Memoria de las infancias en tres generaciones de la ciudad de México en el siglo XX: de la palabra dicha a la memoria recuperada
Childhood memory in three generations of Mexico City in the twentieth century: from the word said to the recovered memory
Antonio Padilla Arroyo*
Resumen
La historia oral no ha sido proclive a recuperar la memoria de la infancia y de la memoria infantil, a pesar de la trascendencia cultural que se le reconoce a este campo de investigación. No obstante, esta disciplina se ha constituido en una ventana privilegiada para recuperar la historia de los grupos subalternos. El propósito de este texto es recrear experiencias de la infancia entre integrantes de varias generaciones de México por medio de testimonios orales. Los y las protagonistas contribuyen con sus relatos a iluminar un fragmento de historia de la infancia en México. Unas y otros habitaron durante gran parte de su niñez en la Colonia Moderna, localizada en los límites del centro geográfico de la Ciudad de México. El territorio donde se produce y se desenvuelve su vida infantil se fundó y se expandió entre finales de los años de 1920 y principios de la década siguiente. En esos recuerdos infantiles, se rememora a niños y esas niñas nacieron y crecieron en una ciudad que redefinía sus contornos como consecuencia de los procesos de urbanización que producían distintos lugares y múltiples panoramas que delinearon una nueva arquitectura que entremezcla una ciudad y fuertes tradiciones que se arraigan en el mundo rural y el nacimiento de una megalópolis. Las preguntas que orientan este texto son: ¿Qué y cómo se recuerda? ¿cómo se organiza(n) el/los relato(s) individual(es) y cómo, con base estos, se recrea una narración colectiva, se hacen memoria social en cuanto que es representativa de un grupo social específico y al mismo tiempo puede ser una historia de una sociedad, en particular de la cultura infantil?
Palabras claves: Historia oral, Oralidad, Experiencia, Generación, Memoria, Niñez.
Abstract
Oral history has not been sufficiently inclined to recover the memory about childhood and childhood memory, despite the cultural significance that is recognized in this field of research. Notwithstanding that this discipline has become a privileged window to recover the history of the subaltern groups. The purpose of this text is to recreate the childhood experiences between members of several generations of Mexico through oral testimonies. The protagonists of contribute with their stories to illuminate a fragment of childhood history in Mexico. Both lived for much of their childhood in Moderna Colonia, located in the limits of the geographical center of Mexico City. The territory where they develop their childhood life was founded and expanded in the late 1920s and early the following. In those childhood memories, he recalls to boys and girls who were born and grew up in a city that redefined its contours as a result of the urbanization processes that produced different places and multiple panoramas that outlined a new architecture that intermingles a city and strong traditions that take root in the rural world and the birth of a megalopolis. The territory where they develop their childhood life was founded in the late 1920s and early the following. The questions that guide this text are: How and what is remembered? how is the individual story(s) organized and how, based on these, a collective narrative is recreated, social memory is made insofar as it is representative of a specific social group and at the same time it can be a history of a society, in particular of children's culture?
Keywords: Oral history, Orality, Experience, Generation, Memory, Childhood.
Introducción
En las últimas cuatro décadas, el estudio de la infancia adquirió una importancia mayor dentro del campo de la historiografía, sobre todo a partir de las clásicas y precursoras obras de Philippe Ariès, la cual se publicó en su versión francesa en 1973, (Ariès, 2001), y del volumen colectivo que coordinó Lloyd deMause, cuya primera edición en inglés data de 1974 (DeMause, 1994).
El interés por el tema se inscribe en el marco de las profundas transformaciones que se conceptualizaron como un giro historiográfico, entre cuyos rasgos definitorios pueden reconocerse la diversificación y el desarrollo de objetos y problemáticas del pasado, en general, y del conocimiento histórico, en particular, así como la convergencia de disciplinas, perspectivas teóricas y metodológicas y de campos de conocimiento. Este giro también ha incluido, entre otras dimensiones, el diálogo y la recepción entre las disciplinas y las comunidades científicas, entre estas sociologías, antropología, psicología, y, en las últimas dos décadas, lingüística y hermenéutica. En efecto, las nuevas “formas de hacer y escribir” historia han recuperado conceptos, métodos y técnicas de recolección de información de otras disciplinas sociales, humanas y naturales lo que ha hecho posible nuevos modos de “leer”, “interpretar” y “comprender” el pasado que se “hace historia”.
La historia oral se ha enriquecido con estos cambios al incorporar herramientas y nuevas formas de lectura de su fuente principal, la oralidad y el testimonio, para delimitar objetos de estudio, temas de investigación y refinamiento de sus operaciones historiográficas. Así, los estudios históricos orales son una ventana privilegiada para recuperar la historia de los grupos subalternos, los cuales no habían sido suficientemente visibles para la historiografía oficial.
Ahora bien, la historia de las infancias, en específico de las memorias de la infancia y de las memorias infantiles, se ha constituido en un campo de investigación histórica. El interés creciente por recrear las experiencias infantiles con base en los testimonios orales deriva, entre otras preocupaciones, por contribuir a la comprensión de los procesos que involucran la memoria personal y colectiva en contextos de abandono, orfandad, violencia política, exilio o, de manera más general, de las transformaciones profundas en las concepciones y prácticas de la infancia en las sociedades actuales. A manera de ejemplo sobre la producción histórica que examinan esos temas y problemas, así como de las relaciones entre memoria, infancia e historia oral pueden citarse los trabajos de Antonio Padilla, (2006), Mariano Pussetto, (2021), Fira Chmiel, (2020), Andréia Mendes, Ana Carolina Brandâo y Paloma Rodrigues (2021) y Siliva Dutrénit (2015). Se trata de estudios históricos que recuperan los recuerdos y olvidos de adultos de las vivencias de “aquellos niños” y niñas (Dutrénit, 2015) ofreciéndonos sus relatos orales.
En este marco, uno de los objetivos de este texto es recuperar los recuerdos infantiles de hombres y mujeres que nacieron entre las décadas de 1950 y 1970 en la Ciudad de México. Se trata de una serie de testimonios que recrean experiencias de la infancia que compartieron lazos de parentesco y sólidos vínculos de afinidad y afecto que conformaron una familia, cuyo pilar o eje fue la casa de los abuelos maternos: en ese espacio familiar se congregaron y convivieron padres y madres, hermanos y hermanas, primos y primas, sobrinos y sobrinas que ampliaban o restringían la esfera de esa familia en diversas temporalidades: tiempo del ocio, tiempo escolar, tiempo social.
De ese núcleo familiar se aplicaron nueve entrevistas que, en conjunto, representan aproximadamente doce horas de material. De estas, una de ellas fue realizada a dos personas que coincidieron en el momento de la entrevista; el resto se realizaron de manera individual y en diferentes momentos. Un rasgo común de esos testimonios es que se realizaron en la casa de una de las entrevistadas que, en gran medida, mantuvo y fue depositaria de la herencia familiar: la madre y la tía de algunos de los integrantes de la familia. En esta tesitura, se reconstruye la memoria de cada uno de los y las protagonistas que comparten vivencias comunes pero que las reelaboran a partir del sentido y el significado que cada una le atribuye según la pertenencia e identidad generacional y las formas de ocupación de los lugares y territorios en los que se desplazan ya sea de manera individual o colectiva. En este sentido, se recuperan remembranzas de la infancia que constituyen piezas de memoria familiar. En estos relatos infantiles se identifican tres generaciones: la primera se enmarca en quienes nacen en la primera mitad de la década de 1950; la segunda entre finales de la década de 1950 y los primeros años de 1960 y la tercera que se ubica a finales de 1os años de 1960 y la primera mitad de la década de 1970.
A este respecto conviene delimitar y precisar la idea de generación como una dimensión conceptual y metodológica. De acuerdo con Enrique Martín Criado la generación supone registrar “la producción de las diferencias entre los miembros de diferentes cohortes de un grupo social cuando cambian las condiciones materiales y sociales de existencia y de reproducción de ese grupo” (Martín, 2009). Este autor considera que la producción de diferencias se explica, entre otros aspectos, por la “clase de edad”, esto es, por el lugar que ocupan y las funciones que desempeñan en el seno de un grupo que se asocia a la edad que le confiere, un sentido de pertenencia y de identidad específico, de ideas y comportamientos que desvelan condiciones de reproducción tanto del grupo en su conjunto como de cada subgrupo particular (Martín, 2009).
Estas consideraciones permiten distinguir a los hombres de las mujeres, a los hermanos y las hermanas mayores de los hermanos y las hermanas de “en medio”, así como los hermanos y las hermanas menores o “más” pequeños. De este modo, pueden examinarse los mecanismos de reproducción cultural vertical, de las generaciones mayores a las menores, y la reproducción cultural horizontal, es decir, la producción cultural que distingue y diferencia a cada una de las generaciones dentro de un grupo o clase de edad.
En suma, en la(s) generación(es) se reconoce “una situación de generación idéntica”, es decir, que el grupo participe en acontecimientos y experiencias que crean lazos. Un mismo cuadro de vida histórico-social produce una situación definida que no se limita al nacimiento en el tiempo cronológico, sino que se convierte en una situación sociológicamente pertinente. Así, la reproducción de las generaciones, tanto vertical como horizontal, puede comprender y explicarse por lo que se define como “estratificación de la experiencia". (Mannheim, 1950, citado por Martín, 2009).
La casa familiar se ubicaba en una zona de expansión urbana, la Colonia Moderna, dentro de la capital del país que se singularizó por la provisión de servicios públicos como alumbrado, abasto de agua potable, alumbrado, pavimentación de calles, parques o jardines con juegos infantiles, mercados, iglesias, pequeños comercios, todos ellos lugares y territorios que crearon y habitaron en lo que Jader Janeer Moreira (2021) define como “geografía de la infancia”. El periodo al que se refieren las experiencias de aquellos niños y niñas es un tiempo y un espacio en el cual la Colonia es la base del ordenamiento territorial de las ciudades y, por lo tanto, de la planeación, organización, administración y gestión de la política urbana. De ahí que la elección del espacio material y simbólico haya sido esa colonia: esa forma espacial es representativa de modos de vida que estaba consolidándose en esa geografía de la infancia que las generaciones ocupaban.
A este respecto, Moreira (2021) señala que los niños y niñas nacen en paisajes pre-existentes, vivencian territorios, lugares y otras dimensiones espaciales que son expresiones del espacio geográfico. Si bien esos espacios preexisten y se incorporan a las experiencias infantiles, la Geografía de la Infancia tiene el objetivo busca comprender las especificidades de las ideas y las acciones que desarrollan los niños, las niñas, los cambios de esas espacialidades y las configuraciones, los sentidos y los significados que la niñez confieren a partir de sus lógicas y autorías infantiles al paisaje, el territorio y el lugar. La geografía de la infancia, como construcción cultural y campo de conocimiento, se propone observar y estudiar paisajes de infancias y territorios de infancias “como categorías de lecturas sociales, teniendo la frontera, la unión “infancia y espacio” como punto de partida de investigación, estudios e investigaciones para reflexionar sobre la vida de los niños y niñas en las diferentes escalas de sus vidas cotidianas (Moreira, 2021).
Historia oral y memoria
Una convención disciplinaria y una tesis asumida por los historiadores orales es la importancia y el valor del testimonio como relato oral que, al escucharse y escribirse, adquiere materialidad en una narración. La historia oral enriquece el examen de las sociedades, de grupos sociales tanto de orígenes geográficos diversos, paisajes y lugares, como de distintas generaciones que convergen en un tiempo específico, historia social, así como de concepciones del mundo, -ideas, valores, creencias-, que organizan y expresan horizontes culturales diferentes y compartidos, de experiencias personales y colectivas, historia cultural. Tanto la historia social como la historia cultural brindan enfoques, utillajes teóricos y metodológicos que diversifican temáticas y sugieren nuevas preguntas para la comprensión e interpretación de campos de estudios que si bien no son propios de esas disciplinas si sugieren nuevas formas de comprensión e interpretación. Así, nuevas dimensiones de la historia cultural permiten acercarse a la historia oral para la comprensión de los procesos históricos específicos que involucran la memoria individual y la colectiva en tanto cultura o civilización.
En este texto se inquiere en el recuerdo y en el olvido, es decir, en la construcción de la memoria. De acuerdo con la escritora mexicana, Aline Petterson, las vivencias forman el “grueso cuaderno de la memoria” que se hacen experiencias por medio de las palabras que se pronuncian, que se dicen. A este respecto, una primera consideración metodológica y una enunciación de orden conceptual que delimita los recuerdos y los olvidos que se enmarcan en lugares y tiempos en el ejercicio de la memoria para la comprensión de los procesos históricos: los entrevistados son adultos y personas que, en algunos casos, viven en la vejez plena.
La escritora Virginia Woolf quien, al experimentar reminiscencias que le llegan en forma de emociones, realiza una amplia meditación sobre los recuerdos que, desde el presente y la vejez, se resignifican y contribuyen a enriquecer la explicación e interpretación del pasado y de la historia. Para la escritora, recobrar los recuerdos es un dispositivo que permite superar el dolor; por eso, los recuerdos ya no son olvido. Desde el presente, la memoria dota a las personas y a los grupos sociales de un sentido de realidad que se revela por medio de las palabras, cuando logra ponerse en palabras. (Woolf, citada en Braunstein, 2021ª, p. 28). La historia oral posibilita el recuerdo desde la comprensión que abre el presente porque fija la atención en la escucha de la memoria y, de ese modo, nos acerca a lo contemporáneo, tanto en el sentido físico como afectivo, a través de esos fragmentos de vidas propias y sufridas por el testigo, de esas vidas que están ahí y que pueden ser.
La singularidad de la historia oral reside en que inquiere, desde la memoria personal, desde la subjetividad, en los procesos y en los artificios mediante los cuales los individuos evocan y reelaboran el pasado, en particular el pasado que se hace historia en la medida en que se ejercitan sobre aquel lo que Michel de Certeau ha definido y establecido como “operaciones historiográficas”. El recurso del que se vale es la oralidad que recrea la vida, es la herramienta por el cual se brindan las historias que no sólo no le pertenecen al/la protagonista, sino que se trasmutan en historias colectivas: son de todos y de todas y por eso podemos ser solidarios con esos personajes.
Los procedimientos que emplea la historia oral se orientan a que el protagonista evoque y reviva los recuerdos, así como interpretar tanto silencios como olvidos, los cuales importan porque tienen y adquieren sentido y significado no sólo para quien los revive sino para los grupos sociales de los que forma parte. Indaga en la dialéctica recuerdo/olvido, es decir, en la memoria. Ésta se nutre de las experiencias de vida, las cuales están hechas de ideas, creencias, opiniones, conocimientos, saberes, percepciones, actos, acciones y actitudes, de deseos e ideas, de sentimientos y emociones, de usos, costumbres, conductas y comportamientos, todo lo cual ayuda a comprender e interpretar el pensar y el actuar de los individuos y, mediante estos, de los grupos sociales.
Las interrogantes que formula la historia oral acerca de quién, cómo, qué y por qué recuerda, por qué y qué olvida ha sido una de las aportaciones medulares a la historia en general. Quizá en este último aspecto es donde se ha detenido la reflexión teórica y metodológica de la historia oral. Tal vez la que ha aportado mayores elementos para reflexionar acerca de la importancia de la memoria en los procesos de reconstrucción del pasado ha sido la literatura. Para ilustrar esta afirmación retomo al escritor colombiano, Juan Gabriel Vásquez, quien en una de sus obras hace decir al personaje principal lo siguiente: “Nadie sabe por qué es necesario recordar nada, qué beneficios nos trae o qué posibles castigos, ni de qué manera puede cambiar lo vivido…”. (Vásquez, 2011, p. 15) Esta reflexión nos coloca en uno de los problemas más relevantes en torno al lugar de la memoria en la comprensión de procesos históricos, esto es, en tanto estructura y proceso, en cuanto mecanismo cognitivo y psicológico e institución social que evoca y rehace recuerdos y olvidos.
El recuerdo se constituye de momentos por medio del poder cohesivo de la memoria. Aquí es importante destacar que ésta se activa por medio de estímulos evocadores con la finalidad de restituir la información guardada y que al hacerlo propicien el surgimiento de los recuerdos y los olvidos como imagen o representación. De esta manera podemos evocar vivencias de nuestra vida transcurrida y que al proyectarlas orientan el actuar en el mundo. La memoria nos posibilita hacer comprensible nuestro presente, desplazarnos al pasado y al futuro, dar historicidad a la noción del tiempo. En esta tesitura, de acuerdo con Hans J. Markowitsch, la memoria es una parte central de la personalidad (Markowitsch, 2012, p. 13-15).
La memoria, como expresión de una concepción del mundo, como estímulos, emociones, sentimientos, percepciones, valores, creencias, ideas, conceptos, representaciones, así como de actos, acciones, conductas, comportamientos, prácticas que encarna en una producción simbólica y material, en otras palabras, es también cultura material que se reproduce en el sentido común y la vida cotidiana. La memoria social y la memoria individual es expresión de las relaciones y las interacciones de un grupo, de una clase o una etnia, del género o la edad, es decir, la memoria como encarnación simbólica y material de un mundo compartido que les dota de sentido, de significado, de identidad.
En resumen, la historia oral es una disciplina que nos permite recuperar lo que los hombres y las mujeres han vivido para brindarnos aprendizajes que de otro modo no podríamos poseer y que, sin embargo, nos pertenecen. La metáfora de la historia como un viaje al pasado ilustra el proceso inacabable de construcción de la memoria como pasado y hace de la oralidad, de la palabra pronunciada el recurso invaluable: hago memoria de un viaje y al hacerlo construyo un pasado que remite a lo que fue un presente, el lapso y la circunstancia de la acción y es también futuro, futuro que ha modificado ese pasado y vuelve a empezar; el suceso y el acontecimiento es ya un proceso que se reelabora y que se recrea una y otra vez porque se nutre de acontecimientos posteriores y por eso la memoria se transforma de manera interminable y persistentemente. El testimonio oral, la oralidad, es un modo de dar cuenta de ese continuo proceso de reconstrucción del pasado y del presente.
Entorno: la Ciudad de México en esas décadas
Durante el siglo XX, la Ciudad de México tuvo profundas transformaciones en su organización territorial, su composición social, su configuración cultural, sus actividades académicas y sus estructuras político administrativas, en particular en las primeras décadas y sobre todo en el periodo comprendido entre 1940 y 1970. Este mundo social que se configuró enmarca y a la vez ayuda a comprender el marco y el paisaje en el cual la infancia en este periodo creció y se desenvolvió. Por eso conviene esbozar algunos perfiles fundamentales de los cambios en todos los órdenes de la vida de esta geografía física y humana. Este periodo forma parte de una etapa más amplia en la historia del país que se singulariza por una relativa estabilidad económica y política, la cual se manifiesta en la consolidación de procesos de urbanización que hicieron posible que distintos sectores de la población accedieran a niveles de bienestar social, entre otros aspectos.
¿Qué y cómo era la Ciudad de México entre los años 1940 y 1970? Es posible identificar varias etapas en el proceso de crecimiento y expansión urbana. De 1930 a 1950, se produce lo que se ha llamado “expansión periférica” que se caracteriza por un crecimiento demográfico acelerado, así como por una desconcentración de la actividad económica que conllevó una diferenciación de las ramas productivas: en el norte, se asentaron los establecimientos fabriles y, en el sur, el comercio y los servicios. Una segunda fase comprende las décadas de 1950 a 1970 que los especialistas denominan de expansión metropolitana que se distinguió por incorporar municipios del vecino Estado de México. Como la anterior, esta etapa el norte de la Ciudad de México mantuvo un crecimiento demográfico dinámico, acentuándose la concentración de la rama industrial con la integración de municipios limítrofes del Estado de México, mientras que al sur y sur-poniente se promovió la creación y desarrollo nuevas colonias, en especial en la actual alcaldía de Benito Juárez, la agregación de los pueblos al área urbana junto a la ampliación de vías de comunicación y la dotación de los servicios públicos y del equipamiento urbanos, como escuelas, hospitales y mercados (Martínez, 2009). Ahora bien, por su posición geográfica, la alcaldía de Benito Juárez tiene una función estratégica en cuanto que en ella convergen múltiples vías de comunicación que favorecen la circulación de personas y vehículos del norte y el centro con el sur de la Ciudad de México.[1]
En esas décadas, la expansión de la ciudad de México trajo consigo el surgimiento de áreas residenciales al sur, entre ellas San Ángel, El Pedregal, Coyoacán y Tlalpan. Un hecho a destacar fue una de las formas de ocupación espacial: de las casas o viviendas unifamiliares se pasó al nuevo tipo de desarrollo inmobiliario, la construcción de edificios con departamentos, imponiéndose “día con día las torres sobre las viviendas unifamiliares, las casas solariegas y las vecindades”, como ocurrió en la colonia Nápoles.[2]
Por último, entre 1970 y 2000 se observa una nueva etapa que se caracteriza por la conformación de la metrópolis, así como cambios en los usos del suelo -que pasa de habitacional a comercial-, la diversificación de los medios de transporte y la plena integración de alcaldías que todavía tenían una fuerte presencia de formas de vida rurales incorporando a la vida urbana pueblos y barrios del sur y del suroriente de la “periferia”(Martínez, 2009: 145-146: Martínez, 2004: 76-77).[3]
La niñez, valija de experiencias: identidad y herencia cultural
La importancia de indagar en las experiencias infantiles reside, entre otros aspectos, en que estas forman la materia primigenia con la que se construye, reconstruye, se conserva y se configuran los recuerdos y los olvidos sobre los cuales habrán de enriquecerse con nuevas, múltiples y diversas experiencias en las etapas sucesivas de las personas, sedimentándose y resignificándose de acuerdo a circunstancias y necesidades subjetivas y sociales que deben ser satisfechas, todo lo que configura el material de la autobiografía, en una palabra, de la memoria individual y colectiva.
El niño, la niña se constituyen en ser social e interactúa con el mundo. Lo importante de es que las palabras que se dicen son oídas y escuchadas no una sino varias veces y en múltiples circunstancias, las cuales se sedimentan en la memoria y que, en el transcurso de la vida, serán convertidas en un relato que la hace inteligible. Esto es primordial no sólo para el recuerdo de un episodio, suceso o acontecimiento que se incorpora a la experiencia infantil para que pueda y sea recordada como “espacio de la experiencia”, como momento presente, sino para que las generaciones adultas la transmitan o la recreen porque merece ser recordado. De este modo, se establecen los nexos de la herencia cultural (Halbwachs, 2011, p. 110-111). Ahora bien, la repetición oral es definitiva para que se fije en la memoria y que forme parte sustancial del individuo. Quizá donde es más tangible el papel de la oralidad en la construcción de memoria es la infancia porque en esa etapa de la vida las relaciones culturales que se producen entre ésta y la vejez, es decir, en los vínculos entre niños y niñas y abuelos y abuelas. Halbwachs lo ilustra de la siguiente manera:
La infancia está también en contacto con los y las abuelos y abuelas y, a través de unos y otras accede a un pasado aún más remoto. Por medio de los nexos intergeneracionales se inculcan y se apropian no solamente hechos, sino maneras de ser y de pensar de otras épocas que se fijan así en la memoria. La historia no es todo el pasado, pero tampoco es todo lo que queda de él. O, si se quiere, junto con la historia escrita, hay una historia viva que se perpetúa o se renueva a través del tiempo y en la que es posible encontrar una gran cantidad de estas corrientes antiguas que aparentemente habían desaparecido. (Halbwachs, 2011, p. 113-114).
A este respecto, Carlos Pereda (2012, p. 36-37) ha hecho notar que los recuerdos cuando evocan la niñez producen una narrativa que se organiza en primera persona y que confunde, en realidad entremezcla, los relatos de familia, en especial en el momento en que se recurre a los “estímulos evocadores” para propiciar los recuerdos donde se involucran los episodios familiares. Desde luego, debemos estar prevenidos para identificar las experiencias infantiles personales con los recuerdos que se originan en lo que nos han contado. Por ejemplo, es frecuente tejer la memoria personal con la memoria colectiva, es decir, incorporar fragmentos de recuerdos con historias que aprendemos en otros sitios donde la oralidad es primordial, sobre todo cuando incursionamos por primera vez, como la escuela, donde hay estímulos múltiples y continuos, o la televisión, y aún en los cuentos y novelas que moldean o rectifican nuestra memoria. Así, todo este material se llena de recuerdos: conversaciones en la familia, juegos y recreos, interacciones con los amigos, historias escolares, canciones, películas que insinúan, inducen, incitan, coaccionan a que tanto social como individualmente recordemos, esto es, lo que el autor llama “los usos socialmente dirigidos” (Pereda, 2012, p. 37-38).
Como ya se ha apuntado, a través de esa historia viva, la cual se confecciona de la palabra hablada que se acompaña de gestos, rostros, expresiones, actitudes, voces que se arraigan, que se impregnan y que resuenan en la infancia, depositaria de la cultura oral, que se oye y que se escucha. Recordemos, la trascendencia de la oralidad radica en que dota al niño de todo lo indispensable para conservar y volver a encontrar la imagen de su pasado. Este arsenal mental prepara al niño para “crecer” y que al transformarse en adulto hará más consciente y reflexiva su participación en la vida y en el pensamiento del grupo al que pertenece. El mundo infantil en relación con el mundo adulto adquiere herramientas y recursos para localizar, identificar y precisar muchos recuerdos que, sin aquellas, se olvidarían total o parcialmente.
En esa medida, la persona, en cuanto ser social, es obra de las múltiples experiencias y de nuevas ideas, de palabras que alimentarán su lenguaje y que no serán sólo dichas sino escritas, sobre todo. Desde luego, unas y otras modificarán los recuerdos o le ayudarán a enriquecer su pasado con nuevas miradas, voces y lecturas, reflexiones y preocupaciones. Es aquí donde la historia oral contribuye a evocar ese pasado mediante el registro del testimonio que significa la recuperación de los recuerdos y de los olvidos y al final de la interpretación de la memoria.
Conviene hacer una pausa para destacar un hecho teórico y metodológico primordial: desde esta perspectiva, Halbwachs define el recuerdo como “una reconstrucción del pasado” que, se realiza, en gran medida, con la ayuda de datos producidos por la historiografía en su conjunto. La historia oral, desde su principal materia prima, la memoria oral, está en condiciones de confeccionar sus principales contribuciones. Una de ellas, parafraseando a Halbwachs, es que organiza para otras reconstrucciones hechas y elaboradas en y de épocas anteriores. En efecto, una de las operaciones más delicadas de la historia oral es distinguir entre el recuerdo que, no está por demás advertir, no es todavía pasado y las ideas que tenemos sobre el pasado en la que se inscribe el recuerdo; de ahí que, para hacerse historia, debemos auxiliarnos de relatos, testimonios y confidencias para reconstruir el pasado que se hace historia. Esto es una de las singulares del quehacer de la historia oral (Halbwachs, 2011, p. 118-119).
Por su lado, el historiador inglés y uno de los teóricos más influyentes en el campo de la historia oral, Paul Thomson también ha reflexionado sobre las relaciones entre infancia y memoria y el lugar que ocupa la oralidad en la construcción de ambas esferas de la vida humana. Thomson establece una reflexión fundamental para la comprensión de estas relaciones y pone en el centro de sus cavilaciones el vínculo entre sujeto, personalidad, es decir, construcción del yo, y memoria. Esta triada es esencial para interpretar los procesos que se involucran en la creación del pasado y de los regímenes de la memoria: sin identidad el sujeto carece de memoria y sin memoria no hay sujeto.
Para Thompson en la infancia donde se adquiere el lenguaje con su enorme carga simbólica, lo cual la pondrá en condiciones de poseer la identidad sexual y personal. El niño hereda el lenguaje al hablársele, al escuchar, al aprender hablar. El aprendizaje de éste supone un simbolismo cultural inconsciente del que el lenguaje esta imbuido y a través de este se le impone una representación de la sociedad mucho antes de que sea consciente del significado de las construcciones culturales como sucede con los roles y las funciones de la masculinidad y la feminidad (Thompson, 1988, p. 176). Por su lado, a la niña se le impone desde pequeña, como parte de su conciencia y de su acceso a las primeras experiencias personales y sociales, que es una hembra en un mundo que privilegia la masculinidad: las formas masculinas dominan el lenguaje y con ellas tendrá que situarse y actuar en el mundo. Las actitudes y las acciones deberán de adecuarse a las palabras pronunciadas y aquellas serán interpretadas y simbolizadas por intermedio de estas.
Memoria de la infancia y memoria infantil
¿Cómo estas se evocan, recrean, inventan y configuran la memoria personal/individual y que, de distintas maneras, se transforma en memoria colectiva/social?
La distinción entre memoria infantil y memoria(s) de la(s) infancia(s) ha ofrecido una opción teórica y metodológica para el estudio de los recuerdos infantiles, para recrear las experiencias de la infancia, de niños y niñas de diferentes generaciones y clases de edad delimitadas por tiempos, espacios, geografías, acontecimientos, estructuras y modos de reproducción y de herencia cultural específicas que, en su conjunto, permiten construir la memoria personal y colectiva. Desde esta perspectiva, la memoria de la infancia en singular supone, al menos, dos ámbitos que es necesario precisar: reconocer dentro de ésta “existen” tipos de infancias. Por ejemplo, la idea de género posibilita distinguir entre funciones y roles que se asigna a niños y niñas y que corresponde al estudioso delimitar y definir en cuanto objeto de estudio; 2) esta diferencia procura recrear las vivencias infantiles por medio de los relatos, en este caso, de los testimonios y relatos orales de adultos que se sitúan en un pasado que se elabora con base en los recuerdos “aquellos niños y niñas”.
A la luz de estas consideraciones podemos comprender los estudios históricos que reconstruyen diversas experiencias de la infancia en contextos, temas y problemas particulares, lo que da cuenta de la diversidad de infancias y de las operaciones historiográficas que se ponen en práctica para recuperar y situar la importancia de los relatos orales y de la historia oral en su conjunto. Aquí retomamos algunos textos a modo de ilustrar la construcción de memorias de infancias pueden citarse los trabajos de Silvia Dutrénit (2015) y de Fira Chmiel (2020), sobre la memoria de la infancia en el exilio, así como los de Mariano Pussetto (2021) sobre memoria de la infancia en instituciones educativas de acogida y de asistencia social en una coyuntura de violencia política y de Antonio Padilla (2006) sobre la infancia en condición de orfandad. Todos estos trabajos recogen testimonios orales de adultos como materia prima para el examen de vivencias infantiles. La historia oral con sus conceptos, herramientas y técnicas de recolección de la información empírica favorece formas específicas de comprender el pasado inmediato y contribuyen a enriquecer el campo de los estudios históricos de la niñez.
Un pequeño mundo abres sus recuerdos y se hace memoria
En los siguientes relatos infantiles se identifican tres generaciones que corresponden a una misma familia, las cuales nacieron entre las décadas de 1950 y 1970. Con base en esos testimonios orales se exploran particularidades y generalidades de vivencias, procesos de inculcación de visiones del mundo y despliegue de las prácticas culturales compartidas en la recreación del mundo infantil. El propósito de los testimonios fue recuperar las experiencias de la infancia entre integrantes de varias generaciones de México. Fueron niños y niñas que nacieron, crecieron, vivieron y habitaron en una ciudad que redefinía sus contornos como consecuencia de los procesos de urbanización que producían distintos lugares y múltiples panoramas: ya no serían únicamente los espacios sociales, económicos y políticos que dominan el paisaje como barrios, comunidades agrarias, ejidos y pueblos sino colonias, fraccionamientos, incipientes unidades habitacionales, edificios de departamentos, fábricas, escuelas, jardines o parques públicos y mercados públicos con una nueva arquitectura, anchas avenidas y calles con alumbrado público, iglesias, agua potable y, en general, el equipamiento y la infraestructura que sustituye o que se entremezcla todavía con una ciudad con fuertes tradiciones arraigadas en el mundo rural y que se convertiría en una de las principales megalópolis del planeta.
Recuerdos de niñas y niños que forman un cuadro de la historia de la infancia en México, habitaron en la Colonia Moderna durante gran parte de su niñez. El territorio donde desenvuelven su vida infantil se fundó a finales de los años de 1920 y principios de la siguiente. Esta colonia es una de las 51 que integran la actual Alcaldía Benito Juárez, demarcación jurisdiccional hunde sus raíces históricas en el periodo colonial.[4]
Ahora bien, durante el siglo XX la historia de la Alcaldía y de la Colonia Moderna está íntimamente vinculada a los procesos de urbanización de la zona sur de la Ciudad de México. Las zonas que antes se destinaban a actividades agrícolas y a actividades artesanales, empezaron a hacer ocupados por otro tipo de pobladores que obligaron a la creación de territorios más identificados con el mundo urbano. La Colonia Portales, colindante con La Moderna, comparte mucho de los procesos históricos culturales y ha sido paradigmática para comprender nuevas formas de ocupación del espacio urbano de la Ciudad de México.[5]
Lenguajes y juego
Como se ha sugerido líneas arriba, la infancia es la etapa definitoria para el aprendizaje de los diversos lenguajes que sitúan y que facilitan la interpretación del mundo social. El lenguaje oral, el lenguaje gestual y el lenguaje corporal son formas esenciales de la cultura, es el vehículo esencial de la memoria, la cual, al reconstruirse y recrearse, se hace palabra, palabra dicha, antes que la palabra escrita y esto hay que subrayarlo. Las palabras son sonidos que se transforman en sentido y significado. La memoria que se dice también encarna, se hace de cuerpo y movimiento, espacios y lugares, cultura y sociedad. La niñez es un periodo crucial para el aprendizaje de los diversos lenguajes que facilitan la adquisición de las herramientas intelectuales, emocionales y las disposiciones físicas con las cuales se percibe, se conoce comprende y se interpreta el mundo social. Una de las formas de adquirir y desarrollar esas habilidades la constituye el juego.
Se trata de aprendizajes de los distintos lenguajes que procesan los estímulos que se convierten en sensaciones, emociones, sentimientos, percepciones, desplazamientos físicos y mentales, en representaciones que, en el inicio forman un todo caótico y desordenado pero que, en la medida, en que se aprende se diferencian, se distinguen y, por último, se nombran; esto implica que esos estímulos y sensaciones se encarnan en el cuerpo, es decir, en lenguaje corporal en cuanto que se aprende a reconocer, identificar y nombrar los movimientos y que el cuerpo habrá de reconocer para interactuar e interpretar con el medio ambiente y con los grupos sociales con los cuales se relaciona y que se relacionará en la medida en que crece.
El conocimiento de esos lenguajes tendrá diversos ritmos y espacios. Aquí tenemos varios ejemplos que ponen de relieve los aprendizajes y las formas de comunicarlos. Un botón de muestra de inventar y de recrear la infancia son los testimonios donde se evocan las experiencias infantiles.
En el siguiente fragmento del testimonio de una persona nacida en la década de l960 se pueden identificar y reconocer distintas dimensiones de los lenguajes, de la riqueza y de la entremezcla de estos: desde el lenguaje oral hasta el corporal que se despliegan en ideas, palabras, acciones y conductas como expresión de la concepción del mundo que se inculca y se aprende. Mario Roberto evoca el momento del juego:
Fueron muchos juegos, teníamos esa libertad de escoger, y de practicarlos. Pero dentro de uno de ellos era exclusivo del hombre, por su rudeza, por su pesadez, eran las famosas tamaladas. Me acuerdo muy bien de ese juego, habitualmente eran los niños los que jugábamos. Y consistía en formarnos, ponernos en flexión de caballitos, y uno tras otro, alrededor de seis o siete niños, y uno pegado a la pared abriendo las piernas para que amortiguara el golpe, del impulso que llevaba otro niño que corría, tomaba vuelo, saltaba y se subía en la espalda de los que estaban flexionados, agachados, y eran varios los niños que se subían. Habitualmente, si eran tres los que estaban agachados, eran tres los que saltaban o cuatro, entonces hasta que aguantaran. Una vez la fila ya formada con los niños arriba encima de ellos, se empezaba a mover la fila de niños hasta que se caían, y el que aguantaba más tiempo, era el que ganaba, y así se repetía el juego, hasta que alguien salía lastimado o hasta que nos cansáramos. Pero era un juego pesado, rudo y era breve, no duraba más de quince o veinte minutos.
Eran familiares: primos, hermanos, vecinos, y más o menos de la misma edad.[6]
En los testimonios se revelan piezas de memoria que, si bien se recrean desde el presente, cuya singularidad y riqueza reside en que los protagonistas no hablan en su condición de adultos que evocan el pasado, la niñez, sino en el atributo de evocar vivencias de la infancia. En otras palabras, esas personas logran desprenderse de su condición de adultos para desplazarse al pasado no en un tono de nostalgia, aunque todo recuerdo y todo olvido tiene un gran contenido de esta.
En los siguientes trozos del testimonio se revela tanto el repertorio de la memoria como la fecundidad y la diversidad de experiencias infantiles, de las convergencias generacionales que propician los juegos, una práctica infantil inherente a esta edad cultural. Guadalupe y Martha Elba evocan gran parte de este bagaje de vivencias que se acumulan en las voces como una sinfonía y que ofrecen ventanas a modos de construcción de las subjetividades:
Guadalupe: Los recuerdos que tengo son muy agradables. El más lejano que tengo es de cuando jugábamos en las calles puros juegos infantiles que eran de la época como fue: Los Encantados, Las Coleadas, El Avioncito, Amo a To, que era una especie de baile, un canto; salíamos al jardín, jugábamos a los columpios, me gustaba mucho Los Volantines.
Martha Elba: También jugábamos a que éramos cantantes, y imitábamos a los artistas de ese tiempo cantando sus canciones, montábamos una especie teatro, ahí con sábanas y un tendedero y hacíamos nuestro telón y sentábamos al público en el suelo, y eran los primos, las primas, eran los que nos aplaudían.[7]
Ahora bien, si en algunos casos es posible la operación de situarse en el espacio de la infancia, en otros momentos la necesidad del retorno al presente se origina en interpretar el pasado y construir un relato oral más organizado que le permita establecer las relaciones entre presente y pasado. Leandro en un fragmento de su relato permite reconocer esta relación entre qué se recuerda y cómo se recuerda: expectativas simbólicas y materiales, sentimientos, estímulos que encierra la memoria de la infancia:
Las valoro desde el punto de vista, platicando con algunos psicólogos nos decían que ese tipo de juegos desarrollaban el intelecto, la actividad inventiva cada una de las personas.
Satisfacción, felicidad, liberación. Era una felicidad muy grande estar en ese momento disfrutando de las carreras tal vez lo máximo era decir: yo fui el ganador, aunque no tuviera una recompensación económica, pero era ser: yo gané. El simple hecho de decir que yo gané era lo que nos hacía felices, que nunca gané, pero era siempre esa mi meta decir: quiero ganar, voy a poner mi mejor esfuerzo, me voy a preparar y todo, bueno, aunque no lo logre, pero la simple satisfacción de competir era lo que nos llenaba.[8]
En los recuerdos se reúnen cientos de voces, de niños, niñas, adultos; también se esbozan y se entretejen relaciones familiares, tiempos de ocio y de recreación, tiempo de obligaciones y cuidados. Marcas, nombres, cuerpos, sabores, olores, objetos, usos de éstos que nos provocan escenas de la vida de los personajes (Marinas, 2007:48-50)[9]. Martha Elba y Guadalupe rememoran:
Martha Elba: A mí me encantaban muchísimo todos estos juegos cuando venían mis primos de Veracruz[10] en la temporadas en que no vivían aquí en México, que ellos venían porque nos juntábamos todos, o que venía mi tía que vivía en Azcapotzalco[11] que hubo temporadas que no estaba con nosotros o sea cuando nos reuníamos era para mí los tiempos de mayor felicidad porque estábamos con todos. El lugar era quizá lo de menos, la intención era que estuviéramos todo el tiempo juntos o íbamos a Potrero, allá en Veracruz, todos, igual nos la pasábamos, lo importante era la compañía, la convivencia con ellos, no era tanto la casa donde estábamos o la casa de mi tía Conchita o de mi abuelito de Potrero, sino era el estar juntos.
Guadalupe: En esos tiempos que venían mis primos a visitarnos, sobre todo casi siempre coincidían con la época de diciembre, con los reyes magos, yo sentía que era un regalo de ellos que llegaran poquitos días antes de los reyes magos llegaban los primos y a veces un poco pasaditos para convivir, más con ellos nuestros juguetes, las muñequitas, los carritos, todo, no existían así, fiestas sencillas o angustias porque a ellos les trajeron más.[12]
La remembranza ofrece la posibilidad de la reflexión para contrastar el pasado y el presente como una necesidad recurrente para reconocer la especificidad de las vivencias, del significado y del sentido que los protagonistas dan a sus pensamientos y acciones, de la identidad y la pertenencia a un tiempo y espacio específicos. Martha Elba hace una pausa en su relato:
Y algo importante para mí que hasta la fecha lo tengo, y nunca lo sentí ni de niña, es la soledad que ahora pues existe mucho en los niños, chicos que son muy solos, o sea yo nunca sentí esa soledad nunca.[13]
Contornos, tiempos y lugares
El paisaje natural y social es el mismo, los espacios también, pero los recuerdos son múltiples y diversos, las experiencias son a la vez colectivas e individuales, se recuerdan y se evocan los afectos, los lazos y las relaciones sociales, pero son específicos y generales a la par. Las palabras evocan los lugares físicos y simbólicos donde se desenvuelve la infancia, hacen que se escuchen y se amplifiquen las voces colectivas que reproducen vivencias, órdenes, instrucciones, consensos y disidencias. Los parques públicos, las calles, las colonias que empiezan a dominar la ciudad y los procesos de urbanización se convierten en espacios para que la infancia los ocupe y se apropie de estos territorios, se constituyen en espacios privados, la vivienda, sitio en el que se desenvuelve la intimidad y se solidifican las relaciones de parentesco y públicos. Son lugares de la oralidad y del cuerpo que se moldea, del aprendizaje sobre el dominio del cuerpo, movimiento que es metáfora en el juego y de las palabras, del movimiento regular y armónico, de la socialización de los niños y las niñas, del lenguaje oral y del lenguaje gestual. Guadalupe hace visible estas dimensiones de la vida infantil:
Bueno los juegos que practicábamos de preferencia siempre eran en la calle, porque en la casa en que vivíamos que era en Jesús Urueta número seis, no existía el lugar para poder jugar, y simplemente lo que hacíamos los mayores jugar algún juego ligero para que los chicos pudieran participar porque no siempre podían ellos entrar a los juegos, entonces como había muchos juegos en los que no podían participar permanecíamos dentro de la casa o los llevábamos al jardín que quedaba a una cuadra de la casa, donde los subíamos a los columpios, estábamos más atentos de ellos que no les fuera a pasar nada. Que todos pudiéramos convivir de alguna forma en ese juego, y siempre estuvimos atentos a ellos que no les pasara nada. La colonia en que vivíamos se podía decir que casi casi era proletaria no había […][14]. (El resaltado me pertenece).
Género y roles sociales
El grupo social es el mismo, las relaciones e interacciones familiares más intensas se producen en la familia que socializa a sus miembros, tanto nuclear como extensa, institución que se dilata y se retrae conforme a tiempos históricos que se fragmentan según a necesidades económicas o familiares, de los tiempos de ocio o de trabajo, de la escuela y de las obligaciones y las responsabilidades dentro del tiempo familiar. Al mismo tiempo, la amistad vecinal amplia la sociabilidad de los niños y las niñas y fortalece los papeles sociales, en particular de género. (Burke, 2000, p. 60 y ss).
El espacio y el tiempo del juego desvela las formas en que los niños ocupaban y transformaban el territorio, dotándolo de un significado distinto al que el mundo adulto le asigna. Son actos plenos de creatividad e imaginación. A este respecto, Leandro evoca los sitios en los lugares y los ritmos de la vida de la infantil:
En la colonia Moderna. En la calle de Jesús Urueta número seis. Yo creo que empecé a ir al parque a la edad de unos cinco años, seis.
[…] en mi caso muy particular comenzaba el viernes, cuando salía de la escuela primaria, porque ya me sentía liberado del todo. La verdad de siete años me iba yo caminando una distancia de cincuenta, sesenta metros a la casa. Pero yo me iba caminando, llegaba encontraba a mi madre lavando, y me decía: ponte hacer la tarea, para que puedas jugar sábado y domingo. Y me ponía hacerla y la terminaba, acompañaba mi mamá al mercado, y después comíamos entre tres, cuatro de la tarde, y ya después era jugar, jugar y jugar. Que me fuera yo al parque, que saliera a jugar ahí con los vecinos en la calle, y la felicidad era que venían mis primos el sábado en la mañana. Nos íbamos a la deportiva, jugábamos, regresábamos. Mi mamá llamándonos a comer y, en la tarde a jugar, mi papá ahí compartiendo con los vecinos y todo, echándose unas copas. El domingo era el día más pesado para mí porque nos levantaba mi papá al baño, al vapor y todo, el estímulo era que nos iba a comprar nuestro licuado, nuestros flanes, desayunábamos muy sabroso. Estábamos viendo un rato el fútbol en la mañana y los tíos empezaban a llegar una, dos de la tarde y era la felicidad.[15] (El resaltado me pertenece).
Principalmente de parte de mi mamá, sus hermanos de ella, aunque eran mucho mayores que yo, pero había esa química, de compartir con ellos los juegos. En algún momento dado nos separaba, mejor vamos a jugar esto, nosotros vamos a hacer lo otro.
En el momento que se decidía que juegos eran para adultos, el jugar, por ejemplo, frontón y castigar al que perdiera. Y los niños de decir, váyanse al parque, entonces los que éramos de la edad nos íbamos al parque a jugar.
[…]
Sí, perfectamente bien porque las visito seguido. Vivíamos en la calle de Jesús Orueta número seis y a nuestro lado estaba la calle Américas, Washington, y donde íbamos a jugar la casa, la banqueta de Jesús Urueta, la calle de Américas, porque en ese tiempo era costumbre del gobierno federal, la orilla de la acera, dejarla libre para los árboles, y ahí aprovechábamos para jugar canicas. Y si no, nos íbamos al parque, le llamábamos parque, que hoy le llaman jardín, pero de jardín no tenía nada, porque ni pasto tenía, las áreas verdes eran áreas de arena. Pero sin embargo ahí era donde íbamos a jugar.
A veces cometimos muchos abusos, con la gente del parque, más indigentes que nosotros todavía, porque éramos muy pobres, pero gente más indigente abusábamos de ellos. Abusar significaba quitarles el columpio, quitarles la oportunidad de echarse por el tubo en la resbaladilla.
Pues era un tubo de acero que tenía ciertos lienzos formados a base de cadenas y remataba con un rectángulo y que tenía tubos. El volantín consistía en que teníamos que sujetar ese rectángulo del tubo y girar en torno a ese tubo de acero. No, realmente no era competencia, era el arte de ver, simplemente sentir que uno volaba.
Principalmente cuando sentía que no tenía ninguna responsabilidad más que hacer la tarea. De decir: ya estuve con mi mamá un ratito.
Mi juego principal que lo jugaba donde yo quería, y donde yo podía era con mis cuatro dedos. El dedo medio e índice de la mano izquierda y de la mano derecha.
También están presentes generaciones que transmiten e inculcan la herencia familiar que, a su vez, es herencia colectiva. En un primer momento la oralidad se constituye en la principal herramienta mediante la cual diversas instituciones y prácticas culturales consolidan los vínculos entre el mundo infantil y el mundo adulto: cultura material, juego, escuela, familia, género. De este manera, niños y niñas quedan bajo la regulación y la vigilancia simbólica y material de hombres y de mujeres hacen visible el mundo adulto y la sociedad que se materializa en la observación de los vecinos en tanto ejercicio de control social. Estos mecanismos culturales se manifiestan en el siguiente fragmento del testimonio de Celia Selene:
Para empezar, fui la menor de ocho hermanos, mi hermana la mayor me lleva diecinueve años y de ahí para abajo. Y mi hermano me lleva seis años. Entonces no tenía con quien jugar, porque mi niñez fue sola, la viví sola, de vez en cuando que iban mis primas, una prima que quiero mucho era con la que más jugaba y, convivía mucho con ella, incluso me quedaba a dormir en su casa o ella se quedaba a dormir conmigo. Pero yo en sí, mis juegos eran solos, mis juegos eran jugar a las muñequitas, me salía a jugar al jardín. Aunque mis hermanos me platican que ellos me sacaban mucho de chiquita a pasear, porque los veía que salían todos a jugar en bola y pues yo siendo la más pequeña pues me quedaba en casa con mi mamá. Y pues ellos me tenían que traer. Mis hermanas como ya andaban echando novio, me mandaba a mí de chaperón para cuidarlas. Igual con mis hermanos conviví mucho de pequeña pues me llevaban al fútbol o que al parque. Yo en realidad no me acuerdo de eso, porque me han platicado mis hermanos, pero en sí no me acuerdo de nada de eso.
Y mis juegos favoritos, era jugar el resorte, que era con un resorte y se jugaban con tres personas, íbamos cambiando de posición, a la altura de las piernas iban subiendo, e iban cambiando los brincos. Jugaba al stop que era un círculo, y se dividía en varias partes según los que fuéramos a jugar, se ponían los nombres de los países que uno escogiera y, alguien gritaba México y se tenía que parar el de México en medio, y gritar stop, y todos los demás corrían, y calculaba los pasos que daba uno para llegar a esa persona, y si atinábamos nos iba bien, y si no nos ponían un castigo, tomaban la decisión de qué castigo ponían. Mi otro juego fue el avioncito, que jugaba con dos personas o una.[16] (El resaltado me pertenece).
Creatividad, imaginación, invención, innovación
¿Qué rasgos o atributos distinguen y singularizan a la niñez? ¿Cuáles son los tiempos, los espacios, los ritmos de la vida que produce y reproduce, que inventa y se apropia y que incluso produce la niñez?
Uno de los atributos que distinguen a la niñez, en la larga travesía que implica su proceso de socialización y en su incorporación al mundo social, es la creatividad, la imaginación, la invención y la innovación. Estas características se engloban y se moldean por medio de los aprendizajes formales e informales que se enseñan y se inculcan en múltiples instituciones, en particular en la institución escolar. Si bien es cierto que estas cualidades son compartidas por el mundo de los adultos, lo que la diferencia es el hecho de que pocas veces se subraya que estos son fundamentales para la formación de los actores que habrán de ser los futuros ciudadanos que gobernarán el mundo.
En el siguiente testimonio, la memoria infantil, más precisamente la memoria de la infancia recrea gran parte de los tiempos, los espacios, los ritmos de la vida que confluyen y convergen en la niñez, el espíritu de una época en la que la infancia está inmersa la infancia o, al menos, un sector de ella. Cito en extenso el relato de Héctor porque resume muchas de las dimensiones de la vida cotidiana infantil, de la memoria de la infancia, de las experiencias, las emociones, los sentimientos, las ideas, del pensamiento, de las actividades cotidianas, en suma, la niñez:
De los recuerdos que más recuerdo en mi infancia, fue cuando jugaba con mis primos a lo que era. Jugábamos varios, por ejemplo, el tacón, que era quitar un tacón a un zapato dentro de un circulo donde poníamos monedas de cinco centavos y le teníamos que pegar con el tacón para sacarlos del aro, y el que tuviera más suerte, pus era el que se llevaba más dinero. Lo que era las canicas donde jugábamos, que le llamábamos unas que eran ojo de gato, unas bombonas, incluso llegamos a jugar con canicas de acero, eso de los valeros que se valía para romper las canicas, es otra de las ideas. También jugábamos lo que era carreterita, con unos cochecitos que comprábamos en el mercado, con gis pintábamos una carretera, un circuito con diferentes peligros que había dentro de la carretera. Cambiaba mucho los modelos de los carros, que era muy importante que, entre el carro más pesado, más derecho se iba.
El que ganaba era el que libraba todos los obstáculos que pintábamos dentro del circuito de la carretera, y que llegara a la meta en primer lugar es el que ganaba.
Para preparar un carro ahí, lo primero que yo hacía era ir al mercado, escoger el carro que me gustaba y ver.
Eran unos carritos Ferrari de plástico, que eran los mejores supuestamente, que eran los más caros en ese entonces, y lo llenábamos con plastilina, para que los carros fueran lo más derecho que podían, porque teníamos la oportunidad de empujar el carrito con los dedos.
Desde el momento en que escogía el carro que veía que es el más funcionaba y de ahí veía de acuerdo a los carros que habían ganado como estaban preparados, sobre eso nos basábamos para preparar los demás carros, que veíamos que le ponían plastilina para que no fuera tan ligero, y se saliera en la primera oportunidad en carretera.
También escogíamos lo que eran las llantas, las llantas entre más gruesas eran mejor. Íbamos preparando los carros de acuerdo de las llantas anchas, de adelante delgadas o levantar los carros de atrás, o ponerles llantas más grandes, sobre eso ya lo íbamos observando durante la carretera, dependiendo los participantes como presentaban los carros, uno iba mejorando cada vez más, más su carro de competición.
Donde jugábamos hombres y mujeres era lo que se le llamaba la cebolla. La cebolla se formaba una hilera sentados, hombres y mujeres íbamos sentados, y teníamos que jalar, todos se tenían que agarrar de la cintura sentados y teníamos que jalar a uno, pero todos tenían que jalar al mismo tiempo, y si sacábamos a uno de esa hilera se formaba a tras para hacer presión ir quitando las hojas ora si como la cebolla, ir deshojando lo que era la cebolla, ese era donde jugábamos hombres y mujeres. Era un juego padrisímo porque era unas fuerzas, y una nobleza en el juego que lo disfrutábamos todos.[17]
Palabras finales
El conjunto de relatos biográficos se constituye en materia prima para la historia oral. Aquí se presentaron testimonios orales de tres generaciones que compartieron experiencias pero que, al mismo tiempo, aluden a tres generaciones de una familia. En ese sentido, puede afirmarse que se trata de infancias que conviven en lugares y tiempos comunes y diferentes al mismo tiempo. Son niños y niñas que, desde su condición de adultos, recrean y contribuyen a enriquecer nuestra comprensión de la niñez mexicana, es decir, de la memoria de la infancia. Cada uno desvelan “lecturas” singulares que refieren a múltiples voces que se condensan en sus rememoraciones.
La oralidad se constituye en un modo donde la palabra dada posibilita los recuerdos, la organización de un relato que se vuelve inteligible al conferirles significados y sentidos a sus vivencias. Si bien la pretensión original fue enfatizar la importancia del juego como una faceta o esfera primordial, esta práctica cultural se configura en un sitio privilegiado para observar uno de los mecanismos más significativos para comprender los procesos mediante los cuales se establecen las relaciones entre el mundo adulto y el mundo infantil, en otras palabras, se logra la cohesión y la herencia cultural. No obstante, este adquiere autonomía una vez que se han inculcado ciertas formas de pensamiento y de actuación que aquel regula y organiza.
En otras palabras, si bien es posible pensar en los recuerdos y memorias individuales también es evidente que, al participar en experiencias, palabras, recuerdos y lenguajes, no podemos dejar de anotar que es plausible pensar en una memoria social que, por medio de la historia oral, es memoria histórica al re-conocer y re-presentar recuerdos que les dan identidad en cuanto niñas, en su condición de género, y de grupos sociales, en su pertenencia cultural, es decir, mediante la oralidad re-crean un mundo social.
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FECHA DE RECEPCIÓN: 28/06/2022
FECHA DE ACEPTACIÓN: 20/07/2022
[1] “Enciclopedia de los Municipios y Delegaciones de México. Delegación del Distrito Federal. Benito Juárez”, En siglo.inafed.gob.mx/enciclopedia/EMM09DF/delegaciones/0914ª.html, consultado el 8 de octubre de 2019.
[2] “Enciclopedia de los Municipios y Delegaciones de México. Delegación del Distrito Federal. Benito Juárez”, En siglo.inafed.gob.mx/enciclopedia/EMM09DF/delegaciones/0914ª.html, consultado el 8 de octubre de 2019.
[3] “Otros poblados, como Mixcoac, San Juan, San Simón Ticumac, San Pedro de los Pinos, Actiopan y Nonoalco todavía conservan parte del sabor del pasado en el trazo de sus calles y en algunas de sus construcciones y plazas. Las colonias Postal, Álamos, o Portales son un producto vivo del crecimiento urbano posrevolucionario; fueron planificadas para satisfacer la demanda de vivienda de la clase media de menos recursos”. Enciclopedia de los Municipios y Delegaciones de México. Delegación del Distrito Federal. Benito Juárez”, En siglo.inafed.gob.mx/enciclopedia/EMM09DF/delegaciones/0914ª.html, consultado el 8 de octubre de 2019.
[4] La Colonia Moderna se asienta en un segmento de la Alcaldía Benito Juárez que se ubica en el nor-oriente de la alcaldía, en los límites de las actuales alcaldías de Iztacalco, al oriente y la de Cuauhtémoc, al norte. Esta Alcaldía ocupó y se conformó en los terrenos de “La antigua Hacienda de Nuestra Señora de la Soledad de los Portales”, cuyo origen se remonta a la etapa virreinal del país. Dicha hacienda se estableció entre los poblados de Churubusco y Santa Cruz Atoyac, “cerca de un camino de terracería cuyo trazo unía ambos territorios con el de Mexicaltzingo, por el que transitaban mercancía y productos destinados a la venta y consumo en las localidades vecinas y principalmente en la Ciudad de México” (Buendía,2016).
[5] Según afirma Buendía, “[…] al igual que en otras colonias de la capital. […] con el aumento de la población vinieron los servicios de transporte público, entre los que destaca la línea 2 del Metro de la Ciudad de México que pasa por la Calzada de Tlalpan, seis de cuyas estaciones sirven a los habitantes de esta parte de la Benito Juárez: Viaducto, Xola, Villa de Cortés, Nativitas, Portales y Ermita. (Buendía, 2016).
[6] Padilla Arroyo, Mario Roberto. Nació en el Distrito Federal el 22 de abril de 1960. Médico de profesión, ha prestado sus servicios profesionales en instituciones de salud privadas. 1 de mayo de 2006, Ciudad de México. Concepción Martínez. Luz María Martínez Maya.
[7] Padilla Arroyo, Guadalupe y Martha Elba Padilla Arroyo. Guadalupe nació en México, Distrito Federal, el 1 de mayo de 1950. Realizó estudios y practicó la enfermería en la Ciudad de México y posteriormente se dedicó al comercio de la Ferretería. Marta Elba nació en la Ciudad de México, el 21 de febrero de 1952. Cursó estudios de administración pública. Laboró en instituciones bancarias privadas y fue empleada pública. 18 de mayo de 2008. Ciudad de México. (Ref. quitada). Luz María Martínez Maya.
[8] Padilla Arroyo, Leandro. Nació en México, Distrito Federal, en la actualidad Ciudad de México, el 16 de mayo de 1963. Obtuvo el título de ingeniero textil. Trabajó en empresas textiles en distintos estados de la República. En la actualidad es empleado federal. 1 de mayo de 2006. (Ref. quitada) Luz María Martínez Maya.
[9] Marinas sostiene que el testimonio oral posibilita reconocer distintas voces que el actante reúne, que el autor define como “nombre estructural semiológico de los sujetos de la acción”. En términos metodológicos Marinas señala una de las tareas y de las operaciones más importantes del historiador o el especialista que utilice el recurso del relato oral es interrogarse: “cuántos son los que hablan, dónde están, cómo son” buscando el mayor detalle de la palabra dada y de la escucha, es decir, de las acciones que realiza el interlocutor y el entrevistador, “sin recurrir a otra fuente más que a la letra del texto”. (Marinas, 2007:49).
[10] El estado de Veracruz se localiza en el sur oriente, en la costa Atlántica del país y bordea el Golfo de México.
[11] Azcapotzalco es una de las alcaldías de la Ciudad de México. Se ubica en la zona norte poniente de la capital mexicana.
[12] Guadalupe y Martha Elba. (Ref. quitada). 18 de mayo de 2008.
[13] Guadalupe y Martha Elba. (Ref. quitada). 18 de mayo de 2008.
[14] Guadalupe y Marta Elba. (Ref. quitada). 18 de mayo 2008.
[15] Leandro. Concepción Martínez, 1 de mayo de 2006.
[16] Padilla Arroyo, Celia Selene. Nació en el Distrito Federal, hoy Ciudad de México, el 2 de julio del 1969. Inició estudios de comercio a nivel secretarial. Se dedica a las actividades domésticas. 1 de julio de 2006. Distrito Federal, en la actualidad Ciudad de México. Concepción Martínez Omaña. Luz María Martínez Maya.
[17] Rivera Arroyo, Héctor. Nació el 25 de marzo en el Distrito Federal, hoy Ciudad de México. Empleado en instituciones públicas y privadas. 1 de mayo de 2006. (Ref. quitada). Luz María Martínez Maya.