrota”, Islas, Edición de Jorge Luis Arcos, Madrid: Verbum, 2007.
17
Zambrano, María, “Miguel de Cervantes: Discurso en la recepción del premio Cervantes 1988”, Algunos
lugares de la poesía, Madrid: Trotta, 2007.
18
Zambrano, María, “Sentido de la derrota”, Ob. cit.
19
Recuperado de http://www.letras.mysite.com/bolano060502.htm.
20
García-Marruz, Fina, “Ama la superficie casta y triste”, Las miradas perdidas. 1944-1951, La Habana:
Úcar García, S. A., 1951, p. 8.