Manual pedagógico sobre el uso del lenguaje inclusivo y no sexista
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Resumo
Fundamentos
"El lenguaje, la palabra, es una forma más de poder, una de las muchas que nos ha estado prohibida" (Victòria Sau).
La construcción social de las personas está fundamentada en la acción socializadora de las instituciones humanas como la familia, la escuela y los medios de comunicación, que utilizan como vehículo en común un elemento transversal de gran trascendencia en este proceso: el lenguaje.
Como sistema de comunicación simbólico, el ser humano posee varias formas de lenguaje. No obstante, el lenguaje verbal –oral y escrito– es el que constituye un sistema articulado, el cual es base para la creación y materialización del pensamiento, el sentimiento y su traducción en acciones.
Al expresar pensamiento, el lenguaje es a un tiempo reflejo y modelo del logos de una sociedad determinada, la que en una acción dialéctica constante da significación, interpreta y construye, a la par, su propia realidad. La trama de significaciones que constituyen el lenguaje se mantiene en constante movimiento, al paso de la misma dinámica social.
Toda lengua cambia y se adapta a las nuevas realidades y necesidades de la comunidad que la utiliza, expresando aquello que la sociedad valora, y urge comunicar y expresar en un momento determinado de su desarrollo, mientras que aquello que no es nombrado, simplemente no existe.
Llevando esta premisa al ámbito del género, encontramos que la increíble ausencia de la evocación directa de lo femenino en el discurso lingüístico no es algo de menor importancia, sino que implica una infravaloración social de la necesidad de una representación simbólica de las mujeres en privilegio de los rasgos asociados con la masculinidad (Fraser, 2011).
El uso del lenguaje sexista o androcéntrico expresa una existencia atribuida a las mujeres desde la cosmogonía de los varones, así como comportamientos socialmente asignados a éstas, resultando en la construcción de un género performativo, excluyente y anulador (Butler, 1990). Desde una aparente neutralidad, esconde y fortalece una relación de subordinación, condenando a las mujeres a desaparecer como sujetos.
El análisis de las desigualdades de género y el cuestionamiento a las sociedades patriarcales, demuestra que la invisibilización de lo femenino en el lenguaje responde a una discriminación más que refleja el estado social desigual, afectando la construcción de una sociedad paritaria.
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Si bien el lenguaje invisibilizador puede verse como una forma de violencia hacia las mujeres por omisión, también es un modo de violencia proactivo, como cuando las entidades, resistiéndose al cambio lingüístico, usan un lenguaje discriminatorio y sexista. La referencia al sistema capitalista en el que vivimos y su posible influencia sobre el lenguaje, sin duda existe, pero es un factor más de entre muchos que coadyuva a crear y perpetuar estos sexismos; mencionarlo expresamente requeriría que se enumeren o enuncian también los restantes, como ser la raza o etnia, la edad, la discapacidad, la orientación sexual la religión, etc.
La cambiante realidad actual, donde el empoderamiento y protagonismo progresivo de las mujeres en diversos ámbitos de la vida social es un hecho en el mundo y en la región, plantea la urgente necesidad de visibilizar los avances de un mundo que camina hacia la igualdad de género. El uso correcto del lenguaje desde una perspectiva de género – aquel que no oculta, no subordina, no infravalora, no excluye, no estereotipa1 – es hoy un desafío crucial para la visibilización de estos cambios y su fortalecimiento para una mirada más igualitaria e inclusiva de la realidad.
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