v. 10 n. 16 (2019): Dossier: Nuevas articulaciones entre Folclore, Política y Nación en América Latina
Uno de los problemas que se presenta para abordar las relaciones conceptuales que propone este dossier es que algunos de los términos son sumamente polisémicos. Esa polisemia caracteriza al término “folklore” al punto de llevar a Julio Mendívil a afirmar: “No creo que jamás haya existido algo así como un hecho folklórico”, y eso porque “Lo que llamamos folklore suele diferir considerablemente, dependiendo de quién emita el vocablo, cuándo y dónde” (Mendívil, 2016, p. 56). Así pues, las discusiones conceptuales y terminológicas pueden llegar a ser extenuantes. Sin embargo, entre estas discusiones pueden observarse tres sentidos recurrentes a lo largo del tiempo, al menos entre los estudiosos y estudiosas de América Latina. En primer lugar, se suele denominar “Folklore” (así, con mayúscula inicial) a una disciplina académica emparentada con la antropología, aunque dichos lazos de parentesco se hayan ido transformando con el tiempo, tal como lo analiza Fernando Fischman en este dossier en relación a la Argentina. La mayoría de los estudiosos que fueron referentes de la disciplina hacia mediados del siglo pasado (Carlos Vega, Isabel Aretz, por ejemplo) hablaban de “Ciencia del Folklore”, lo que demuestra una inscripción epistemológica y una búsqueda de legitimidad. Algunos investigadores contemporáneos (Madoery, 2017; Chein, 2010) prefieren referirse a esta disciplina como “Folklorología”. Yo mismo prefiero adoptar esa denominación, puesto que tiene la ventaja de evitar la confusión con el objeto de estudio de esa disciplina, que también se suele llamar “folklore”, pero con minúscula inicial, y es el segundo sentido recurrente del término. El problema es que la definición conceptual de lo que se entiende por “folklore” o “hecho folklórico” ha ido variando sustantivamente desde los tiempos en que Thoms acuñó el vocablo a mediados del siglo XIX. Mucho se ha escrito (y, de hecho, varios trabajos en este dossier retoman esa discusión), acerca de la impronta romántica de esa primera aproximación a las “antigüedades populares” que debían ser rescatadas del avance de la modernidad porque encarnaban alguna clase de valores vinculados a lo que se entendía como el “alma nacional”. Desde entonces las definiciones del “hecho folklórico” han ido cambiando en la medida en que la Folklorología se afianzaba como disciplina, intentaba legitimarse en cuanto tal y se articulaba con el desarrollo de la modernidad según las especificidades de los distintos contextos nacionales.