Educación (ninguna) superior, más democrática (quizás)

Resumen

Mientras nos vemos abrumados o atropellados por avances tecnológicos digitales que nos molestan mucho, especialmente en relación a la educación que se va a neoliberalizar (comercializar) aún más, hacemos de cuenta que la educación se mantiene firme. Una de las observaciones más elocuentes de Darcy Ribeiro fue que la crisis educativa brasileña no es una crisis; es un proyecto (Roitman, 2022). La crisis es tanto más aguda cuanto menos queremos notarla. Esta alienación es secular entre nosotros, en parte porque el sistema educativo sirve a la élite, a través de la regla de las cuotas: la mejor universidad siempre ha sido una cuota para los más ricos, descaradamente. La cuota para negros suele ser una contracuota, una respuesta y esto es más que suficiente para justificarla. Pero, como en toda política social hay una trampa, la trampa aquí es que, si hay algún acceso, no se asegura la continuidad, lo que implica vaciar la oportunidad, especialmente para los cursos más demandados. En general, el beneficiario de la cuota no fracasa (¡sería muy malo!), pero no necesita hacerlo: él mismo se desanima. Sin embargo, hay un consuelo, porque el acceso se ha democratizado un poco, al menos formalmente. Otras aventuras, sin embargo, desgastan a la institución, en parte por alguna razón, pero en parte por la ineptitud tradicional: en lugar de intentar comprender el cambio, sentirse dueño o una medida de él, se queda atrás. La educación no cambia, pero los tiempos cambian. En este texto me esfuerzo en dar cuenta, aunque sea de forma muy preliminar, de algunos de los retos que enfrenta la universidad, bastante perdida en el mundo de la luna, pero un poco más democrática.