Mujeres que dicen basta. El
trabajo femenino en las feministas de los años setenta
Women
who say enough. Female work in the feminist of the seventy years
Paula Andrea Lenguita
Consejo Nacional de
Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina
Resumen
El movimiento de
liberación de las mujeres surgió en Argentina como espejo de las experiencias
norteamericanas y europeas. Sin embargo, existe una orientación materialista de
dicha emergencia que comenzó a brindar testimonios sobre la explotación
femenina en el hogar, antes que aquellos focos de influencia internacional. El
contexto del activismo feminista que se renovó entre finales de los años sesenta
y comienzos de los setenta fue el escenario donde se reconoció al hogar como
foco de explotación del trabajo femenino, en cuanto esfera de la reproducción
capitalista. Las activistas cercanas a la Unión Feminista Argentina adoptaron
esta interpretación, que con el tiempo quedó en el olvido por el silencio que
impuso el Terrorismo de Estado a mediados de los setenta. Al considerar ese aporte pionero, se estudian
los escritos de la publicación Muchacha y la editorial Nueva Mujer, para
comprender el modo cómo se desarrolló inicialmente el debate sobre el trabajo
reproductivo en Argentina.
Palabras claves: feminismo, setenta, Argentina, trabajo, reproducción
Abstract
The women´s liberation movement emerged in Argentina
as a mirror of North American and European experiences. However, there is a
materialistic orientation of the emergency that began to provide testimonies
about the exploitation of women in the home, before those sources of
international influence. The context of feminist activism that was renewed
between the late 1960s and early 1970s was the setting where the home was
recognized as the focus of exploitation of women´s labor, as a sphere of
capitalist reproduction. The activists close to the Unión Feminista
Argentina adopted this interpretation, which over time was forgotten by the
silence imposed by State Terrorism in the mid-1970s. Considering this
pioneering contribution, the writings of the publication Muchacha and Nueva Mujer publishing, to understand how the debate on reproductive
work in Argentina initially developed
Keywords: feminism, 1970s, Argentina, work, reproduction
Introducción
En la
segunda mitad de los años sesenta surgió en algunos países industrializados una
rebelión feminista, ligada al cúmulo de resistencias que fueron agrupadas bajo
el rótulo de la Nueva Izquierda internacional. Los cuestionamientos a la
opresión femenina cruzaron fronteras y fueron desplegando un activismo de
viajeras, que hicieron circular escritos e iniciativas a lo largo del mundo.
Queda claro que estas modalidades de reclutamiento y formación del nuevo
activismo feminista supieron provocar resistencias en las estructuras misóginas
de la izquierda tradicional. Tal vez por esa razón el legado de su influencia
soportó olvidos y ocultamientos que insisten en descubrirse medio siglo
después.
Una
herencia inocultable de esos saltos creativos, en la imaginación política que
se conquistó en aquellos años, queda plasmado en los grupos de autoconciencia (consciousness raising, en
inglés), es decir, células feministas dedicadas al debate, la formación y el
reclutamiento de activistas. Esa modalidad adoptada por el activismo feminista
dio lugar a una herramienta organizativa ligada a la lectura horizontal, la
circulación democrática de la palabra y los cuestionamientos sobre la
explotación en la vida privada de las activistas. Una práctica política signada
por algunos cruces entre los principios clásicos y renovados de la organización
política, que estimularon prontamente a las más jóvenes en un tiempo de
rebeldía generalizada. Ahora bien, más allá de un método organizativo, el logro
de esta modalidad estuvo en concebirse como un programa político, a partir de
la consigna: lo personal es político. Un repertorio de acciones que bien vale
revisar medio siglo después, para comprender cómo esas células organizativas
agrupan distintos procesos de convivencia ideológica, sin adoctrinamientos
misóginos, y valorando la experiencia social de las mujeres como claves para
cambiar una realidad opresiva de largo plazo.
En ese
contexto de renovación del activismo feminista, es posible indagar sobre los
alcances del cuestionamiento al trabajo femenino en el hogar, como eje central
de la explotación capitalista hacia las mujeres. A partir de los testimonios y
de la literatura de los agrupamientos feministas de inicios de los años setenta
en Argentina, en este escrito se considera el problema del trabajo doméstico en
la reproducción de la fuerza de trabajo y el agobio de la explotación femenina.
UFA
con el trabajo doméstico no remunerado
El trabajo
doméstico es una cuestión central en las reflexiones de las teorías feministas
porque es explicativo de la división sexual del trabajo y su desvalorización,
que se proyecta en la propia existencia de las mujeres trabajadoras. Dicho
campo en el debate político feminista adquirió un fuerte impulso entre las
activistas de finales de los años sesenta y principios de los setenta. Al
respecto, llama la atención la escasa referencia a la obra definitiva, escrita
en Cuba por la pareja intelectual de Isabel Larguía y
John Dumoulin[1]. Más
aún, cuando buena parte de sus planteos fueron adoptados tiempo después en los
debates del activismo feminista norteamericano y europeo, sin una correcta
identificación de este antecedente sudamericano.
A partir de
estos legados, es posible comprender las implicancias reflexivas del “trabajo
invisible”, la categoría adoptada para considerar las consecuencias económicas
y políticas del trabajo doméstico para la reproducción de la fuerza de trabajo,
bajo la explotación femenina en el hogar.
La pregunta que recorre el escrito que se presenta es: cómo el ensayo
teórico de Isabel Larguía y John Dumoulin
fue recibido por la narrativa feminista del país hace medio siglo. Un
interrogante que, tal vez, ilumina ciertas lecturas de los grupos adherentes a
la Unión Feminista Argentina (en adelante, UFA).
Dicha
organización fue una de las primeras expresiones del movimiento de liberación
de las mujeres en la Argentina a inicios de los años setenta. Su emergencia
habla a las claras de un proceso recurrente que combinó en aquel período el
trabajo militante de las viajeras[2],
que hicieron circular literatura y modalidades de participación renovadas, por
la orientación radical de esta novedad en el feminismo. En este caso, esa
referencia inicial provino de la mirada inquieta y estimulante de dos mujeres,
María Luisa Bemberg, quien, en una entrevista pública
a propósito de su primera película, se definió feminista y convocó, incluso sin
saberlo, al activismo juvenil que estuvo dispuesto a integrarse a los
agrupamientos en aquel momento. Otra de las pioneras de la organización fue la
activista italiana, Gabriella Roncoroni
Christeller, quien luego de acordar los primeros
encuentros en el Café Tortoni, supo que la agrupación naciente debía
tener una oficina para dar abrigo al activismo que comenzó a desarrollarse.
Ofreciendo ser anfitriona en un local que fue el hogar de este primer
feminismo, ubicado en la calle Olleros, en el barrio porteño de Chacarita.
En ese
lugar, se comenzaron a reunir distintos agrupamientos feministas, que adherían
a UFA, aún manteniendo sus diferencias internas. Ese fue el caso del grupo Muchacha, que editó dos boletines en
1971, y estuvo compuesto por jóvenes activistas provenientes de un partido de
izquierda. En ese contexto, los testimonios de las fundadoras de UFA[3]
son piezas determinantes en este rompecabezas del inicio en un proceso
sumamente potente. Pero, a la vez, es un suceso reescrito con lagunas y sombras
que es necesario volver a revisar para considerar su peso a lo largo del
tiempo. En conjunto, los testimonios iniciales muestran que la convocatoria
para ese activismo fue amplia, invitando a las mujeres de clase media, amas de
casa, trabajadoras, estudiantes y militantes políticas.
En ese sentido,
las mujeres del grupo Muchacha fueron
en búsqueda de las trabajadoras de fábricas y las militantes políticas de su
propio partido, o simpatizantes de izquierda, para brindar un testimonio
inaugural sobre la percepción que existía sobre la explotación femenina, en
aquellos días de rebeldía generalizada[4]. En
esta clave, es preciso hacer una distinción sobre esos primeros reclutamientos
de UFA. Por un lado, los grupos iniciales estuvieron ligados a los partidos
políticos de izquierda, como es el caso de las activistas de Muchacha. Por otro lado, dichos
agrupamientos estuvieron asociados a un nuevo grupo de mujeres, sin experiencia
militante, que veía con cierta desconfianza la infiltración de la política
partidaria en la naciente renovación feminista de aquellos años[5].
A partir de
los testimonios brindados por las fundadoras de UFA, la célula de Muchacha comenzó a reunirse en el local
de la calle Olleros, en el barrio de Chacarita, donde
funcionó la organización y se realizaron los encuentros mensuales. Ahora bien,
suelen marcar también que este agrupamiento estuvo asociado a las militantes
provenientes del Partido Revolucionario de los Trabajadores, una orientación de
izquierda partidaria que se interesó en la emergencia feminista, sin el
suficiente acompañamiento partidista que ello pudiese haber demandado. Dichos
encuentros y desencuentros en el reclutamiento feminista de UFA se observan a
partir de la cambiante y la conflictiva relación entre el feminismo y la
izquierda, que en muchas oportunidades se expresó de manera contradictoria[6].
Como se verá enseguida, las experiencias de los agrupamientos de Muchacha y Nueva Mujer están más ligadas a los grupos adherentes de UFA y
provenientes de la militancia de izquierda en el país. Para estos grupos
adherentes a la organización principal, las obligaciones eran la
correspondiente cuota de afiliación, la participación sistemática en las
reuniones mensuales y la instrumentación de un grupo de autoconciencia para la
circulación de literatura feminista[7].
Las tareas específicas de los grupos analizados en este escrito implican la
realización de las siguientes iniciativas
Los grupos
de autoconciencia feminista[8]
surgieron entre finales de los años sesenta y comienzos de los setenta, y, por
su trascendencia, serán materia de análisis posterior. En esas condiciones se
dio el principio de encuadramiento y formación de las nuevas generaciones,
implicando una renovación de prácticas políticas y formas de interpretar la
realidad opresiva de las mujeres. En ese sentido, por aquellos días se realizó
un fuerte esfuerzo por salir de la interiorización de ciertas imposiciones
sexistas para liberarse de los estereotipos y las desvalorizaciones de la
ideología misógina, que todavía es relevante. Los malestares de los que habló
una autora feminista, Betty Friedan en 1963, tardaron
dos décadas en convertirse en una incomodidad y hartazgo colectivo, con la
marcha de ese activismo renovado en los años setenta. Como señala Nari, “Lo raro no era percibir las diferencias que
separaban a varones y mujeres. Lo raro era cuestionarlas” (Nari,
2002: 16).
Por otro
lado, respecto a la literatura feminista, en nuestro país tempranamente se
distribuyó una obra inaugural del problema del trabajo invisible no remunerado
de las mujeres. El texto de Isabel Larguía y John Dumoulin en el campo del feminismo marxista fue muestra
cabal del grado de desarrollo de esos debates en el país, y las implicancias de
su circulación entre las jóvenes activistas de las organizaciones existentes en
la primera mitad de la década del setenta. A partir del libro Las Mujeres dicen Basta, editado por
Mirta Henault y Regina Rosen en 1972, bajo su sello
editorial Nueva Mujer, circuló la
reflexión de Isabel Larguía y John Dumoulin, luego de otros recorridos en el debate francés -
en un dossier de la revista Partisans en 1970, en el número titulado “Libération des femmes”
[9]-
y cubano – por la versión de Casa de las Américas en su número 197, bajo el título de “Por un feminismo
científico”, y finalmente en el libro argentino que aquí se considera.
En fin, se
reconocen los primeros testimonios del boletín Muchacha como ejemplos claros de un contexto en la recepción de lo
que después será el libro Las Mujeres
dicen basta, en cuanto a comprender los efectos devastadores de la doble jornada
femenina y la desvalorización de ese esfuerzo en la economía doméstica en
particular y de la explotación de las mujeres en general. Sobre esa base, en
adelante se recuperan las narrativas, los testimonios y los escritos, brindados
por ambas agrupaciones adherentes a la UFA.
Testimonios
de trabajadoras en Muchacha
En los
comienzos del activismo feminista en Argentina de los años setenta, los
testimonios sobre la explotación femenina fueron dándose cita en sus
publicaciones. En ese sentido, se considera la situación de las “traducciones”
de los debates iniciados en el extranjero, como fue en el caso de la agrupación
Muchacha que reinterpreta los debates
externos en la experiencia local.
El boletín Muchacha de 1971, producido en el marco
de la experiencia de la UFA, interpretó gran parte de ese hartazgo generalizado
por la doble jornada de trabajo de las mujeres y la opresión que significó el
trabajo doméstico no remunerado por aquellos años. Según algunos testimonios,
esta publicación es producto de activistas provenientes del Partido
Revolucionario de los Trabajadores, introduciendo una discusión sobre las
formas misóginas del desenvolvimiento en sus propias estructuras partidarias. Y
el reconocimiento en tal sentido, de la necesidad de integrar la experiencia
naciente del activismo de UFA para combatir esa opresión que permeó la práctica
política incluso de la nueva izquierda en el país. De tal manera se presentaron
en sociedad, dando cuenta de su filiación a la organización y marcando el
sentido de su activismo dentro de las orientaciones que la radicalización
política hizo posible en el período.
La mujer nueva contesta
basta a estas diferencias: la discriminación sexual y salarial, la marginación
política, la patria potestad, la subordinación económica, la dependencia
marital, los quehaceres domésticos no remunerados, la esclavitud de esos
quehaceres sumados a un trabajo fuera del hogar, el embarazo no deseado, la
explotación comercial del cuerpo femenino, una moral diferente para cada sexo,
Nos han hecho competitivas. Nosotras nos descubrimos hermanas. Hacemos un
llamado a todas las mujeres, sin discriminación social, política, cultural o
generacional para que se solidaricen con el movimiento que tiene como primer
objetivo crear una conciencia NUEVA. Unión Feminista Argentina (¡UFA!) Olleros
4107- Capital. (Muchacha II, 1971: 9).
Existen
varios elementos que descubren el activismo naciente de estas feministas. El
primero de ellos es la apelación a la idea de “una mujer nueva”. Si bien queda
claro el reconocimiento de la trayectoria feminista, que las enmarca desde la
lucha sufragista entre finales del siglo XIX y comienzos del XX, también queda
expuesto el interés por renovar esos principios, habida cuenta de las nuevas
circunstancias que el desarrollo capitalista implicó para la explotación
femenina, luego de la Segunda Guerra Mundial. En segundo lugar, se exponen con
claridad cuáles son el conjunto de hartazgos que movilizan esta nueva expresión
del feminismo, citando la discriminación sexual y salarial como eje fundamental
de la opresión a la que estaban expuestas las mujeres en ese período. En tercer
lugar, se establece el problema de la subordinación económica como clave
angular de los desafíos militantes que motivaron dichos agrupamientos. Finalmente,
se considera el modo como los “quehaceres domésticos no remunerados” son parte
integral de una esclavitud en el hogar a la que son expuestas las mujeres por
la discriminación del sexismo estructural que las somete. En esas líneas están
un compromiso amplio para, como allí se señala, todas las mujeres sin
discriminación social, política, cultural o generacional, en búsqueda de la
creación de una nueva conciencia.
En los dos
boletines considerados existe una firme alusión al problema de la explotación
femenina, señalando la falta de guarderías en los establecimientos fabriles de
más de 150 obreras, como obliga la normativa por allí vigente. El
reconocimiento de la mujer trabajadora estuvo dado por una entrevista a una
obrera de fábrica, para establecer los problemas del trabajo reproductivo en
clave de la experiencia concreta de muchas otras. En ese reportaje, se la
consultó sobre ¿cuál cree que es la opresión más sentida para las mujeres
obreras?, la respuesta es contundente:
Son muchas.
Las obreras con hijos, nos hallamos acorraladas en cuanto a la crianza de
nuestros hijos. Si bien hay una ley que establece que en las fábricas de más de
150 obreras debe haber guarderías, éstas brillan por su ausencia en un 75 % de
las fábricas. Entonces hay que levantarse a las 4 de la mañana, en invierno y
verano, llevar a la criatura a la casa de algún pariente, amigo o guardería
paga, para después de 9 horas de agotadora jornada pasar a buscarlo. Para la
gran mayoría de mujeres que vienen de las provincias y no tienen familiares
acá, el problema se torna muy grave y los gastos enormes (Muchacha II, 1971:
5).
El primer
punto que aparece resaltado es cómo no se respeta la reglamentación destinada
al cuidado de los niños y las niñas a cargo. Se manifiesta que, ante la falta
de guarderías en las fábricas de más de 150 obreras, las condiciones de trabajo
y cuidados de personas a cargo recaen en las mujeres[10].
Relatando cómo es necesario realizar toda suerte de malabares para responder a
la situación del cuidado sin el respaldo de la administración de lugares
propicios, debiéndose buscar en cuidadoras y guarderías pagas la salida a la
agotadora jornada de las mujeres que trabajan. Para que quede claro cuál es la
realidad de la mujer casada en términos de la doble jornada de trabajo, la
agobiante realidad de la falta de remuneración para el trabajo doméstico,
incluso en lo relativo a la dependencia económica del salario de los varones,
se menciona lo siguiente:
La mujer
casada, en general debe cargar con todo el trabajo doméstico, tiene poca o
ninguna colaboración por parte del marido. Además, hay muchos hombres que, sin
lograr superar las mínimas necesidades económicas, impulsan a su mujer a
abandonar el trabajo y ésta debe quedarse eternamente encerrada entre las 4 paredes
de su casa (Muchacha, II, 1971: 5).
A partir de los testimonios vívidos que
recoge entre las trabajadoras el boletín Muchacha,
dando cuenta no sólo los marcos de la explotación femenina, que es vivido en
todo el mundo. Más aún, por el sentido de la orientación del capital para
valorar y remunerar ese trabajo. En términos de interrogación, una premisa bien
utilizada por ese activismo de autoconciencia, con fuerte influencia de la
modalidad psicoanalítica, la publicación señala:
La demanda de
guarderías gratuitas nos lleva a comprender que el cuidado de los chicos
debiera ser una responsabilidad social ¿Y no debiera serlo también el cuidado
de los ancianos? ¿No debiera la riqueza del país ser usada para proveer estas
necesidades humanas más que la guerra o la destrucción? (Muchacha II, 1971: 7).
En fin, si
bien algunas fundadoras de UFA hablan de un punto de partida distinto para el
grupo de Muchacha, ligado a
orientaciones partidarias de izquierda, los señalamientos sobre el trabajo
femenino las acercan. Porque más allá de la orientación socialista o no de ese
feminismo renovado, la familia pasó a ser un blanco de discusión sobre sus
formas de opresión femenina y la manifestación de ese sexismo en la esfera
pública que proyecta.
Nueva Mujer
dice basta
En una
carta enviada por Mirta Henault[11],
una de las referentes de Nueva Mujer,
la agrupación integrada a UFA, y proveniente de la militancia trotskista ligada
a Palabra Obrera, fue enviada en
diciembre de 1971 a Isabel Larguía, a la dirección
ubicada en la Calle 21 de La Habana Cuba. Larguía fue
una rosarina internacionalista, parte de las milicias cubanas, y escritora,
junto a su pareja, de un manuscrito hacia 1968, que logró representar un
tratado latinoamericano sobre el “trabajo invisible”. Se hace referencia al
ensayo inicial que comenzó a circular entre el activismo político, bajo el
título de “Por un feminismo científico”[12],
En
agosto de 1972 en Buenos Aires apareció el libro, Las mujeres dicen basta, compilado por dos referentes trotskistas,
Mirta Henault y Regina Rosen. La edición quedó en
manos del sello que ellas mismas fundaron: Nueva
Mujer, comprendiendo una compilación de tres capítulos, el primero titulado
“La mujer como producto de la historia”, escrito por Mirta Henault,
el segundo escrito por la canadiense Peggy Morton titulado “El trabajo de la mujer nunca se termina”,
y el tercero llevó por título “La Mujer”. Con la misma estrategia anteriormente
establecida en la revista francesa Partisans, fue
presentado por Isabel Larguía como única autora. De
tal manera recuerda aquel trabajo editorial, Mirta Henault
Con Regina
Rosen trabajábamos juntas y nos consultamos todo, y así íbamos armando cosas
realmente interesantes. Lo primero que se me ocurrió fue proponer fundar una
editorial. En aquellos años, todo se llamaba Hombre Nuevo o Nuevo Hombre. Así,
surgió la idea del nombre Nueva Mujer. Si era una editorial, había que hacer un
libro ¿no es cierto?. Éramos poquitas, seríamos seis como mucho. Y así surgió
la idea de publicar todo tipo de texto feminista. A partir de la difusión de
boca en boca sobre nuestro proyecto, nos cayeron propuestas de distintos
lugares, algunas eran muy graciosas. Nos llaman para ofrecernos lavarropas,
electrodomésticos. No podían entender cuáles eran nuestros objetivos (Bellucci,
2020).
A
diferencia de la publicación del grupo Muchacha,
el público de esta obra eran los círculos intelectuales de la izquierda
trotskista y peronista. Si bien no tuvo repercusiones comerciales, el objetivo
estuvo en circular los estudios sobre la vida cotidiana, familiar y privada de
las mujeres. Y fundamentalmente considerar desde la teoría marxista el trabajo
doméstico para comprender la explotación padecida por las obreras asalariadas
en las fábricas. Las editoras buscaron también brindar un sentido materialista
al feminismo, en firme crítica con la visión liberal respecto a la igualdad por
la vía de los derechos. En este caso, la preocupación de ambas apuntó al hogar,
donde se realiza el encierro que destina a las mujeres a la subsistencia del
trabajo doméstico para la reproducción de la fuerza de trabajo. Según un
posterior testimonio de Mirtha Henault[13]
comenzaron a organizarse a partir de las incomodidades que le generaron la
misoginia dentro del trotskismo y sobre todo a partir de la lectura de la obra
de Juliet Mitchell, Las mujeres: la revolución más larga. Y en la primera publicación
que editaron como Nueva Mujer,
señalan que entre sus objetivos está el hecho de comprender “las tareas
domésticas, en la reproducción social y en la sexualidad”.
Lamentablemente,
Nueva Mujer tuvo una corta vida. Y esa tensión en elegir entre la lucha de
clases y la lucha de las mujeres, no pudo resolverse. Entonces como colectivo
disolvimos la editorial, pero nosotras dos, Regina y yo, nos quedamos a cargo
de tal proyecto. Al principio adherimos al feminismo, pero no así a la UFA.
Rápidamente, yo ingresé a la agrupación y elegí los lugares donde poner mis
energías. Por ejemplo, charlas, conferencias, lecturas de textos, grupos de
concientización. Muchas de sus integrantes no me querían demasiado porque me
veían guerrillera, trotskista. Me miraban mal por sus posturas liberales y yo
tenía que reunir mucha fuerza para seguir junto a ellas. Tanto es así que la
UFA no le dio ninguna importancia a la salida de nuestro libro. No le prestó
atención. Por eso, no le hizo propaganda. Para mí, debió haber sido presentado
por esa agrupación, correspondía. Sin embargo, no fue así (Bellucci, 2018).
En fin,
siguiendo las premisas materialistas que adopta el feminismo de Nueva Mujer, se sabe del papel de la
desvalorización del trabajo doméstico para la extracción de plusvalía. En
función del salario masculino en el ejercicio de la explotación femenina y la
alternativa emancipadora frente al trabajo invisible, descubierta en la
socialización del trabajo doméstico a gran escala. Por supuesto, dicho debate
teórico encontró otros cauces para discutir el problema del trabajo femenino en
el hogar, aún cuando las fundadoras de UFA no acompañaron esta temprana
publicación, para un debate que cobraría influencia en la década siguiente, en
plena dictadura en nuestro país.
Conclusión
La
rebelión causada en las catacumbas de los grupos de autoconciencia feminista,
entre finales de los años sesenta y comienzos de los setenta, incorporó una
buena parte de testimonios y literatura que aún hoy sigue
reinterpretándose. En ese sentido, en este artículo se estudian las
narrativas que desplegaron tempranamente dos grupos adherentes a la Unión
Feminista Argentina, entre 1971 y 1972, el grupo Muchacha y el grupo Nueva
Mujer. A sabiendas que las convivencias y entrecruzamientos de esos grupos
periféricos fueron truncos en alguna medida para la organización, sin dejar de
emplearse como insumos posteriores para reflexionar sobre la reproducción capitalista.
Volviendo al contexto de renovación del activismo femenino en la Argentina, a
inicios de los años setenta, se observan tempranas menciones al cuestionamiento
del trabajo femenino en el hogar, que las activistas de UFA consideran, sin que
adopten la interpretación clasista de dicha explotación. Más aún, los
testimonios y la literatura reseñados en este escrito muestran cómo el problema
del trabajo reproductivo es adoptado por la organización en conjunto, sin
necesariamente considerar una interpretación materialista de sus orígenes,
circunstancias y alternativas emancipadoras.
El
hogar como punto cero del problema reproductivo de la fuerza de trabajo y la
explotación de las trabajadoras asalariadas, con la correspondiente mediación
masculina en la disciplina que conlleva, fue considerado por la obra publicada
por Nueva Mujer, en el contexto de
los testimonios que rescató la publicación Muchacha.
Dicho de otro modo, las narrativas dispuestas en el boletín de 1971 son las
bases desde donde se expresa el debate político que plasma la editora. Dos
claves de una misma preocupación, que también anidó en las fundadoras de UFA,
porque la doble jornada femenina y el sacrificio de las mujeres para llevar
adelante la economía doméstica, son un secreto a voces que se disparó en la
militancia feminista por aquellos años. Un principio interpretativo que tuvo
sus matices, pero que condiciona la atención puesta en la familia como
territorio opresivo para las mujeres y la base sexista sobre la cual se eleva
un edificio de desigualdad en la esfera pública.
En
ese sentido, es posible suponer tentativamente que la revisión de la narrativa
dispuesta en la noción de “trabajo invisible” significa una reconsideración de
las sombras y olvidos en la articulación del feminismo y la izquierda, en el
país a inicios de los años setenta. En síntesis, la inmersión en el complejo
mapa de articulaciones que supo gestar el feminismo argentino, a comienzos de
los años setenta, lleva a comprender el salto interpretativo que comenzó a ensayarse
en esta región del mundo. Por consiguiente, más que hablar de “traducciones”
innecesarias, es preciso comprender los adelantos interpretativos que supieron
conseguir, y las razones de su silenciamiento posterior. Tal vez así se
entienda cómo el actual maridaje en torno a los cuidados comunitarios encuentra
reflexiones que lo transitaron en otras épocas, con otros alcances geográficos
e ideológicos.
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FECHA DE RECEPCIÓN: 13/07/2021
FECHA DE ACEPTACIÓN: 04/10/2021
[1] Recientemente se publicó una obra que recupera los aportes
de la ideología feminista, el contexto de producción de la pareja intelectual y
las consecuencias de sus reflexiones, dentro de un complejo mapa del
pensamiento político internacional que tiende a ocultar los aportes
sudamericanos, bajo la influencia colonizadora que todavía mantiene resabios en
la cultura política e intelectual surgida hace medio siglo. Para un
descubrimiento más exhaustivo de la obra mencionada, véase Mabel Bellucci y
Emmanuel Theumer (2019).
[2] Las “viajeras militantes” como la llaman algunas
autoras, son una pieza clave en la sostenida presencia del flujo literario dado
por el debate feminista entre los años sesenta y setenta. Estas activistas
cumplieron un rol central en el acercamiento de modalidades de participación,
reflexiones teóricas y principios de solidaridad internacional que son
sumamente trascendentes para el rumbo de los agrupamientos feministas de
aquellos años. Los grupos de autoconciencia, forjados en aquel tiempo de
renovación feminista, tuvieron en estas activistas una mirada fundamental,
porque eran las encargadas de circular desde el extranjero los escritos
producidos en la urgencia militante del movimiento de liberación, traducir no
solamente entre lenguas sino ajustando realidades a la dinámica de cada centro de
pertenencia y finalmente divulgar producciónes
propias dándole un sentido particular. En muchos casos, definiendo qué voz
podía alzarse y cuándo conseguir esos intercambios. Para un mayor
reconocimiento de estas funciones y sus circunstancias véase: Mabel Bellucci
(2020) y Rodríguez Agüero y Ciriza (2012).
[3] En este último medio siglo, en distintos momentos se
intentó definir el mito original en el surgimiento del feminismo de la Segunda
Ola en Argentina. Entre sus aportes están, sin dudas, las propias protagonistas
que consiguieron relatar la importancia de las viajeras, la profundidad del
método de reclutamiento, dado por los grupos de autoconciencia, y algunas
tensiones que en sus experiencias tuvieron con las “políticas”, con otras
trayectorias y puntos de partida para la incorporación al activismo feminista
renovado, véase Eleonor Calvera (1990), Inés Cano
(1982) y Hilda Rais (1996). Por otro lado, existieron
recopilaciones dedicadas a descubrir esos orígenes, que reflejaron los
testimonios de las pioneras, como fuente incuestionable de los procesos
pasados, véase Silvia Chejter (1996), Marcela Nari (2002) y Alejandra Vasallo (2005)
[4] Siguiendo la lectura realizada sobre los
desencuentros de la izquierda y el feminismo de Catalina Trebisacce
(2013) es posible reconocer al grupo escogido para esta interpretación,
comprendiendo las variantes de “infiltración” de las políticas en el feminismo
naciente. Dicho esto, existe un complejo mapa alternativo del entrecruzamiento
que proviene de los frentes políticos dedicados a la “cuestión de la mujer”, en
el caso del Partido Revolucionario de los Trabajadores y Montoneros, véase
Paola Martínez (2009) y Karin Grammático (2005).
[5] En este sentido, existe un testimonio clave de la
propia María Luisa Bemberg, que inscribe esta primera
época relativa a su aparición pública en la presentación de su primera
película, Crónicas de una señora en
1971. A raíz de lo cual ella señala: “Todo partió de un reportaje aparecido en
un importante medio con motivo del lanzamiento de mi primera película. En esa
nota me declaré abiertamente feminista y preocupada por la postergación de las
mujeres en todas las áreas política, científica, técnica económica y artística.
Al poco tiempo recibí varias llamadas telefónicas y cartas de mujeres que
manifestaban compartir mis inquietudes. A raíz de esos contactos se produjeron
encuentros y acercamientos, descubrimos entonces la alegría, entre mujeres que
apenas nos conocíamos, de sentirnos profundamente ligadas por las mismas
rebeldías y llagas. Decidimos desmitificar nuestra legendaria postergación y
buscar un canal de expresión”. Testimonio recogido por Inés Cano (1982).
[6] La manera contradictoria con que se muestra la
articulación entre el feminismo naciente y la izquierda partidaria, es un tema recurrente
en muchos países para recopilar la experiencia de la Segunda Ola Internacional.
En nuestro caso, la obra de Calvera (1990) mostró los
desacuerdos entre las fundadoras y las militantes políticas que comenzaron a
rodear la experiencia. En ese sentido se ideó un mecanismo de adherente, que
sería periférico al núcleo central de la naciente estructura. En el caso de
Mabel Bellucci y Emmanuel Theumer (2019) abiertamente
se aborda la contradicción en el centro de la doble militancia com un reaseguro de infiltración partidaria dentro del
activismo feminista y la posición de Trevissacce
(2013) suele enfocarse en esta orientación. Aún cuando encuentra matices
respecto a la autonomía de ese activismo de las políticas en el juego de
articulaciones que irían definiéndose con los años.
[7] En varios documentos y volantes existen referencias a
la modalidad de concienciación fruto del debate en los grupos de
autoconocimiento. En ese caso se establece que la dinámica contempla una
exposición personal de situaciones experimentadas por las mujeres
participantes. La puesta en común de las experiencias tiene como resultado un
recorrido colectivo. Síntesis del pasaje entre lo personal hacia lo político,
inscribiéndose en la salida de la interioridad para ponerlo como problema
social del sexismo y la explotación femenina (Chejter,
1996: 133-134).
[8] Según sus propios testimonios, las fundadoras de UFA
dejaron claridad sobre las modalidades de reclutamiento y formación en aquellos
momentos inaugurales: “Luego formamos grupos de autoconocimiento o
concientización. Estos consisten en subgrupos fijos de 6 a 8 integrantes destinados a descubrir el
subyacente social de la problemática individual. Los temas más clásicos de esta
difundida práctica feminista son: dependencia económica, inseguridad,
maternidad, celos, narcisismo, simulación y sexualidad en todos sus aspectos.
Una vez elegido el tema cada integrante del grupo expone sus experiencias
durante unos quince minutos. Es obligatorio expresarse y guardar el secreto. al
terminar la ronda de exposiciones, la coordinadora que es rotativa busca la
raíz común de las experiencias relatadas, esta raíz común siempre resulta tener
orígenes culturales y está cultura evidencia sus bases misóginas, no recuerdo
una sola sesión que no finalizara con una sensación de alivio por haber
desmitificado algún conflicto que creíamos derivado de una falla personal y
resulta ser el emergente de una opresión cultural (...) de esa manera
vivenciamos una de las premisas fundamentales del feminismo: lo personal es
político, A partir de allí nos resulta evidente que el Movimiento feminista es
el único en la historia que se ha planteado modificar profundamente las
estructuras vigentes desde la puerta de la casa hacia adentro”, testimonio
recogido por Silvia Chejter, (1996: 11).
[9] En ese sentido, el texto de Larguia
y su compañero quedó en el olvido para el sustrato del norte del mundo que se
imponía como zona de influencia intelectual para la revisión del feminismo,
nombres como Margaret Benston y Christine Delphy, provenientes del feminismo materialista francés o Della Costa y James del italiano y norteamericano, sus
escritos fueron posteriores al libro argentino de 1972, véase la interpretación
reciente de esos entrecruzamientos y olvidos en María Luisa Femenias
y Luisiana Bolla (2019).
[10] En las distintas alusiones del boletín Muchacha están presentes las
manifestaciones más vivas de la experiencia de explotación a las mujeres
trabajadoras. “Tenemos que despertarnos, preparar el desayuno para los niños,
llevarlos al colegio, dirigirnos al trabajo, llegar a casa muertas de
cansancio, realizar las tareas domésticas, alimentar a los chicos, acostarlos y
esperar al día siguiente que presentará el mismo desolador panorama, cuándo
tiempo debe la mujer esperar su libertad?” (Muchacha N.2, 1971: 7).
[11] En octubre del año pasado falleció,
dejando como legado una enorme experiencia en la práctica de la escritura
militante. Una travesía que comenzó como delegada en las industrias
metalúrgicas y textiles, desde donde emplazó sus primeros escritos como
colaboradora del Periódico Palabra Obrera,
dirigido por Ángel “El vasco” Bengochea, su compañero
sentimental. En los años setenta se integró a las filas de UFA y desde allí
aportó integralmente a esa línea de articulación entre el clasismo y el
feminismo.
[12] Según el reciente libro de Mabel Belucci
y Emmanuel Theumer (2019), un primer antecedente de
ese manuscrito, que circuló de Cuba al mundo, está en una publicación de
diciembre de 1969, citada en la revista semestral Etnología y Folklore. Escrito donde se comienza a establecer la
distinción analítica entre la esfera pública y doméstica, como así también la
referencia de la relación entre trabajo y amas de casa, véase Larguía y Dumouvlin (1988).
Tiempo después, la revista de izquierda parisina Partisans, dirigida por la
editorialista Francoise Maspero,
publicó un número especial (N. 54/55) llamado Libération des femmes: année zéro. Con el objetivo de difundir los debates
feministas en Estados Unidos y Francia, apareciendo un texto bajo el título
“Contra el trabajo invisible” de única autoría de Isabel Larguía.
Al año siguiente, el escrito fue compartido bajo la denominación de “Hacia una
ciencia de la liberación de la mujer”, publicado por la revista cubana Casa de las Américas N. 65/66. La
versión que finalmente sirvió de guía para la publicación argentina de 1972.
[13] Entrevista realizada por Diana Maffía y Mabel Bellucci, en el marco del Seminario
Feminismo en Dictaduras llevado a cabo en el Centro Cultural Tierra Violeta en
2013