Los muchos mundos que habitamos
Abstract
Una de las más famosas discusiones en la filosofía contemporánea tiene origen en la dificultad de hacer compatibles dos imágenes del mundo o de la realidad; por una parte, aquella que nos proporciona la experiencia cotidiana y por otra, la que nos proporciona el conocimiento científico. El desafío consiste en ajustar la imagen científica conforme a la cual, el universo está compuesto, en último término, de partículas elementales y la imagen que nos devuelve nuestra experiencia cotidiana, conforme a la nos encontramos con objetos como automóviles, sillas, mesas, árboles y casas, pero además con otras personas, con otros animales, y también con partidos de tenis, actos de gobierno, juicios morales, obras de arte, etc.
Nos enfrentamos a diferentes maneras de concebir la realidad y con esto se ponen en cuestión algunas de nuestras más básicas concepciones acerca de lo que hay, pero también acerca de lo que somos. Por una parte, nos consideramos seres racionales -guiados por nuestra propia razón- y libres, pero por otra no seríamos sino un organismo biológico conformado en última instancia por partículas cuyo comportamiento está o puede estar descrito por leyes de la física. Para el caso de los fenómenos naturales nuestras explicaciones recurren normalmente a conceptos como ley, regularidad, causa, etc., ya se considere a este último de manera intuitiva, tal como aparece en el lenguaje ordinario o bien en términos más técnicos. Pero nunca a conceptos como ‘voluntad’, ‘intención’, ‘libertad’, ni tampoco ‘error’, ‘decisión’ o ‘fracaso’. Para los casos en los que nos ocupamos del comportamiento humano podemos decir, por ejemplo, que el curso de acción que hemos adoptado en una ocasión particular responde a las razones que hemos tenido para actuar de un modo y no de otro; por tanto, cuando actuamos guiados por razones o en base a obligaciones morales es como si nos hubiésemos apartado del orden causal que impone en la naturaleza. El problema adquiere uno de sus aspectos más desconcertantes en torno al clásico problema mente-cerebro; la idea es que conforme a nuestra experiencia cotidiana las personas somos seres racionales y pensantes y lo que hacemos depende, en general, de lo que pensamos, de nuestros intereses y propósitos, sin embargo -de acuerdo a las Neurociencias- el marco conceptual ordinario que hemos construido acerca de nuestra propia psicología, es decir, el vocabulario de creencias, deseos, intenciones, temores, etc., es producto de una mala comprensión acerca de nosotros mismos. (Cfr. Churchland, P., 1999:75).
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